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Una paranoia: las estelas de los aviones en el cielo leonés

Conspiración en el cielo leonés...
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Conspiración en el cielo leonés...

La Crítica, 29 Enero 2017

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Leo en un digital leonés un artículo de opinión del pasado 19 de enero (http://astorgaredaccion.com/not/14113/-que-manipulan-desde-el-cielo-/) que me deja perplejo. No tanto porque empiece hablando del cielo azul y termine en tono apocalíptico echando la culpa a los americanos de todos los males de la humanidad, como porque es un ejemplo más de la desinformación que continuamente se vierte en redes sociales y que finalmente puede acabar en distintos medios de la mano de colaboradores cuando menos poco rigurosos.

Vivimos unos tiempos en los que cualquier cantamañanas lanza una idea o comentario que, dicho en una tertulia de amigos de taberna puede resultar gracioso y no pasa de ahí la cosa pero que, sin embargo, lanzado en las redes (a ver cuándo entendemos que además de malla de comunicaciones, red es también algo que atrapa peces y otros animales) llega a convertirse en algo viral, a ser una verdad absoluta que tienen que divulgar aquellos receptores que, dicho eufemísticamente, “no tienen un conocimiento en profundidad del asunto”. Estos nuevos convencidos no dudarán en porfiar sobre la veracidad de aquella patraña y ante cualquier argumentación te dirán que eso es verdad “porque lo he leído”.

Es más grave el tema cuando el bulo consiste en una amenaza o nos anuncia grandes desgracias pues se vuelve más creíble y viral subyaciendo detrás un ánimo de manipular –espero que no sea la intención de la autora–. Hoy día en que, ni el mismísimo Satanás cree en el infierno, hay que mantener acojonada a la peña de alguna manera para que siga teniendo miedo a algo –ya se sabe: mete miedo y los tienes dominados– sea ello el cambio climático, la epidemia de turno, la re-invasión del Islam o la elección de un presidente allende los mares que, cual jinete del apocalipsis, nos traerá todos los males del mundo. Como si… no tuviéramos bastante con llegar a fin de mes.

Me hubiese gustado contestar amablemente por el mismo medio a la autora, no tanto por sacarla de su error –allá cada cual con los bulos y patrañas de internet que quiera creerse– como porque sus lectores tuviesen la visión de alguien que –modestamente– lleva treinta años estudiando las estelas de condensación que dejan tras de sí los aviones en nuestro cielo. Desgraciadamente su artículo no admite comentarios ni réplicas como tampoco admite un simple “no me gusta” que bien pudieran haber puesto al lado del “me gusta”, “enviar a un amigo”, “facebook”, ”G+1” o “twitter”.

Dejando a un lado las excelentes fotos y la indudable calidad del artículo, hay algo que su autora parece apuntar y en lo que tiene toda la razón: desde los albores de la historia el hombre ha intentado manejar el tiempo, fuese en su momento con plegarias, oraciones o sacrificios –incluso humanos–, pues los fenómenos meteorológicos se atribuían a caprichos de los dioses, como más tarde con artilugios más o menos eficaces.

Tal vez se haya hecho desde la Edad Media, lo desconozco, pero sí puedo dar testimonio por referencias directas de que en algunos pueblos de León desde los años 40 del siglo pasado se tocaban las campanas para ahuyentar las tormentas. Por encima del carácter mágico y religioso, los labradores estaban convencidos de que las ondas sonoras de algunas campanas –no servían todas– eran capaces de romper el pedrisco y convertirlo en una benéfica lluvia. Si en época de cosecha se veía tormenta amenazante allá que iba el “repicador” de turno a tocar el “tente nublao” para solucionar el problema. Si por casualidad los destrozos eran pocos, meta conseguida. Si la tormenta había arrasado la cosecha siempre se le podía echar la culpa al repicador y nunca a la campana mágica: “Si… es que subió a tocar el Celedonio que no tiene ni idea del tente nublao” recuerdo haber oído de pequeño.

Al comienzo de los sesenta del pasado siglo la forma de manipular el tiempo en los pueblos de León y alrededores se tecnificó bastante para beneficio de las pirotécnicas nacionales. Algún iluminado, basándose en el mismo principio que el de las campanas –al que le añadió que además se bombardeaban las nubes con núcleos de condensación para favorecer la lluvia– inventó los “torpedos granífugos”. Eran verdaderos “pepinos” –los pequeños con 3 kg de pólvora aunque los había de 12kg– que las hermandades o cámaras agrarias compraban para librarse de las terribles tormentas de verano. No era una cuestión baladí que después de un año de sudores un pedrisco fastidiase todo. Ni que decir tiene que su eficacia era pareja a la de las campanas, a pesar de que en la publicidad de la época se advertía de que si no podía eliminar el pedrisco al menos lo ahuyentaba con el estampido sonoro.

Eso fue el colmo y causa de enemistad entre pueblos vecinos pues nadie quería la tormenta en su pueblo y se entabló una verdadera batalla para ver quién los tiraba más gordos. Había verdaderos arsenales en polvorines improvisados que no eran otra cosa que fresquitas bodegas en las que, junto al vino, se conservaban con seguridad “las bombas”. El artificiero era el labrador asignado por turno y al que, en el fragor de la tormenta, le tocaba coger la burra, llegar a la bodega y prender mechas. Conozco el caso de uno de estos artificieros que, como si de venganza de los cielos se tratase, fue fulminado por un rayo cuando iba a bombardear una terrible tormenta de verano. No hay ni que mencionar el peligro que tamaños artefactos de más de un metro de alto, representaban incluso después de explosionados –no siempre ocurría– más teniendo en cuenta que en la última época eran verdaderos misiles completamente de hierro.

Aunque en América ya se llevaba haciendo experimentos para inducir la lluvia “sembrando nubes” desde los años cuarenta, no fue hasta bien entrados los ochenta cuando se iniciaron en España siguiendo el ejemplo de otros países europeos. Duraron muy poco tiempo. Para ello, aviones adecuadamente equipados “fumigaban” con hielo seco, yoduro de plata y con otros productos las nubes, ya se tratara de nubes superenfriadas o calientes con el fin de formar núcleos de condensación que sirvieran por coalescencia de aglutinante para formar gotas lo suficientemente grandes para precipitar.

Los resultados de todos aquellos experimentos fueron muy pobres y contradictorios, pues entre otras cosas no se puede determinar qué hubiera ocurrido si no se hubiesen llevado a cabo.

En la actualidad muy pocos países hacen experimentos en este sentido. Que se sepa tan solo China. Los perversos americanos, se comprometieron y firmaron un protocolo de no hacer experimentos climáticos con fines belicistas. Sin embargo sus estaciones de radiación ionosférica (el bombardear las capas altas de la atmósfera con trenes potentísimos de miles de kilovatios de ondas de radio con el fin de causar auroras boreales, alterar la corriente del chorro y consecuentemente el clima –proyecto HAARP–) aún no han sido desmanteladas aunque los expertos aseguran que están inactivas. Lo mismo ocurre con las estaciones del gemelo proyecto SURA de Rusia.

Por lo tanto las “chemtrails” o estelas químicas intencionadas en su sentido “conspiranoico” son en la actualidad uno de tantos bulos de internet.

En contra de la afirmación de la autora cuando dice: Evidentemente no son líneas comerciales. No tenemos ese concurrido espacio aéreo en nuestra comarca, ni los aviones comerciales dejan esas densas estelas que van fraguando hasta opacear’ densamente el cielo… hay que afirmar categóricamente que todas las rayas blancas que cruzan los cielos leoneses no son otra cosa que estelas de condensación de aviones comerciales. Casi todos hacen rutas de Europa a Portugal, Canarias, Azores y América del Sur. Con seguridad despegan bastante más allá de Burgos. Pasan controlados cientos de estos vuelos diariamente aunque no todos formen estelas ni sean percibidos salvo por los radares.

Hace años estos mismos vuelos utilizaban aerovías definidas por estaciones de radionavegación en tierra que les servían de apoyo, aerovías que evitaban los cielos leoneses pues la mayoría sobrevolaban Zamora. En la actualidad con la mejora en los sistemas de navegación y agilización del tránsito aéreo los vuelos van por derecho por ser más barato, circulando en paralelo como echando carreras –y conste que alguna vez lo hacen–.

Aunque hay estelas de varios tipos –algunas como las de punta de ala se forman sin necesidad de que haya combustión alguna de los motores de los aviones– hay que decir que esas estelas están formadas por agua. No son otra cosa que la condensación y casi siempre la sublimación (trasformación directa del vapor en hielo) del vapor del agua del ambiente más el vapor resultante de la combustión del queroseno que, al salir por las toberas y encontrar unas condiciones especiales de baja presión y bajísima temperatura, (unos 57ºC bajo cero) forman una nubecilla en forma de raya que puede expandirse llegando a perdurar varias horas. Cuando el avión cambia de nivel de vuelo o la temperatura aumenta la estela desaparece como por arte de magia.

Estas estelas no se pueden considerar contaminantes más allá del CO2 que contienen como resultado de la combustión. Pero no son tan inocuas como pudiera pensarse. De una manera indirecta sí que pueden –y de hecho lo hacen– alterar el clima. Afectan al cambio climático de dos maneras distintas: de un lado por la noche, en ausencia de otras nubes, actúan a modo de manta que impide que la radiación larga escape al espacio propiciando el calentamiento. Por el día actúan a la inversa, hacen como de espejo que refleja parcialmente los rayos solares impidiendo que estos calienten el terreno. En rutas muy transitadas como son los cielos leoneses, hay días que acaban por convertirse en una capa de cirros llegando a reflejar el 25% de la radiación solar, que no es moco de pavo.

¿Se pueden evitar las estelas? Claro que sí, al menos en gran parte. Con el excelente conocimiento meteorológico actual es fácil predecir las rutas y niveles de vuelo en los que es susceptible que se formen estelas. Solo hace falta que OACI y el resto de organismos internacionales se pongan manos a la obra y legislen en consecuencia. Claro que eso traería como resultado un encarecimiento excesivo de los viajes por mayor consumo de combustible a niveles más bajos, además de mayor contaminación por CO2.

Por si a alguien le queda alguna duda al respecto o le remuerde la curiosidad sobre qué aviones sobrevuelan nuestro cielo, basta con que teclee en el buscador “localizador de aviones” y le saldrán varios programas gratuitos que, en tiempo real, le mostrarán las matrículas y números de vuelo. Mejor aún. La app “flightradar24” para móvil, le permitirá disfrutar al aire libre de las rayas de los aviones a la vez que observar su traza en la pantalla del teléfono junto con datos relativos al vuelo.

Y desde luego, salgan. No se escondan en casa por miedo a la “manipulación desde el cielo” como nos propone la autora –la que dicho sea de paso es una destacada escritora leonesa a la que animo a continuar escribiendo. Lo hace muy bien, en especial cuando se trata de ficción–. Que nadie les meta miedos infundados. Hay otros peligros y otras manipulaciones más dañinas que las estelas de condensación.

Lenny Flames

Piloto de Transporte de Linea Aérea
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