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La diplomacia del megáfono
El debate sobre el 5% no es nuevo. Es una meta acordada y una cuestión de aritmética presupuestaria. Sin embargo, en manos de ciertos líderes, la fría contabilidad se transforma en un arma arrojadiza. Este no es un desliz casual, sino el síntoma de una tendencia global donde las relaciones internacionales se convierten en una extensión de la marca personal del líder. Los desacuerdos ya no son divergencias de intereses, sino afrentas personales.
Al afirmar que “España no paga”, en lugar de “el gobierno de Sánchez no cumple el objetivo”, se personaliza el agravio y se eleva de una disputa política a una ofensa nacional. Esta estrategia es calculada. Es más fácil movilizar a la opinión pública contra una “nación morosa” que contra una administración con prioridades específicas.
Aquí entra en juego la asimetría de la percepción. Las palabras del presidente de la mayor superpotencia del mundo tienen un peso inmenso. Lo que en el debate interno estadounidense puede ser una bravuconada para el electorado, en Madrid se percibe como la posición oficial de un aliado indispensable. Por eso la “regañina” resulta tan inaceptable para los españoles: por su tono, su forma y, sobre todo, por el desequilibrio de poder desde el que se emite. Si el presidente Trump quiere debatir con el señor Sánchez, que lo haga. Que se dirija a su homólogo, no que amoneste a un pueblo.
El olvido de la “Razón de Estado”
Este choque de líderes se convierte en el combustible perfecto para la polarización interna en ambos países. Los medios simplifican la narrativa en un duelo “Trump vs. Sánchez”, y el complejo debate sobre estrategia de defensa queda sepultado bajo capas de ruido partidista.
Lo que esta retórica ignora deliberadamente es la “Razón de Estado”: los intereses estratégicos y permanentes que unen a dos naciones más allá de sus gobiernos de turno. La relación entre España y Estados Unidos es infinitamente más profunda que la química personal entre sus líderes. Es una alianza cimentada en décadas de cooperación militar en bases como Rota y Morón, en lazos económicos y culturales, y en una colaboración vital en materia de inteligencia. Sin olvidar, claro está, agravios y reconocimientos en uno y otro país como son por un lado la inestimable colaboración de España en la independencia de los Estados Unidos, de la que se cumplen ahora 250 años, o la malévola intervención de los Estados Unidos para acabar con la presencia de España en América y en Asia a finales del siglo XIX, después de un siglo de intentarlo sin éxito. Hechos que han marcado de manera muy profunda la historia de los dos pueblos hasta nuestros días.
El gran peligro del populismo es su disposición a sacrificar estos intereses a largo plazo, esta “Razón de Estado”, a cambio de una victoria mediática o un aplauso en un mitin. Es el sacrificio del futuro por el presente. Y en este punto conviene no olvidar tampoco la campaña personal antiTrump que durante años ha condicionado e incluso pervertido su imagen en España alimentada, no solo, pero de forma muy intensa e importante, por los distintos gobiernos del propio señor Sánchez. Sensu contrario, la alianza de este último con aquellas estructuras políticas directamente enfrentadas con el señor Trump, como por ejemplo el Grupo de Puebla, no facilitan sino que consolidan la personalización y consiguiente percepción asimétrica del relato, negativo para España, en los Estados Unidos.
Más allá de la Casa Blanca y la Moncloa
Aquí recae una nueva responsabilidad sobre la sociedad civil y los medios de comunicación: la de actuar como filtro. Si los líderes y sus altavoces mediáticos simplifican y polarizan, recae sobre el ciudadano la responsabilidad de mantener la perspectiva, de informarse más allá de los titulares y de recordar que un socio estratégico no se convierte en enemigo por las declaraciones de un líder efímero.
Los gobernantes son temporales, pero las naciones y sus relaciones perduran. El daño real del actual enfrentamiento no es el desacuerdo sobre un porcentaje del PIB, sino el deterioro que la retórica populista puede infligir a la percepción mutua entre dos pueblos aliados. En un mundo cada vez más inestable, la sensatez debe prevalecer sobre el exabrupto. La historia juzgará con severidad a quienes olvidan que la diplomacia es el arte de construir puentes, no de dinamitarlos para la foto o para otros intereses espurios a los que nuestra corta visión de ciudadanos del montón no alcanza a conocer ni comprender por más que podamos imaginarlos.
Juan Manuel Martínez Valdueza
Editor y responsable de contenidos en medios como La Crítica y Militares Hoy. Especializado en análisis político, militar y cultural, combina sensibilidad ética con mirada crítica sobre los relatos dominantes.