... Sus hagiógrafos coinciden en que las características de su vida fueron la humildad y la abnegación producto de su amor a Dios y, sobre todo, a los necesitados en quienes veía a Cristo doliente y necesitado. Jamás habló de sí mismo, por lo que no se conoce casi nada de su vida. Únicamente sus obras, ya que buscó y consiguió desaparecer detrás de ellas. Se discute incluso la fecha de su nacimiento que unos fijan en el año 1154 y otros en 1160, si bien la fecha más probable sea esta última. Sus padres fueron Eugenio, Barón de Mata y Marta Fenouillet, que aunque no era de familia noble, sí pertenecía a una familia marsellesa muy importante.
Si bien es cierto que su humildad hizo que no sepamos casi nada de su vida, sí es previsible que le contaran la hazaña de Raimundo, el futuro San Raimundo de Fitero, mitad monje, mitad soldado, que ante el miedo de los Caballeros Templarios, defendió él la estratégica plaza de Calatrava y fundó el año 1158 la Orden militar religiosa de Calatrava, la más antigua de las españolas. Y no sólo tendría noticia de la fundación de los Templarios sino también de la transformación de los Hospitalarios en Orden Militar.
Nació Juan en el pontificado de Alejandro III cuando aún existía el antipapa Víctor IV, debido al conflicto entre el papado y el imperio que entró así en su fase más difícil y aguda. El pontificado de Alejandro III fue dramático desde el principio: el mismo día de su elección, en el mismo recinto de la Iglesia de San Pedro, los enfrentamientos entre los partidarios de Víctor y los de Alejandro fueron tan brutales, que se llegó al derramamiento de sangre. Pero superado el cisma y durante los 22 años de su pontificado tan atormentado, Alejandro III se perfiló como uno de los personajes más destacados de su época. Su serenidad y su sentido de la medida, aliados con la conciencia de su legitimidad y su constante lucha por la paz, su simpatía popular, sus cualidades de jurista y como jefe de Estado, hicieron de él uno de los papas más grandes de la Edad Media. Canonizó, entre otros, a Tomás Becket –el arzobispo asesinado cuatro años antes en su catedral de Canterbury– y al francés Bernardo de Claraval, considerado por muchos estudiosos como el hombre más importante e influyente de su tiempo. (Los Papas, Jean Mathieu-Rosay, Ed. Rialp, 1990, p.251). A otro Papa que conoció personalmente y que fue decisivo en la fundación de su Orden, fue a Inocencio III, que además erigió la Universidad de París en 1215, cuando Juan todavía vivía.
Así mismo, conoció los III y IV concilios de Letrán, que constituyen el undécimo y el duodécimo de los Concilios Ecuménicos; e igualmente la caída de Jerusalén en poder del Islam y la cuarta Cruzada, así como la fratricida Cruzada contra los albigenses (de Albi, ciudad situada al suroeste de Francia), en la que antes predicaron los recién aprobados religiosos mendicantes de la Orden de Predicadores (Dominicos); y la victoria cristiana de las Navas de Tolosa en la que también participó Aragón, como es probable, que supiera del principio del reinado de Fernando III, el único rey santo de la monarquía española.
Juan vivió, sobre todo, en Francia, en tiempos del rey Felipe II, que reinó de 1180 a 1223, es decir, casi toda la vida de Juan. Este rey, conocido como Felipe Augusto, es uno de los reyes más estudiados y encomiados de Francia por su triunfo frente a los señores feudales, que permitió consolidar el poder real, así como sus enfrentamientos con Ricardo Corazón de León, sus victorias en sus luchas contra Juan sin Tierra y la importante batalla de Bouvines, con la victoria absoluta de Felipe Augusto a pesar de su inferioridad numérica. Junto a sus éxitos militares, Juan presenció la realización de sus grandes proyectos, especialmente en París y como dato curioso, que modificó su título y pasó de ser Rey de los Francos a Rey de Francia, de hecho, desde 1205, se conoció a su país como Reino de Francia.
Por lo que respecta a España, pasó una gran parte de su vida bajo el reinado de Pedro I, apodado el Católico, rey de Aragón (1196-1213), conde de Barcelona y señor de Montpellier. Su reinado transcurrió durante las luchas contra los almohades, que habían invadido la Península en 1147 y no fueron expulsados hasta 1230. Los almohades se enfrentaron con los almorávides, que les habían precedido por considerarlos herejes y apóstatas del islamismo. Derrotados los almorávides, los almohades integraron otra vez todos los reinos musulmanes de la Península y restablecieron el orden. En sus enfrentamientos con los cristianos, sobresale su victoria sobre Alfonso VIII en la batalla de Alarcos, en el año 1195. Al igual que los almorávides, su influencia aportó cierta estabilidad y prosperidad económica y cultural, llevando a cabo numerosas construcciones y rodeándose, en el campo de la cultura, de los mejores literatos y científicos de la época. La decadencia almohade se gestó cuando todos los reyes cristianos, con Navarra, León, Castilla y también Aragón a la cabeza, se unieron y consiguieron la aplastante victoria de las Navas de Tolosa, el año 1212.
Es posible que debido a que su madre procedía de una influyente familia marsellesa, conociera, en el puerto de Marsella, un penoso problema humano de la sociedad de aquel entonces: la lastimosa situación, física y espiritual, de los cautivos de musulmanes y piratas berberiscos, que vivían como esclavos en unas condiciones durísimas, casi inhumanas. Esas terribles condiciones durante días, meses y años, hacían que algunos tuvieran algún momento de flaqueza y renegaran de su Fe. Por lo que Juan decidió rescatarlos.
Una a modo de costumbre que sorprende en nuestra época es que en tiempos de Juan, era preciso ser sacerdote, para rescatar a los cautivos, por lo que Juan marchó a París donde se doctoró en Teología y se ordenó sacerdote. A continuación fue a ver al Papa, Inocencio III –quizá el Papa con más poder y autoridad de la historia de la Iglesia–, que era reacio a que se fundaran nuevas órdenes religiosas, pero al final aceptó la de Juan, y no sólo aprobó sus estatutos y organización, sino incluso el hábito que en sus tres colores representaba la santísima Trinidad, de forma que con la bula de aprobación del 17 de diciembre de 1198 nació la Orden de la Santísima Trinidad y Redención de Cautivos, muy favorecida por el rey Felipe Augusto.
Fundó sus primeras casas en Francia y también en España hizo numerosas e importantes fundaciones en Toledo, Segovia, Burgos, Lérida y Daroca. Dedicó su vida al cuidado sobre todo de los cautivos y murió en el convento, que le había donado el propio papa Inocencio III, llamado Santo Tomás in Órdenes, a finales del año 1213. San Juan de Mata no ha sido canonizado oficialmente, pero el Papa Inocencio XI fijó su fiesta el 8 de febrero y posteriormente la Congregación de Ritos, la hizo extensiva a la Iglesia universal.
Ha dicho un historiador que San Juan de Mata resultó mucho más célebre después de su muerte que durante su vida. Su existencia transcurrió en la penumbra, casi en la oscuridad. No pensó en su persona, sólo pensó en su obra y su mayor deseo fue desaparecer detrás de ella o fundirse con ella. El investigador puede lamentarlo, pues esta circunstancia le priva de datos y documentos y le complica la tarea. Pero el cristiano debe admirar tan honda abnegación, este practicar el Ama nesciri al pie de la letra y aprovechar la lección de humildad que encierra. Abnegación y humildad que como siempre, fueron muy fecundas, la Orden de los Trinitarios se difundió rápidamente por Europa especialmente por Francia, España, Portugal e Italia. Sigue existiendo todavía, a pesar de que ha desaparecido el principal objeto de su fundación (pero siempre habrá cautivos en el mundo prisionero de las cárceles materiales de los hombres, prisioneros de la cárcel espiritual del pecado). (Robert Ricárd, Año Cristiano, Ed. Biblioteca de Autores Cristianos, 1959, p. 305).
Pilar Riestra