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Signo de los tiempos: ¿El fin de la libertad? (II)

Victoria del ordenador de IA AlphaGo frente al campeón del mundo de Go, Lee-Se-dol, en 2017. (Foto: https://www.nytimes.com/ REUTERS).
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Victoria del ordenador de IA AlphaGo frente al campeón del mundo de Go, Lee-Se-dol, en 2017. (Foto: https://www.nytimes.com/ REUTERS).

LA CRÍTICA, 15 AGOSTO 2021

Por Francisco Ansón Oliart
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Merece la pena repasar el crecimiento de la IA que hemos vivido la mayor parte de los lectores de este periódico y que se ha publicado, parcialmente, en anteriores artículos.

Ya en 1995 las máquinas manifestaron algunas actividades que cabe considerar propias de la inteligencia humana, Así, aquel año, demostraron ser invencibles en el juego de damas; y lo mismo ocurrió dos años después con el yang; y dio la vuelta al mundo la noticia de que aquel mismo año, el ordenador de IBM, Deep Blue, venció al campeón del mundo de ajedrez, Kasparov.

El paso siguiente, (...)

... cualitativamente diferente, fue el avance conseguido por la IA denominado, con acierto, aprendizaje automático, puesto que la máquina va aprendiendo de los distintos datos que se le van facilitando. Así, el 2011, el ordenador de IBM Watson venció en el concurso de preguntas y respuestas Jeopardy!, que emite la cadena de televisión estadounidense ABC, al imponerse al mejor concursante de la historia del programa, Ken Jennings, habida cuenta que algunas de las preguntas, respondían a contextos y palabras de doble sentido.

En 2016, una nueva hazaña de la máquina sobre el hombre –que se contó con detalle en este periódico–, en el apasionante torneo entre la máquina de Inteligencia Artificial Alpha Go de Google y el surcoreano Lee Se-dol, campeón mundial del llamado ajedrez oriental o go. La competición fue a cinco partidas y hubo un momento emocionante, cuando el campeón, después de perder las tres primeras partidas, consiguió vencer a Alpha Go en la cuarta, tras casi 5 horas de juego. Sin embargo, fue derrotado definitivamente en la quinta. Se da noticia de esta victoria porque, AlphaGo constituye un tipo de tecnología desconocido hasta el presente. A diferencia de Deep Blue, la máquina que venció a Kasparov –dado que el go entraña una cantidad de movimientos tan superior a los del ajedrez que, en la actualidad, no hay ordenador capaz de calcularlos–, AlphaGo debió aplicar redes de neuronas artificiales que van aprendiendo automáticamente, para encontrar la estrategia adecuada. Y otra manifestación más: en 2018, DeepStack ganó en la modalidad de póker más compleja, (¿acaso las máquinas de IA saben ya mentir?).

Volviendo a los juegos de mesa. En el ajedrez, donde hay piezas con diferentes fortalezas, al iniciar el juego existen 20 movimientos posibles, y después de la primera jugada ya son 400 posiciones posibles en el tablero. La diferencia con el juego del go, es extraordinaria: hay 361 movimientos de apertura posibles y tras la primera jugada, asciende a 128.960 movimientos posibles. La única manera de que venciera la máquina era desarrollar algoritmos de aprendizaje que permitieran a los ordenadores aprender por sí mismos. La versión de AlphaGo que venció a Lee Se-dol, necesitó los datos de casi cien mil partidas de go. La segunda versión se puede decir que era capaz de aprender desde cero, por lo que se la bautizó AlphaGo Zero y al parecer apenas necesitó 70 horas para derrotar a la primera versión. Los investigadores habían conseguido un sistema que se entrenaba y aprendía por sí mismo: el aprendizaje profundo, que ya utilizamos, por ejemplo, quizá a diario, con los asistentes de voz, Alexa, Google, Siri o Cortona. Pero los avances han continuado, si bien por no alargar el artículo y hacerlo impropio de un periódico diario, no se consignan y únicamente se presenta, de la mano de Amy Webb, una muestra de las posibilidades que ofrece la IA a la probable futura Autoridad mundial para ejercer su poder de gobierno.

“…China está utilizando la IA en un esfuerzo por crear un pueblo obediente.” El plan de IA para 2030 del Consejo de Asuntos Estatales de China explica que la IA “elevará de manera significativa la capacidad y el nivel de gobernanza social”, y contará con la IA para desempeñar “un papel primordial en el mantenimiento de la estabilidad social”. Esto se está logrando a través del sistema nacional de Puntuación de Crédito Social de China, que, según la carta de fundación de Consejo de Asuntos Estatales, “permite a las personas dignas de confianza moverse por donde quieran, y les dificulta a las personas desacreditadas a dar un solo paso”. (ob. cit, p.72).

Pues bien, en Rongecheng, ya se ha demostrado, mediante un sistema algorítmico de puntuación de “crédito social”, que la IA sí funciona. A los 740.000 ciudadanos adultos de Rongecheng, se les asignaron 1.000 puntos que aumentaban o disminuían según su conducta (los datos que a continuación facilito, como se han publicado en otros libros y artículos, no corresponden necesariamente a la citada autora). Si el ciudadano cruzaba una calle indebidamente, perdía puntos; si utilizaba un trasporte público sin pagar, se pegaba su fotografía en las paredes donde este ciudadano cogía habitualmente ese trasporte y así mismo, se colocaban, igualmente, fotos suyas en la calle donde vivía notificando su infracción; si dedicaba más tiempo del previsto a los videojuegos disminuía su puntuación; y así un largo etcétera. Por el contrario, si el ciudadano realizaba otras muchas acciones que las autoridades consideraban positivas, como, por ejemplo, comprar pañales de bebé, se le premiaba con un aumento de la puntuación que repercutía en todos los órdenes de su vida y la de su familia; así, a la hora de ir a un determinado Colegio o Universidad, o tener opción a un puesto de trabajo,…

Tal vez el lector se haya sorprendido que constituya un premio la adquisición de pañales de bebé en un país con política y obligación de “hijo único”. La razón de este cambio puede residir en el análisis que el científico español Javier Pérez Castells, establece, al considerar que desde las ideas neo-maltusianas, tan aceptadas durante los pasados años 70 y que “demostraban” la imposibilidad de que el mundo pudiera alimentar a la futura población, el informe Kissinger manifestó la necesidad del control de la natalidad, con tal éxito, que ha producido un efecto preocupante. Como se sabe, el índice de natalidad para garantizar la reposición de una población es de 2,1 por mujer. Pues bien, en Estados Unidos, Canadá y Australia oscila entre el 1,7 y el 1,6, en Rusia, es el 1,6, en la India, el 1,5, en Asia y Suramérica el 1,8, en Europa, el 1,4 y únicamente en África, el 3,9. Por consiguiente, las migraciones previstas, corren el peligro de no reponer la población de la mayor parte del mundo y China, que según numerosos estudiosos encabezará el liderazgo mundial en un futuro próximo, no desea encontrarse con una pirámide de población invertida en la que haya mayor número de personas viejas, frente a las que están en edad de trabajar.

Naturalmente, la IA permite usos muy diferentes al que se ha llevado a cabo en Rongecheng, pero la aplicación anterior ya pone de manifiesto las posibilidades que una Autoridad mundial tiene, y que jamás, hasta el presente, han existido en la Historia. De hecho, hablando con un experto en estas nuevas tecnologías me aseguraba que monitorizar, como ya lo están haciendo en China, se podría hacer en Europa, Estados Unidos, Canadá y Australia, “de la noche a la mañana” y ni mi amable lector ni yo, nos enteraríamos de que estamos siendo monitorizados, hasta que nos encontráramos con una sorpresa agradable o desagradable. Por ello, de lo expuesto se deduce la oportunidad de la Comisión Europea de regular el cómo y el para qué utilizar la IA.

Resta, pues, un tercer artículo que intente concluir cómo será el ejercicio del poder de esa previsible Autoridad mundial, sobre todo, habida cuenta que la IA es sólo una de las posibilidades que esa Autoridad mundial tiene en la actualidad a su disposición.

Francisco Ansón

Francisco Ansón Oliart

Investigador y escritor; licenciado y doctor en Derecho (Universidad Complutense de Madrid); doctor of Philosophy and Psychology (K-University, California); licenciado en Ciencias de la Información (Universidad Complutense de Madrid); doctor en Ciencias de la Comunicación (Universidad Camilo José de Cela)

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