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La mano de dios: los pies del diablo

Fotograma de 'Este muerto está muy vivo'
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Fotograma de "Este muerto está muy vivo"

LA CRÍTICA, 30 NOVIEMBRE 2020

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Por si alguien no lo sabía Diego Armando Maradona ha muerto. Sí, convénzanse los fanáticos periodistas que juran y perjuran que vivirá eternamente y siguen mareando al muerto de acá para allá como si de un Bernie más –“Este muerto está muy vivo” (Weekend at Bernie’s)– se tratase y, como si fuera El Cid, sacar algún beneficio postrero. ¡Déjenle descansar, por favor! (...)

... El “fenómeno Maradona” –no me refiero al genio indudable y casi sobrenatural del deportista– debería hacernos reflexionar un momento sobre lo que representa el mundo de las emociones contrapuesto a lo racional. Es indudable que una buena parte de las genialidades del ídolo son un fraude, una trampa permanente que nadie queremos ver: partidos y más partidos bajo los efectos de estimulantes; el gol intencionado con la mano manifiestamente ilegal en la final del 86… enseguida son transformados bajo el manto de las emociones en burdas justificaciones que ciegan la razón: “cada vez que me drogo es un favor que hago a los rivales pues juego mejor sin drogas”; “el gol ha sido la mano de Dios”…

¡Qué traidoras son las emociones! Fundamentales en nuestra vida pueden cegarnos hasta el punto de aplaudir al que nos engaña, de admirar al que nos domina y de ver en el fraude permanente virtudes imaginarias que nos impiden razonar.

El “fenómeno Maradona” tiene una segunda lectura que me preocupa sobremanera y nos hace ver lo despreciables que podemos llegar a ser. Ya en la mitología griega los dioses más populares (Zeus, Atenea, Era, Urano, Cronos, etc.) eran curiosamente los más infieles, viciosos, despiadados, o miserables.

Igual ocurrió con artistas de todo tipo, con indudable calidad de base, que solo triunfaron –algunos después de muertos– cuando el gran público fue consciente de su desgraciada vida, fuera por lo licenciosa o simplemente desafortunada. Dudo mucho que Diego hubiera provocado tantas lágrimas si hubiese tenido una vejez plena y satisfactoria como la de su compatriota Di Stefano al que perfectamente se le puede comparar en virtuosismo con el balón. Deberíamos hacernos mirar esta admiración morbosa por las desgracias ajenas.

Líbreme ese mismo dios que puso una mano –no lo metió con la mano dijo el comentarista “lo metió con el alma”– delante de las narices del guardameta Peter Shilton en el mundial del 86, de hablar mal de los que se han ido y por ello no detallaré su vida personal, simplemente afirmo que aquella fue el peor ejemplo posible para nuestra juventud y por eso me parece un contrasentido esta locura colectiva que incluye tres días de luto oficial en Argentina para alguien que simplemente tenía unos pies que sabía mover como el mismísimo diablo.

Tal vez tengan razón esos periodistas y Maradona no ha muerto este 25 de noviembre. No puede morir lo que ya está muerto. Para mí, Diego murió en Barcelona en el 82 cuando quiso ser más que un dios y como ángel caído se metió de lleno en el mundo de las drogas. ¡Descansa en paz dios con pies de diablo!
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