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San Pedro Damián: tiempos difíciles en la Iglesia

San Pedro Damián (Rávena, 1007 - Faenza, 1072).
San Pedro Damián (Rávena, 1007 - Faenza, 1072).

LA CRÍTICA, 31 ENERO 2020

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Pedro nació en Rávena en 1007, benjamín de familia numerosa y muy pobre, pasó verdadera hambre y tuvo que emplearse como porquerizo, antes de comenzar sus estudios, que realizó en varias ciudades, tutorizado por su hermano Damián (...)

... y demostrando tan extraordinaria capacidad e idoneidad para los mismos, que con sólo 25 años ya enseñaba en la Universidad, si bien, tres años después, esto es, con 28 años, se retiró al eremitorio camaldulense de Fonte-Avellana.

Pedro vivió en un siglo en el que hubo de sufrir mucho por la situación de la Iglesia, que estaba saliendo del “Siglo de Hierro” o “Siglo Obscuro”, pero que demostró la fundación divina de la Iglesia, porque con aquella colección de papas y de la propia curia, ninguna institución humana hubiera podido subsistir. Afortunadamente Enrique lll, amparándose en que era “Patricio de los romanos”, nombró varios papas alemanes que comenzaron a mejorar la situación.

Sin embargo, resultaba evidente que la Iglesia no podía aceptar el dominio absoluto del poder imperial, por lo que los eclesiásticos, con los nuevos papas (ya había muerto Enrique lll), buscaron la independencia que el Pontificado necesitaba para cumplir su misión. Las dos personas que más contribuyeron a conseguir la ansiada independencia fueron, nuestro Pedro Damián y el monje Hildebrando, el futuro Gregorio Vll, sobre todo este último.

Ahora bien, la renovación de la Iglesia suponía: acabar con el “nicolaísmo”, es decir, con la inobservancia del celibato, esto es, el concubinato generalizado; la “simonía”, o la compra y venta de cargos y ministerios espirituales; y la investidura laica, causa de los anteriores males, al constituir un mal en sí mismo, por ser los reyes, emperadores y autoridades seculares los que nombraban e investían a personas laicas para desempeñar los oficios eclesiásticos. Éste fue el origen de la “guerra de las investiduras”, que enfrentó al Pontificado y al Imperio, las dos potestades, fundamento de la cristiandad medieval: la primera, y a su cabeza el Papa, que representaba el poder espiritual, y la segunda, el Emperador, el poder temporal, destinadas ambas a entenderse y complementarse, si bien en éste, y otros casos, no fue así. (José Orlandis, HISTORIA DE LA IGLESIA, Ed. RIALP, 2001, p. 82).

En menor medida, tuvo que afectar a Pedro, el Cisma entre las cristiandades de Oriente y Occidente. En efecto, el Papa envió dos legados a Constantinopla, con objeto de negociar la paz eclesiástica, pero uno de ellos, Humberto de Silva, el 16 de Julio de 1054, depositó sobre el altar de la catedral de Santa Sofía una bula de excomunión. Miguel Celulario con sentimientos de profunda animadversión, rayanos con el odio, hacia Roma, reunió a su sínodo patriarcal y una semana después, excomulgó no sólo a los legados, sino también a quien los había enviado, con lo que el Cisma ya era un hecho concluso.

He dicho que a Pedro le debió afectar en menor medida, porque, como constata el Catedrático de Historia de la Iglesia, José Orlandis, al que sigo en esta exposición, “el cisma quedaba así totalmente abierto, aunque cabe pensar que muchos contemporáneos -y quizá los propios protagonistas del episodio- pudieron creer que se trataba de un incidente más, de los muchos registrados hasta entonces en las difíciles relaciones entre Roma y Constantinopla. Lo que parece indudable es que, para la masa del pueblo cristiano griego y latino, el comienzo del Cisma de Oriente pasó del todo inadvertido.” (ibídem, p.80).

En la segunda etapa de su vida, Pedro, abandonando su eremitorio camaldulense, fue el artífice de tantas reconciliaciones y consecuciones de paz, entre grupos y facciones casi irreconciliables, que allanó el camino a su buen amigo Hildebrando, el futuro Gregorio Vll, en la “cuestión de las investiduras”.

Sin embargo, a pesar de la radical oposición de Pedro, el papa, Esteban lX, le nombró cardenal de Ostia (decano del sagrado colegio de cardenales), amenazándole, bajo pena de excomunión, si Pedro no aceptaba el nombramiento.

Fue legado papal en diferentes países y escribió numerosos libros y cartas, sin embargo, uno de sus libros destaca, quizá por la conmoción que produjo: “Su libro de Gomorra, escrito en 1051, en el que se fustiga la incontinencia y la simonía de los clérigos, incluidos los de la Curia Romana, es sin duda la obra más escabrosa que haya salido de la pluma de un santo. Estuvo incluida en el Índice hasta 1900.” (Omer Englebert, El libro de los santos, EDICIONES INTERNACIONALES UNIVERSITARIAS, 1946, p.74) Y es que, como se ha dicho, fue el fustigador incansable de las principales lacras de la época: la simonía, los abusos de las autoridades seculares y la inmoralidad del clero.

Falleció, a los 65 años de edad, el 22 de Febrero de 1072 (debido a la fiesta de la cátedra de San Pedro, la suya se ha adelantado al día 21), justamente cuando regresaba, después de haber conseguido que sus conciudadanos de Rávena reconocieran al legítimo Papa.

La Oración colecta de su Misa dice: “Dios todopoderoso, concédenos seguir con fidelidad los consejos y ejemplos de San Pedro Damián, obispo, para que, amando a Cristo sobre todas las cosas, y dedicados siempre al servicio de tu Iglesia, merezcamos llegar a los gozos eternos.” Con relación a los ejemplos que destaca la colecta, “también hoy la valoración de la situación decadente en ciertos campos de la moralidad pública debe encontrar en este ejemplo magistral un punto de apoyo decidido y animoso. El segundo motivo de imitación de San Pedro Damián –que también destaca la colecta- nace de su dedicación al servicio de la Iglesia, que le hizo abandonar su amada soledad de Fonte-Avellana, a causa de las diversas legaciones de pacificación como las de Milán (entre clero y pueblo, por las ordenaciones simoniacas), de Rávena...” (Enzo Lodi, LOS SANTOS DEL CALENDARIO ROMANO, Ed. SAN PABLO, 1990, pp. 93-95).

Termino, con la reproducción de dos párrafos, de sendos biógrafos, que sintetizan con acierto el espíritu y el sentido espiritual de la actividad de san Pedro Damián.

Francisco Pérez, escribe: “Las dos facetas de la vida de Pedro Damián, reformador del monacato occidental y legado político-religioso -de alta política internacional- de los papas, hicieron a Pedro Damián uno de los hombres más excepcionales del siglo XI con una influencia decisiva para poner orden en la maltrecha Iglesia de aquella hora... Quien se hubiera hecho la idea de que el monje es un ser extraño, desconocedor de lo que pasa a su alrededor, un tanto ignorante, de espíritu bonachón, un ser pusilánime y apocado ante la dureza de los problemas que trae la vida, y que deja todo en manos de la Providencia mientras disfruta de la vida coloquial con Dios, se ha equivocado de plano. Sentir con la Iglesia y vivir en tensión de amor a Dios hace que las preocupaciones y males de los otros se sientan más crudamente y se esté dispuesto a poner con energía los medios necesarios para hacer triunfar el Reino de Dios, aunque cueste la misma vida. El eficaz Pedro Damián, monje como el más enamorado del monacato, sirvió a la Iglesia intentando dar solución a los más enrevesados problemas. Es palpable que la inmensa mayoría de sus contemporáneos seglares no hubieran podido ni siquiera arañar lo que él realizó,…” (Francisco Pérez González, Dos Mil Años de Santos, Ediciones PALABRA, 2001, p.232).

Y Bernardino Llorca, concluye: “San Pedro Damián fue, indudablemente, uno de los hombres que más intensamente trabajaron en el siglo XI para fomentar el espíritu de consagración a Dios y de la vida de soledad y penitencia. Mas forzado por la necesidad de los tiempos y en particular por la obediencia al Romano Pontífice, trabajó también incansablemente por la reforma eclesiástica en multitud de legaciones y otras difíciles empresas, con todo lo cual debe ser considerado, al lado de San Gregorio VII, como uno de los hombres más insignes y beneméritos de la Iglesia en el siglo XI… Con su vida ejemplar y con los conocimientos que fue adquiriendo, se constituyó bien pronto en el verdadero maestro de los ermitaños reunidos en Fonte-Avellana. En realidad, pues, San Pedro Damián puede ser incluido en el número de los fundadores de este nuevo género de vida religiosa, mezcla de vida solitaria y de comunidad que tanto bien reportó a la Iglesia… De este modo se preparaba San Pedro Damián para lo que debía ocuparle durante la segunda parte de su vida, que era el servicio de la Iglesia con importantes cargos y legaciones, es decir, con una vida apostólica de intensa actividad, tan contraria a su inclinación espiritual a la soledad y penitencia.” (Bernardino Llorca, S. I., AÑO CRISTIANO, Tomo 1, Ed. B.A.C., 1959, p. 422).

Pilar Riestra
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