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Negro (y verde) sobre blanco: atrapados en la AP-6

Foto: La Crítica
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Foto: La Crítica

14 FEBRERO 2018

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He preferido esperar a que se derritan las nieves, a que se calmen los ánimos, a que se apaguen las voces de los que buscan cabezas, para tener una visión más global sobre las nevadas del pasado 6 Y 7 de enero que afectaron a muchos miles de conductores –entre los que me incluyo– en la AP-6 y que dejaron al descubierto la escasa formación vial de los conductores, la inutilidad de los organismos autonómicos, la incompetencia –salvo en el aspecto recaudatorio– de la DGT y el menosprecio con el que los explotadores de las autopistas tratan a los usuarios.

Esta espera de más de un mes (ya he contado hasta más de diez mil…) nos permite valorar los despropósitos del Director General de Tráfico en su comparecencia parlamentaria que, salvo echar balones fuera, pedir disculpas –eso le salva de la quema– y darnos consejos –también son de agradecer– sobre la precipitación al escribir en redes sociales, no aportó nada digno de mención.

Que nadie hable de nevada sorpresa. La AEMET días atrás –y otros modelos de predicción– habían previsto con suficiente antelación –kilometro arriba, kilometro abajo– el lugar exacto donde iba a nevar, el momento –también minuto más o menos– y la cantidad de precipitación –digamos los centímetros de nieve– acumulada, por lo que, si hay que buscar un culpable directo, es el explotador de la concesión de autopistas que por aquello de ser fiestas y no pagar sueldos adecuados no supo estar a la altura.

Foto: La Crítica

Tenía yo que coger un vuelo en Madrid la tarde del 7 por lo que, ante la previsión de nevadas en la noche del 6 y madrugada del 7, salí con tiempo suficiente a las seis de la tarde desde Astorga calculando que a las 9 estaría en Madrid, antes de que las carreteras pudieran complicarse. Ni la información de la página de la DGT ni las emisoras de radio (en especial los boletines de Radio Nacional) advertían nada en contra.

El primer aviso de que las cosas podían ir mal fue un cartel luminoso a la altura de Medina del Campo que decía: “AP-6 CORTADA. NECESARIO CADENAS EN LA N-VI”. Lo incoherente de esta información, y pensando que podía tratarse de un accidente, hizo que parara en la próxima gasolinera a recabar más información, a llenar el depósito, y en previsión a comprar leche, galletas y agua absolutamente convencido de que, en última instancia, mis nuevos neumáticos de invierno y la tracción integral de mi coche me permitirían continuar por la carretera sin ningún problema.

En la cola de los que compraban cadenas me enteré de que a los gestores de la AP6 les había sorprendido la nevada, pero que se podía circular perfectamente con cadenas por la carretera N-VI pues la Guardia Civil filtraba los vehículos.

Convencido de que el problema en la AP6 sería un accidente puntual y toda vez que en el resto de carteles luminosos había desaparecido la prohibición de circular, me metí por la autopista.

Todo fue bien hasta el km 110 donde, a velocidad lenta, pude comprobar cómo algunos coches perdían adherencia y se salían del carril. Los más intrépidos se colaban por los arcenes patinando de manera alarmante hasta que, en el kilometro 80 sentido Madrid, se formó tal bloqueo por coches cruzados que era imposible superarlo. Estaba nevando y en aquel momento ya había 10 cm de nieve.

Serían entonces las nueve y media de la noche de Reyes. Hasta las 8 de la mañana del día siguiente nadie al auxilio, ni información tanto por parte de de la DGT como de las emisoras de radio (excepción hecha de la SER y la COPE con sendos breves boletines basados en información de los atrapados) y mucho menos del 112 de Castilla y León al que llamé dos veces y que, nutriéndose de mis informaciones, solo pudo aportarme buenos consejos.

Ya no digamos de un ente que se lleva nuestros dineros y que algunos conocen por Protección Civil, que “luce bonito” en los simulacros y que históricamente se ha demostrado absolutamente ineficaz.

Así hasta el amanecer, mi mujer y yo –y tal vez nuestra perra– maldiciendo a Iberpistas, a sus inversores y al gobierno que lo permitía, apagando y encendiendo el motor cuando el frío lo pedía y procurando ahorrar combustible por si las moscas.

Foto: La Crítica

Fue con las primeras luces del alba cuando vimos el primer punto de esperanza en forma de luz azul por el retrovisor. “Estamos salvados” dijo mi mujer. Y en efecto, una tímida y parpadeante luz azul se fue haciendo más intensa por el arcén izquierdo aunque costó medía hora verla de cerca. Era lógica la lentitud, los pequeños –¿cómo no iban a parecer pequeños si media pierna estaba enterrada en la nieve?– hombres de verde que precedían al camuflado 4x4 que normalmente pone multas, venían a pie. Su paso era lento, cansino pero firme, avanzando metro a metro, conquistando terreno, diciendo “apártense, dejen libre el carril izquierdo para la quitanieves” y cuando los coches no podían maniobrar los empujaban liberando la zona izquierda.

La silueta –salvo el tricornio y mosquetón– me recordó una estampa de mi infancia en la que una pareja de civiles avanzaba en la montaña hundidos en la nieve en medio de una ventisca con las capas verdes arrebatadas por el viento.

Fue entonces cuando creí ver a mi vecino el Guardia de Tráfico de Astorga con el que coincido a veces tomando el café de la mañana. Le llamé por su nombre pero no me oyó, estaba metiendo la espalda en un Fiat 500 delante de mí para apartarlo. Luego vino el Teniente al que solo conozco de vista. “¿Pero qué hacéis los de Astorga por aquí?” pregunté. “Manda narices que tengamos que venir desde 300 kilómetros para rescataros” contestó. Luego supe (y esta es la ventaja de esperar para contar las cosas) que eran más de 300 los kilómetros hechos, que era la patrulla doblando turno de la noche anterior que fue comisionada desde Villafranca del Bierzo y que llevaban no menos de 30 km caminando por la nieve empujando coches –teniente incluído– para solucionar el problema.

Sirvió de poco el esfuerzo de los guardias de tráfico: la quitanieves de la autopista tardó en aparecer dos horas, tanto que el carril liberado ya había sido invadido de nuevo por los intrépidos del volante. La quitanieves llegó tan tarde que ni siquiera sirvió para canalizar a los vehículos atrapados hacia el sentido contrario como los agentes de tráfico habían previsto.

Fueron necesarias otras dos horas más hasta que los militares de la UME con su uniforme negro, con máquinas, palas y a empujones fueron liberando coches uno por uno desde la cabeza del atasco. En los bordes de la carretera se observaban palas con tractores oruga que no fue necesario bajar de los camiones.

Para estos hombres de negro mi agradecimiento. Y vive dios que se lo di al pasar ante ellos tocando el claxon y soltando las manos del volante –comprobando que no me vieran los de verde, claro está– y apretándolas en señal de gratitud. “¿Por qué haces eso?” dijo mi mujer. “Cariño” le contesté, “después de jugarse la vida, quizás sea esta la única muestra de agradecimiento que reciban de la sociedad, pero estate tranquila, ya están acostumbrados” apostillé.

Como conclusión:

Bien por la UME, sufridos servidores y rescatadores militares de la sociedad civil.

Bien por los Guardias de Tráfico continuadores de las patrullas que años atrás formaban lo que se conocía como “Auxilio en Carretera”, hoy diezmados en sus equipos de auxilio en accidentes y sustituidos por drones y helicópteros “Pegasus” que solo sirven para recaudar.

Regular para el centro de coordinación 112 que tenía que ser informado por los alarmantes y que al menos daba buenos consejos y tranquilidad.

Mal para Protección Civil, uno de esos organismos que chupan nuestro dinero, tienen personal, todoterrenos, helicópteros carísimos que aparecen en la prensa rescatando perritos y lucen bien en simulacros pero desaparecen cuando las condiciones son difíciles.

Mal para la DGT que no tiene un sistema de información ágil y es incapaz de canalizar, ordenar el tráfico y educar a los conductores sobre qué hacer en nevadas y condiciones extremas y además sus directivos trabajan de lunes a viernes, cuando hay menos tráfico.

Mal también para los imprevisores conductores que sabiendo de los peligros de la nieve se arredran en aventuras para las que no llevan medios ni están preparados. Y…

¡¡¡Muy mal!!! para Iberpistas –en realidad es el grupo Abertis– por abusar de los usuarios y no responder a la más mínima exigencia de mantenimiento de la vía en condiciones de nieve a la que están obligados. El daño que han hecho a miles de conductores y a la imagen de España merece un castigo ejemplar. Tal vez fuera la ocasión de replantearse esta concesión que está un poco en el limbo.

Lenny Flames

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