Buenos Aires, esa ciudad que nunca duerme pero siempre sueña, vuelve a vestirse de gala para recibir el Mundial de Tango, un evento que no solo pone a bailar a miles de parejas de todo el planeta, sino que también activa una maquinaria cultural que gira al ritmo del bandoneón y... de la palabra. Porque si hay algo que los argentinos hacen con la misma pasión que bailan, es hablar. Y vaya que lo hacen.
Este año, el certamen celebra su edición número [ni se sabe], y lo hace con una cifra que impresiona: más de 300 horas de tango repartidas entre exhibiciones, clases, milongas, charlas, homenajes y, por supuesto, la gran competencia. Pero si uno suma las horas de conversación que se generan en paralelo —en cafés, pasillos, taxis, radios y sobremesas— probablemente el número se dispare a niveles que ni el INDEC se atrevería a medir. (...)