Especialmente interesante fue la información que nos brindó sobre los Maragatinos. – Si, nosotros dijo- Los Maragatos que arribamos a Argentina y vencimos con nuestra astucia a las tropas brasileñas que intentaron invadir Argentina por el Sur.
El viento resoplaba violentamente esta mañana. En ningún momento se me había pasado por la cabeza lo que el día nos iba a deparar.
Después de desayunar emprendimos camino a Trevelin. El camarero nos sugirió que quizá el bar que mencionaba Chatwin en el libro donde se servían tragos en jarras con forma de pingüino fuera El Argentino.
-Cuatro cuadras más arriba y giran a la derecha- nos indicó.
Era domingo, permanecía cerrado. José se acercó a un negocio pegado al local para preguntar si el dueño vivía cerca de allí. La respuesta fue una negativa con la cabeza. José insistió pero el hombre que regentaba el negocio no tenia buena relación con el dueño y la conversación termino ahí.
Decidimos continuar hacia Trevelin, la tierra de los galeses. Saliendo de la ciudad nos topamos con tres Gauchos a caballo. Siguiendo la intuición de José paramos el coche a su altura y les preguntamos si nos permitían tomarles una fotografía.
-Dele amigo, no hay problema- fue la respuesta del mas altivo de ellos.
Nos comentaron que se dirigían a una Jinetada que se celebraba a las afueras de Esquel. No lo dudamos ni un segundo.
En una campa abierta rodeada de sauces un cercado enmarcaba la zona de competición. Había puestos de papas fritas alrededor y una cantina al fondo. La mañana avanzaba entre música argentina mezclada con la voz del animador de la Jinetada. El ambiente era puro Gaucho con los presentes mostrando sus mejores galas, así de claro.
Se notaba en el ambiente que la gente quería disfrutar. Muchos gauchos tomaban tragos de Quilmes como quien se toma un café.
Una hora más tarde tiraba de la cuerda que balanceaba la campana que hacia las funciones de timbre en la finca del legendario John Evans en Trevelin. Después de insistir varias veces una mujer surgió al fondo de la finca. Era la hija de Milton Evans, nieta de John Evans.
Después de presentarnos y explicarle el motivo de nuestra visita mantuvimos una conversación que ninguno de los presentes olvidaremos jamás. Su elocuencia e inteligencia nos cautivo. Escuchamos durante minutos la historia de su familia, los recuerdos sobre Chatwin, el agradecimiento de su abuelo hacia su caballo Malacara.
Especialmente interesante fue la información que nos brindo sobre los Maragatinos. – Si, nosotros dijo- Los Maragatos que arribamos a Argentina y vencimos con nuestra astucia a las tropas brasileñas que intentaron invadir Argentina por el Sur. Que decir que en ese momento muchos pensamientos pasaron por mi cabeza, hasta de orgullo. Nos invitó a que volviéramos por la tarde. Le dijimos que teníamos que continuar camino hacia Rio Pico. Lo entendió.
Antes de partir visitamos la tumba del caballo de su abuelo. Esta se situaba a los pies de un enorme árbol. Como rezaban los carteles escritos sobre madera que colgaban de algunos árboles de la finca: Aquí la naturaleza está trabajando.
Camino de nuevo hacia Esquel para tomar la Ruta 40 que nos llevaría a Rio Pico reflexioné sobre las palabras de Clery- ese era el nombre de la nieta de John Evans-: Puede ser cierto que Bruce Chatwin novelase en exceso su libro, inclusive puede ser que alguna historia se la inventase. Lo cierto es que un hombre parco en palabras, como Clery lo definió, vivió una situación excepcional en este lugar, se documentó, escuchó, aprendió, y después escribió, quizás uno de los mejores libros sobre la Patagonia que jamás nadie haya escrito.
Durante dos horas condujimos bajo un viento lateral con una fuerza descomunal. El terreno era árido y la línea del horizonte se convertía en muchas ocasiones en un espejismo.
Llegamos a Rio Pico sobre las seis de la tarde. En un control policial a la entrada del pueblo un agente luchaba por mantener el equilibrio entre las incesantes rachas de viento. Nos solicitó la documentación con cortesía dándonos información precisa sobre Rio Pico.
Ya en el pueblo localizamos el alojamiento del Vasco Kito, un hombre excepcional, de unos valores de los que ya no abundan. Lo definiría como la persona más agradable que he conocido en mucho, pero mucho, tiempo.
Kito pasaría toda la tarde con nosotros. Al primer lugar donde nos llevo fue a la actual casa de Reinaldo Hand, nieto de Eduardo Hand, fundador de la colonia Nueva Alemania.
Reinaldo actualmente vive solo, es un hombre mayor y muy cordial. Muy mocotonudo como dicen acá. Permanecimos atentos escuchando sus palabras, a veces entrecortadas. Creo que de alguna manera se emocionó recordando los viejos tiempos. Nos preguntó si volveríamos al día siguiente a lo que le respondí que no sabíamos.
En su libro Chatwin menciona más al tío de Reinaldo Anton Hand que ha su hermano. Con el mantiene conversaciones sobre la decadencia de Occidente, la Gran Guerra, el Loco Ludwig. Pero fue su prima quien le explico la relación de la familia Hand con los forajidos Wilson y Evans.
Esta tarde hemos visitado la antigua hacienda de los Hand, el cementerio de la familia en lo alto de una loma. También el lugar donde los forajidos fueron enterrados por los ancestros de la familia después de ser asesinados y decapitados-sus cabezas valían cinco mil dólares cada una- por la policía fronteriza, formada por verdaderos criminales.
En este punto es mejor dejarlo y esperar a mañana, creo que Reinaldo tiene algo que decir.