Los árboles han crecido mucho desde que ambos llegáramos —más jóvenes de edad— al Campus de Vegazana. Decae la última tarde de agosto y, por eso, paseamos por él, aún cuando la temperatura no acompañe mucho al sol en su descenso y el paso de este fumador empedernido más todavía se ralentice. Es un paseo lento y pausado, amigable, que me permite comenzar con una ¿provocación?:
¿La palabra puede ser considerada la célula del poema, de la literatura?
Sí, aunque enseguida hay que indicar que también puede haber poesía o puede verse poesía, sin palabras de por medio. Cualquier expresión artística puede contener poesía. Los poetas bien con palabras o de otra forma, pueden contar lo que está delante o lo imaginario, de tal manera que conmueva. Te doy una de mis cosas inéditas que quizás venga a cuento.
LAS PALABRAS
Duelen / huelen / alegran
Reconfortan / sobran / alientan
Ríen / cojean / repiten
Filosofan / consienten / alertan
Impulsan / sujetan / callan
Lloran / gritan / conmueven
las palabras.
Sinónimo / adjetivo / preposición
verbo y acto / mordaz / delicada
en silencio / con eco / la no dicha
y aquellas que se dicen con osadía y pudor
y la otra, nacida para herir
y esa que dibuja
y canta
la palabra.
No sé como decirte.
Se me olvidan las palabras.
La palabra en la mirada
en el acto
en el sueño
la del tacto y el silencio
las que atraviesan aceras
las que nacen al reconocer siluetas
las palabras,
la palabra.
¿Desde la soledad o distancia poética que mantienes aun cuando vives en León, cómo percibes e interpretas la efervescencia literaria, poética, que actualmente se da en la ciudad?
No soy consciente de esa efervescencia porque no me muevo en ese ambiente. Pero lo que sí quiero decir es que no se debe banalizar la poesía. Tengo pudor en llamarme poeta por mucho que de vez en cuando escriba cosas que gusten.
¿Cuándo, cómo y por qué comenzaste a escribir poesía; “fue por aquella lluvia intensa, ruidosa y densa?
Lo he contado alguna vez. Sin ir más lejos en la solapa de Momentáneos éxtasis (publicado por Endymion en 2007). Me pidieron una foto y un texto que le acompañara. Elegí una de esas fotos de familia numerosa y escribí: Quizás todo empezó cuando en los viajes en coche era frecuente que el padre de familia recitase poesías. Recuerdo entonces a mi padre en los viajes en coche. Un coche preñado (mi madre y seis niños; y a veces una abuela). Era frecuente que mi padre recitase poesía. Con el paso del tiempo, llegamos a la situación de pedirle que nos recitase: “la del tronco”, “la del vencido”, etc. También recuerdo a mi abuelo (el padre de mi padre), otro hombre culto. Recuerdo ir a verle a su casa y cómo él me tenía seleccionadas las poesías que aparecían publicadas en un suplemento del ABC.
Empecé a escribir quizás por osadía y como un acto personal e íntimo. Eran textos que nadie conocía y que guardaba celosamente. Con el paso del tiempo se dieron a conocer. Me sorprende la referencia que haces a una de aquellas primeras poesías:
LA LLUVIA
¿Y si fue aquella lluvia
intensa, ruidosa y densa?:
se mojaban las hojas, las setas,
las botas, la ropa,
los ojos cuando miramos arriba
y las manos siempre.
¿Y si aquella lluvia nos empapó el alma
y nos ablandó?
¿Cuál fue tu primera obra, cómo la sientes hoy?
El primer libro fue una autoedición modesta. Poca gente lo ha conocido, porque enseguida nacieron las Colinas de Ngong en el que estaban aquellas mismas poesías y otras. He publicado varios libros de ciencia (sobre “lo que se descubre mirando a través del microscopio”) y desde luego en emoción e ilusión gana la publicación de mi poesía. Es emocionante e impúdico -para un tímido como yo- porque es mostrarme. Cuando después se te acerca no sé quién y te dice que tal poesía o tal otra, le ha gustado, te reconforta. Aprendí enseguida que había que huir de los aduladores. Y con el paso del tiempo, aquella primera obra, me permitió conocer algo también muy agradable, la pregunta: ¿para cuándo el próximo libro?
No quiero dejar de decir que “Las colinas” vieron la luz porque recibí un dinero no previsto por hacer de perito al estudiar al microscopio el efecto de heladas tardías en los manzanos del Bierzo. Los dos libros que nacieron después, también lo hicieron gracias a llegadas imprevistas de dinero. O sea, que soy de esos que cuando ha tenido algún dinero extra, lo ha utilizado para publicar poesías. Y es que como se oye en la calle: “todo el mundo tiene su pedrada”.
¿Sigues “arrugándote cuando piensas en tantos minutos perdidos”?
¡Ah, los minutos perdidos! ¿Quién no los conoce? En realidad sobra la pregunta que me hago porque claro que existe gente que no conoce los minutos perdidos. Son esos ratos en los que no hiciste o que sobreactuaste, aquellos en los que te detuvo la educación mal entendida o el pudor, callarte al ver la agresión o dar un pésame con exceso de frialdad. No me gustan los que están íntimamente conformes con todo lo que hacen o han hecho en su vida.
Miras el conjunto de tu obra y ¿qué sientes?
A veces me sorprende leer algo y darme cuenta que me gusta, Otras veces es lo contrario, ¡claro! ¿Qué siento? Sobre todo pudor. Es un contrasentido porque al mismo tiempo creo que escribo para ser leído, es decir hay un importante componente de vanidad. Recuerdo el comienzo de Sinuhé, el egipcio cuando decía que escribía para él mismo, después de decir para quien no escribía. Yo, puesto en esa tesitura, digo que escribo sobre todo para ser leído.
¿Tiene nombre el paraíso?, ¿y el infierno?
Defiendo que los lugares no son hermosos per se, es el estado de ánimo el que nos hace ver hermosos o no los lugares, las obras de teatro, etc. El infierno o el paraíso pueden encontrarse o sentirse delante de la Fontana de Trevi, por decir un lugar.
¿Sabes ya si “Las utopías mueren/ o son abandonadas por quienes las sostienen?”.
Me gusta mucho eso de que las aventuras deben ser locas siempre y cuando el aventurero sea prudente. Ojalá no mueran las utopías.
¿La escritura, la poesía, son goce, dolor o resistencia?
Para mí la escritura es algo inevitable e imparable. Es tan grande el impulso del que nace algo escrito. Si yo fuera disciplinado al escribir (¡todos los días de siete a ocho me pongo!) quizás respondiera de otra manera.
¿Una recomendación a los escritores noveles?
Dos cosas quizás clásicas. La primera es que escribas, que lo termines y que lo metas en un cajón hasta que pase un tiempo y lo vuelvas a leer. Si te gusta –cuando casi lo habías olvidado- es posible que guste. Y la otra, ya dicha antes: evita a los aduladores.
¿Se aprende algo leyendo, escuchando poesía?
Leyendo o escuchando poesía, se vive. Ese sustrato te enseña y te puede estimular. Pero no solo de poesía se vive, también de la pintura, del cine, de la observación de una charca. En fin, se vive de la vida.
¿Leer, además de una habilidad cognitiva, puede ser un arte?
Lo acabo de decir, leer es vivir.
Una pregunta indiscreta: ¿las ranas verdes criadas en cautividad croan versos de libertad?
Podría decir que hace más de diez años que dejé el estudio de la ranicultura. Pero si juego a responder de otra manera, te diré que la rana que croa es la rana macho que pretende abrazar a la hembra. Podría recurrir a muchos poetas para poner voz a ese instinto. Y deberíamos reclamar el derecho de un macho que quiera abrazar a otro macho que quiera ser abrazado, y el de un tercero que quiera intentar abrazarse. La libertad de croar -de decir- y de abrazar, no es exclusiva de las ranas.
Por último, ¿nos regalas un aforismo para mejor percibir, vivir, esos “momentáneos éxtasis”?
No lo pienso mucho, me dejo llevar y digo: entretente entre la gente. Enseguida me doy cuenta que en esa frase falta el paso del tiempo y la naturaleza, aunque no sea en ese orden.
No le recuerdo a Fito que desde “por aquellos tiempos de pajaritas”, veintinueve de septiembre de 1997, atesoro un ejemplar de su primer “Ngong”, ni le desvelo que, por más que me cueste, no reproduciré su inédito “Escribo” que me regaló en nuestro último encuentro. Pero es que me fuerzo a la prudencia ya que la tarde ha sido buena, discreta y generosa conmigo y, por suerte, en nuestro paseo no he, no hemos, encontrado a ningún sabio de los que “Si eructan,/ un erudito dictum/ perfuma el campus de sabiduría.// Si, silentes, meditan,/ raudos, indescifrables silogismos,/ iluminando un universo puro,/ recorren sus neuronas fatigadas./ Buscan/ -la mirada perdida en el futuro-/ respuesta a los enigmas/ eternos:// ¿Qué salario tendré dentro de un año?/ ¿Es jueves hoy?// ¿Cuánto/ tardará en derretirse tanta nieve?”, que poetizó Ángel González en “Eruditos en Campus”.
Cuando nos despedimos, el agosteño anochecer ya anuncia un amanecer septembrino y nuestra cálida amistad —cruzando un ¡salud!, con un ¡cariños!— se cita para el otoño, que será más o menos cuando, con mucha suerte, este escritor, este poeta se acuerde, y si se lo recuerdo, que ha de hacerme llegar alguna foto suya y una breve nota biobibliográfica. ¡Qué fe le pongo yo a esto de los milagros! Para que luego digan.
Juanmaría G. Campal
RAFAEL ÁLVAREZ NOGAL, Profesor Titular de Universidad del Departamento de Biología Molecular (Área de Biología Celular) salió a la luz editorial con una autoedición modesta que tituló Gnong y que fue algo extraordinariamente ilusionante. Casi enseguida publicó lo que él llama “Gnong extendido”, nacido entonces (1988) como Las colinas de Gnong; libro en el que su amigo Alejandro Conty dejó su impronta creativa con un diseño peculiar. Nueve años después (en 2007) recopiló cosas que tenía y recuerda que se lo anunció a su hija sin tener nada concreto: “voy a escribir otro libro”. Meses después aparecería Momentáneos éxtasis, que contó, para la cubierta, con un dibujo del “magnífico pintor y excelente orador” Adolfo Álvarez Barthe. “Hay quien considera que en ese libro está lo mejor que he escrito”, confidencia el autor: Estoy bien sin ti (o los puentes de Madison). En este libro participó como puente entre el autor y la editorial Endymión, Jaime Torcida, antaño librero. También fue Jaime Torcida el que le puso en contacto con Héctor Escobar quien, en Editorial Eolas, le editó en 2010 “Pricipios activos”. Un libro con el que en algún momento sintió Rafael, parafraseando una de las canciones de Rozalen, “crecer los elefantes” (le parece a él en alusión a Dalí y las larguísimas patas que pintó). En ese libro, incorporó por indicación del editor, Héctor Escobar, imágenes de estructuras microscópicas como ilustraciones. Esos son sus libros… de poesía, pues nueve más, de contenido científico, son los que tiene publicados este poeta que se ocupa enseñando e investigando Biología celular en nuestra universidad. Su semblante anuncia que algo poético está gestando estos veraniegos días de 2016 e incluso desocupados agentes del KGB informan que quizás ese fruto se llegue a titular “Que el papel no se abra”. Esperemos que sí y que podamos disfrutar sus manchas pluricelulares.