“Lo mío es mío y lo tuyo es de todos”. Esta afirmación, producto de cierta ideología o de un egocentrismo exacerbado, la vi hecha realidad, por primera y única vez, en una residencia de mujeres de edad. Por la tarde se estaba muy a gusto en el jardín, pero sólo había tres bancos y siempre se quedaba alguna sin sitio, por lo que una de ellas decidió llevar una silla de su propiedad. Al día siguiente, cuando bajó, se encontró su silla ocupada. Al reclamarla educadamente, la que estaba sentada, señalando a una señora que también había llevado su silla, le contestó que aquella señora le había dicho que podía sentarse allí. Al insistirle la propietaria que aquella era su silla y no de la residencia, la señora de la otra silla le replicó con descaro. “Esta silla es mía y sólo mía, la que tú trajiste ayer y la dejaste aquí es de todas”.
Existen algunas otras afirmaciones, que sorprenden, pero que responden a la realidad. Por ejemplo: “Todo es de todos”, “Lo mío y lo tuyo es de todos”
En efecto, que “Todo es de todos”, es una realidad radical. No existe ningún bien material en el mundo que lleve inscrito el nombre y apellidos de alguien. Todo es de todos. Cuanto contiene la Tierra es para uso de todos los hombres, de todos sus habitantes sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno. Se trata de un derecho “originario”, que ninguna legislación, ni régimen político puede conculcar.
Ahora bien, si una persona toma, por ejemplo, un pedazo de tierra y la siembra y la riega y la trabaja, es claro que sus frutos corresponden en justicia a esa persona. Por consiguiente, el que originariamente todo sea de todos, no significa que todo esté a disposición de cada uno o de todos, ni tampoco que la misma cosa sirva o pertenezca a cada uno o a todos. De manera que, si bien es verdad que todos los hombres nacen con el derecho al uso de los bienes de la Tierra, no lo es menos que, para asegurar ese uso, sean necesarias normas y leyes que lo regulen.
Del ejemplo anterior, en el que una persona se apropia una parte de la tierra, la que ha conquistado con su trabajo, se deriva el origen de la propiedad individual. La propiedad privada y las otras formas de dominio privado de los bienes, está demostrado, empíricamente, que fundamentan la autonomía de la persona y constituyen una ampliación de la libertad humana, por lo que se puede afirmar la extrema conveniencia de que todos los hombres posean alguna propiedad privada.
Pero, resulta claro, que, como originariamente, todo es de todos, la propiedad privada no puede entenderse nunca como un derecho absoluto, sino que debe servir también para atender las necesidades familiares y sociales, al punto, que existe el deber por parte de los propietarios de no tener improductivos sus bienes o posesiones.
En este sentido, lo que deseo poner de relieve es que, en la actualidad, existen nuevos bienes desconocidos hasta el momento presente, que hacen necesaria una difícil extensión del destino originario de los bienes a todos los habitantes de la Tierra. Esos bienes, fruto del progreso económico, tecnológico, de innovación, de descubrimientos e inventos, resultan más decisivos para el desarrollo de los pueblos y sus ciudadanos que los recursos naturales. Tanto es así, que, de no modificarse el sistema actual, llevan a algunos pueblos y sus ciudadanos a la servidumbre permanente. A modo de ejemplo, piénsese en las patentes sobre semillas, tan necesarias para la subsistencia de enormes masas de la población, pero defendidas por esas patentes leoninas, que obligan a los países o agricultores que necesitan comprarlas a una dependencia casi esclavista.
Por ello, tanto “lo mío es mío y sólo para mí”, propio, con muchísimos matices, del capitalismo “manchesteriano”, y “todo es de todos”, propio, igualmente con muchísimos matices, de la primitiva ideología comunista, resultan éticamente rechazables, dado que lo mío, en alguna medida también es de todos y debe contribuir al desarrollo y bienestar de toda la sociedad. De forma que lo mío no sólo es para mí sino también para el progreso de todos los hombres.
Francisco Ansón