La obstinación de la que hacen gala los líderes de los dos grandes partidos de nuestra democracia, Partido Socialista Obrero Español y Partido Popular, al aferrarse a su cargo, negando así cualquier esperanza de regeneración, representa el último bastión del bipartidismo. Ninguno de ellos está interesado en cambiar el sistema que tanto les ha dado, y no solo hablo de los secretarios generales, desde su equipo al último delegado provincial, ninguno querrá impulsar reforma alguna que ponga en juego su particular nicho de poder. Los intereses de la nación quedan arrinconados para ser solo esgrimidos como recurso retórico. Está claro que el actual sistema de partidos no es el más idóneo para encumbrar líderes responsables y honestos.
De todos modos, nuestra joven, imperfecta e inestable democracia parece no sentirse a gusto si no es bajo la simpleza del bipartidismo, reproducción, al menos pacífica, de nuestros atávicos sentimientos cainitas. Y cuando el sistema se abre a nuevas propuestas, los partidos tradicionales, incapaces de absorber en sus filas cualquier alternativa, reaccionan tratando de apuntalar el viejo orden, aunque para ello se tengan que celebrar catorce elecciones seguidas.
Porque de eso ha tratado en todo momento el presente desbarajuste. La incapacidad de nuestros líderes políticos de aceptar un nuevo sistema pluripartidista nos ha conducido a unas segundas elecciones, y muy probablemente nos lleven a unas terceras. Vayamos por partes.
El Partido Popular fue el más votado tanto el 20 de diciembre como el 26 de julio. Nada más. Bajo nuestro sistema proporcional ello no le confiere ninguna victoria. El que Mariano Rajoy justifique su terquedad con los resultados de las urnas bajo el brazo, es una más dentro de las trampas que utilizan nuestros políticos para retorcer la realidad a su gusto. Ni siquiera en sistemas mayoritarios como el de Estados Unidos el candidato más votado tiene asegurada la presidencia, como le ocurrió a Al Gore en el año 2000 frente a G. W. Bush, quien llegó a la Casa Blanca tras perder el voto popular por más de medio millón de votos. La esencia de la proporcionalidad es, en ausencia de mayorías absolutas, la necesidad de llegar a pactos para gobernar. De ahí que el Partido Popular en la actualidad, o mejor dicho, los actuales líderes del Partido Popular no puedan formar gobierno, pues son incapaces de cerrar acuerdos que impliquen la menor cesión por su parte. Gobernaron cuatro años como si su mayoría absoluta fuera eterna. Después no supieron digerir la pérdida de votos, y en lugar de buscar apoyos trataron de imponer su liderazgo sin credibilidad alguna, siempre con un ojo puesto en unas segundas elecciones. Y ahora pretenden convertir su insuficiente mejora numérica en una legitimidad moral perdida a base de escándalos de corrupción. El interés de Mariano Rajoy y su equipo en polarizar la campaña en estas segundas elecciones responde a su deseo de recuperar el escenario bipartidista, conscientes de que con un PSOE mermado y con un Podemos convertido en fuerza hegemónica de la izquierda, le sería mucho más fácil recuperar la mayoría absoluta. Si para ello es necesario encumbrar a ridículos sicarios del desconcierto tanto mejor para el partido, lo esencial es lograr el poder, al precio que sea.
El Partido Socialista Obrero Español lucha en estos momentos por no desaparecer de la escena política española. Parece una exageración tratándose del segundo partido más votado, pero solo hay que echar un vistazo a los números para darse cuenta de la gravedad de su situación. Su caída no ha tocado fondo. Si depende de Andalucía para su supervivencia mal vamos, pues ahí está el mayor caso de corrupción que le persigue y la Comunidad Autónoma Andaluza no puede servir de ejemplo al resto de España en casi ningún indicador. El alma socialista la terminó de romper a la mitad el segundo gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, verdadera incubadora de todos los desatinos que hoy alimentan a la izquierda más reaccionaria de este país. El partido dominante durante la década de 1980 y parte de la siguiente es hoy en día un triste remedo de su pasado, dividido en luchas internas y tensiones federalistas, se muestra incapaz de soportar los golpes que a izquierda y derecha recibe de sus rivales. El sueño del PSOE se limita hoy a liderar la oposición y ser la alternativa del cambio, es decir, a ser el segundón de un drama que él mismo se ha encargado de consumar. Durante años y décadas las élites socialistas han mirado hacia otro lado, sordas al clamor social que pedía una izquierda de izquierdas. Sordos a todo lo que no procediese del poder, sus líderes contaban con el voto antiPP para lograr sin mayor esfuerzo los apoyos necesarios para mantener su ficción política. Pero el 15-M, surgido no bajo un gobierno pepero, no, sino bajo el de Zapatero, cambió para siempre el escenario político español.
O eso parecía. Lo que comenzó como un movimiento apolítico sin estructuras estables ni organización partidista pronto fue capturado por un grupo de jóvenes profesores para convertirlo en la formación de los desheredados de España. Este cuento que no hay quién se lo crea ha acabado en lo que, a día de hoy y tras fagocitar a Izquierda Unida, se denomina Unidos Podemos, amalgama de toda clase de partidos de aspira a convertirse en fuerza principal de la izquierda, desbancando así al PSOE de su papel tradicional. El sueño del sorpasso aún no se ha cumplido, pero descubre sin ambages la verdadera intención de estos nuevos chicos que solo pretenden sustituir a las viejas glorias. El único objetivo de Unidos Podemos es la destrucción política del PSOE y plantarle cara de tú a tú al PP, es decir, reeditar el bipartidismo pero con ellos como alternativa. De ahí su desinterés por apoyar un gobierno del cambio en el que estuviesen Ciudadanos o que ellos no lideraran por encima del PSOE, de ahí su interés en unas segundas elecciones bajo la convicción de que les beneficiaría electoralmente, de ahí que prefieran un gobierno del PP a uno del PSOE en alianza con otras formaciones, de ahí sus lágrimas la noche de las últimas elecciones, pese a obtener 71 escaños con sus confluencias, un resultado nada desdeñable teniendo en cuenta su corta historia y que otros ya quisieran para sí. Si la nueva política es esto, debemos de vivir en Lampedusa, porque todo cambia para seguir igual.
A Ciudadanos le ha pasado algo similar. No ha sabido o querido desligarse por completo del bipartidismo. Condicionada por unos resultados que no colmaban sus expectativas, pues los 40 escaños logrados el 20 de diciembre eran la mitad de los pronosticados por las últimas encuestas, la cúpula Ciudadana se tiró a los brazos de un extraño pacto de gobierno con el PSOE, que, ante la negativa de Podemos a apoyarlo, puso fecha de caducidad a la XI Legislatura. En su segunda campaña nacional, Ciudadanos cometió errores de bulto, el más grave fue dar pábulo a quienes le tildan de marca blanca del PP al dar una lista de nombres con quién sí pactarían dentro de los Populares, como si Ciudadanos fuese otra de las facciones dentro de Génova. Cuando te preocupas más por los líderes ajenos que por tu propio programa, al final son los votantes de ese otro partido quienes te colocan en tu lugar. Y así le ha sucedido a Ciudadanos, los partidarios Populares reaccionaron a sus imposiciones reafirmando a Rajoy y robándoles 8 valiosos escaños. Como si Ciudadanos se hubiese conformado a ser mero apéndice del bipartidismo, va camino de la irrelevancia, como le sucediera a su antecesora UPyD, pero a diferencia de esta, más por fallos propios que por hándicaps estructurales (por mucho que la ley electoral les perjudique, como antes sucedía con IU). Es lo que sucede cuando tienes a J. F. Kennedy como inspiración, mucho ruido y pocas nueces.
El caso más sorprendente ha sido el de Izquierda Unida, que ha consumado su suicidio político al diluirse dentro de Unidos Podemos. En realidad, el fin de IU comenzó con el nombramiento de Alberto Garzón en 2015 como candidato a la presidencia y al año siguiente como coordinador federal. Esta lumbrera política afirmó que su aspiración era convertir a IU en la CUP española, al final ni eso, aunque claro, sólo había que ver su cara de felicidad en los mítines de Unidos Podemos, por fin formaba parte de los ganadores, estaba en la cresta de la ola, o eso creía él. Justo en el momento en que los comunistas se unen a Podemos va su líder, Pablo Iglesias, y reivindica a Zapatero como mejor presidente de la historia española y declara que su formación es ahora socialdemócrata. Garzón prefirió ser cola de león a cabeza de ratón, aunque para ello su antigua formación acabase como abono de la historia. Ahora que IU es solo un logo, muchos en Podemos echan la culpa de su estancamiento a la integración de IU, ese enfermo de la izquierda que en lugar de sumar resta. Pero Garzón, a diferencia de sus nuevos compañeros, seguro que no necesita realizar encuestas para dilucidar de qué lado sale el sol, él ya tiene el culpable, y se trata, como no podía ser de otro modo, del heteropatriarcado.
Por tanto, Izquierda Unida ha sido la primera víctima de la resistencia bipartidista, pero puede no ser la última, Ciudadanos y PSOE tienen todas las papeletas para seguir sus pasos. El PP lo tiene más sencillo, no tiene rivales a su derecha que le incomoden, pero deberá regenerarse si no quiere encontrarse con una desagradable sorpresa en el futuro próximo, una que dé verdadera vox al inconformismo conservador. Unidos Podemos tampoco tiene nada asegurado, si no logra vencer al PSOE será flor de un día, sus líderes, que de tontos no tienen un pelo, lo saben y en ello están.
Como en toda transición de un modelo de sistema de partidos a otro, la presente crisis no se resolverá hasta que un nuevo bipartidismo o una alternativa pluripartidista sustituyan al actual sistema. Lo que no es de recibo es que nuestros líderes trasladen toda la responsabilidad al electorado, no se puede contentar a todos, o ¿es que no vamos a parar de ir a las urnas hasta dar de forma inmerecida la mayoría absoluta a alguno de ellos? Su deber es acatar la voluntad popular, respetarla y llegar a acuerdos. Si no les gusta o son incapaces de hacerlo, deben echarse a un lado y dejar paso a una nueva generación más acorde con el sentir ciudadano. Es lo que tiene la democracia, hay que trabajar por ella constantemente. Y ya nos conocemos todos, quizás sea que los españoles no damos para más.