No se sabe, con seguridad, si Egeria fue monja, si bien las monjas ya existían según prueba uno de los cánones del Concilio de Elvira (celebrado, posiblemente a principios del siglo lV), que trata...
Egeria, que según los distintos códices que se conservan de la carta de S. Valerio, se nombra también, como, Heteria, Eteria, Aetheria, Echeria, Geria o Eiheriai, es la primera peregrina de la historia, entendiendo por peregrinación el desplazamiento de un lugar a otro por motivos de devoción, y que en su caso duró del año 381 al 384. Así lo cuenta ella en su Itinerarium ad Loca Sancta, en latín vulgar, el que hablaba el pueblo llano en su época, el sermo cotidianus, a pesar de ser una mujer de extensa cultura, lo que ha permitido conocer la transición del latín clásico al posterior. Lo explica con la encantadora ingenuidad que preside su relato: “Nuestro Dios, Jesús, que no abandona a aquéllos que esperan de Él, se ha dignado permitirme la realización de éste mi deseo” (junto a la anterior razón, la más importante, se encuentra la que ella misma reconoce: su insaciable curiosidad, que no conoce fronteras).
La posibilidad de su visita a los Santos Lugares, que le permitió venerar los lugares santificados por Cristo, los profetas del Antiguo Testamente, los apóstoles y los mártires, ella lo considera un don de Dios. Su manuscrito, que narra de forma minuciosa y amena, no sólo los Santos Lugares sino también, lo que vio de Palestina, Siria, Mesopotamia, Asia Menor, Constantinopla y Egipto, está traducido a seis idiomas europeos, y constituye el primer libro español de viajes, dado que según la carta de San Valerio al abad Donadeus en 680, Egeria, hispano-romana de la segunda mitad del siglo lV, parece que nació en la comarca de El Bierzo, en la Gallaecia interior (la extensión geográfica de Galicia en el siglo lV era mayor que la actual).
No se sabe, con seguridad, si Egeria fue monja, si bien las monjas ya existían según prueba uno de los cánones del Concilio de Elvira (celebrado, posiblemente a principios del siglo lV), que trata de la institución de las vírgenes consagradas (virgines Deo sacratæ), si bien en aquella época aún no existía la stabilitas loci y las monjas podían entrar y salir del lugar donde vivían. En todo caso, debía de ser una mujer de edad, puesto que no se daba el velo a las vírgenes hasta los 40 años y además siempre fue acompañada por sacerdotes y obispos.
El Itinerarium de Egeria es, quizá, la fuente más importante para conocer la liturgia de finales del siglo lV y, en menor escala, el monacato oriental, diferentes aspectos de la espiritualidad, una prueba de la situación, tal y como ha llegado a nuestros días, de numerosos lugares bíblicos, así como la vida cotidiana de los pueblos y ciudades que visitaba, e incluso, de sitios, tan peligrosos, que necesitaba protección: “a partir de este punto nos despedimos de los soldados que nos habían brindado su protección en nombre de la autoridad romana, mientras nos estuvimos moviendo por lugares peligrosos. Pero ahora se trataba de la vía pública de Egipto, que atravesaba la ciudad de Arabia, y que va desde la Tebaida hasta Pelusio, por lo que no era necesario ya incomodar a los soldados”.
En resumen, Egeria fue una leonesa, valiente, muy valiente, que, con su viaje, rompió moldes de lo que se consideraba propio de las mujeres en aquellos tiempos, aportó, entre otras cosas, conocimientos únicos a los historiadores litúrgicos, pero, desgraciadamente, en España es bastante desconocida a diferencia de lo que es, por ejemplo, en Italia o Francia.
Pilar Riestra