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Si bien los habitantes de Argentina tienen, al menos, 13.000 años de antigüedad, su historia escrita comenzó con la crónica de la expedición al Río de la Plata, de Juan Díaz de Solís, en 1516. Declaró su independencia en 1816 que consiguió, de hecho, en 1824, al derrotar militarmente al ejército español, salvo las Islas Malvinas de las que tomó posesión, hasta nuestros días, el Imperio británico. En esta situación de independencia soberana, nació, el 31 de octubre de 1910, en el barrio porteño de Boedo, en Buenos Aires, nuestro futuro santo, Héctor Vadivielso Sáez, dos años antes de que se implantara el sufragio universal para los varones (el de las mujeres se produjo en 1951, pero Héctor ya no lo pudo conocer), y nació, precisamente, cuando finalizó la decisiva participación argentina en la exploración y ocupación permanente de la Antártida. Aun hoy, es difícil darse cuenta cabal de lo que significó este hecho, dado que la Antártida, el Continente Blanco, tiene una extensión superior a la de Europa y Australia juntas y lo más sorprendente, en el actual momento, es el hecho de que mientras el Ártico está perdiendo su hielo, la Antártida, a pesar del cambio climático, lo sigue aumentando, al punto que la Antártida contiene en forma de hielo, aproximadamente, el 94% del agua dulce que existe en el mundo.
Héctor fue bautizado en Buenos Aires, en la Iglesia de San Nicolás de Bari y ya adolescente pidió su ingreso en los Hermanos de las Escuelas Cristianas (fundado por San Juan Bautista de la Salle, nacido en Reims, Francia, en 1651). Hizo el Noviciado en Bujedo y recibió el hábito el 6 de octubre de 1926, cambiando su nombre por el de Benito de Jesús y pronunciando los votos el 7 de octubre de 1927. Conviene señalar, que los Hermanos de las Escuelas Cristianas, si bien hacen sus votos, no se ordenan sacerdotes en ningún caso y se dedican a la educación de los niños y adolescentes más pobres. De hecho Héctor, ya como Benito de Jesús, estudió Magisterio.
Héctor fue destinado en España a mi querida Astorga, cuyos títulos de “Muy Noble, Leal, Benemérita, Magnífica y Augusta”, fundada en el siglo I, es cabeza de una de las diócesis más extensas y antiguas de España, amén de haber sido quizás su núcleo más estratégico de comunicaciones. En el colegio, Héctor colaboró también con gran eficacia y dedicación a grupos apostólicos como los “Tarsicios”. Este nombre como el de “Inesitas” se debe a dos adolescentes mártires. San Tarsicio a pesar de su juventud fue nombrado acólito. El año 267 siendo emperador de Roma Valeriano los cristianos y su culto se castigaban con la muerte. San Tarsicio, como acólito, era el encargado de llevar la comunión a los cristianos que vivían en las catacumbas. Unos jóvenes quisieron ver y coger las sagradas formas que llevaba en su pecho. Tarsicio se negó y comenzaron a apedrearle, como Tarsicio resistió, continuaron hasta matarle a pedradas. A San Tarsicio se le conoce también como El “Mártir de la Eucaristía” y está considerado el Patrono de los acólitos. Pues bien, los “Tarsicios” y las “Inesitas” participaban en la Adoración Nocturna. Naturalmente, no la hacían por la noche, sino de 7 a 8 de la tarde. Sin embargo, Héctor a pesar de su reconocido trabajo y abnegación fue destinado, en 1933, a la cuenca minera asturiana, concretamente a Turón.
Héctor vivió la proclamación de la Segunda República. Las elecciones se convocaron para el 12 de abril y aunque se trataba de elegir representantes municipales, la jornada electoral fue concebida por los republicanos como un plebiscito a favor o en contra de la monarquía. Los resultados, antes de la proclamación de la República, fueron de 22.150 concejales para los monárquicos y 5875 para los republicanos. No obstante, dado que en 45 de las 52 capitales de provincia ganaron los republicanos, y que tanto republicanos como monárquicos consideraban el voto de las ciudades más auténtico, los republicanos se consideraron vencedores, e incluso antes de la proclamación de la República ya ondearon banderas republicanas como, por ejemplo, en Barcelona. El propio mensaje del rey justificando su marcha de España, así lo reconoció: “Las elecciones celebradas el domingo 12 de abril, me revelan claramente que no tengo hoy el amor de mi pueblo”. Por lo que el 14 de abril de 1931 se proclamó en España a la Segunda República.
Las leyes de la II República, obligaron a Héctor a ser profesor seglar. No obstante, y a pesar de que varios de los habitantes del valle y varios revolucionarios intercedieron, sin miedo a las represalias o a caer en desgracia, a la vista de lo que habían hecho Héctor y sus Hermanos por sus hijos, el 5 de octubre de 1934, mientras rezaban en la capilla, entraron los revolucionarios, los detuvieron, encarcelaron y sometieron a juicio revolucionario en la Casa del Pueblo.
De nuevo varios de los habitantes de Turón, y como he dicho, algunos de ellos revolucionarios, intercedieron por ellos, en reconocimiento por la labor educativa que habían llevado a cabo con sus hijos, sin embargo, los fusilaron cerca del cementerio de Turón. A pesar de haber muerto en España, las reliquias de San Héctor se encuentran en Argentina, en distintos centros educativos de La Salle y, también, junto con el otro santo argentino de historia apasionante, San José Gabriel Brochero, “Cura Brochero”, en la capilla de los “SANTOS ARGENTINOS”.
Dentro de las sorprendentes coincidencias que ocurrieron tanto en el nacimiento como en la muerte del primer mártir argentino, San Héctor, se encuentra que, justamente, en 1934, se celebró en Argentina el Congreso Eucarístico Internacional de 1934, que supuso una renovación de la Iglesia y del catolicismo argentino, con un aumento espectacular de las diócesis y en el que los laicos tomaron conciencia de su importancia decisiva en la Iglesia.
Otra de las sorprendentes coincidencias en la vida y muerte de San Héctor, fue que el mismo día de su beatificación, se produjo el milagro que permitió su canonización, por San Juan Pablo II, el 21 de noviembre de 1999 en una abarrotada Plaza de San Pedro en Roma. El milagro se realizó por la devoción de un antiguo alumno de La Salle, cuya mujer había sido desahuciada por los médicos, debido a su cáncer terminal, y que ya, ante la agonía final de su esposa, el marido invocó a San Héctor y al día siguiente su mujer, Rafaela Bravo Jirón, estaba completamente curada.
Pilar Riestra
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