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San Maximiliano Kolbe: amor en Auschwitz

San Maximiliano Kolbe (1894-1941) en Auschwitz.
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San Maximiliano Kolbe (1894-1941) en Auschwitz.

LA CRÍTICA, 2 SEPTIEMBRE 2023

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Maximiliano María Kolbe jamás había delinquido: no había robado, ni estafado, ni violado, ni maltratado, ni herido, ni matado o asesinado, sino, por el contrario, prefería ser pobre antes que otro lo fuera, prefería estar enfermo antes que otro enfermara o muriera. Tampoco era judío. Solo era un sacerdote católico y por eso estaba prisionero, condenado a trabajos forzados en un campo de exterminio. (...)

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Quisiera dejar constancia que, aunque hubiera en ciertos sectores de la población alemana animadversión hacia los judíos, ello no justifica, ni por asomo, los horrores que se cometieron con ellos y mucho menos la guerra, que unida a otras razones, se desencadenó.


Durante el tiempo de la II Guerra Mundial la población de Europa, incluida la URSS, apenas superaba los quinientos millones de habitantes. Pues bien, durante esa Guerra las pérdidas y gastos ascendieron a dos billones y medio de dólares; los muertos, según los cálculos oficiales fueron setenta y un millones de ciudadanos, incluidos la población civil masacrada en los bombardeos masivos sobre ciudades indefensas, y a ello hay que añadir los muertos en los campos de concentración (en 1945, en esos campos de exterminio, donde se encontraba Maximiliano, hallaron la muerte seis millones de judíos). Además, el número de desplazados de su hogar fue de unos cuarenta millones, como mínimo, de los cuales, siete millones y medio, eran judíos. Se destruyeron más de tres millones de edificios, sin contar las obras de arte de un valor incalculable, y asimismo, se destruyeron ferrocarriles, puertos, puentes, fábricas, barcos (se ha calculado que los barcos mercantes y de guerra hundidos suman entre quince y veinte millones de toneladas) y los miles y miles de heridos y de personas a los que la guerra marcó para el resto de su vida física o mentalmente. El país más castigado fue Rusia, con más de 20 millones de muertos, Alemania perdió 7 millones de hombres, Polonia (nacionalidad a la que pertenecía Maximiliano) 6 millones,…


Pues bien, todo esto lo empezó a vivir Maximiliano y, sobre todo, lo peor, lo que ha quedado más en la conciencia colectiva, los horrores de los campos de concentración, de exterminio, donde los hombres eran peor tratados que los animales, que las bestias, y donde Maximiliano fue una víctima tan singular como heroica.


El futuro santo nació el 8 de enero de 1894, en Zdunska Wola (Polonia). Sus padres, Julius Kolbe y Marianna Dabrowska, que tenían un taller, le bautizaron como Rajmundo, en polaco Maksymilian Maria. Su madre siempre pensó en ser religiosa, pero su patria, Polonia, estaba en poder de los rusos, que habían cerrado todos los conventos y dispersado a los religiosos, por lo que Marianna le pidió a Nuestra Señora de Czestochowa, a la que tenía una gran devoción –devoción, a esta advocación de la Virgen, que se conserva en la actualidad– que le diera el marido que ella deseaba. La Virgen se lo concedió: Julio Kolbe, católico practicante, perteneciente a la Tercera Orden Franciscana, de la que era dirigente. No es de extrañar, que uno de sus hijos, Rajmundo (sus otros hijos se llamaban, Franciszek, Józef, Walenty y Andrzej), decidiera ser franciscano y conseguir estudiar en Lvov, ciudad a la sazón ocupada por Austria. De allí logró ir a Roma, donde se doctoró en Teología y Filosofía y donde fue ordenado sacerdote en 1918, año en que finalizó, el 11 de noviembre, la primera Guerra Europea o Mundial, la que hasta entonces había sido la guerra más devastadora de la historia de la humanidad y que sólo será superada, en sus devastadoras consecuencias, por la Segunda Guerra Mundial en la que Maximiliano murió de tal manera que se le considera Mártir de la Caridad.


La vida interior, la espiritualidad de Maximiliano estuvo marcada, desde muy temprana edad, por su devoción a la Inmaculada Concepción, al punto que en 1917 fundó la que llamó, “La Milicia de la Inmaculada”, cuya finalidad era luchar por la consecución del Reino de Dios en el mundo a través de la mediación de la Virgen María. Para ello fundó, así mismo, la revista mensual “Caballero de la Inmaculada”, con una tirada de 500 ejemplares, pero, pocos años después, dada la tirada que tenían los más prestigiosos periódicos y revistas en los años 30, alcanzó sorprendentemente, contra todo pronóstico, casi el millón de ejemplares.


Más sorprendente si cabe fue la fundación de la primera “Ciudad de la Inmaculada” en Niepokalanów a 40 kilómetros de Varsovia, con el objeto de “conquistar todo el mundo, todas las almas, para Cristo, para la Inmaculada, usando todos los medios lícitos, todos los descubrimientos tecnológicos, especialmente en el ámbito de las comunicaciones”. (Pedro Estaún, omnesmag.com, 14 de agosto de 2023). Curiosamente, la segunda ciudad de la Inmaculada la fundó en Japón. El motivo fue que en 1931 el Papa pidió evangelizadores para Asia y Maximiliano se ofreció, por lo que enviado a Japón, donde permaneció cinco años, también publicó en japonés la revista “Caballero de la Inmaculada”.


Cuando regresó a Polonia y ya en plena guerra mundial, le apresaron junto a otros frailes. Liberado fue de nuevo apresado y en febrero de 1941 enviado al campo de concentración de Auschwitz donde, con el número 16.670 de preso, sufrió un trato brutal y degradante, peor que el de un animal, pero a pesar de ello siguió ejerciendo su ministerio sacerdotal.


Su martirio final se inició ese mismo año, con motivo de la fuga de un preso del campo de concentración. Los nazis habían adoptado una medida que evitara aún más, si cabe, el proyecto de evadirse. El preso que se fugaba sabía que 10 de sus compañeros sufrirían una muerte horrible por su culpa, como represalia por su fuga. Pues bien, comenzó el sorteo de los que debían de pagar con su vida aquella evasión. El primero en que recayó la condena fue en el sargento polaco Franciszek Gajowniczel. Se oyó un sollozo. Los presos miraron, sorprendidos, a aquel recio sargento. Al ver que corrían lágrimas por su cara comprendieron que estaba llorando. Pero no lloraba por él. Lloraba porque tenía mujer e hijos y en aquél entonces el marido era el sustento a la familia. En ese momento Maximiliano se adelantó y dijo que él le sustituiría, que era también polaco, sacerdote católico y, naturalmente, no estaba casado.


El oficial le miró asombrado, porque la condena era a morir de sed, pero se lo llevó con los otros nueve a una celda. Entre el segundo y tercer día murieron todos menos Maximiliano y otro. El guardia de la celda, que era polaco, declaró ante el tribunal de justicia, al finalizar la Guerra, y así figura en los archivos del Vaticano, que durante esos días oyó continuos rezos y cánticos a la Virgen. Pero como el jefe del campo necesitaba la celda ordenó que se ejecutara, a los dos que aún vivían, inyectándoles ácido fénico. Y así murió en Auschwitz, Maximiliano, a los 47 años, el 14 de agosto de 1941.


Maximiliano fue beatificado por Pablo VI y uno de los peregrinos, ya muy viejo, fue el sargento polaco Franciszek Gajowniczel. Su canonización la aprobó otro polaco, el Papa Juan Pablo II, el 10 de octubre de 1982.


Sus hermanos en religión, los Frailes Menores Conventuales de Polonia, cuando abrieron el archivo de la “Ciudad de la Inmaculada”, encontraron una carta de Maximiliano dirigida a su madre: “Querida madre: Hacia finales de mayo llegué junto con un convoy ferroviario al campo de concentración de Auschwitz. En cuanto a mí, todo va bien, querida madre. Puedes estar tranquila por mí y por mi salud, porque el buen Dios está en todas partes y piensa con gran amor en todos y en todo. Será mejor que no me escribas antes de que yo te mande otra carta porque no sé cuánto tiempo estaré aquí. Con cordiales saludos y besos, Rajmundo Kolbe“. Maximiliano no pudo enviar ninguna nueva carta a su madre. (Pedro Estaún, omnesmag.com, 14 de agosto de 2023).


Termino, como de costumbre, con la cita de uno de sus hagiógrafos que sintetiza las características de este santo: “San Maximiliano María Kolbe es un franciscano conventual, que ha compartido con nosotros más de un tercio del siglo pasado y ha dejado una impronta profunda en la Iglesia y en la sociedad. Tres características, particularmente, marcan su vida: la devoción y consagración a la Inmaculada, centro de su vida mística y apostólica, contemplativa y activa; la apertura y acogida de los medios de comunicación como altavoces de la evangelización; la entrega de su vida por un compañero condenado a muerte en el campo de concentración de Auschwitz. Tres rasgos que le presentan como hombre moderno, evangélico y franciscano”. (Valentín Redondo, O.F.M. Conv. Curia generaIicia. Roma, NUEVO AÑO CRISTIANO –director: José A. Martínez Puche– EDIBESA, 2001, p. 335).

Pilar Riestra


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