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Herodes, aunque no era judío por nacimiento, sí fue educado en el judaísmo. No obstante, los judíos siempre le mostraron antipatía y rechazo, a pesar de las colosales y numerosas construcciones que realizó para conseguir su adhesión, especialmente la mejora y ampliación del Templo de Jerusalén. Pero también trascendió su cruel manía persecutoria que motivó la ejecución de su mujer, de varios de sus hijos, de sus amigos y de cualquiera que sospechase una posible traición. Falleció entre insoportables dolores, al punto, que algunos historiadores afirman que se suicidó, y otros que, ciertamente, lo intentó, pero un familiar suyo se lo impidió.
A su muerte, Herodes Antipas, fue nombrado tetrarca de Galilea y Perea –Nazaret se encontraba en su territorio–, y contribuyó, junto con el Sumo Sacerdote, que conservaba todo el poder religioso y algo del poder civil, a la muerte de Jesús; si bien, el que autorizó dicha muerte fue el prefecto de Judea, Poncio Pilato, del que Filón de Alejandría, contemporáneo suyo, lo describe como una persona, corrupta, autor de numerosos homicidios sin proceso y brutalidades y crueldades de todo tipo.
De lo dicho hasta ahora se deduce que Jesús, posiblemente, no nació el año 1 d. C., como estableció indirectamente y sin pretensión de que ese se convirtiera en el primero de nuestro actual calendario, Dionisio el Exiguo, monje matemático del siglo VI, puesto que se puede dar por más seguro que Jesús nació en tiempos de Herodes el Grande que falleció en Jericó, entre finales de marzo y primeros de abril, del año 4 a. C. y que, además de otros datos y testimonios, el evangelista Mateo le atribuye la matanza de los inocentes, esto es, de los niños de Belén de dos años para abajo. Por ello es muy posible que Jesucristo naciera hacia el año 6 a. C. y muriera el año 30, el 14 del mes de Nissan, nuestro 7 de abril, que el año 30 coincidió en viernes.
En tiempos de Jesús, el Sumo Sacerdote era la máxima autoridad asistida por el sanedrín formado por sacerdotes, los ancianos del pueblo, los saduceos y los escribas (casi todos fariseos). Al sanedrín junto a su poder de gobierno le correspondían también importantes funciones jurídicas.
Con la excepción de los sacerdotes y de los grandes terratenientes, el resto del pueblo vivía, muy modestamente, como asalariados en la agricultura o la ganadería (las dos fuentes económicas más importantes), pequeños comerciantes y artesanos (Jesús y su padre) y en el norte, como pescadores. Sin embargo, en Judea, bastante más desértica, existía pobreza, y por eso dejé constancia en mi anterior artículo, del esfuerzo que tuvo que hacer Marta para agasajar a Jesús y sus discípulos con la probable comida que les ofreció. Además, debe añadirse, los trabajos que se consideraban impuros como el de los pastores que no podían seguir los rituales prescritos por la ley o decididamente pecaminosos como el de recaudador de tributos para los romanos, puesto que, entre otros motivos de rechazo, la agobiante presión fiscal de los romanos constituía la principal causa de la pobreza. En todo caso, y a pesar de la larga dominación romana, el pueblo judío mantenía su identidad y su religión era el centro de su vida cotidiana, de sus fiestas, con su centro religioso en Jerusalén y en las sinagogas que existían en toda Palestina (al parecer, los que seguían a Jesucristo eran expulsados de la sinagoga).
Ahora bien, la pobreza provocaba una mendicidad muy extendida, que convivía con la existencia de un latrocinio también muy frecuente. Esta abundancia de robos no solo se daba en Palestina, sino que durante el siglo I constituía un verdadero azote en todo el Imperio romano. En griego existen dos palabras que distinguen a los ladrones de los salteadores de caminos. Pues bien, al parecer, los dos ladrones que crucificaron a la derecha y a la izquierda de Jesús eran salteadores.
A tenor de los Evangelios y otros escritos apócrifos y más concretamente en el Protoevangelio de José de Arimatea, los nombres de los dos salteadores eran Dimas (el “buen ladrón”) y Gestas (el “mal ladrón”). De este último, de Gestas, se lee en el Protoevangelio de Santiago, lo que José de Arimatea testimonia, esto es, que Gestas acostumbraba a matar a los viandantes que asaltaba o los desnudaba, a las mujeres las colgaba de los tobillos y les cortaba los pechos, junto con otras crueldades y aberraciones, que había practicado desde muy joven.
Pero con este testimonio se llega a nuestro santo, San Dimas, el primer santo de la Iglesia, que requiere, por su necesaria extensión, un próximo artículo.
Pilar Riestra
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