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También ha sido objeto de mofa en ciertos círculos, ya que se la ha considerado una idea poco científica. Algunos argumentan que esto se debe a que es incapaz de producir una predicción falseable, es decir, capaz de ser refutada por medio de una experiencia.
Si nos remontamos al pasado, la idea hoy atribuida a un filósofo perteneció mutatis mutandis a la literatura. Traduzcamos o trastoquemos el término informático "simulación" reemplazándolo por "sueño" y obtendremos la hipótesis de Bostrom en su realización literaria. Así lo ilustran la historia de la mariposa soñada por Zhuangzi (quizá la mariposa es real y él, el sueño de ésta), o la obra de teatro "La Vida es Sueño" de Pedro Calderón de la Barca, o el cuento "Las ruinas circulares" de Jorge Luis Borges, por citar algunos ejemplos. También el hinduismo, que en su exuberancia metafísica lo ha concebido todo, tiene su universo como un sueño de Vishnu, la deidad constructora.
Pero existen indicios físicos, concretos y tangibles que nos hacen ver que esta posibilidad de vivir en un escenario como el del film Matrix es mucho más real de lo que parece. Tomemos por ejemplo las perplejidades del mundo subatómico que se rige por las leyes de la física cuántica, un mundo donde la intuición de la experiencia cotidiana nos presta poca ayuda. Para que un fenómeno ocurra en ese mundo es necesario que sea observado, detectado o registrado. “Sin observador no hay fenómeno”, nos dice el físico John Wheeler. Eso sugiere que nuestra realidad es virtual en el sentido de que “está para que la detectemos”. Se diría que la física cuántica es el colmo de una postura idealista, la versión subatómica del “esse est percipi” (ser es ser percibido) del filósofo George Berkeley…
Cualquier simulación por un ordenador deja grabada en ella la huella del procesador responsable de su generación. En nuestro caso, esa huella debería surgir en el universo cognoscible como una "anomalía", una “imperfección”, una “dislocación”, algún indicio de que la realidad en que vivimos es virtual. Sin embargo, nuestra conciencia de esta anomalía está adormecida, nublada por la extrema familiaridad con nuestro universo adquirida a través de nuestra conciencia, una familiaridad desarrollada por la acumulación de todas nuestras experiencias que comienzan al nacer.
Evidentemente, la civilización que está simulando nuestro universo es inconcebiblemente más avanzada que la nuestra. Sin embargo, independientemente del grado de desarrollo, la velocidad del procesador que esta civilización pudo implementar no puede ser infinita. Además, ¡sabemos con precisión cuál es esa velocidad!: está relacionada con la capacidad de almacenamiento de la información requerida para que el procesador realice una operación, lo que llamamos la memoria RAM, una memoria de “lo inmediato necesario para decidir”. Si se está simulando "espacio físico" y el procesador realiza, digamos, una operación por segundo, entonces la cantidad de espacio codificado como bits de información debe ser traducible en un espacio físico real que cubra aproximadamente 300,000 km a lo largo de una dimensión. Es decir, la velocidad del procesador corresponde a la velocidad de la luz (unos 300,000 km por segundo) en el universo simulado.
Ahora bien, la velocidad de un procesador se mide en bits procesados por segundo, es decir, en múltiplos de una unidad física llamada Hertz. Para saber qué velocidad tiene el procesador de la máquina que simula el universo, es necesario dividir la velocidad de la luz por la dimensión material más pequeña conocida que es la del quark, un elemento constitutivo de las partículas del núcleo atómico cuya dimensión es la 1,000,000,000,000,000,000-ésima parte de un metro. Eso nos da una velocidad de procesador que es del orden de 100 cuatrillones de veces (1 seguido de 17 ceros) mayor que la velocidad del procesador más rápido creado por nuestra civilización. Evidentemente, una civilización capaz de simular nuestro universo es muchísimo más avanzada que la nuestra. Si efectivamente la velocidad de la luz, que Einstein reconoció como límite superior absoluto del universo, contiene la huella del procesador que la simula, entonces esta velocidad debe ser constante independientemente del observador que la mida, porque no es "física" sino un artefacto de la simulación. ¡Y efectivamente es constante para cualquier observador! De hecho, este es uno de los postulados de la relatividad, y Einstein tuvo que postular una mayor lentitud del tiempo para un observador que viaja a velocidades cercanas a la velocidad de la luz (velocidades relativistas) para acomodar el artefacto de velocidad constante: para ese observador "relativista", llamémoslo A, la distancia recorrida por la luz es más corta que la que mide un observador B, que se mueve a velocidades más bajas (no relativistas), aunque el tiempo transcurre más lentamente para A que para B, de modo que la velocidad de la luz medida por ambos observadores es la misma. En otras palabras, Einstein tuvo que jugar con el tiempo para conferir sentido físico a la proposición "la velocidad de la luz medida es constante independientemente del observador".
Así, el espacio-tiempo se convierte en la forma que encontró Einstein para eludir, o más bien para enfrentar, la anomalía introducida por el hecho de que nuestro universo está siendo simulado por una máquina. Esto es algo que él no podía anticipar a principios del siglo XX cuando pergeñó su teoría, pues la computación surgió mucho más tarde.
Ariel Fernández Stigliano
Ariel Fernández Stigliano obtuvo su doctorado en físicoquímica en la universidad de Yale y fue profesor titular a cargo de la cátedra Karl F. Hasselmann de Bioingeniería en Rice University, Estados Unidos. También fue profesor adjunto de Ciencias de la Computación en la Universidad de Chicago. Uno de sus libros recientes “Artificial Intelligence Platform for Molecular Targeted Therapy” (World Scientific Publishing, 2021) fue prologado por el premio Nobel Robert Huber.