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LA ESPAÑA INCONTESTABLE

Los Tercios españoles, parangón de las legiones romanas

Tercios españoles. Boceto de la escultura de Ferrer-Dalmau. (Foto: Fundación Ferrer-Dalmau).
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Tercios españoles. Boceto de la escultura de Ferrer-Dalmau. (Foto: Fundación Ferrer-Dalmau).

LA CRÍTICA, 28 ENERO 2023

Por Íñigo Castellano Barón
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Poco más de una década que hubiéramos dejado las armas tras la reconquista del reino nazarí de Granada, cuando Aragón volvió a tomarlas en defensa de los derechos que mantenía desde la época de Constanza de Hohenstauffen, (1249-1302) reina consorte de Pedro III de Aragón, y reina de Sicilia sobre los territorios del sur de Italia: Nápoles y Sicilia. Posteriormente las discrepancias vendrían con el rey francés Carlos VIII siendo el año de 1495.

Don Gonzalo de Córdoba, a quien llamaban el Gran Capitán, a galope tendido sobre su caballo, precedía a sus caballeros y jinetes que le secundaban en el ataque al flanco de las tropas francesas del duque de Nemours, (...)
... una estratagema que sirvió para que la caballería pesada francesa saliese a su encuentro, momento que el Gran Capitán simuló replegarse para acercase a tiro del fuego de sus artilleros que lanzaron una andanada de balas de grueso calibre que desbarató sorpresivamente a la caballería francesa ignorante de la estratagema, mientras desde un promontorio, la infantería española, resguardada en trincheras con fosos y estacas, vomitaba la pólvora de sus mosquetes y arcabuces, junto a las unidades de piqueros alemanes que conformaban cada distinta compañía y destrozaban el avance francés haciendo profusión de muertos y heridos. Tras diferentes estrategias y escaramuzas, quedó entonces la infantería francesa a merced de los ballesteros, arcabuceros, coseletes y por la caballería pesada española, sufriendo un gran número de bajas. La caballería ligera española bajo el mando de Fabricio Colonna y Pedro de Pas se lanzó a su vez contra la caballería ligera francesa, que al verse tan diezmada e inmovilizada acabó por rendirse. Todo había sucedido muy rápido en aquel 28 de abril de 1503 en aquella región italiana de Apulia de la provincia de Foggia, en el paraje llamado Ceriñola, al sureste de la bota itálica. En poco más de una hora, el ejército francés muy superior en número, compuesto fundamentalmente por la caballería pesada, los piqueros suizos y gascones y la artillería que la apoyaba, fueron aniquilados, y Luis de Armagnac, conde de Guisa, duque de Nemours y virrey de Nápoles (desde 1501), herido mortalmente, era en sus últimos momentos atendido con toda caballerosidad por el Gran Capitán. El reino de Aragón acababa de vencer definitivamente tras esta segunda batalla, después de la victoria de Seminara, acaecida una semana antes, con la esperanza del monarca francés Luis XII sobre sus pretensiones italianas. La infantería española apoyada también por artillería, derrotó en campo abierto a la caballería francesa, algo hasta entonces nunca previsto. Al poco, en 1504 conseguía la capitulación de Gaeta, la puerta de entrada que rindió y permitió la toma de la ciudad de Nápoles, unida desde 1458 al rey Alfonso V de Aragón. Allí, en Gaeta, el Gran Capitán pudo una vez más constatar el valor y buen mando de la infantería de su fiel Diego García de Paredes y del de Pedro Navarro, seguida de la caballería de Próspero Colonna y de él mismo al frente de 2.000 lansquenetes alemanes.

La primera vez que en campo abierto se usó la artillería fue en 1476 en los campos de la localidad española de Toro. En tiempos del Gran Capitán, los lansquenetes no componían formalmente la milicia, usándose peones de infantería, reclutados como leva en los propios campos italianos y conforme al servicio de armas al que estaban sujetos según las ciudades o señoríos a los que pertenecían, como también de un ingente número de voluntarios. Es a partir del siglo XV, que para proteger las peonías frente a la caballería se les dotó del uso del arcabuz y de una armadura protectora que según las circunstancias podía ser más o menos pesada, como así hizo el rey húngaro, Matías Corvino.

Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, acababa de asentar las bases tácticas y organizativas del que sería uno de los más poderosos ejércitos de Europa desde las míticas legiones romanas. Una organización que se perfeccionaría constituyendo las llamadas coronelías formadas por veinte compañías cada una, además de caballería y artillería. La formación del Tercio sobrevendría poco después, y comprendería un número variable de compañías bajo el mando de un Maestre de Campo y los respectivos capitanes de las distintas unidades militares o compañías. En el origen de los Tercios hay que señalar la inteligente organización de las campañas llevadas a cabo en África por el cardenal Cisneros y la proclamación de Carlos V como emperador de Alemania.

El ejército español se convierte en pieza clave para dirimir las tensiones protestantes tanto de las regiones del norte como de las turcas en la cuenca mediterránea. La unidad espiritual y política de aquella Europa cristiana estaba en juego, y en consecuencia la eficacia y preponderancia de los Tercios adquiere el papel relevante que se necesita para mantener un cierto equilibrio, al punto, de que aquellos ejércitos de especial organización, singular estrategia y cuidada táctica, compuestos por una milicia profesionalizada procedente de varios países, se convierten en los más temidos del orbe occidental. Tanto la teoría militar como organizativa del Gran Capitán, daría pie para que el duque de Alba, bajo instrucciones del emperador Carlos I, crease los primeros Tercios en Lombardía, Sicilia y Nápoles. Los tiempos medievales, cuando la caballería resultaba el principal elemento de la victoria, daban paso a los nuevos, donde la infantería adquirió la relevancia y éxito que demostró a lo largo de casi dos siglos de combatir en los espacios europeos. Así, el Tercio se formaba teniendo como eje central al escuadrón de picas apoyado por la caballería y arcabuceros situados a sus flancos para evitar el ataque enemigo, o cuando se posicionaban en sus cuatro esquinas formando pequeños cuadros. Respecto a los escuadrones de los temidos piqueros, su éxito se basaba en la perfecta coordinación de sus movimientos que estaban perfectamente reglados. Sobre el particular, Sancho de Londoño (1515-1569) escribió su Discurso sobre la forma de reducir la disciplina militar a mejor y antiguo estado que alcanzó gran fama como manual de entrenamientos de tropas, pues explica con detalle desde cómo llevar el arma durante la marcha, cuándo utilizarla, cómo colocarla en el combate, cómo disponerla al momento de recibir al enemigo, cómo mover el cuerpo en el choque, qué distancia guardar con el compañero… y así una serie de recomendaciones que hizo, como se demostró, una potente unidad de combate de altísima eficacia contra una caballería desorientada.

Las ya mencionadas coronelías debieron principalmente su organización a la gran dilución de la autoridad siendo necesario conseguir la coordinación entre las unidades militares. Gonzalo de Córdoba asumió el mando conjunto creando dos coronelías con 6.000 infantes cada una, 800 hombres de armas y otros tantos caballos ligeros y 22 cañones. En cuanto a los piqueros de ropaje ligero y guarnecido de un escudo protector, se constituyeron como un cuerpo compacto y dinámico de fácil desplazamiento para, en pleno campo de batalla, poder trasladarse rápidamente de un sitio a otro.

Para ordenar el alistamiento voluntario, la Real Hacienda estableció con afamados capitanes, contratos mediante los que se alistaban determinado número de soldados, entretanto los inspectores reales garantizaban el cumplimiento de los acuerdos y condiciones establecidos en aquellos. Solían ser voluntarios, hijos de familias nobles a los que se denominaban, guzmanes, los cuales preferían la gloria de las armas a la vida eclesiástica o cortesana. Pero todo lo dicho sería los prolegómenos de los Tercios que como tales se consolidaron y fueron temidos en los campos de batalla de toda Europa. Debe recordarse que los Tercios Españoles no solo estuvieron acantonados en Europa, pues también mantuvieron campamentos y fortificaciones en Navarra con la frontera francesa y en el norte de África, tras la organización por Gonzalo de Córdoba de las coronelías, verdaderas unidades de combate, bajo el mando de sus respectivos coroneles. En 1534 Carlos I creó el Tercio Ordinario del Estado de Milán, llamado Tercio viejo de Lombardía que en un principio tuvo más de unidad administrativa que militar. Se instituyeron los Tercios con cierta autonomía que facilitaba la disposición de ellos. Eran verdaderos núcleos de poder y de gran potencial de combate, con tres mil hombres cada uno. Divididos en tres coronelías compuestas a su vez por cuatro compañías en vez de las veinte iniciales en su origen. Fue en esta época cuando se instituyó al ya mencionado Maestre de Campo, elegido por el rey en Consejo de Estado, con competencias de mando en toda la jerarquía del Tercio así como en el reparto de justicia, administración de víveres y logística, etc. y siempre escoltado por ocho alabarderos que el propio rey pagaba. Tal fue entre otros, el caso del Tercio conde de Fuenclara, Enrique de Alagón y Pimentel (1602-1651), quien como Maestre de Campo en la batalla de Nördlingen en 1634, y bajo el mando efectivo del ejército español que lo ostentaba el marqués de Leganés, se le pidió acudiese a la colina de Heselberg de la que acababan de apoderarse lo suecos. Fuenclara con 200 mosqueteros de su Tercio y otras tantas unidades de su Sargento Mayor, Francisco Escobar, se adentraron ya de noche en el bosque camino a la colina, lo que facilitó a los suecos que Escobar fuera hecho prisionero. A la mañana siguiente, el Tercio Fuenclara estaba desplegado en orden de combate junto a otros. La batalla fue tan encarnizada que se requirió de más de dos largas jornadas para cubrir el campo con más de veinte mil muertos y derrotar al ejército sueco. Esta derrota supuso sin embargo un nuevo impulso en la Guerra de los Treinta Años, al decidir el cardenal francés Richelieu entrar nuevamente en guerra contra España. Con posterioridad los Tercios tendieron a componerse solo por españoles, consiguiéndose una mayor eficacia en la comunicación, a diferencia de cuando los ejércitos reales de Carlos I los conformaban, italianos, borgoñones, alemanes, etc. De esta manera, las banderas de la Cruz de San Andrés arropaban a los españoles, fueran estos, villanos, nobles, ricos o rufianes, e incluso intelectuales a los que como a los nobles se les otorgaba la distinción de «don».

Hay que apuntar que los Tercios tuvieron sus períodos negros, resultantes de la falta de paga de la soldada, que la Real Hacienda a veces no podía afrontar. Estas situaciones que especialmente se produjeron en la segunda parte del siglo XVII, provocaban serios motines, incluso en medio de una batalla. Finalmente, la entrada de dinero y las buenas negociaciones de los alféreces o Sargentos Mayores, incluso del propio Maestre de Campo, junto al ímpetu y ánimo de victoria de los españoles, hicieron que estos serios incidentes fueran superados y las situaciones revertidas al tiempo antes del motín. Son muchas las anécdotas e historias que aquí no se reflejan pues harían demasiado largo el relato.

Bajo el inmediato mando del Maestre de Campo se encontraba el Sargento Mayor que representaba la segunda autoridad del Tercio. Aunque no debe desdeñarse el hecho que el grado de capitán de una compañía era en muchos casos más ambicionado y reputado, elegido entre los alféreces más prestigiosos que ostentaban el honor de portar y defender la bandera que solía ser de grandes proporciones. Unas compañías eran de piqueros y otras de arcabuceros, aunque excepcionalmente se siguió por un tiempo utilizando la ballesta. La palabra Tercio muchos quieren hacerla provenir de la Tercera Legión romana asentada en España, sin embargo, otros optan por entender que la palabra Tercio deriva de una parte cuantitativa de efectivos en comparación a los de las legiones romanas. Tiempos atrás a Carlos I, la palabra Tercio venía usándose como bien explica el concepto referido a la unidad militar según su función o cometido: «Repartieronse los peones en tres partes. El uno, tercio con lanzas, como los alemanes las traían, que llamaron picas; y el otro tenía nombre de escudados; y el otro, de ballesteros y espingarderos».

Los Tercios eran siempre acompañados de tambores y pífanos que entre otras misiones tenían la de transmitir órdenes y mensajes. Así pues cada toque y tono respondía a una determinada instrucción. Los piqueros se proveían de capacete, peto, escarcela, espaldar, y manoplas y zapatos de cordobán que conformaba todo ello como una media armadura. Los arcabuceros por el contrario y por la misión que tenían encomendada, su vestimenta era más ligera, como un morrión, una gola da malla de acero y un chaleco de cuero. Además del arcabuz portaban una bandolera de donde colgaba las doce sartas de pólvora en estuches de cobre o madera, por lo que las llamaban, los doce apóstoles. En plena batalla podían verse mezclados arcabuceros junto a piqueros, según las circunstancias y la suerte del combate.

Gonzalo de Córdoba impuso a sus hombres una férrea disciplina, asegurando su entrenamiento con largas marchas y maniobras, e inculcándoles un profundo sentido colectivo de solidaridad y orgullo que se transmitiría igualmente a los «Nuevos Tercios» reales e imperiales españoles, ganando la fama y temor que inspiraron, por su valor, destreza y continuas victorias. Hoy día, la Legión española conserva la denominación de tercios en su organización militar. Sin duda alguna, los Tercios españoles imprimieron carácter y profunda huella en las continuas contiendas europeas y su nombre se hizo imperecedero en las páginas escritas de la historia militar de Europa. Entre otras grandes contiendas, destaca la batalla de Bicocca (actualmente un barrio de Milán) donde no murió un solo español tras la derrota francesa y veneciana, bajo el mando de Prospero Colonna que comandaba el ejército de Carlos I, siendo por vez primera que la arcabucería tuvo un papel relevante contra los piqueros suizos del ejército francés. Bicocca precedió a la sonora victoria por parte del emperador Carlos V en Pavía.

La batalla naval de Preveza contra los turcos fue épica. El cañoneo al que fueron sometidos los españoles, no fue suficiente para rechazar el fuego de sus arcabuceros. Finalmente muere el alférez español de la compañía y más de una veintena de sus soldados, pero el resto consiguieron llegar a Corfú. Los Tercios supusieron el inicio de la infantería de marina, siendo sus capacidades numerosamente descritas en infinidad de textos. Por último se reseña las principales batallas en las que los Tercios fueron sus columnas vertebrales: Ceriñola, Pavía, San Quintín, Gravelinas, Rescate de Malta, Lepanto, Jemmingen, Gembloux, Mook, Cagayan, Empel, Breda, Nördlingen, Rocroi. Cada Batalla alcanzó un valor épico inigualable, y la familia imperial Habsburgo se consolidó durante ese tiempo como hegemónica en sus luchas contra los protestantes y otomanos.

¡Gloria y Honor! a los héroes.

Por IÑIGO CASTELLANO Y BARÓN
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