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Méjico y Canadá reflejan las formas degeneradas americanas de vicios tradicionales europeos: AMLO es la última expresión, aunque poco carismática, del caudillismo político ibérico todavía muy vigente en la cultura política iberoamericana (desde el Zapatismo, el APRA y el Peronismo, hasta el Castrismo, el Chavismo y la alianza ALBA). Trudeau es el representante más genuino del peor parlamentarismo y la partitocracia en suelo americano.
Biden es la culminación de las degeneraciones paralelas del partido Demócrata y del sistema presidencialista estadounidenses.
AMLO y su partido MORENA (movimiento para la reforma nacional), como el Estado mejicano, no pertenece formalmente a la alianza bolivariana ALBA (creada por Cuba y Venezuela), pero mantiene una estrecha relación y sintonía con los países que la integran. AMLO fue miembro del PRI y del PRD, antes de fundar el más izquierdista MORENA, partidos con sus propias tradiciones populista y caudillista, que se reclaman herederos del “zapatismo” y del “maderismo” de la en exceso mitologizada Revolución mejicana.
Antes de ganar la presidencia en 2018 AMLO fue candidato sin éxito, generando un movimiento de protesta y deslegitimador de las instituciones constitucionales, en favor de un populismo reformador. Una vez en el poder no ha sido un ejemplo de democracia liberal y de capacidad ante la deriva de Méjico hacia un Estado fallido y violento controlado por el narcotráfico de los cárteles.
El estilo autoritario de AMLO va acompañado de un “indigenismo” con que trata de justificar el antiespañolismo y el antiamericanismo (anti EEUU), a su conveniencia.
Justin Trudeau es el epígono de un “liberalismo” progresista americano, anticonservador, más cercano al laborismo o socialismo que al liberalismo clásico europeo.
Heredero del linaje nepotista de su padre Pierre Trudeau, quien a su vez heredó durante la Guerra Fría el liderazgo del partido Liberal de Lester Pearson (primer ministro de Canadá, presuntamente vinculado a la extensa red de espías prosoviéticos de Cambridge y Oxford desde los años 1930s), Justin Trudeau nunca ha ocultado su admiración –igual que su padre– hacia Fidel Castro y el siniestro régimen cubano.
Su estilo autoritario –activando las leyes de Emergencia e insultando a la oposición (con el tópico de “nazis”) –se demostró con creces durante la huelga y manifestación gigante de transportistas “Convoy de la Libertad”– en 2022 (protestando contra las políticas restrictivas durante el Covid-19). Si parece plausible que un sistema parlamentario genere una disciplina partidista que fácilmente degenera en partitocracia, el caso de Canadá bajo la dinastía política Trudeau, en suelo americano extraño al parlamentarismo europeo, distante de la Jefatura de Estado moderadora que es la Corona británica respecto al parlamento de Westminster, ha propiciado ese camino con un repetido abuso de poder por los dirigentes del partido Liberal.
Comencé a escribir este artículo antes de que estallara el escándalo de los documentos secretos secuestrados por Biden. Siempre he pensado que arrastraba tres problemas desde el inicio de su presidencia (un fatídico ABC: Afganistán, “Border”, Covid-19) que abordó autoritariamente, y en los tres casos con decisiones susceptibles de merecer un “impeachment”, al ocultar sus siniestros compromisos con China en perjuicio de los derechos y libertades de los ciudadanos estadounidenses.
Después vino la inflación, la crisis energética, la guerra en Ucrania, etc., y todo ello acompañado desde el principio por la presunta corrupción de la familia Biden (verdadera “collusion” con Ucrania y con China). Al final lo peor de todo han sido las numerosísimas víctimas mortales del coronavirus comunista chino, y del fentanyl u otras drogas, resultado de la colaboración del régimen despótico asiático con los cárteles mejicanos.
Pensaba que Biden pasaría a la historia como el presidente más torpe, mentiroso e incompetente de la historia de los EE. UU. Ahora pienso también que pasará como el más corrupto y autoritario (junto a algún posible miembro –algún “Mr. X” en la sombra– del “Estado Profundo” que lo ha manejado).
Conviene recordar que la politización (y “weaponization”) de las instituciones y agencias federales, especialmente del Departamento de Justicia y del FBI, aparentemente comenzó en los últimos meses de la administración Obama-Biden, persistiendo en la campaña de 2016 y durante la dramática transición a la administración Trump (espionaje del candidato y nuevo presidente, desembocando en reiterados intentos golpistas).
La imagen de los Tres Amigos, reunidos recientemente en la cumbre de la Ciudad de Méjico, es poco edificante y esperanzadora para la democracia liberal en América, viendo reunidos a los dos países más ricos del continente y la nación de población hispana más numerosa del mundo, bajo el denominador común –con diferentes estilos– de autoritarismos crecientes por abuso de poder en unas democracias menguantes o de baja calidad.
Posdata:
El escándalo de los documentos secretos (al parecer documentos que datan de la administración Obama-Biden) es el último acto delictivo que acompaña al proceso recurrente de persecución golpista contra el candidato y presidente Donald Trump (golpismo de papel, “paper coup” lo ha calificado el investigador Lee Smith: “Steele Dossier”, informe Mueller, “impeachment” 1, “impeachment” 2, informe de la Comisión del 6 de Enero, asalto y registro de la residencia presidencial en Mar-a-Lago, etc.).
Véanse los excelentes documentales televisivos de Amanda Milius (
The Plot Against the President, 2020), y de Rob Schmitt (
FBI: Abuse of Power, 2022).
Manuel Pastor Martínez