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LA ESPAÑA INCONTESTABLE

El ocaso de un imperio: la independencia de Hispanoamérica

Batalla de La Puerta (1818). Victoria del Ejército realista del general Morillo que derrota a las tropas de Simón Bolivar y reconquista para la Corona Nueva Granada y Venezuela. (Desconocemos el origen de esta ilustración, que se supone de esta batalla en diversos medios hispanoamericanos).
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Batalla de La Puerta (1818). Victoria del Ejército realista del general Morillo que derrota a las tropas de Simón Bolivar y reconquista para la Corona Nueva Granada y Venezuela. (Desconocemos el origen de esta ilustración, que se supone de esta batalla en diversos medios hispanoamericanos).

LA CRÍTICA, 27 AGOSTO 2022

Por Gonzalo Castellano Benlloch
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Recientemente hemos podido asistir al debate social que se ha producido tras la visita de su majestad Felipe VI a Colombia con motivo de la toma de posesión de Gustavo Petro. El Rey, decidió no levantarse ante la urna que contenía la espada que había pertenecido a Simón Bolívar, lo que ha sido interpretado por una parte de la sociedad como un desaire al pueblo colombiano, mientras que otra parte, ha justificado al monarca entendiendo que ni la espada representa oficialmente a Colombia ni Bolívar era hombre digno de admiración. No tengo por objeto entrar a enjuiciar al personaje, aunque debo reconocer que no tengo una visión particularmente positiva de lo que hombres como Simón Bolívar, español de nacimiento, entre otros, supusieron para la historia de España y de las nuevas naciones que surgieron. (…)

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Lo que sí me parece más importante es procurar modestamente dar algo de luz a una realidad muy desconocida en España y muy tergiversada en Hispanoamérica de lo que fue y supuso la independencia (más que de independencia posiblemente debiéramos hablar de secesión puesto que las naciones que surgieron no existían antes). No se trató de un proceso de liberación como se ha hecho creer, sino de una cruenta guerra civil entre hermanos que, a la vista de los acontecimientos posteriores, no trajo, en la manera en la que se produjo, beneficio ni para la España europea ni para la americana. En los albores del siglo XIX, la vieja Europa absolutista está en descomposición y las ideas liberales surgidas de la revolución francesa se expanden como la pólvora. España junto a la Francia napoleónica sufren en Trafalgar una amarga derrota frente al inglés. Poco después Napoleón invade España produciéndose las abyectas abdicaciones de Bayona por parte de Carlos IV y Fernando VII. Inglaterra se convierte en el gran dominador de los océanos que durante siglos habían sido posesión casi exclusiva de España.

La España europea se encuentra agotada y arrasada por el conflicto con el francés y, la compleja gestión de los virreinatos, genera ocasionalmente descontento entre la población criolla. A su vez, Inglaterra trabaja incansable en su interés por desmembrar el imperio español y quedarse con sus despojos, recordemos que la España peninsular era la única que podía comerciar con la América Hispánica y por ende la que lo hacía con lo que hoy se conoce como la región de Asia-Pacífico. Finalmente, los jesuitas pudieron jugar un papel también en el proceso tras su expulsión por su supuesta participación en el Motín de Esquilache. Todo eso, sería el germen que terminaría con la presencia de España en América exceptuando Puerto Rico y Cuba. En ausencia del rey Fernando VII, se crean las Juntas Provinciales bajo la autoridad suprema de La Junta Nacional Gubernativa. Estas juntas se replicarían en Hispanoamérica, pero ¿eran realmente necesarias teniendo los virreinatos (Nueva España, Nueva Granada, Perú y Río de la Plata) y capitanías generales (Cuba, Guatemala, Venezuela y Chile) que representaban al Rey y al gobierno en su ausencia? Se produjeron conflictos entre las nuevas juntas constituidas y los virreyes, siendo estos expulsados u obligados a ceder el poder. Sirva como ejemplo de lo anterior lo que el antiguo Virrey del Río de la Plata y conde de Buenos Aíres, Santiago de Liniers, dijo al enterarse de la constitución de la primera junta de Gobierno en Buenos Aires: “… la conducta de los de Buenos Aires con la Madre Patria, en la que se halla debido al atroz usurpador Bonaparte, es igual a la de un hijo que viendo a su padre enfermo, pero de un mal del que probablemente se salvaría, lo asesina en la cama para heredarlo”. Las juntas acabarían sin reconocer la autoridad del Consejo de Regencia de España e Indias, aunque afirmasen que gobernaban nominalmente en nombre de Fernando VII (este proceso se conoce como la Máscara de Fernando VII). La realidad, sin embargo, demostró ser bien distinta y el proceso, tras la Regencia de Cádiz que sucedió a la Junta Central Sevillana, se radicaliza dando lugar a violencia y a las declaraciones de independencia.

Es importante detenernos para entender que lo que se está produciendo es una lucha por motivos políticos con la metrópoli, concretamente a la hora de definir quién ostenta la soberanía en ausencia del Rey. Esto sería el inicio de una guerra civil que duraría en su conjunto más de 15 años y que acabaría con un porcentaje muy relevante de las poblaciones locales, ahora bien, ¿quiénes lideraron este movimiento?, ¿quiénes fueron los que combatieron?, y casi más importante, ¿qué resultó de tanta sangre vertida por compatriotas? En España todo este proceso es prácticamente desconocido y en Hispanoamérica, se ha enseñado con evidente parcialidad: es una guerra de liberación y como consecuencia, sus próceres son libertadores. La realidad sin embargo es bastante más compleja. En buena lógica, un preso puede ser liberado, pero ¿cómo liberar a alguien que no estaba preso?, del mismo modo, una nación no puede independizarse si previamente no existía como nación y, por tanto, difícilmente se puede liberar algo que no fue. Por otra parte, si concedemos que se liberó, ¿a quién se enfrentó por su liberación? Los conflictos armados que se produjeron difieren mucho del proceso de independencia de las trece colonias. Omitiendo la nada desdeñable diferencia de que unas eran colonias propiamente dichas y, las españolas eran provincias (iguales a sus territorios hermanos en Europa), en la primera, la guerra se produjo entre Inglaterra y los colonos, mientras que, en la segunda, se produjo fundamentalmente entre españoles criollos, mestizos e indios, muchas veces entre miembros de una misma familia. La presencia de españoles europeos en Hispanoamérica se estima por entonces en aproximadamente un 1% de la población y la metrópoli no envío tropas desde la península salvo pequeñas excepciones de poca trascendencia, de modo que las batallas se produjeron fundamentalmente entre fuerzas rebeldes y realistas americanas, es decir, entre gentes nacidas en esos territorios. La duración del conflicto bélico también ejemplifica lo enquistado de la situación y demuestra que una parte muy importante de la población no quería la independencia (los últimos en abandonar muchos ejércitos realistas fueron los miembros de comunidades indígenas). ¿Cómo es posible entonces que una población, aparentemente tan perjudicada y maltratada por los españoles como nos cuentan ahora, no quisiera la independencia? Y, es más, si lo que se producía era un movimiento de liberación, y los españoles de la península no fueron a defender sus teóricas colonias, ¿cómo es posible que las guerras duraran tanto?

Las guerras se dieron entre españoles americanos, lideradas por unas élites criollas que vieron inicialmente también una oportunidad para defender sus propios intereses personales: muchos de los primeros hombres de las juntas habían hecho fortunas con el contrabando con los ingleses, y ante la vuelta posterior de Fernando VII y su intento de absolutismo, vieron con buenos ojos promover un movimiento secesionista que les permitiera mantener o mejorar su posición.

Adicionalmente, muchos próceres fueron masones que participaron activamente en la creación de logias en sus territorios al amparo de la gran logia de Londres. Los británicos, utilizaron brillantemente este mecanismo para quebrar su esencia y llevarlos por un camino del que, por cierto, muchos se arrepintieron. Eran hombres de mucho coraje, de eso no hay duda, algunos participaron en multitud de batallas jugándose el pellejo en defensa de España contra el francés (San Martín estuvo en Bailén, por ejemplo), pero en un momento histórico particular, con ausencia de soberanía, optaron por un camino del que no tenían claro el destino. En palabras del propio Bolívar: “América no estaba preparada para desprenderse de la metrópoli, como súbitamente sucedió por efecto de las ilegítimas cesiones de Bayona”. Esto no quiere decir que lo sucedido no hubiera acabado pasando de igual forma, es probable que sí, aunque sin duda hubiera sido más beneficioso, para todos, si se hubiese producido de manera más ordenada y manteniendo una cierta unidad entre el mundo hispánico.

Las naciones que surgieron de este proceso, incluida la propia España, serían a partir de entonces una sombra de lo que fueron en su conjunto en el panorama internacional. El real de a ocho, la moneda de referencia para el comercio mundial, desaparecería como divisa en las siguientes décadas y el comercio con Asia, del que tenían monopolio los países hispanoamericanos (conviene recordar que se estima que los sueldos en Hispanoamérica eran por entonces del orden de seis veces superiores a los europeos), fue liderado a partir de entonces por los británicos, que construyeron su naciente imperio sobre los restos desmembrados del español. Las diecinueve naciones resultantes de este proceso estuvieron en constantes guerras civiles durante décadas, demostración, una vez más, del gran conflicto social que había dentro de sus propios territorios, ya que no es fácil despertarse toda la vida siendo español y al otro, chileno. Muchos de sus próceres fueron denostados, asesinados, repudiados o huyeron y, como comentábamos anteriormente, muchos se arrepintieron a tenor de lo que resultó.

Respecto a Bolívar, me limitaré a recoger un pequeño extracto de una carta que él mismo escribió al General Flores en 1830, carta, que además le solicitó que destruyese por cuanto podía perjudicar su imagen: «Espere V. pues las consecuencias de estos antecedentes. V. sabe que yo he mandado 20 años y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos. 1°. La América es ingobernable para nosotros. 2°. El que sirve una revolución ara en el mar. 3°. La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. 4°. Este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas. 5°. Devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos. 6°. Sí fuera posible que una parte del mundo volviera al caos-primitivo, este sería el último período de la América». Juzguen ustedes mismos.

No me gustaría acabar este breve relato sin hacer un llamamiento a la hermandad entre los pueblos hispánicos: es mucho más lo que nos une que lo que nos separa, las naciones hispanoamericanas han sido España todavía más tiempo del que han sido naciones independientes, es por ello que seguimos manteniendo un inmenso parecido cultural, social y religioso. Es necesario vencer los prejuicios existentes a uno y otro lado del Atlántico: la supuesta superioridad de la España europea, como si hubiésemos sido más españoles que los nacidos en América, o el revanchismo y falso victimismo de los países americanos que fueron con mucho, más ricos que los europeos.

Cómo articular esto se escapa a mis capacidades, pero creo sin duda que unidos en la defensa de nuestros valores comunes, seríamos una potencia de cientos de millones de hispanohablantes que nos permitiría recuperar un peso en el mundo que, individualmente, no recuperaremos jamás.

¡Viva España y Viva Hispanoamérica! ¡Gloria y Honor!

Gonzalo Castellano Benlloch

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