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para el trabajo en la industria (de hecho, las leyes electorales excluían a las personas sin propiedades y los no educados, esto es y sobre todo, a los inmigrantes del campo), al punto que igualmente servían para esos trabajos mujeres e incluso niños en jornadas agotadoras de hasta dieciocho horas, y con estructuras parroquiales que resultaban inadecuadas para el nuevo orden social.
Basten como ejemplos –entresacados del historiador Giulio Vismara–, que cuando Pío IX subió al trono en 1846, religión y política, una vez más, volvieron a entremezclarse en equívocas situaciones, por lo que se consideró el cristianismo únicamente un hecho civil que había que controlar o eliminar. Así, se organizaron sociedades secretas, de las que la más importante fue la Carboneria. Los carbonarios fueron condenados por Pío VII en 1821 por razones ético-religiosas (para ellos el fin justificaba los medios, cualquier medio, por inmoral o injusto que fuera el medio si permitía alcanzar el fin que ellos se proponían y que consideraban justo o conveniente). Revolucionario y hostil a la Iglesia, fue el partido radical, La Joven Italia. La masonería intentó por varios medios excitar los ánimos contra la Iglesia, y como entre sus filas militaban personalidades políticas que ostentaban elevados cargos gubernativos, ejerció una profunda influencia en la vida pública; hubo una verdadera ofensiva antirreligiosa y una acción de descristianización, a la que una parte de los católicos opuso resistencia, mientras que otros aceptaban estas medidas, como ya irremediables, propias e inamovibles de la sociedad moderna. (Giulio Vismara, La Italia del siglo XIX, GER, 1971, p. 2199). Tanto fue así, que desde 1868, el Papa decretó el non expedit que prohibía a los católicos italianos participar en las elecciones políticas de cualquier tipo. Confirmó la prohibición en 1874, pero la suavizó dos años más tarde, al permitir a los católicos tomar parte en las elecciones municipales y provinciales.
Pues bien, la vida del futuro san Juan Bosco, se extiende, a lo largo de este siglo de tensiones y de conflictos, porque es precisamente el Piamonte el campo de rivalidades de Austria y Francia, y Turín el mayor centro de inmigración, de desplazamiento del campo a la ciudad, dado que mientras el norte se industrializaba rápidamente, el sur y las zonas rurales del norte continuaban subdesarrolladas y sobrepobladas, forzando, en consecuencia, a millones de personas a emigrar.
En efecto, Juan nació el 16 de agosto de 1815, en Turín, hijo de Francisco y Margarita Occhiena, labriegos que rozaban la pobreza. De manera que cuando a los dos años quedó huérfano de padre, se crio con su madre y dos hermanos y el ejemplo de su madre marcó su vida de piedad, de esfuerzo, de sacrificio, de trabajo inagotable sin una sola queja. Para sobrevivir todos en la familia debían trabajar y en cuanto Juan tuvo fuerzas se dedicó a cuidar ganado. Pero a los 12 años se produjo un enfrentamiento con su hermano Antonio que no quería que Juan “perdiera” el tiempo asistiendo a la escuela. Juan, entonces, se fue de su casa mendigando comida, techo y trabajo, que afortunadamente encontró pronto. Gracias a ese trabajo y a una vida de escaseces y fatigas consiguió costearse sus estudios y la estancia en el seminario, dado que ya con nueve años vio clara su vocación al sacerdocio. Y así, el 5 de junio de 1841, a los 26 años, es ordenado sacerdote en Turín.
Como he adelantado antes, siguiendo a Giulio Visnara, el desarrollo industrial, el crecimiento urbano, las aspiraciones patrióticas hacia la unidad nacional, habían convertido a Turín en centro de inmigración para las provincias piamontesas y para Italia entera. Adolescentes y jóvenes abandonados, sin trabajo ni estudios, vagabundeaban en calles y plazas, desprovistos de asistencia moral y religiosa.
Sucedió que un día al entrar Don Bosco en la sacristía vio al sacristán que golpeaba con una escoba a un muchacho que había entrado a robar. El rapaz huyó, pero Don Bosco le pidió al sacristán, que lo trajera. Don Bosco comenzó a charlar con aquel mozalbete y como Don Bosco había trabajado en el campo comprendió al muchacho y quedó dolido de la pobreza en la que vivía y de su ignorancia de los principios más elementales de la doctrina cristiana. Después de hablar de otras cosas y de pasar un rato silbando con él, porque los dos sabían silbar bien, Don Bosco le preguntó si le gustaría volver al día siguiente y le explicaría la doctrina cristiana. El muchacho dijo que sí, si bien al día siguiente no sólo se presentó él sino que le acompañaba el grupo de sus amigos de correrías.
Don Bosco decidió ir con ellos a sus barrios y se desoló al ver a aquellos enjambres de muchachos sin hogar, que habían acudido a la ciudad huyendo de las miserias campesinas, y que en su ignorancia y en medio de los peores ambientes eran verdaderos paganos empujados al vicio y a la delincuencia. Como Don Bosco tenía una gran habilidad para los juegos de magia y las representaciones, atraía a los jóvenes, al punto que es patrón de las escuelas de artes y oficios (con razón, porque aplicó un nuevo método de enseñanza de gran éxito), patrón del ilusionismo y del cine. (Carlos Pujol, La Casa de los Santos, Ed. Rialp, 1989, p. 48).
En efecto, adelantándose a su tiempo y detectando sus signos, don Bosco:
“Fundó y desarrolló talleres entonces prometedores: sastrería y zapatería (1853), encuadernación (1854), carpintería (1856), tipografía (1861), herrería (1862), tienda librería (1864). Colaboradores provisionales, prefirió fuerzas estables, unidas en ‘congregación religiosa’. Fundó así la Sociedad de San Francisco de Sales, aprobada por la Santa Sede en 1869 (salesianos). Extendió la obra educativa a la juventud femenina mediante la Congregación de las Hijas de María Auxiliadora… Como tercera rama de la “familia salesiana” Don Bosco instituyó la Unión de Cooperadores Salesianos, a la medida de una Orden Terciaria, pero con finalidad apostólica…”. (Pietro Stella, San Juan Bosco, GER, Ed. Rialp, 1973, p.554).
En España la obra salesiana se inició en Utrera, pero fue con motivo de la apertura de los talleres de artes y oficios en Sarriá (Barcelona), cuando, en 1886, Don Bosco vino a España y se abrieron nuevas casas y en poco tiempo la Sociedad Salesiana se extendió por toda España. Más aún, los salesianos españoles han multiplicado las fundaciones en la India, Iberoamérica, Extremo Oriente… De hecho los salesianos se encuentran entre las comunidades religiosas más numerosas de la Iglesia católica, junto con jesuitas y franciscanos.
Termino con las palabras de uno de los hagiógrafos que, desde mi punto de vista, mejor han entendido la vida, la obra y la espiritualidad de san Juan Bosco:
“Don Bosco: le han admirado y querido hombres muy distintos, de muy diferente origen e ideología: hombres de Iglesia, educadores, políticos y, sobre todo, ¡los jóvenes! Unos lo han contemplado como un ‘sencillo sacerdote’; otros, como ‘un hombre leyenda’. En él se ha visto un promotor social, un educador entregado, un catequista, un apologista, un escritor fecundísimo, un defensor del papa y de la Iglesia, un soñador…, un taumaturgo”. (Eugenio Alburquerque Frutos, Nuevo Año Cristiano –Director José A. Martínez Puche– Edibesa, 2000, p.409).
Pilar Riestra