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Joaquín Costa, 'El león de Graus'. (Foto: https://historiaragon.com/2017/02/08).
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Joaquín Costa, "El león de Graus". (Foto: https://historiaragon.com/2017/02/08).

LA CRÍTICA, 24 JULIO 2022

Por Manuel Pastor Martínez
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Dedicado al costista J. M. Martínez Valdueza.

No lo sé y nunca se lo he preguntado, pero intuyo que Juan Manuel es un admirador de Joaquín Costa. Un retrato del León de Graus ha encabezado durante varios años el portal digital de La Crítica, el periódico independiente que ha dirigido y sigue dirigiendo con habilidad e inteligencia nuestro querido amigo desde su retiro y trinchera astorganos. (...)

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Juan Manuel, igual que Costa, es –como se decía antiguamente– un ilustre polígrafo: ensayista, analista político, historiador y también poeta. Unamuno subrayó que muchos de los ensayos históricos de Costa son literatura, poesía (el gran historiador y escritor estadounidense Henry Adams creía firmemente que la poesía es historia, creencia también compartida en nuestras letras, entre otros, por Octavio Paz). (...)

En realidad, como percibieron Unamuno, Azorín, y Ortega (para mí, los máximos pensadores y escritores españoles del siglo XX), y asimismo otros tan diversos como Maeztu, Azaña, o los Primo de Rivera (padre e hijo), y después de la Guerra Civil el conservador Gonzalo Fernández de la Mora o el progresista Alfonso Ortí Benlloch (y con cierta óptica equívoca el propio profesor E. Tierno Galván), todos los españoles patriotas y “regeneracionistas” o reformistas con criterio y sentido crítico somos costistas aunque muchos no lo sepamos, como el famoso personaje cómico de Molière que era prosista sin saberlo.

Tras el Desastre del 98 un joven Ortega y Gasset ya subrayó que Costa nos fue necesario para entender y resolver el problema de España: la solución era Europa. Unamuno, por el contrario, pensaba que más que “europeizar” a España había que “españolizar” a Europa.

Ortega pensaba en las ciencias y Unamuno en las humanidades. Pero Costa pensaba que eran complementarias: “Europeización, pero sin desespañolizar”. Y recuérdese su otro famoso lema: “Escuela y Despensa” (si el amable lector me permite la broma, hoy diría, parafraseando a Bill Clinton: “Cultura y Economía, estúpido”).

Tenemos una imagen clara y justa de Costa como reformador social y sociólogo (véase, entre otros muchos estudios, C. Gómez Benito, “Joaquín Costa como sociólogo histórico”, Tendencias Sociales. Revista de Sociología, 7, 2021). Mi intención en este artículo, aunque de manera esquemática, es destacar otro perfil suyo más desdibujado, el de politólogo. Aunque algunos análisis relativamente recientes de A. de Blas Guerrero y G. Gómez Orfanel –ya anticipados por A. Ortí Benlloch– (en la obra colectiva C. Gómez Benito, ed., Joaquín Costa y la modernización de España, Congreso de Diputados, Madrid, 2011) apuntan perspectivas en tal sentido.

Costa abordó el problema político de España, subyacente o implícito en su magna obra de investigación sociológica, Oligarquía y Caciquismo como forma actual de gobierno en España: urgencia y modo de cambiarla (Madrid, 1901). Hoy identificamos ese problema como “partitocracia” con su concomitante corrupción, sin duda el cáncer de la democracia, y particularmente de la democracia parlamentaria.

Costa no llegó a emplear el término, será el conservador Fernández de la Mora –inspirándose en la obra del aragonés– uno de los primeros en hacerlo e incluso con el título de uno de sus últimos libros (véase G. Fernández de la Mora, La Partitocracia, IEP, Madrid, 1977). A. Rodríguez Nuñez ha destacado esta contribución politológica en su importante estudio sobre el pensador conservador con un título explícitamente costista (Contra la oligarquía y el caciquismo del siglo XXI: El pensamiento político de Gonzalo Fernández de la Mora, CSED, Astorga, 2015).

Por su parte, Ortí Benlloch ha propuesto el concepto de “transparlamentarismo” para caracterizar la crítica de Costa a la política y a los partidos parlamentarios. Es evidente que las democracias parlamentarias europeas –en contraste con la democracia presidencialista en EEUU– han sido más proclives a degenerar en la partitocracia por la estrecha vinculación estructural entre los poderes legislativos y ejecutivos, como otros coetáneos europeos de Costa observaron y analizaron (los “elitistas” G. Mosca, V. Pareto, M. Ostrogorsky, R. Michels…).

Michels en su estudio clásico sobre los partidos políticos hará famosa la “ley de hierro de la oligarquía”, que describe perfectamente la esencial partitocracia en los partidos de masas de las izquierdas (socialistas y comunistas). Anteriormente Ostrogorsky había hecho lo propio con los partidos parlamentarios de notables en las derechas (liberales y conservadores).

Costa usó el término “oligarquía” en el sentido de una elite de poder económico, pero la relacionó con su instrumento político, el “caciquismo”, al que atribuyó características partitocráticas (de control social-político y de corrupción) en sus funciones electorales y parlamentarias, a través de figuras políticas como los gobernadores civiles en las provincias y los alcaldes en los municipios.

No hay consenso entre los propios costistas en valorar la figura del “cirujano de hierro” que propuso Costa como solución al problema, aunque en todo caso parece evidente que era algo muy alejado del militarismo o pretorianismo, y mucho más del fascismo. La cirugía siempre es algo limitado, puntual, y el adjetivo quizás evocaba como ejemplo a la gran personalidad europea de la era política en que vivió Costa, anterior a la Gran Guerra: Otto von Bismarck, el “Canciller de Hierro”, autoridad política autoritaria pero no dictatorial.

Ortega especuló sobre “La herencia viva de Costa” (1911), pero personalmente pienso que en su visión crítica nada sobrevive más que su rechazo de la obsesiva voluntad de poder y de la corrupción que caracterizan al nuevo caciquismo.

Unamuno y Azorín escribieron sendas y bellas elegías a Costa. Ambos destacaron su patriotismo y su realismo. Para Unamuno era un desesperado, producto de una “desesperación española” o una “esperanza desesperada”, afectado por cierta “amencia quijotesca” (“Sobre la tumba de Costa”, 1911). Azorín lo vio como un escritor realista, continuador de la misma estirpe aragonesa de Gracián, Zurita, Aranda y Goya (“Elegía a Costa”, 1911), y destacó que “en su prosa palpitaba un realismo vigoroso, profundo”, crítico de los oligarcas y caciques explotadores, la falacia de los parlamentarios, la eterna tramoya del discurso grandilocuente, del “mañana”, de las “conveniencias políticas”, de los “derechos adquiridos”… (“Joaquín Costa”, 1913). Es decir, lo que hoy llamaríamos la nueva clase y el Establishment políticos: la partitocracia.

Manuel Pastor Martínez

Manuel Pastor Martínez

Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid

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