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Dedicado a los amantes de los libros (pero no tanto)
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Dedicado a los amantes de los libros (pero no tanto)

LA CRÍTICA, 29 ABRIL 2022

Por Francisco Ansón Oliart
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(...) la autora enfrenta al lector a dos crímenes –naturalmente las dos víctimas están íntimamente, vitalmente, relacionadas con el mundo de los libros del coleccionismo excluyente–, pero en su habilidad narrativa introduce la duda, durante bastantes páginas, si la motivación de los crímenes es, desde pasional hasta sólo por motivos bibliófilos, concretamente, la obtención del Libro Negro de las Horas. (...)

«Alguien que lleva muerto cuarenta años no puede ser secuestrado y, desde luego, no puede sangrar. Vitoria, 2022. El exinspector Unai López de Ayala recibe una llamada anónima que cambiará lo que cree saber de su pasado familiar: tiene una semana para encontrar el legendario Libro Negro de las Horas, una joya bibliográfica exclusiva, si no, su madre, quien descansa en el cementerio desde hace décadas, morirá.»

Es cierto, el ADN de la sangre fresca encontrada, recién derramada, demuestra, sin lugar a dudas, que se trata de la mujer muerta y enterrada hace cuatro décadas. Hay que reconocer que el reclamo y planteamiento que aparece en Amazon (yo he leído el libro en un Kindle), como referencia a esta novela, cuya autora es Eva García Sáenz de Urturi, atrae, necesariamente, la atención del lector.

Además de su atractivo planteamiento, la novela añade un plus, que parece dedicado a los lectores que conozco de este periódico y que son verdaderos amantes de los libros. Por ello, comento del Libro Negro de las Horas de Eva García Sáenz de Urturi, casi únicamente, este “plus”.

Bibliófilo, es según la RAE, la persona con “afición grande a los libros, especialmente si son valiosos, raros o curiosos”, incluidos también, desgraciadamente, los libreros. Digo, desgraciadamente, porque cuando un librero es coleccionista y debe vender uno de sus queridos ejemplares es, casi, como si se desprendiera de un ser querido (comprendo que estoy exagerando, pero si el lector conoce algún bibliófilo, verá que no exagero tanto).

Eva García Sáenz de Urturi, no se refiere propiamente a esta acepción de los bibliófilos. Tampoco a los bibliómanos, los compradores compulsivos de libros que amontonan miles de libros que, naturalmente, no tienen tiempo de, ni interés por leer.

Eva se refiere a los bibliópatas (la autora y yo hemos coincidido en dos lecturas de los libros que cita como bibliografía final: Miguel Albero, Enfermos del libro. Breviario personal de bibliopatías propias y ajenas, que lo publicó la Universidad de Sevilla en 2013, y Francisco Vindel, publicado, hace muchos años, en 1934, que encontré en la librería de un hermano mío). En efecto, el bibliópata es un enfermo, como diagnostica Eva, es un adicto, por ello dice el protagonista que es un perfilador de posibles delincuentes:

«Si algo había analizado aquellos días era un patrón común en todos los bibliófilos que había conocido. Cierto punto ciego cuando se trataba de un libro codiciado. Un claro rasgo de adicción, de la necesidad desesperada del yonqui del papel.» (No cito la página, porque en mi Kindle no viene).

Otra de las características de los bibliópatas es la de que lo que les satisface, lo que reduce o elimina su ansiedad y obsesión es, sobre todo, la posesión del libro deseado, más que su contenido, de lo que dice y cómo lo dice, incluso de su encuadernación o su caligrafía e ilustraciones. Por ello, la enfermedad del bibliópata le puede llevar a arruinarse, mentir, calumniar, robar y tal vez, a algo más grave (de aquí la justificación del título, dedicado a los verdaderos amantes de los libros “pero no tanto”, como para realizar una acción incorrecta).

Ciertos libros antiguos y por supuesto, los incunables, es decir, los publicados entre 1453 (año en que se publicó el primer libro impreso, la Biblia de Gutenberg) y el 1 de Enero de 1500, se han editado en facsímiles, esto es:

“Una reproducción exacta en todo salvo en las manchas de humedad, hongos o el deterioro que proporciona el mal cuidado. Existen pocas empresas que se encarguen y son muy especializadas. Pagan a las grandes bibliotecas o a los museos por cada página que se les permite copiar. Llevan buenos equipos y expertos que trabajan meses en cada libro: pergamineros, iluminadores, incunanbulistas, paleógrafos, fotógrafos, historiadores del arte…”

y publican unas mínimas tiradas de ejemplares numerados. (Algunos de estos facsímiles alcanzan un precio, que permitiría vivir, cómodamente, durante dos o más años, a un pensionista con la pensión media).

Pero también existen las falsificaciones, las que se venden como originales, siendo falsas. Algunas de estas falsificaciones son casi imposibles de distinguir de las originales, porque utilizan el mismo papel y el envejecimiento propio del tiempo del original, igualmente los pigmentos se fabrican de igual manera que se hacía en aquella la época, y no digamos la caligrafía y las ilustraciones que son de una exactitud asombrosa.

Además, la autora, no sólo se adentra en la mentalidad del bibliópata, sino que ofrece una clasificación de los distintos tipos de bibliófilos, bibliómanos y bibliópatas, con un añadido interesante, el aumento considerable en el mercado de libros antiguos que supuso el fallecimiento de tantos coleccionistas vulnerables en la reciente pandemia, así como, durante el curso de la investigación, en el Instituto Cervantes, en la Caja de las Letras, dar noticia de la existencia de sesenta cajas que guardan legados de escritores, directores de cine, científicos, cuya apertura se realizará en la fecha determinada por sus propietarios, si bien algunas –entre otras, la de Berlanga en el centenario de su nacimiento–, se han abierto y contienen escritos y objetos a cual más sorprendente.

Con estos y otros elementos la autora enfrenta al lector a dos crímenes –naturalmente las dos víctimas están íntimamente, vitalmente, relacionadas con el mundo de los libros del coleccionismo excluyente–, pero en su habilidad narrativa introduce la duda, durante bastantes páginas, si la motivación de los crímenes es, desde pasional hasta sólo por motivos bibliófilos, concretamente, la obtención del Libro Negro de las Horas.

En todo caso, una de las originalidades del libro es la de que no sólo, las dos víctimas estén inmersas en el mundo de la bibliofilia; que la motivación, a pesar de las dudas es, siempre, bibliófila; que la oportunidad se produce, asimismo, con ocasión de este mundo de coleccionistas, sino que incluso el arma o las armas, son las utilizadas en la confección de los libros antiguos, de manera que, en la primera víctima, son los vapores de anilinas y en el segundo la modificación de la glicerina que, convertida en nitroglicerina, estalla en la cara de la segunda víctima al limpiar la portada del libro.

El final de la novela quizá tenga demasiadas revelaciones seguidas, aunque interesantes, y me ha sorprendido la inexistencia de cualquier práctica religiosa (mucho ha debido cambiar la Vitoria que yo conocí). No tengo el gusto de conocer a la autora, pero en las fotografías suyas que han publicado de ella, me parece que tiene una mirada maternal, de profunda comprensión y una sonrisa con luz, por lo que, sabiendo además que es una escritora de prestigio, cabe suponer que, con alguna frecuencia, algunas personas le hayan contado de su vida y vivencias. Ello ha podido facilitar a la escritora caracterizar con detalle a sus personajes, hacerlos personas reales, creíbles, que sus reacciones sean coherentes con su manera de ser (sólo hay un personaje en la novela que corresponde a un estereotipo, sin matices). Naturalmente, he leído, con anterioridad, otras novelas de esta autora y es difícil no encariñarse con sus personajes. En este sentido, el final de Libro Negro de las Horas, queda mínimamente abierto por la aparición de un nuevo personaje, con tantas posibilidades e interés, que sería de deseable que volviera a aparecer.

Por hacer justicia al libro, debo insistir que se trata de una buena novela negra que se lee con verdadero interés, aunque aquí se haya resaltado, lo que se refiere al amor a los libros.

Francisco Ansón

Francisco Ansón Oliart

Investigador y escritor; licenciado y doctor en Derecho (Universidad Complutense de Madrid); doctor of Philosophy and Psychology (K-University, California); licenciado en Ciencias de la Información (Universidad Complutense de Madrid); doctor en Ciencias de la Comunicación (Universidad Camilo José de Cela)

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