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LA ESPAÑA INCONTESTABLE

El arzobispo Gelmírez y la creación de la primera armada gallega

El Arzobispo Gelmírez.
El Arzobispo Gelmírez.

LA CRÍTICA, 27 FEBRERO 2022

Por Hugo Vázquez Bravo
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La memoria de los pueblos, como la del propio ser humano, es selectiva y en ocasiones puede resultar tremendamente paradójica. Hay personajes que es tal la trascendencia de sus actos, que la mentalidad colectiva es incapaz de captar su magnitud y, como consecuencia, su notoriedad es significativamente menor que la de aquéllos que han adquirido su fama por un único gesto.

Es el caso de Diego Gelmírez o Xelmírez, primer arzobispo de Santiago de Compostela (Catoira, c. 1068 – Santiago, c. 1140) y creador de la primera armada gallega, cuyo éxito permitió mudar por completo la concepción del espacio en la España ganada al islam. (…)

… El poblamiento en las áreas cristianas de la península Ibérica en tiempos del Cid (Vivar, c. 1048 – Valencia, 1099) era muy distinto del actual. Mientras el interior albergaba los principales núcleos de población, la costa se encontraba prácticamente inhabitada. Esto respondía a la tremenda peligrosidad existente, pues en la época estival, cuando el clima mejoraba, era frecuente que los pueblos del norte, normandos o vikingos, así como otros provenientes del Mediterráneo y de la propia Al-Ándalus, llamados sarracenos, organizasen expediciones de pillaje y asolasen todo aquello que encontraban a su paso.

Gelmírez era un personaje que, aunque de origen humilde, había alcanzado un gran prestigio sirviendo a Alfonso VI. Un año después de la muerte de dicho monarca, en 1100, fue nombrado obispo de Compostela. Gracias al apoyo recibido desde Roma obtuvo, así mismo, la independencia respecto a las archidiócesis de Toledo y Braga para, en 1124, durante el reinado de Urraca, lograr que su sede se convirtiese igualmente en arzobispal, erigiéndose en la cabeza rectora de la Iglesia en gran parte del noroccidente peninsular. Fue tal el poder que concentró, que incluso se le concedieron los privilegios de acuñar moneda y administrar justicia, algo verdaderamente insólito, pues no estaba ni al alcance de lo más granado de la aristocracia.

Durante el año 1112 se dio una situación realmente rocambolesca. Una expedición de normandos afincados en Inglaterra y que se dirigían de peregrinación a Jerusalén, sobrevivía curiosamente a costa del pillaje. Pero, en esta ocasión, dos nobles insurrectos al rey de Galicia contrataron a parte de aquellos vándalos para así tratar de imponer su criterio. Éstos eran partidarios de que Alfonso I de Aragón el Batallador ciñese la corona por su matrimonio con doña Urraca, yendo por tanto en contra del hijo que la reina había tenido con su primer marido, Raimundo de Borgoña, que había accedido al trono el año anterior.

Gelmírez, sabedor de todo lo urdido, organizó una flotilla de pequeños barcos llamados pinazas, concebidos para la pesca de bajura y el transporte. Estas naves fueron reclutadas en Padrón, Isla de Arosa y A Lanzada. Y, una vez reunidas, mandó ir sobre el enemigo en la ría de Vigo. Es probable que el factor sorpresa fuese determinante, porque la entidad de esta armada de ocasión era menor y, sin embargo, la maniobra fue todo un éxito. Hicieron prisioneros a los extranjeros, tomaron sus barcos y propiedades, y recuperaron el control de los castillos que opositaban contra su señor.

Consciente de la importancia de lo que se había logrado y, así mismo, de en qué puntos se debía mejorar para garantizar la seguridad de sus tierras y súbditos, el obispo envió emisarios a Génova, Pisa y Arlés, en busca de maestros constructores de navíos de mayor capacidad para la lucha contra la piratería. En 1115 se instaló un astillero en Iría Flavia (actual Padrón), y se puso a disposición de un maestro genovés de nombre Augerio u Ogerio, según el texto. Se le encomendó armar un par de naves con capacidad cada una para unos 100 hombres, y dichas embarcaciones se habrían de corresponder con la morfología de unas galeras.

Ese mismo año de 1115 la costa atlántica volvía a ser objeto de los ataques de otra armada, en este caso de origen almorávide, que había arrasado todo a su paso entre Sevilla y Coímbra. Gelmírez ordenó a sus naves ir a su encuentro capitaneadas por su constructor y, nuevamente, no sólo vencieron a su enemigo, sino que prosiguieron su correría por toda la costa lusitana, en poder de los musulmanes, reuniendo un gran botín con el que se sufragaron todos los gastos que se habían tenido, quedando remanente aún para engrosar las arcas de la sede compostelana. Se dice que parte de los prisioneros de origen musulmán fueron enviados a las canteras que proveyeron de piedra a la construcción de la catedral. En cuanto a las dos naves citadas, aún en 1120 volvieron a ser utilizadas y, otra vez, con verdadero éxito.

La acción de la piratería no cesó, si bien, estos acontecimientos sirvieron para que algo prendiese en la cabeza de los lugareños y de las autoridades, que dejaron de ser meros agentes pasivos de la desolación. En 1126, a causa de la muerte de su madre, el rey pasaba a serlo también de León con el nombre de Alfonso VII, el Emperador.

El nuevo rey fue el primero de los que acometió una política de promoción a la creación de poblaciones en toda la Cordillera Cantábrica, especialmente en la costa, donde nacieron la práctica totalidad de las ciudades y villas que hoy conocemos en un espacio de siglo y medio. De hecho, a él se atribuye la fundación de la más antigua, Avilés. No obstante, los diferentes monarcas no siguieron el ejemplo de Gelmírez en cuestiones navales, pues ni el reino de León primero, ni después el de Castilla pudieron presumir de una vocación militar en la mar en los siglos venideros. Lo que sí comprendieron fue lo crucial que era ocupar ese espacio y, al menos desde tierra, los asentamientos adquirieron la entidad y fuerza suficientes como para orquestar la defensa del litoral. Son prueba de ello algunos episodios en que las expediciones provenientes del norte fueron rechazadas en Gijón y Ribadesella.

Por otro lado, ocupar esa franja de tierra dio lugar a nuevos horizontes. Los marineros gallegos, asturianos, cántabros y vascos adquirieron una destreza sin igual. A las fuentes de recursos para la subsistencia de la población sumaron la pesca, y con la actividad comercial lograron que sus villas fueran prósperas. Aquellas naves de casco redondo, más aptas para las aguas en que se debían gobernar, participaron en la conquista de Sevilla y más adelante en la de América. No en vano, el nombre de la nao Santa María que capitaneó la expedición de Cristóbal Colón, había sido La Gallega antes de ser rebautizada para la expedición a las Indias. Y ya a comienzos del siglo XVI, los balleneros vascos llegaban a Terranova (Canadá) en busca de sus anheladas capturas, conocimiento que fue aprovechado en la posterior colonización.

Pero domesticar este medio no fue una empresa fácil. Me imagino los miles de hombres que dejaron sus vidas en ese propósito y a cuya memoria aún se rinde homenaje en el día del Carmen. En el norte, muchas de las cofradías de marineros, ésas que debían velar por el bien de viudas y huérfanos, eran regidas por las mujeres, algo que no sucedía en otros oficios e imagino sobradamente el por qué.

El ejemplo de Gelmírez tardó en prender. Si Aragón poseía cierta ventaja en esta materia, Castilla siguió armando y contratando (asentando) las naves mercantes para la guerra. Hubo algún conato de organización como la creación de la Orden de Santa María o de la Estrella en Cartagena, a cargo de Alfonso X, pero que no cuajó. Y no sería hasta comienzos del siglo XVI, cuando el apoyo de la reina Isabel a su marido en el Mediterráneo supuso la hibridación de ambas tradiciones y dio como fruto una primera una armada “española”, cuyo primer almirante no fue otro que Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, mérito que se suma a los otros muchos ya conocidos.

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