… Ansioso por terminar el testamento mientras a Elcano le quedasen fuerzas, agonizante por el maldito escorbuto que ya se llevó al capitán general Loaisa, o por una intoxicación producida por una barracuda que lograron capturar hacía unos días, no podía permitirse más tiempo de asueto. Elcano además de su capitán, era su maestro y amigo. El conocimiento atesorado bajo su mando le sería inestimable en el futuro para cumplir con la misión encomendada por el Emperador Carlos V de llegar a las Molucas y reclamar por el tratado de Tordesillas la especiería para la corona. Los portugueses llegaron primero, y años después Elcano en su expedición con Magallanes por la ruta del oeste (cruzando el Atlántico y luego el Pacífico). Por tanto, existía base legal suficientemente sólida para defender el dominio sobre esos territorios. El clavo, la canela, la nuez moscada o la pimienta eran bienes muy preciados en Europa que justificaban sobradamente la disputa de aquellas tierras.
Nunca imaginaría Urdaneta que ese empeño conllevaría en el final de su vida, la creación de la mayor ruta comercial que la historia conociera hasta entonces. España, a finales del siglo XV, se había embarcado en América en una de las más apasionantes gestas civilizadoras de la historia. Pocas regiones españolas han dado tanto a la causa española en América como Guipúzcoa; Elcano, Ignacio de Loyola, Catalina de Erauso, Blas de Lezo… y todos fueron reconocidos (al menos, todo lo que España es capaz de reconocer a sus héroes) de alguna u otra forma. En estas líneas de la España Incontestable pretendo introducir a otro español universal que conectó comercialmente al mundo conocido y puso las bases religiosas de lo que sería el gran bastión católico en Asia; Andrés de Urdaneta.
A comienzos del siglo XVI el comercio internacional tiene su epicentro en la especiería, cuyo control disputan las coronas española y portuguesa. El joven Urdaneta que finalmente alcanzó las Molucas, permaneció cerca de once años luchando por su dominio, sin embargo Carlos V acabó vendiendo las islas por el Tratado de Zaragoza y aquél, hubo de emprender la vuelta a casa junto a la hija habida de su relación con una nativa. Ahora bien, ¿qué camino tomar? O volver por la ruta portuguesa de las especias, que supondría dirigirse en dirección a la India para posteriormente bordear el continente africano rumbo a la península ibérica surcando aguas infestadas de navíos portugueses; o bien regresar por donde vino, camino de Cebú (Filipinas) para luego adentrarse por el Pacífico hasta Méjico (ese trayecto es de una distancia aproximadamente tres veces superior a la existente entre España y el punto a donde llegó Colón en su primer viaje). A esa vuelta se la denominó «el tornaviaje», cuya dificultad hacía suicida la misión, por el desconocimiento de las corrientes y vientos que favorecieran la navegación en aquella dirección. Cinco expediciones lo intentaron, fracasando todas ellas. El camino de ida representaba una dificultad menor precisamente por ser conocidos los vientos alisios de este en torno al paralelo 10º N del «Mar de las Damas».
Urdaneta y sus compañeros se vieron obligados por tanto a regresar por la vía portuguesa en la única embarcación que quedaba de las seis que iniciaron el viaje. A su regreso fue requerido por Pedro de Alvarado, hombre de confianza de Hernán Cortés, para que acudiera a Méjico y participara en una nueva expedición por la región, pero finalmente, la prematura muerte de Alvarado abortó la expedición. Desde entonces residiría en Méjico trabando amistad con el Virrey Antonio de Mendoza, y donde años después ingresaría en la orden agustina. Estando en el convento de San Agustín, Felipe II recién entronizado, le contactó personalmente al tener conocimiento de sus grandes dotes como científico y cosmógrafo y sobretodo, en la confianza de que el guipuzcoano dijo creer saber cómo realizar el famoso tornaviaje.
«…Yo vos ruego y encargo, que vais en los dichos Navíos, y hagáis lo que por el dicho Virrey os fuere ordenado, que demás del servicio que haréis á Nuestro Señor, Yo seré muy servido y mandaré tener cuenta con ello para que recibáis merced en lo que hobiere lugar….»
Es así que se prepara una nueva expedición bajo el mando de Miguel López de Legazpi (primer Gobernador de Filipinas y fundador de la ciudad de Manila), con el objetivo de establecerse en Filipinas y encontrar el tornaviaje.
En noviembre de 1564 zarparon desde Méjico para llegar en abril a Cebú (Filipinas), a cuyas costas años antes arribaron por primera vez Magallanes y Elcano. A su llegada, Legazpi y Urdaneta empezaron a crear las bases de lo que fueron los primeros asentamientos a la vez que emprendieron una labor evangelizadora al establecer el germen de un proceso de difusión del mensaje evangélico con la particularidad de que se realizó en las lenguas nativas, fundamentalmente el tagalo. Tras permanecer meses en Cebú, en julio de 1565 parte en la nao San Pedro, capitana de la armada, con el fin de encontrar una ruta de vuelta al Virreinato de la Nueva España. En la nave le acompañarían 200 hombres entre los que se encontraría un nieto de Legazpi. Los conocimientos adquiridos tras años de navegación le llevaron a intuir que habría una corriente en latitudes superiores que facilitara la vuelta, por lo que puso rumbo nordeste aprovechando los vientos del sur propios de esa época (Monzón del verano), en dirección al paralelo 40. Allí enlazó con lo que hoy se conoce como la corriente de «Kuroshio», en su momento conocida como la corriente de tornaviaje, que permite la navegación en dirección este hacia las costas de California (la corriente es análoga a lo que puede ser la corriente del Golfo en el Atlántico). Alcanzó el cabo de Mendocino, llamado así por Urdaneta en memoria del Virrey Antonio de Mendoza, y navegó después en dirección sur por la península de Baja California hasta Acapulco, fin de su viaje. Este trayecto, supuso un arco de 16.300 kilómetros por el océano Pacífico y tuvo una duración de 130 días. Pese a que el viaje se realizó sin mayores complicaciones, murieron 16 personas y muchos llegaron enfermos, lo que habla de la extremada dificultad de la navegación en aquellos tiempos.
La constancia, el valor y el conocimiento de este guipuzcoano le abrieron la puerta a la gloria. Su hazaña al encontrar la ruta supuso una notabilísima reducción de los tiempos necesarios para realizar el viaje: de tres meses de ida y un mínimo de seis de vuelta, con el tornaviaje el regreso se vio reducido en unos dos meses aproximadamente. Consecuencia de ello, Acapulco, hasta entonces una pequeña población, se convierte en el gran puerto de enlace entre Asia y América: las mercancías que saldrán de Filipinas alcanzarán el puerto de Acapulco para ser vendidas o llevadas tierra dentro hasta Veracruz, donde embarcarán de nuevo en dirección a Europa. Es importante señalar que el interés comercial de la ruta no se debe tanto a las mercancías originarias de Filipinas sino al comercio de tejidos como la seda, porcelana, marfil o las especias provenientes del imperio chino que fundamentaba sus transacciones con la plata española, que pasó a convertirse en la moneda de referencia para el comercio internacional. Durante dos siglos y medio la ruta de Urdaneta otorgó a España la hegemonía sobre el Pacífico y dio lugar al primer imperio comercial verdaderamente global de la historia, uniendo dos mundos muy lejanos y generando una ruta comercial transpacífica, de más de 28.000 km, surcada por galeones españoles durante siglos. La máxima expresión de ese poderío fue el Galeón de Manila.
Aquel español de Villafranca de Ordizia, que circunnavegó el globo años después que Elcano, evangelizando e iniciando los primeros asentamientos de españoles en Filipinas, y estableciendo la ruta comercial más distante y global conocida, falleció en la soledad de su celda, en su convento de San Agustín, el 3 de junio de 1568 a la edad de sesenta años.
GLORIA Y HONOR.
Gonzalo Castellano Benlloch
Monumento dedicado a Andrés de Urdaneta en Pangasinán, Filipinas.