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LA ESPAÑA INCONTESTABLE

¡Quien tenga honra que me siga!

La heroína gallega María Pita. Cuadro de Fernández Cersa, 1987. (Foto: https://www.ordendecaballerosdemariapita.com/).
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La heroína gallega María Pita. Cuadro de Fernández Cersa, 1987. (Foto: https://www.ordendecaballerosdemariapita.com/).

LA CRÍTICA, 9 ENERO 2022

Por Íñigo Castellano Barón
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Aquel grito cargado de fuerza y angustia fue lanzado al año siguiente de que parte de la Grande y Felicísima Armada, burlonamente llamada por los ingleses la Armada Invencible, encallara en las rocas y arrecifes del mar del Norte, empujada por los vientos, en medio de las tormentas y acosada por los buques ingleses. La fuerza enviada del rey Felipe II para la conquista de Inglaterra sucumbió no ante el cañoneo inglés sino frente a los elementos desatados de la naturaleza. (...)

... Un año después, la reina Isabel I de Inglaterra decidió enviar una expedición, por algunos llamada «contraarmada» inglesa, bajo el mando del almirante corsario Francis Drake y del general John Norreys al mando de las tropas de desembarco, con la misión de conquistar Santander y destruir los restos de la Armada Invencible que principalmente se encontraban para su reparación en ciudades de la cornisa cántabra, especialmente en aquella ciudad.

Aprovechando la expedición militar se tomaría a continuación Lisboa que se encontraba bajo la corona española para entronizar al Prior Antonio de Crato, pretendiente a la corona lusa, a cambio de lo cual Inglaterra recibiría un precio fijado en millones de escudos de oro además de algunas fortalezas y un tributo anual. Isabel I de Inglaterra dio dispensa durante doce días para saquear a los hispanos en la vieja capital portuguesa, además de que el Prior de Crato asegurase a Inglaterra el acceso a las colonias portuguesas del Nuevo Mundo. Por último la reina Isabel I quería conquistar las Azores para desde esa base poder capturar la Flota de Indias y dominar las rutas comerciales del Atlántico.

Pero una cosa fue el interés y la orden de la reina inglesa y otra lo que el corsario Drake valoró, alentado por el exitoso ataque que hizo a la ciudad de Cádiz dos años antes. Drake convenció al general Norreys así como a otros nobles ingleses para invertir dinero en una armada que se resarciría con creces con el botín conseguido no solo en Lisboa, sino también en La Coruña donde creía que había enormes riquezas al igual que en otras ciudades costeras. El saqueo sería la opción más rentable que no solo arribar a la ciudad de Santander y simplemente destruir los astilleros. Su plan satisfizo a aquellos y se creó una sociedad con tales fines sin que la reina tuviera noción de ello.

Plymouth fue el puerto de partida en aquel 13 de abril de 1589. Varios galeones, naves mercantes, urcas holandesas, pinazas, barcazas y otros tipos de embarcaciones pusieron rumbo a España. Allí también se encontraba el II conde de Essex, favorito de la reina. La ambición cegó a los promotores de la expedición quienes, contraviniendo los objetivos marcados por la Corona, los sustituyeron por una finalidad puramente económica y personal. Aquella flota superó en número de embarcaciones a la Grande y Felicísima Armada. Desde el inicio, Drake ya estuvo dispuesto a no atacar Santander pretextando vientos desfavorables, para acelerar su personal objetivo de dirigirse a la costa gallega, más concretamente a La Coruña, lugar de encuentro de muchas flotas españolas y en consecuencia un gran depósito de víveres que albergaba para ellas.

Inicialmente desde el Cabo Prior en La Coruña, nadie aquel cuatro de mayo imaginó que aquella flota dibujada en el horizonte era una invasión en toda regla. Solo cuando las proas pusieron rumbo a la bocana de la ría se comprendió la magnitud del problema. Pronto las señales de humo lanzadas desde la Torre de Hércules al castillo de San Antón dieron la alarma. De inmediato D. Juan Pacheco Ossorio, marqués de Cerralbo, dispuso cuanto pudo para afrontar la situación pidiendo al tiempo ayuda a las poblaciones vecinas. Las pocas guarniciones que se contaban no fueron obstáculo para restar el arrojo y decisión de defender la fortificada ciudad frente a los piratas ingleses. Se acumularon víveres para en su caso soportar un largo asedio. El cinco de mayo, miles de soldados ingleses desembarcaron bajo las órdenes de sus oficiales que soportaron las balas de los cañones españoles que trataban de detenerlos. Desde los galeones ingleses se inició un persistente cañoneo contra las murallas de la ciudad que resistieron sus impactos con algunos deterioros. Desde el castillo de San Antón sus cañones vomitaron bolas de gran calibre que hicieron destrozos en las fuerzas invasoras obligándoles a retirarse con numerosas bajas. Tras una pequeña incursión a caballo contra las tropas inglesas, bajo el mando de Cerralbo, éste se vio obligado a replegarse y encontrar refugio en el interior de las murallas que seguían recibiendo la fuerza del cañoneo inglés bajo un estruendoso ruido acompañado del griterío de la población dispuesta a vender caras sus vidas.

Un barrio de extramuros cayó en poder del enemigo pero no por ello bajó la moral patria, sino lo contrario pues se aprestaron cada uno como mejor entendió para hacer frente al inglés. Los muertos en uno y otro bando se contaron por miles. Durante varios días el fragor de los cañones, los lamentos de los heridos y el lloro de los niños dibujaron una situación apocalíptica. En un amanecer un trozo de la muralla se derrumbó abriéndose un gran boquete por donde los ingleses con gran valor consiguieron entrar. No hubo distinción de edad o sexo, cada español enarboló lo que pudo encontrar, y junto a los pocos soldados de la guarnición que sobrevivían, ofrecieron sus vidas sin pensar en la muerte. Las noches solo sirvieron para atender heridos y retirar cadáveres. Los oficiales ingleses arengaron a sus soldados recordándoles las riquezas a obtener. La victoria no pareció asentarse en ningún bando. En un determinado momento un oficial inglés que portaba el estandarte se encontró frente a una mujer que se encaró con él y sin pensarlo dos veces lo atravesó con su pica. Las tropas inglesas viendo caer al oficial y su estandarte quedaron por un breve tiempo aterradas ante el arrojo de aquella española quien a su vez acababa de ver a su marido traspasado por el hierro de un inglés.

¡Quien tenga honra que me siga! fue el grito de aquella humilde mujer de nombre María Fernández de Cámara y Pita. Bastó su gesto valiente como su decidida actitud de seguir combatiendo para que los extenuados ciudadanos redoblaran sus esfuerzos hasta agotar sus almas. Ante aquel valor patrio, los ingleses comprendieron que no era posible someter a los españoles por lo que optaron por retirarse, no sin antes saquear el barrio ocupado de extramuros dejando sembrados los alrededores de miles de cadáveres de sus propios compatriotas. Sus fuerzas quedaron totalmente diezmadas y a duras penas consiguieron alcanzar las barcazas que los llevarían a los galeones. Drake como Norreys quedaron absortos hasta decidir replegar definitivamente lo que quedaba de su expedición. La derrota había sido mayor que el desastre de la Armada Invencible. Norreys, pese al fracaso, puso rumbo a Lisboa presionado por el Prior de Crato. Cuando desembarcó y ya cerca de Cascais, los tercios españoles de la guarnición lo rechazaron, y tras perder algunos navíos regresó a Inglaterra, pero antes, frustrado por su fracaso, incendió la ciudad de Faro.

El resultado de esta historia fue la gloria de España al obtener en nuestras propias costas una de las mayores victorias sobre Inglaterra. María Pita, desde entonces popularmente así llamada, fue nombrada alférez perpetuo por el rey Felipe II y compensada con otros honores y riqueza. Drake puso rumbo a las Azores pero ya apenas le quedaban dos mil hombres para luchar, cansados, desazonados y muchos enfermos, fueron rechazados por la población y su pequeña guarnición, por lo que definitivamente regresó a Inglaterra. Arruinado y con sus hombres amotinados por el desastre al que les había conducido, tuvo que comparecer ante la reina Isabel I que le castigó severamente por desobedecer sus órdenes quedando recluido en Plymouth por varios años como simple intendente de este puerto. Los armadores de aquella expedición perdieron todas sus inversiones e Inglaterra sufrió el mayor oprobio en su «contraarmada».

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