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LA ESPAÑA INCONTESTABLE

La España que dio a conocer el mundo

El 'Códice Boxer', encargado por el gobernador de Filipinas Luis Pérez Dasmariñas y Sotomayor (1593-1596). (Foto: https://www.casaasia.es/).
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El "Códice Boxer", encargado por el gobernador de Filipinas Luis Pérez Dasmariñas y Sotomayor (1593-1596). (Foto: https://www.casaasia.es/).

LA CRÍTICA, 7 NOVIEMBRE 2021

Por Hugo Vázquez Bravo
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(...) aunque es sobradamente conocida y reconocida la labor de nuestros religiosos en el Nuevo Mundo, aún no existe una vocación enciclopédica orientada a recoger y poner en valor nuestra aportación, lo que evidenciaría el verdadero calado del trabajo realizado. Es mi voluntad, con este relato, dar a entender al lector lo necesario de esta tarea, y entronizar futuras colaboraciones en el marco de esta sección. (...)

De entre todas las especialidades que conforman el universo de las Humanidades, he de reconocer mi más profunda predilección por la Antropología. Y la razón estriba en el interés que ésta muestra por cualquier rasgo cultural inherente al hombre, su vocación holística. Así pues, al menos en el plano teórico, no hay materia que escape o deba escurrirse al análisis de un buen profesional inmerso en su trabajo de campo en un pueblo que le es ajeno: su entorno geográfico y natural, su historia, su sistema de creencias, su estructura social, su vestimenta, sus expresiones artísticas, su lenguaje, sus conocimientos relativos a la sanación del cuerpo y el alma, la relación con las comunidades colindantes, y un más que largo etcétera.

De inmediato, el conocimiento que adquirimos de los demás, por un mecanismo cognitivo tan sencillo como el de la mera comparación, nos permite comprendernos mejor a nosotros mismos y, además, hoy la Antropología ha superado algunas de las barreras iniciales, pues ya no se ocupa únicamente del estudio del “otro”, incitando a sus investigadores a que se adentren, también, en aquellos colectivos o redes sociales que atomizan nuestra propia civilización.

La cuestión es que dicha especialidad como ciencia o, en esencia, habiendo establecido una meridiana exposición de sus objetivos y metodología, se considera que nació entre los siglos XIX y XX. Y, sin embargo, todos aquéllos que se han empeñado en ahondar en sus raíces, escribir sobre sus inicios, no pueden dejar de considerar el ingente trabajo y material que resultó de la expansión principalmente española a partir del siglo XVI, cuando fruto del redescubrimiento del continente americano, la globalización comenzó a ser una realidad.

A este respecto, aunque es sobradamente conocida y reconocida la labor de nuestros religiosos en el Nuevo Mundo, aún no existe una vocación enciclopédica orientada a recoger y poner en valor nuestra aportación, lo que evidenciaría el verdadero calado del trabajo realizado. Es mi voluntad, con este relato, dar a entender al lector lo necesario de esta tarea, y entronizar futuras colaboraciones en el marco de esta sección.

Lo primero a destacar es el momento en que las contribuciones de nuestros antepasados tuvieron lugar, esa maravillosa centuria a la que dio inicio la travesía del almirante Colón. Que las diferentes civilizaciones coexistentes en el mundo de entonces se hubiesen mantenido con un mínimo contacto entre ellas, dio como resultado el aprehendimiento de unas realidades aún sin mancillar. Me explico, como la propia teoría antropológica desarrolla, la conexión entre pueblos da lugar a préstamos culturales y materiales de todo tipo. Y, aunque lo que se toma prestado del vecino o visitante luego comúnmente se reinterpreta, lo cierto es que dos culturas que cohabitan en un espacio se parecen cada vez menos a lo que fueron en sus orígenes. Por tanto, la información que se recopiló por aquel entonces es valiosa por su grado de autenticidad, y porque incluso mucha de ella hoy se hubiera perdido, como lo concerniente a las lenguas locales, desplazadas primero por el español, y luego por otros idiomas colonizadores como el inglés o el francés.

También es reseñable la riqueza exuberante del material reunido. Los trabajos que se realizaron, muchos aún inéditos y sin publicar, versan sobre la historia y leyendas de los pueblos con los que se contactó. No obstante, existen igualmente estudios sobre esas lenguas perdidas a las que me refería con anterioridad, descripciones geográficas que incluyen datos sobre fauna y flora, innumerable cartografía, textos sobre la religiosidad y prácticas rituales, informes sobre la tecnología que se iba descubriendo (arquitectura terrestre y naval o utillaje), armamento, vestimenta y decoración del cuerpo, gastronomía y, en general, cualquier cosa que pudiera llamar la atención de aquellos ojos perplejos ante mundos tan distintos y exóticos.

Así mismo, que la propensión a reunir y trasladar todos estos conocimientos no se debió únicamente a sacerdotes y frailes como muchos piensan. De esta empresa cultural participaron las propias autoridades, militares y exploradores, comerciantes y maestros de oficios. Y hasta un buen número de nativos de latitudes tan distantes que, tras convertirse en vasallos de nuestros reyes de buen grado, viajaron a España, donde se asentaron, y donde una parte de ellos decidieron plasmar por escrito su saber y algunas de sus costumbres y tradiciones para su preservación.

Un libro que ejemplariza y evidencia todo lo dicho, y sumamente bello por ser eminentemente gráfico es el Códice Boxer, hoy en posesión de la biblioteca de la universidad de Indiana (EEUU). Esta obra que contiene 65 ilustraciones en las que se pretende hacer un catálogo de los diferentes pueblos con los que los españoles convivían en las Filipinas, se cree que fue encargado por el gobernador Luis Pérez Dasmariñas y Sotomayor (1593-1596), natural de Vivero (Lugo).

Pero esta pieza nos ilustra sobre algo cuya relevancia es aún mayor, la utilidad que perseguía tan descomunal esfuerzo. Y tras comprobar que en sus páginas apenas anida texto, uno se percata de que únicamente la excitación que produce lo extraño, el interés por prójimos tan distintos, son lo poco que podría promover esta iniciativa. Y lo mismo sucede con buena parte de toda aquella producción. Y es que, en la Antropología, que aspira a ser pura también en sus fines, ha tenido lugar un debate ético sobre esta misma cuestión, pues se admite con cierta vergüenza lo ligada que estuvo en su génesis a la colonización posterior a la española, la llevada a cabo por anglosajones y galos. Las tesis doctorales de ilustres investigadores, convertidos en cualificados agentes de información, fueron instrumentalizadas como herramientas de dominio y, en concreto, multitud de rasgos que se piensan como propios de algunas culturas, fueron descarnadas invenciones para el control de los ya sometidos mediante la política y las armas. Así pues, la variedad de tartanes escoceses no son tal, sino diseños de sus vecinos. La kufiya palestina tiene poco de tradicional y, el sabroso curry, más que una receta a base de un conjunto de especias, respondía a la necesaria labor administrativa de controlar qué sabores se podían o no mercar y exportar.

No se trata con este texto de esconder nuestras fechorías, que sin duda las hubo, si bien se ha de tener muy presente que nuestra expansión se debió más a la noble estrategia de difundir el cristianismo que a la acumulación de capital, interés postrero de quienes nos sustituyeron como potencia. Pero retomando esa tensión existente entre el antropólogo y la ética profesional de la ciencia en que milita, parece que en los antecedentes, ésos que protagonizamos nosotros los españoles, las motivaciones fueron rotundamente más sinceras. Por ello, resulta chocante que sea justamente a nosotros a quienes una y otra vez se nos demanda pedir perdón, cuando como los romanos, nos apropiamos de tanto como dimos. España supo exigir y, a la par, respetar y admirar lo que se le ofrecía. De hecho, entre invasores y naturales, el don más preciado que se intercambió fue la propia sangre. De forma completamente opuesta al exterminio practicado por otros europeos que han dominado y dominan el mundo, en los vastos dominios del imperio se dio un alto grado de mestizaje. Actualmente, gran parte de los nuevos pobladores descienden de linajes originarios de ambos extremos de los océanos y, de forma paradójica, próxima al ridículo, son los presidentes de naciones con apellidos tan castellanos como los míos los que con más demagogia proclaman improperios indigenistas en contra su propio pasado.
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