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Signo de los tiempos: Autoridad mundial

El Consejo de Derechos del Hombre, en Ginebra. (Foto: https://es.unesco.org  / Jean Marc Ferrè)
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El Consejo de Derechos del Hombre, en Ginebra. (Foto: https://es.unesco.org / Jean Marc Ferrè)

LA CRÍTICA, 28 ENERO 2021

Por Francisco Ansón Oliart
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En la actualidad parece conveniente y posible establecer una Autoridad política mundial. En efecto, es conveniente, si se analiza la presente pandemia, y las ventajas que tendría la existencia de una Autoridad de estas características. (...)

... Lo mismo ocurre si se piensa en el cambio climático (aunque algunos lo niegan), que la gran mayoría de las agencias meteorológicas confirman, con lo que implica, entre otras cosas, de desertización, de aumento del nivel del mar y de las medidas que con carácter mundial son precisas para regular las emisiones perjudiciales; y ello unido a la Economía Circular, que supone un cambio de paradigma en la forma de producir y consumir, fundado en que el diseño de productos minimice y optimice la utilización de recursos naturales y que, una vez llegado el fin de esa utilidad, vuelva a la naturaleza sin incidir negativamente en la misma.

Igualmente, desde hace ya más de medio siglo, se considera que la cuestión social se ha convertido radicalmente en una cuestión antropológica, en el sentido de que implica no sólo el modo mismo de concebir, sino también de manipular la vida, cada día más expuesta por la biotecnología a la intervención del hombre. La investigación con embriones, la posibilidad de la clonación y de la hibridación humana nacieron y se promovieron en aquella cultura, a lo que hay que añadir, en el momento presente, otra serie de descubrimientos de los que se ha dado noticia detallada en los artículos anteriores, cuya aplicación supone la posibilidad cierta de modificar la naturaleza humana. Más aún, no sé hasta qué punto se ha confirmado la noticia, referida a que científicos alemanes han conseguido introducir la Inteligencia Artificial (IA) en el sistema cuántico, que da forma a las moléculas que componen la materia y la vida. Naturalmente, es preciso regular, con carácter general, la ética de la modificación del ser humano, de la naturaleza humana.

Se prevé que dentro de tres o cuatro años, todo el planeta tendrá ya cobertura de Internet y que la mayoría de la población estará conectada. Es preciso regular, esa inmensa cantidad de datos que proporcionen los teléfonos móviles, las tabletas, los ordenadores portátiles, de sobremesa, los televisores inteligentes, junto con los aparatos domésticos y de todo tipo (el Internet de las cosas), los altavoces y los relojes inteligentes, cada vez más difundidos y que facilitan datos sobre nuestra salud (si los datos son el oro de nuestro tiempo, los datos de la salud, como dice Pedro Baños, son los diamantes); y con ellos la ciberseguridad y los ciberdelitos para lo que hace falta una Autoridad supranacional, ya que no sólo lo que es delito en un país, no lo es en otro, sino al parecer, los que, por ejemplo, obtienen ilegalmente más datos y violan más la privacidad de los ciudadanos , son los Gobiernos.

La necesidad de establecer, no sólo por preservar la paz, la ordenación de los ingentes movimientos migratorios, que ya empezamos a vivir y que han hecho afirmar, a persona tan documentada como Durán, la conocida Catedrática de Sociología, al preguntarle cómo serán las próximas generaciones de españoles: "Serán de piel más oscura y con los ojos más rasgados, debido a la emigración".

Se precisa de esa Autoridad, para evitar que continúe el propósito y plan, que ya se está llevando a cabo, de reescribir la historia y al que este mismo periódico se enfrenta con una serie de artículos, titulados “Así se reescribe la Historia”, de forma tan contundente como magistral (no exagero en el calificativo), firmados por Juan Manuel Martínez Valdueza, que pone de manifiesto la gravedad de este intento, y que refrenda, entre otros, el papa Francisco: “Por eso mismo se alienta también una pérdida del sentido de la historia que disgrega todavía más. Se advierte la penetración cultural de una especie de “deconstruccionismo”, donde la libertad humana pretende construirlo todo desde cero. Deja en pie únicamente la necesidad de consumir sin límites y la acentuación de muchas formas de individualismo sin contenidos. En esta línea se situaba un consejo que di a los jóvenes: «Si una persona les hace una propuesta y les dice que ignoren la historia, que no recojan la experiencia de los mayores, que desprecien todo lo pasado y que sólo miren el futuro que ella les ofrece, ¿no es una forma fácil de atraparlos con su propuesta para que solamente hagan lo que ella les dice? Esa persona los necesita vacíos, desarraigados, desconfiados de todo, para que sólo confíen en sus promesas y se sometan a sus planes. Así funcionan las ideologías de distintos colores, que destruyen —o de-construyen— todo lo que sea diferente y de ese modo pueden reinar sin oposiciones. Para esto necesitan jóvenes que desprecien la historia, que rechacen la riqueza espiritual y humana que se fue transmitiendo a lo largo de las generaciones, que ignoren todo lo que los ha precedido. Son las nuevas formas de colonización cultural. No nos olvidemos que «los pueblos que enajenan su tradición, y por manía imitativa, violencia impositiva, imperdonable negligencia o apatía, toleran que se les arrebate su historia, su fisonomía espiritual, su consistencia moral y, finalmente, su independencia ideológica, económica y política. Un modo eficaz de licuar la conciencia histórica, el pensamiento crítico, la lucha por la justicia y los caminos de integración es vaciar de sentido…“ (Francisco, Fratelli tutti, 2020, n.13).

Si es cierto que resulta muy conveniente la existencia de una Autoridad política mundial, debe constatarse que, por primera vez en la historia de la Humanidad, es posible llevarla a cabo y además con tal eficacia, que es preciso controlarla para que no precipite al mundo en un totalitarismo que ahogue la libertad de los ciudadanos, al punto de abocar en una distopía como la de Aldous Huxley o la de George Orwell.

Ahora bien, las características, principios y valores por los que se rija esta Autoridad política mundial, son decisivos para lo que será nuestro planeta y todos y cada uno de sus habitantes. En este sentido, me parece un acierto lo que, ya el año 2009, escribió, una de las indiscutibles mentes más preclaras del siglo, Benedicto XVI: “Esto aparece necesario precisamente con vistas a un ordenamiento político, jurídico y económico que incremente y oriente la colaboración internacional hacia el desarrollo solidario de todos los pueblos. Para gobernar la economía mundial, para sanear las economías afectadas por la crisis, para prevenir su empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes, para lograr un oportuno desarme integral, la seguridad alimenticia y la paz, para garantizar la salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios, urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial, como fue ya esbozada por mi Predecesor, el Beato Juan XXIII. Esta Autoridad deberá estar regulada por el derecho, atenerse de manera concreta a los principios de subsidiaridad y de solidaridad, estar ordenada a la realización del bien común, comprometerse en la realización de un auténtico desarrollo humano integral… Dicha Autoridad, además, deberá estar reconocida por todos, gozar de poder efectivo para garantizar a cada uno la seguridad, el cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos. Obviamente, debe tener la facultad de hacer respetar sus propias decisiones a las diversas partes, así como las medidas de coordinación adoptadas en los diferentes foros internacionales. En efecto, cuando esto falta, el derecho internacional, no obstante los grandes progresos alcanzados en los diversos campos, correría el riesgo de estar condicionado por los equilibrios de poder entre los más fuertes. El desarrollo integral de los pueblos y la colaboración internacional exigen el establecimiento de un grado superior de ordenamiento internacional de tipo subsidiario para el gobierno de la globalización, que se lleve a cabo finalmente un orden social conforme al orden moral, así como esa relación entre esfera moral y social, entre política y mundo económico y civil, ya previsto en el Estatuto de las Naciones Unidas. (Benedicto XVI, Caritas in veritate, 2009, n.67).

El año 2000, Naciones Unidas estableció los llamados Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), un ambicioso programa de ocho objetivos que duró hasta 2015. Así, en 1990, el año que empezaron a aplicarse las medidas, casi el 36% de la población mundial vivía en una pobreza tal que millones morían de hambre o padecían una severa desnutrición que afectaba, incluso en la edad adulta, a su capacidad cognitiva, de atención y concentración y las madres desnutridas en su infancia, con frecuencia daban a luz a niños con algún problema.

Pues bien, en 2015 el tanto por ciento de la población mundial que padecía pobreza extrema, miseria, hambre, había descendido a poco más de un 10%. Este descenso es especialmente significativo, habida cuenta del crecimiento de la población durante esos años, que el cálculo para establecer la ratio de esa pobreza se hizo teniendo en cuenta la inflación correspondiente a los años transcurridos y, sobre todo, a la variación de lo que se consideraba pobreza extrema. En efecto, por ejemplo, a un pobre en Estados Unidos o en Suecia, se le consideraría casi rico en Haití o en Sierra Leona, de manera que de haber ponderado en 2015 con el mismo baremo, a los efectos de establecer la miseria, la pobreza extrema, que en 1990, la disminución del hambre y de la miseria habrían disminuido todavía mucho más. Un caso paradigmático es el de Vietnam. En 1990, el 52,9% de su población no disponía ni siquiera de 2 dólares diarios para vivir y en 2015, únicamente sufría esta pobreza extrema, menos del 2% de su población que, a mayor abundamiento de éxito, había crecido en un tercio esos años.

Además, no sólo se cumplió este objetivo sino que la sanidad, el grado de escolarización de niñas y niños aumentó exponencialmente, pero en mérito a la necesaria brevedad de un artículo, que ya se ha alargado demasiado, el tema de la educación, una de las cuestiones más importantes a universalizar por esa Autoridad política mundial, debe tratarse en el próximo artículo; no obstante, el ejemplo que se ha expuesto de los ODM, respaldados por los países más poderosos, demuestra que una Autoridad como la descrita, es capaz, en la actualidad, de resolver muchos de los problemas y necesidades que han aquejado a la Humanidad a lo largo de los siglos.

Deseo terminar, sin embargo, dejando constancia de la razonable preocupación por la ideología de lo que se ha llamado nuevo orden mundial que, por lo que se sabe, no corresponde a lo apuntado por Benedicto XVI, en su Encíclica Caritas in veritate. A pesar de ello y con relación a los cristianos, pienso que es deseable que se instale ese nuevo orden mundial, en primer lugar, porque así se puede conocer con exactitud, cuál es su ideología; y, en segundo lugar, porque aunque se afirme, que este nuevo orden es el peor de la Historia, puesto que pretende el control de la mente y en bastante medida, ya lo está logrando (naturalmente, sin que los interesados apenas nos demos cuenta), cabe pensar que en el siglo I, los encargados de difundir el cristianismo por todo el mundo, fueron doce personas, la mayor parte pescadores, pescadores de agua dulce, a los que les parecería también imposible enfrentarse al todopoderoso Imperio romano y sin embargo, el Imperio romano fue el primer “Estado” cristiano del mundo.

Francisco Ansón.

Francisco Ansón Oliart

Investigador y escritor; licenciado y doctor en Derecho (Universidad Complutense de Madrid); doctor of Philosophy and Psychology (K-University, California); licenciado en Ciencias de la Información (Universidad Complutense de Madrid); doctor en Ciencias de la Comunicación (Universidad Camilo José de Cela)

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