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¡ARTÍCULO Nº 200 DE MANUEL PASTOR EN LA CRÍTICA!

Con Octavio Paz en Middlebury College

Octavio Paz, a la derecha, en 1992, frente a Mead Chapel, después de la ceremonia donde recibió el doctorado honorífico. Cortesía de Middlebury College Special Collections and Archives, Middlebury, Vermont.. (Foto y pie: https://schoolofspanish.middcreate.net)
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Octavio Paz, a la derecha, en 1992, frente a Mead Chapel, después de la ceremonia donde recibió el doctorado honorífico. Cortesía de Middlebury College Special Collections and Archives, Middlebury, Vermont.. (Foto y pie: https://schoolofspanish.middcreate.net)

LA CRÍTICA, 25 OCTUBRE 2020

Por Manuel Pastor Martínez
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Dedicado al hispanista-profesor Frank Casa

Mi antiguo alumno y desde entonces amigo Enrique Montoya Ramírez, español nacido en Méjico, es uno de los mejores conocedores –lo cual es poco conocido, excepto por una “minoría selecta”– de la obra del poeta y ensayista Octavio Paz. Su tesis doctoral sobre el pensamiento antropológico-sociológico del famoso Premio Nobel mejicano (...)

..., fue dirigida por nuestro común maestro y amigo Carlos Moya Valgañón, y en el tribunal que la juzgó estuvimos, creo recordar, los catedráticos Luis González Seara, Raúl Morodo, Fernando Savater, Octavio Uña y un servidor. Obtuvo la máxima calificación pero sigue inédita, aunque el autor ha publicado una especie de introducción o guía sobre el escritor (Octavio Paz. Edición de Enrique Montoya Ramírez, Ediciones Cultura Hispánica, Madrid, 1989).

Menciono a Enrique porque a través suyo llegué a interesarme más por Octavio Paz, al que conocería en persona durante un verano en el palacio de La Magdalena, sede de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo en Santander. Como miembro de la junta rectora de dicha universidad apoyé la concesión de la Medalla de Oro en 1981 al escritor (asimismo apoyé la concesión del mismo galardón a Camilo José Cela y a Ricardo Gullón en 1980 y 1982, respectivamente). Cela y Paz fueron los primeros escritores de nuestra lengua que obtuvieron el Premio Cervantes y el Premio Nobel, además de la previa Medalla de Oro de la UIMP (en 2010 Mario Vargas Llosa también obtuvo el Premio Nobel que sumaría al Premio Cervantes, pero sin el modesto previo premio de la institución santanderina).

Octavio Paz, junto a Jean-Françoise Revel y Stanley G. Payne, fueron quienes más me influyeron durante los veranos de la UIMP 1980-82 -paralelamente al infame episodio del 23-F de 1981- en mi gradual distanciamiento político de las izquierdas y consecuente adhesión al liberalismo conservador. En particular la lectura de los ensayos políticos de Paz (El laberinto de la soledad, Corriente alterna, Posdata, El ogro filantrópico… posteriormente Tiempo nublado, Hombres en su siglo, y Pequeña crónica de grandes días) motivaron dos ensayos míos sobre el escritor mejicano: “Ortega y Octavio Paz”, Revista de Occidente, Madrid, 1987, y “Octavio Paz, ensayista político”, Debate Abierto, Madrid, 1991.

Cuando recibió el Premio Nobel de Literatura en 1990 apoyé la iniciativa de mi amigo el hispanista italo-americano Frank Casa, profesor en la Universidad de Michigan-Ann Arbor y entonces director de la Escuela Española de verano en Middlebury College (Vermont, USA), de concederle el Doctorado Honoris Causa. Durante su visita (acompañado de su segunda esposa Marie-José Tramini) de tres días del verano 1992 al campus de la Escuela Española, donde yo era profesor visitante, tuve la oportunidad de conversar largamente con él.

Paz nos ofreció un recital selecto de su obra poética en la capilla de Middlebury College, donde se celebró la ceremonia de su investidura Doctor Honoris Causa con la asistencia, junto al director Frank Casa y las autoridades académicas del prestigioso colegio universitario monteverdino, de otros amigos profesores de español en los Estados Unidos, como el lingüista y académico mejicano José Moreno de Alba, el cubano Roberto Véguez, el croata Beras Primorac, el rumano Ion Agheana, el salmantino Luis Beltrán, etc.

He contado cómo discretamente conversé con Octavio Paz acerca del testimonio clave de su primera esposa Elena Garro y de su hija Elena Paz Garro sobre el encuentro casual que tuvieron en la Ciudad de México DF con el presunto asesino del presidente John F. Kennedy, testimonio que sin embargo no fue considerado en el informe de la Comisión Warren (véase mi ensayo “Algunas claves sobre el asesinato del presidente Kennedy”, publicado online en Kosmos-Polis, diciembre 2013, y en la revista impresa La Ilustración Liberal, 58, Madrid, invierno 2013-2014).

Tuve asimismo la oportunidad y el privilegio de mantener breves y puntuales conversaciones con Paz sobre mis paisanos los astorganos Leopoldo Panero y Ricardo Gullón, lamentando la reciente muerte del segundo –que había publicado en 1982 el artículo “El universalismo de Octavio Paz”- (“fueron grandes en sus respectivos campos”, reconoció Paz), sobre el hijo del primero y también poeta, Juan Luis Panero (“muy amigo mío”, me dijo), sobre Fernando Savater (“un liberal libertario y libertino, pero sobre todo muy simpático”, comentó), aparte de pinceladas sobre otros temas españoles de los que era gran conocedor, como la poesía, los siempre admirables y máximos prosistas de la lengua española Cervantes y Ortega (éste “tal vez el más grande ensayista de nuestra lengua”), la zarzuela (“el gran género chico”), e incluso la política, recordando el legado de la emigración española en Méjico (desde su abuelo el masón liberal Ireneo Paz hasta sus coetáneos el anarquista José Bosch y el socialista José Gaos, entre otros), y declarándose admirador de la Transición española, del Rey Juan Carlos y del entonces joven Príncipe Felipe.

Durante un encuentro con el heredero de la Corona española en un acto en Sevilla (Noviembre de 1991), el Príncipe reconoció que Paz era “el más fino, original y poético de los intelectuales del momento”. Años antes el pensador y escritor mejicano había dicho: “Los intelectuales pueden ser útiles… a condición de que sepan guardar distancias con el Príncipe” (es decir, el poder): “En un momento o en otro, como Don Quijote y Sancho con la Iglesia, el intelectual tropieza con el poder. Entonces el intelectual descubre que su verdadera misión política es la crítica del poder y de los poderosos.” (O. Paz, “Suma y sigue”, en la revista mejicana Proceso, Diciembre 1977).

Durante mi estancia de casi tres años en la Universidad de Harvard un día de abril de 1998 leí en el New York Times la noticia de su muerte.

Post Scriptum. Al escribir esto en fechas próximas al Día de Difuntos 2020, es inevitable recordar a los fallecidos, después de Paz, entre los mencionados en este artículo: Elena Garro (1998), Jean-Françoise Revel (2006), Juan Luis Panero (2013), José Moreno de Alba (2013), Elena Paz Garro (2014), Luis González Seara (2016), Ion Agheana (2017), Marie-José Tramini (2018) y Luis Beltrán (2019).

Manuel Pastor Martínez

Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid

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