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Cataluña y Escocia, naciones culturales

Mural de Tapies en la Generalitat de Cataluña. (Foto: Pinterest)
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Mural de Tapies en la Generalitat de Cataluña. (Foto: Pinterest)

LA CRÍTICA, 28 ENERO 2020

Por Manuel Pastor Martínez
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Coloquialmente se dice que sobre gustos no hay nada escrito. Como diría el gran historiador Claudio Sánchez Albornoz, la “mamarrachada” del mural de Antoni Tàpies que decora la sala del gobierno de la Generalidad ilustra perfectamente el mal gusto (...)

... artístico de la cultura catalana en la era de la hegemonía pujolista-independentista (sobre el nivel del pensamiento –véanse por ejemplo los “intelectuales” de Òmnium Cultural y ANC, o los “politólogos” vanguardistas Enric Juliana y Manuel Castells- mejor no hablar). Asimismo el épico liderazgo político de Pujol, Mas, Puigdemont y Torra está a la vista… (“¡Y una puta mierda!”, objetará ante cualquier crítica el sabio y moderado mártir de la causa, Oriol Junqueras).

Pero hay otra admirable y auténtica tradición cultural catalana que se remonta a los trovadores medievales y a nombres como Ausiàs March, Ramón Llull, Bernat Metge y Joanot Martorell.

Compárese la politizada “cultureta indepe” con los nombres –sin ir más atrás- de Fortuny, Rusiñol, Casas, Mir, Nonell, etc. en pintura, Gaudí en arquitectura, Rubio i Ors, Milá y Fontanals, Aribau, Balaguer, Albert (Català), Verdaguer, Maragall, Salvat-Papasseit, Almirall, Prat de la Riba, o el propio Cambó en las letras y pensamiento, bajo la monarquía liberal española; y asimismo Dalí y Miró en la pintura, Vives, Blancafort, Mompou y Casals en la música, Vicens Vives, Soldevila, y Riquer en los estudios históricos, D´Ors, Carner, Plá, Rodoreda, Villalonga, Espriu, etc. en la literatura, incluso también bajo el franquismo.

Con algunas ideas precedentes (de A. Hamilton, A. Lincoln, W. Whitman, Lord Acton,…), el historiador alemán Friedrich Meinecke propuso en su obra Cosmopolitismo y Estado Nacional (1908) la distinción entre nación cultural y nación política. En efecto, no todas las naciones culturales son naciones políticas. Frente a las miles de naciones culturales que registran los antropólogos (naciones o comunidades culturales en las que nacen las personas), por ejemplo, en la ONU no llegan a doscientas las naciones políticas (generalmente multiculturales), efectivamente reconocidas y soberanas.

La expresión “Nación de Naciones” ha tenido interpretaciones muy distintas: el norteamericano Walt Whitman (1855) y nuestro Azorín (1918) en un sentido federalista, autonomista, integrador de diversas “naciones culturales”; F. Pi y Margall, A. Carretero y otros socialistas en un sentido confederal, ambiguamente independentista, reclamando la soberanía política de las “nacionalidades”.

Los independentistas catalanes se comparan frecuentemente con el caso de Escocia y mencionan el reciente referéndum (en 2014) que se celebró en esta “nación” integrada en el Reino Unido de Gran Bretaña. Escocia es una nación cultural como Cataluña, pero a diferencia de ésta también ha sido en una etapa importante de su historia una nación política soberana, al menos desde la monarquía unificada con el Rey Duncan I (en el siglo XI) hasta Mary Stewart/Stuart (en el siglo XVI), Reina de los Escoceses y asimismo pretendiente a la corona inglesa en línea directa tras Elizabeth Tudor.

El hijo de Mary, James VI Rey de Escocia, será también James I Rey de Inglaterra, iniciando una dinastía dual, continuada por sus sucesores Charles I, Charles II, y James VII de Escocia y II de Inglaterra, antes de la Revolución Gloriosa. En 1707, durante el reinado de Anne, hija del último James VII/II se producirá la Unión formal de los dos reinos.

Todos los historiadores importantes escoceses, desde William Robertson, Adam y William Ferguson, David Hume e incluso Adam Smith en el siglo XVIII hasta Fitzroy Maclean, Magnus Linklater y Thomas Devine en el presente, coinciden en reconocer que la Unión fue muy beneficiosa para Escocia y para el Reino Unido de Gran Bretaña. Escocia no solo no perderá su personalidad como nación cultural sino que promoverá la gran Ilustración escocesa (después británica y anglo-americana) –en marcado contraste político a su favor respecto a la Ilustración francesa- durante la segunda mitad del XVIII y primeras décadas del XIX, que influirá decisivamente en la Modernidad británica y en la Independencia americana. El autor Arthur Herman lo expresa bien en el mismo título de su interesantísima obra, How the Scots invented the Modern World (New York, 2001). A los ilustres nombres mencionados de su riquísima Ilustración (Robertson, Ferguson, Hume, Smith) hay que añadir los de Hutcheson, Reid, Kames, Millar, Boswell, etc., hasta Walter Scott, con quien culmina el gran Siglo de Oro de la cultura escocesa, precisamente generado tras el Acta de Unión de 1707.

Aunque Escocia ha aportado importantes políticos y militares al Estado británico (Duques de Argyll, Henry Dundas-Vizconde Melville, Keir Hardie, Arthur Henderson, Douglas Haig, John Buchan, Harold Macmillan, Gordon Brown…), como el nacionalismo catalán el escocés tampoco ha tenido políticos brillantes. El SNP (Scottish Nationalist Party) se fundó en 1928 como una escisión del Labour Party. En tiempos más recientes ni Alex Salmond ni Nicola Sturgeon han sido capaces de inspirar a una mayoría del electorado de Escocia independizarse del Reino Unido, pero a diferencia de nuestros caudillos catalanistas el liderazgo íctico de los salmones y esturiones escoceses ha respetado siempre el Imperio de la Ley, renunciando al golpismo.

En el Parlamento británico, especialmente después del Brexit, los nacionalistas del SNP siguen reclamando otro referéndum, pero Boris Johnson se lo niega, alegando que ya tuvieron uno en 2014 (que perdieron, con un 44,7 % frente a un 55,3 % de votos) y prometieron no pedir otro al menos en una generación.

Cataluña es una gran nación cultural pero nunca ha sido una nación política independiente, ni existe constitucionalmente en la actualidad la posibilidad de promover un referéndum de autodeterminación. Por cierto, como en la totalidad de las naciones políticas demoliberales y constitucionales modernas, con la excepción escocesa dentro de la excepción del peculiar constitucionalismo británico y su Acta de Unión.

Manuel Pastor Martínez

Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid

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