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Guerra Civil Fría

El expresidente del Gobierno de España José Luis Rodríguez Zapatero, muñidor de despropósitos. (Foto: http://www.cubadebate.cu)
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El expresidente del Gobierno de España José Luis Rodríguez Zapatero, muñidor de despropósitos. (Foto: http://www.cubadebate.cu)

LA CRÍTICA, 4 ABRIL 2019

Por Manuel Pastor Martínez
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Hace 80 años terminó en España una trágica Guerra Civil y comenzó una Guerra Civil Fría con el Franquismo (toda dictadura lo es en gran medida). Tras la muerte del dictador en 1975 se produjo una Transición modélica que, mediante una sincera reconciliación, propició la liberalización y democratización del país. ...

... Sin embargo, desde hace algunos años, por presión de un gobierno insensato e inconsciente (recuerden el comentario del presidente Zapatero al periodista Gabilondo -“Nos conviene que haya tensión…”- y su infame Ley de Memoria Histórica), se alentó un clima ideológico “guerracivilista con el que nos estamos aproximando peligrosamente, por la acción combinada de los separatistas y de unas izquierdas “podemizadas” o radicalizadas, a una real Guerra Civil Fría. El peligro consiste en los siempre posibles cambios de temperatura. Y en cualquier caso una guerra civil, aunque sea fría, es un fracaso de la convivencia nacional donde nunca será posible la consolidación de una democracia pluralista y libre.

Como es sabido –la literatura al respecto es ya considerable- la expresión moderna “Guerra Fría”, con distintos matices, aparece en autores tan diversos como el marxista-revisionista alemán Eduard Bernstein (en 1893), el periodista norteamericano Herbert B. Swope (en 1939-40), el escritor británico George Orwell (en 1945), el financiero judío Bernard Baruch (en 1947)… En esta última fecha, que convencionalmente se considera por los historiadores el inicio de la etapa histórica que conocemos como Guerra Fría, también apareció publicada una breve pero influyente monografía que lleva como título precisamente tal expresión, del periodista norteamericano y consejero aúlico de cinco presidentes demócratas (Wilson, Roosevelt, Truman, Kennedy y Johnson) Walter Lippmann, The Cold War (Harper & Brothers, New York-London, 1947).

Menos conocido es que, al parecer, la expresión tiene un origen más antiguo, en las crónicas del siglo XIV del noble castellano Don Juan Manuel (nieto de Fernando III El Santo y sobrino de Alfonso X El Sabio), referida a ciertos momentos históricos en la larga epopeya de la Reconquista española frente al Islam.

Esta curiosa tesis ha sido expuesta por el historiador Anders Stephanson en su ensayo “Cold War Origins” (en la voluminosa obra colectiva de Alexander De Conde et alii, Eds., Encyclopedia of American Foreign Policy, Second Edition, Charles Scriber´s Sons, New York, 2002, páginas 223-239). Lo interesante de la investigación de Stephanson es que, a su juicio, la “guerra fría” descrita por Don Juan Manuel entre cristianos y musulmanes, con alianzas y fronteras variables de los diferentes reinos, se producía en los intervalos entre las batallas de una guerra sangrienta sobre “el trasfondo de un conflicto total político y cultural de ideologías religiosas (…) un conflicto que era doctrinalmente irreconciliable en su naturaleza, incluso civilizacional: no había un marco en que el Cristianismo y el Islam pudieran reconocerse mutuamente como adversarios iguales” (página 225).

La carga ideológica (y en algunos casos totalitaria) en las posiciones políticas y culturales incompatibles es lo que hace sumamente peligrosa una Guerra Civil Fría. Los separatistas y las izquierdas radicales se aproximan a unas posiciones anti-sistema que son incompatibles con el marco constitucional de las democracias liberales tal como se han configurado en Occidente, es decir, en la Civilización Judeo-Cristiana (Weber, Toynbee, Huntington). Esto estaba muy claro en la Guerra Fría después de la Segunda Guerra Mundial, que definía el conflicto global entre la Civilización Occidental y la Civilización Comunista.

Nuestro genial Miguel de Unamuno -a veces un poco insensato, hay que decirlo- desde mediados los años 1920s, inspirándose en Romero Alpuente, venía jugando provocativa y retóricamente con los conceptos de “Guerra Civil” y “Guerra Incivil” (la primera sería una guerra pacífica, de ideas y principios; la segunda una guerra propiamente dicha, violenta): “La guerra civil es un don del cielo” (Nuevo Mundo, Enero de 1923); “Guerra civil es la esencia de nuestro genio” (Ahora, Abril de 1935); “Y esta guerra civil, don del cielo, es una verdadera guerra santa” (Ahora, Noviembre de 1935). Su formidable inteligencia filosófica y su cristiano humanitarismo le impidieron percibir un tránsito tan súbito de una guerra fría a una guerra caliente.

El politólogo y filósofo político liberal-conservador Charles R. Kesler (prestigioso profesor en Claremont McKenna College y editor de Claremont Review of Books) publicó hace pocos meses un ensayo titulado “America´s Cold Civil War” (Imprimis, Hillsdale, MI, October 2018), en el que afirmaba: “Una guerra civil fría es mejor que una guerra civil caliente, pero no es una buena situación para un país estar en ella. En el fondo de nuestra guerra civil fría existe el hecho de que EEUU está evolucionando progresivamente hacia dos constituciones rivales, dos culturas, dos formas de vida (…) hacia lo que los científico-políticos distinguen entre normal politics (política normal, basada en la Constitución existente y vigente) y regime politics (política de régimen, o de cambio de régimen, basada en la premisa de que la Constitución vigente está muerta)”. En este último caso se produce una peligrosa crisis de legitimidad y de lealtad a las normas existentes que puede degenerar en una quiebra de la convivencia.

Tras el colapso de la Unión Soviética y el caos multi-lateral y multi-cultural internacionales (con la irrupción de nuevos factores culturales o de civilización, religiosos, identitarios, nacionalistas, etc., lamentablemente acompañados de los diversos terrorismos), parece que el mundo se encamina hacia un Novus Ordo Seclorum, una Nueva Guerra Fría, con alianzas complejas e inestables, que en cualquier caso puede ser tóxica y letal para los problemas políticos pendientes en nuestras frágiles democracias. Algunas, como la española, todavía no consolidada -pese a una ejemplar Transición desde el autoritarismo franquista- por las heridas abiertas de hace 80 años que los fanáticos de ciertas ideologías siguen empeñados en no dejar cicatrizar.

Manuel Pastor Martínez

Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid

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