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22 DE AGOSTO EN EL MUSEO ROMANO DE ASTORGA

El poder del bosque, de Íñigo Castellano

El poder del bosque, de Íñigo Castellano
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La Crítica, 17 Agosto 2017

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El martes 22 de Agosto, a las 20:00 horas, en la Sala Ergástula del Museo Romano de Astorga (León), Íñigo Castellano y Barón, conde de Fuenclara, presentará su libro "El poder del bosque". Estará acompañado por el historiador y actual alcalde de la ciudad de Astorga Arsenio García Fuertes y por el escritor y editor de la obra Juan Manuel Martínez Valdueza.


IÑIGO CASTELLANO Y BARÓN

Conde de Fuenclara, Grande de España, nació en 1949 en Madrid. Licenciado en derecho por la Universidad Complutense y Máster en Dirección y Administración de Empresas.

Es Miembro de la Academia de Derecho Internacional de México y miembro fundador del IE Business School. Consejero de varias sociedades

PUBLICACIONES

Editó un primer libro titulado “Apuntes de familia”.

“El poder del bosque” es su cuarto libro publicado, después del éxito obtenido por los que le han precedido:

“La almohada, Madrid crónica de un siglo”, CSED, 2014.

“El sueño de un Imperio. La larga noche de Europa”, CSED, 2016.

"La Colección", CSED, 2017.


PRÓLOGO DEL AUTOR

En los últimos estertores del decadente Imperio Romano de Occidente, sus legiones se nutrían mayoritariamente de guerreros procedentes de las tierras norteñas del continente europeo y de las densas extensiones boscosas de la Germania. Pese a un largo proceso de romanización, esos guerreros mantuvieron sus costumbres y probado arrojo, sobreviviendo y batallando contra la gran nación huna compuesta de numerosos pueblos y tribus, cuando no contra las propias legiones romanas donde a veces servían. Los bárbaros, junto a los romanos, combatieron a las temibles hordas esteparias hunas hasta convertirlas en tan solo recuerdo de una importante página de la historia. Así, el poder del bosque se impuso al de la estepa.

En los siglos IV y V el continente europeo era un inmenso territorio cubierto de frondosas forestas, extendidas desde las costas del mar del Norte hasta los territorios que alcanzan el Mediterráneo Oriental y Occidental. El bosque representaba el corazón y motor de toda la vida, siendo el paisaje natural donde los pueblos de aquella época se movían y cazaban toda suerte de animales que constituían su alimentación básica. Con la madera de sus árboles elevaban chozas para cobijarse y calentarse en los largos períodos invernales y empalizadas que las protegían de amenazas exteriores. Las distintas tribus bárbaras venían, por variados motivos, penetrando desde el este hacia occidente, presionados por pueblos de origen indo europeo (Hunos) provenientes de zonas más alejadas del este. En sus espesuras se escondían de sus enemigos a los que acechaban y vencían mediante ataques por sorpresa, o se asentaban en los claros u orillas de caudalosos ríos. En esos tiempos el frío extremo y un espeso manto de nieve cubrían durante meses gran parte de las extensas estepas, entrada de oriente a occidente.

El Imperio Romano se extendió en toda la Europa occidental y parte de oriente: de Britania en el norte, a todo el litoral septentrional de África hasta Egipto, su extremo oriental. Tal fue la extensión de sus dominios que el emperador Diocleciano en los inicios del siglo IV, decidió dividirlos dotándolos de una mejor administración mediante una tetrarquía, representada por dos Caesares y un tercero que equilibraba ambos poderes. Posteriormente el emperador Constantino volvió en su persona a unificar las dos partes del Imperio y prohibió la religión pagana, fundando sobre la antigua ciudad de Bizancio, la gran Constantinópolis o Nova Roma que perviviría por más de mil años erigiendose en capital del Imperio Romano y relegando a la propia Roma a un segundo plano. Tiempos después Teodosio I el Grande proclamó el cristianismo como religión oficial, convirtiéndose en el último emperador que lo fuera del Imperio antes de su división definitiva entre sus hijos: Honorio, Occidente y Arcadio, Oriente.

Como se ha dicho, en el siglo V hordas migratorias de etnia mongólica de centenares de miles de jinetes, seguidos de otros tantos carromatos avanzaron desde la lejana China hacia el oeste presionando a los pueblos bárbaros del margen izquierdo del Rhin. Esas hordas se desplazaban con asombrosa agilidad. Hombre y caballo parecían un mismo ser ligados en íntima unión desde que siendo niños, iniciaban sus primeros pasos montados a la grupa de la que apenas descabalgaban salvo para dormir o comer. Los habitantes de las extensas estepas del Asia Central al norte de Ponto Euxino, ante la incontenible avalancha huna que se les avecinaba, hubieron de buscar nuevas tierras y obligados a cruzar el río que servía de frontera natural del Imperio Romano. El pueblo huno compuesto por numerosas etnias de baja estatura y fuerte complexión, cuyas cuencas de los ojos se mostraban hundidas, empujaba en su emigración a los germánicos. Se guiaba por varios caudillos destacando Rugila o Rúa y años más tarde por un feroz guerrero sobrino del anterior, de nombre Atila quien, tras asesinar a su hermano mayor Bleda, tomaría el poder siendo denominado el «Flagellum Dei». Su empuje y hostilidad llevó a godos, ostrogodos, vándalos, suevos, alanos, burgundios o borgoñones a escapar y emigrar de donde llevaban décadas viviendo. En el frío invierno del año 406 que heló las aguas del río Rhin, lo cruzaron huyendo, adentrándose en la Gallia habitada por celtas llegados mucho antes que los romanos y que sobrevivían bajo su dominio.

A esas tribus procedentes de Germania que emigraron por el continente fueron llamadas por el Imperio Romano bárbaros o extranjeros, pues en principio se asentaban más allá de sus fronteras o limes naturales que marcaban los cursos del Rhin y Danubio.

En los finales de la Edad Antigua o Clásica, poco después de las primeras invasiones barbáricas, se dio la circunstancia de vital importancia que determinó el futuro de esa Europa multiétnica y cultural sometida al Imperio Romano, al punto de marcar un nuevo ciclo histórico con la creación de distintos reinos germánicos que emergieron en el continente, adaptando nuevas formas y normas que con el paso del tiempo conformarían y pergeñarían la Alta Edad Media y la base del futuro Sacro Imperio Romano Germánico.

Por aquel entonces el territorio galo se encontraba desprovisto de las legiones romanas, ocupadas en preparar la resistencia en el norte de Italia contra el rey visigodo Alarico. Una vez los germánicos traspasaron las fronteras tuvieron en principio para sobrevivir y asentarse, que buscar alianzas o foedus a cambio de tributos y el cultivo de las tierras, pues el hambre resultaba el mal endémico de los pueblos, o bien integrarse en los ejércitos imperiales romanos necesitados de milites con que nutrir las legiones que defendían su extenso limes. Pero nada volvería a ser igual y el implacable destino de la historia tenía trazado ya los nuevos rumbos que una parte de la humanidad afrontaría en su futuro inmediato.

La decadencia del Imperio se avecinaba y defenderse de las tribus bárbaras hicieron de los pactos necesidad perentoria, de manera que junto a las legiones romanas, combatían distintas tribus foederati que pasaban a veces a ser enemigas por nuevos pactos entre los suevi, que así llamaban los romanos a las confederaciones entre tribus germánicas. Teodosio II, emperador del Imperio Romano de Oriente, pagaría tributos en libras de oro al propio Atila para comprar la pax romana, como en su día hiciera su abuelo Teodosio I el Grande y también Valentiniano III del Imperio de Occidente. A Hispania, bajo su rey Jenserico, llegaron los vándalos donde se instalaron para permanecer décadas hasta que igualmente obligados por los godos, cruzaron a África sometida al control del Gobernador General romano, el comes Bonifacio. Posteriormente Jenserico llegaría a Trinacria desde África, uno de los graneros más importantes de abastecimiento del Imperio Romano para desde allí tomar Roma. En los últimos estertores del Imperio, el suevo general Ricimero detentaría por tiempo el poder haciendo y deponiendo emperadores, entretanto los suevos se instalaban en la parte más occidental de la península Ibérica habitada por tribus íberas y visigodas; los celtas, en territorios y montañas del norte desde donde se esparcieron por todo el resto de Europa, y las tribus germánicas, aliadas a veces con los galos y otras luchando contra francos o hunos. En la península de los Balcanes tiempo atrás se habían asentado los godos de Alarico quien en el año 410, tras dos de asedio, tomaría Roma sometiéndola a tres terribles días de muertes, violaciones y saqueo de grandes tesoros y riquezas. Décadas después el caudillo huno Atila, haría de Pannonia la base de su incipiente, potente y efímero reino.

El Imperio Romano daba pruebas evidentes de su inmediato final. La relajación moral de las familias patricias y de la propia familia imperial, solo interesadas en el ocio o amasar riquezas que mostraban en sus lujosas villas, principalmente de la costa napolitana, donde siglos antes la ciudad de Pompeya sucumbiera bajo la ardiente lava del Vesubio, les hizo desatender las necesidades de un pueblo harto de calamidades y agobiado de impuestos; de unas legiones relajadas con escasos recursos y sus castrum descuidados, sumándose la falta de visión estratégica al despreciar a los pueblos bárbaros, ambiciosos y muy belicosos, asentados desde tiempo dentro de sus fronteras, a los que prometió trigo y otros productos que apenas recibían siendo sin embargo, los primeros como foederati de las legiones romanas en caer en las batallas por lo que, sintiéndose engañados se sublevaron desesperadamente contra Roma. Rávena, convertida en capital del Imperio de Occidente tras más de cien años de serlo Mediolanum, pasaría a ser el último eslabón de la cultura romana en esta región. La gloria continuaría por mil años más en Constantinópolis denominada siglos después, Imperio Bizantino.

En este escenario un general romano, magister utriusque militiae de nombre César Flavio Aecio Augusto, nacido en tierras de la provincia romana de Escitia Menor, volvió a representar para gloria del agónico Imperio el coraje e inteligencia demostrada por Roma desde su fundación, ayudado por su leal y más joven amigo el Tribuno Marcus Decio Corelius (protagonista de ficción). Ambos pertenecientes a una estirpe de glorioso pasado militar, tuvieron que hacer frente en los campos de batalla no solo a las tribus germánicas sino también a las propias traiciones, pasiones o desmedidas intrigas de senadores y generales que veían tambalearse las estructuras de una cultura dominante durante más de doce centurias.

Algo más de dos décadas después al fallecimiento del magister utriusque militiae Aecio, en el año 476 un general bárbaro, Odoacro, depuso al último emperador del Imperio Romano de Occidente, Rómulo Augústulo, declarando vacante el trono. A partir de entonces los pueblos bárbaros comenzarían a consolidar sus reinos prosiguiendo su lucha por extenderse hacia las fronteras más lejanas posibles, no obstante la influencia de la extinta Roma y su cultura, referente para los pueblos bárbaros asentados desde décadas en su Imperio, abrirían paso a una nueva civilización. Los reinos germánicos se reorganizaron sin abandonar sus luchas internas. Las ciudades se despoblaban en aras a una mayor migración hacia los campos, donde señores de la guerra convertidos en propietarios de vastas extensiones de terreno protegían a sus campesinos a cambio de su trabajo y tributos, creándose una red clientelar que desarrollaría en el futuro organizaciones políticas más complejas. Tras siglos que algunos historiadores denominan la «Edad Oscura» empezaron a manifestarse los primeros albores de la Alta Edad Media en cuyo desarrollo el feudalismo se plasmaría como estructura económica y jerárquica de las clases sociales, siendo los señores eclesiásticos o laicos la máxima expresión del poder. La población se hizo campesina, entraba al servicio de las armas o se convertía en servidumbre para atender a los poderosos.

En el tránsito de la «Edad Oscura» a la Edad Media las pequeñas comunidades de las aldeas, dedicadas a la agricultura y cría de animales domésticos, entregaban parte de sus frutos a su señor con quien les unía un juramento sagrado, base de la futura relación de vasallaje, derivado del sacramentum que los milites romanos prestaban cuando se incorporaban al servicio de Roma. Se hacía trueque con productos que intercambiaban en períodos de paz, pocos en relación a los de guerra que ocupaba gran parte del tiempo. Los vestigios culturales emanaban de las enseñanzas de la Iglesia que recopilando el saber y conocimiento, adquirió paulatinamente un extraordinario poder actuando de resorte e impulso de las sociedades medievales.

Tras la caída del Imperio Romano, en Occidente como en parte del Medio Oriente, la humanidad adoptó una nueva forma de vida iniciando un largo camino en su evolución cultural de mano de la poderosa fuerza del cristianismo.