Ha ocurrido y es seguro que volverá a ocurrir. Lo que sucede es que, desde el punto de vista psicológico, al no saber cuándo se producirá y que, incluso, puede tardar en acontecer más tiempo que el que dure la actual generación, es fácil, muy fácil despreocuparse.
No adelanto nada al lector, puesto que está publicado en la contrasolapa, que una llamarada solar, alcanza la Tierra y produce una sobretensión que destruye todas las redes eléctricas. El mundo se queda a oscuras, no existe la electricidad. “Era algo que podía haber sucedido en cualquier momento. Fue muy probable en 2012… Había indicios geológicos y botánicos de que había pasado algo parecido en la época de Carlomagno,…” y, con seguridad en 1859, el “Evento Carrington”, en el que “todas las redes de comunicación del planeta se quemaron. Pero eran muy pocas, apenas unas escasas redes telegráficas que cruzaban América o partes selectas de Europa” (p. 14). Nada que supusiera una conmoción en la vida cotidiana de la población mundial. Pero, piense, imagine el lector, cómo afectaría a nuestras vidas, si de un segundo a otro desapareciera completamente la electricidad del mundo actual.
Pues bien, esto es lo que plantea, Félix Ballesteros, el autor del libro cuyo título corresponde al de este artículo, y que adelanto que es una novela que me ha gustado, que he disfrutado leyéndola, que me ha resultado sugerente y que me ha hecho reflexionar. La situación que provoca este hecho, el autor la detalla con una sorprendente y acertada precisión, con tal realismo, de forma tan creíble y convincente que sobrecoge, y cuya lectura no sólo apasiona, sino que hace ver nuestro mundo con una mirada diferente, al punto de considerar esta novela de obligada lectura y casi de guía, si ocurre lo que en ella se relata, porque contribuiría a que las consecuencias no fueran tan desastrosas.
El realismo de esa descripción comienza, con lo que todos daríamos por seguro que sería la reacción del “técnico que tenía la opción de desatar todos los mecanismos previstos para poner los satélites artificiales en modo durmiente y apagar y aislar todas las redes eléctricas… Lo malo es que las únicas precauciones que se podían tomar (desconectar todo sin tiempo para avisar a los usuarios) implicaban entre otras cosas, dejar sin electricidad a todo el mundo civilizado…”.
A partir de aquí, analiza el autor lo que ocurrirá en un mundo sin electricidad, desde la vida en el campo a la estación espacial, pasando por las grandes y pequeñas ciudades hasta llegar a los pueblos. El análisis de lo que acaecerá es, como digo, tan realista, tan científico, que convence. Y es terrible. El hambre y la sed, convierten a la inmensa mayoría de los hombres en bestias salvajes. Pero la inteligencia humana, su capacidad de supervivencia se impone, aunque sea en una parte reducida de la población.
Ahora bien, Félix Ballesteros, como el buen científico que es, señala que, las partículas cargadas procedentes de la llamarada solar, aunque desviadas por el campo magnético desde los polos no cubrirían toda la Tierra… y ello provoca un doble final de la novela, tan abierto y doblemente esperanzador en dos formas de vivir en nuestro paneta que sorprenderá muy gratamente al lector. Por un lado, se alcanza una forma de vivir que es la que ha deseado el hombre como un ideal: comer todos los días y estar protegido de la intemperie con un techo, un vestido y en su caso, una buena chimenea. Pero, por otro lado, el hombre no se debe quedar con esta vida satisfactoria, porque el progreso existe y corre el riesgo de que le sea arrebatada y superada su forma de vivir… y aquí aparece el último párrafo de esta novela, que, de verdad, hace pensar.
Sin embargo, quisiera señalar al lector dos pasajes de la novela, que, si bien, no empecen el interés de su lectura, me parecen innecesarios y poco creíbles. (Obvio, las dos aparentes blasfemias de las páginas 82 y 207, puesto que no se pretende ofender creencias. Yo tuve un amigo, un gran amigo, que se expresaba de igual forma, porque si pronunciaba palabras malsonantes, “tacos”, se quedaba como poco hombre en el ambiente en el que se desenvolvía. Tenía que “blasfemar”, pero como quien dice palabras “gruesas”, sin ninguna intención religiosa).
Félix Ballesteros mira con simpatía y realismo a sus personajes y alguno con cariño. Las reacciones que tienen todos ellos en una situación límite, como la que describe el autor, son las más verosímiles.
Hay una excepción: la del sacerdote. No se explica su traición, aduciendo el cura, por ejemplo, el amor al prójimo ya que en Orosia se vivía mejor; no se entiende por qué viviendo en el pueblo no avisa a los invasores de la torre de vigilancia; pero, sobre todo, no se comprende cómo no intentó mediar primero, antes de permitir una invasión con armas que, en efecto, ocasionaron muertos. Por ello, y por otros hechos que cuenta el autor, es su único personaje al que no demuestra el menor cariño.
Además la traición del cura –y este es el segundo de los pasajes-, no añade nada a la credibilidad de la novela, si no que la disminuye más que el episodio del cura, por cuanto lo que se deriva de la traición de éste es, algo tan difícil de admitir (aunque nada hay imposible), como que un adolescente degüelle uno detrás de otro a doce de los quince hombres, también armados de cuchillos, mientras caminan juntos y hablando, sin que éstos se den cuenta, al punto que cuando deciden descansar, consideran que los doce se habrán retrasado, dejan a uno de guardia , que también es degollado y los otros dos muertos por disparos de una escopeta. Digo que resultan innecesarios estos dos pasajes, porque ya, el adolescente se había revelado con una dureza patológica de corazón y como líder indiscutible, sin necesidad de esta carnicería producto de la venganza. En efecto, los comportamientos del cura y del adolescente contrastan con las conductas y reacciones de los demás personajes que son, insisto, de un realismo y un sentido común tan certeros, que el lector no puede dejar de coincidir con ellas.
Pero hay otro argumento, que proporciona mayor realismo, si cabe, a la novela (y que Félix Ballesteros conoce mejor que yo). Se trata de que no es necesaria la llamarada solar para producir un cataclismo mundial. Ya el hombre ha tenido intención de producir un desastre parecido, aunque menor, y no lo ha conseguido por muy poco, si bien, resulta impensable, que en un breve plazo no se produzca un nuevo intento, pienso, que con muchas más probabilidades de éxito.
Del virus Stuxnet han hablado casi todos los expertos en ciberseguridad y otros muchos que se han documentado y han escrito sobre el mismo. Ya lo trató en su día el autor del presente libro, Félix Ballesteros, y también Antonio Salas, Ivan Mourin y un inacabable etcétera. Para mí, uno de los que mejor cuenta la historia de Stuxnet, y que me obliga a pedirle al lector que después de leer El lado oscuro de la Tierra, lea El quinto elemento de Alejandro Suárez Sánchez-Ocaña, dado que justifica con sus contundentes razones que no exagero el peligro. (Expreso mi reconocimiento y agradecimiento a Antonio Suárez, por la reproducción de las líneas de los tres párrafos que más se relacionan con lo que aquí se dice, pero dejo al lector con “la miel en los labios”, puesto que no le digo cómo detalla Antonio Suárez, ni cómo se descubrió ni para qué ni contra quién iba destinado el virus Stuxnet).
“En el año 2010, los expertos en seguridad digital entraron en pánico con la aparición de una nueva modalidad de virus informático. Un tipo de gusano mucho más sofisticado y peligroso de lo que el mundo había conocido hasta la fecha. Lo bautizaron Stuxnet, y está considerado como la primera arma de guerra digital a gran escala. Casi podríamos denominarlo como un arma de destrucción masiva digital. Stuxnet es el rostro de la guerra del siglo XXI: invisible, anónimo y devastador… Un virus informático con capacidad para autorreplicarse, un gusano, estaba infectando miles de ordenadores en todo el mundo. El virus buscaba unas pequeñas cajas de plástico gris llamados controladores lógico-programables, del tamaño de un paquete de lápices de colores, y se introducía en ellos. Estos controladores, también llamados PLC, son los que regulan la maquinaria en las fábricas, las centrales eléctricas y los proyectos de construcción e ingeniería. Los PLC realizan el trabajo sucio más crítico de la vida moderna: abren y cierran las válvulas en las tuberías de agua, aceleran y frenan el giro de las centrifugadoras de uranio,… y calculan el momento en que los semáforos deben cambiar de rojo a verde.
Los controladores PLC están por todas partes. Sin embargo, casi nadie sabe cómo funcionan. De hecho, cuando estalló la crisis Stuxnet, la mayoría de los altos funcionarios de los gobiernos amenazados por el virus ni siquiera conocían la existencia de los PLC. El desconocimiento sobre el problema era generalizado, y los poderes occidentales comenzaron a creer que la función del virus era acometer un ataque generalizado contra los PLC. Si esto era así, eso significaba que las fábricas dejarían de funcionar y las centrales eléctricas se apagarían irremediablemente en todo el mundo. En estas circunstancias, se preguntaban, ¿cuánto tiempo podrían garantizar el orden social? ¿Quién podría haber desarrollado semejante arma? Y, sobre todo, ¿para qué?
Stuxnet era la mayor muestra de software malicioso que la mayoría de los investigadores había visto nunca, y tenía la estructura más compleja conocida en un virus.… A lo largo de los meses posteriores un puñado de analistas obcecados logró descifrar finalmente casi todo el programa, y lo que contemplaron ante sus ojos les pareció el mismo infierno” (Antonio Suárez Sánchez-Ocaña, El quinto elemento, DEUSTO, 2015, pp.187 y 188).
Es cierto que el éxito de este virus no hubiera producido un desastre como el de la llamarada solar. Pero, debe pensase que el Stuxnet apareció en 2010, y desde entonces miles de expertos están trabajando en nuevos virus y en la consecución de la inmunidad contra esos virus. En todo caso, admitiendo la dificultad del hombre, en el estadio de investigación presente, para provocar un cataclismo como el descrito en El lado oscuro de la Tierra, ni por una acción masiva nuclear ni por un ciberataque, es verdad que, por ejemplo, parece posible en los momentos actuales, mediante un ciberataque, dejar una gran población sin agua durante dos o tres días lo que conllevaría muertes y también comportaría consecuencias difíciles de imaginar, trastornar el funcionamiento informático de la Banca o el de docenas de industrias estratégicas que existen en cualquier país desarrollado.
En este sentido, ya no hay enemigo pequeño. De una bomba nuclear se conoce su fuerza de expansión, sus efectos, etcétera, pero para fabricarla hacen falta docenas de personas, un laboratorio,… mientras que descifrado el programa del Stuxnet cuatro o cinco expertos pueden fabricarlo o descubrir otro virus todavía más letal y si esos cuatro o cinco expertos son terroristas… En fin, que debe leerse el Lado oscuro de la Tierra.
Francisco Ansón