Admito que el título es algo provocador ante el fantasma (paranoia) anti-Trump que recorre Europa, y quizás debo matizarlo: no se trata obviamente de la persona política de Trump, sino del fenómeno sociológico e ideológico que denominaremos Trumpismo. Y completo el matiz: en Francia, a diferencia de Estados Unidos, el sistema partitocrático y electoral ha producido un Trumpismo fragmentado.
Pero cualquiera que sea el resultado en la segunda vuelta el próximo 7 de Mayo, nos guste o no, lo reconozcamos o lo neguemos en Europa (y el tradicional anti-americanismo francés será el primero, por orgullo, en negarlo), Francia ya se ha inclinado y decidido, política y electoralmente, por el Trumpismo.
Creo que fui uno de los primeros en 2016, primero intuyendo y después siguiendo las indicaciones del analista del Wall Street Journal, Gerald F. Seib, en distinguir entre Trump y Trumpismo (véase: G. F. Seib, “Separating Donald Trump From Trumpism”, WSJ, August 9, 2016; M. Pastor, “Trumpismo”, La Crítica, Abril, 2016, y “Trump y Trumpismo”, Kosmos-Polis, Agosto, 2016). Trump podía ganar o perder las elecciones presidenciales en Estados Unidos, pero el Trumpismo, como fenómeno sociológico e ideológico, estaba ya consolidado. Aparte de los precedentes históricos, el más inmediato que yo mismo había observado in situ e investigado ampliamente, era el movimiento Tea Party desde 2009, tras la victoria de Barack H. Obama y el anuncio del Obamacare (véase: M. Pastor, “Los orígenes del populismo democrático moderno”, Kosmos-Polis, 2014; previamente, “Michele Bachmann y el Tea Party”, Libertad Digital, 2010; “A propósito del Tea Party”, Libertad Digital, 2012; y referencias a otros artículos sobre el populismo y el Tea Party en M. Pastor, “Trumpismo”, ant. cit.).
Es curioso que el Trumpismo francés (bloque de votantes Le Pen + Macron) haya obtenido una mayoría, aunque no absoluta, idéntica a la que obtuvo Trump el pasado 8 de Noviembre: el 46 por ciento de los votos. Pero lo importante es que, en ambos países, con democracias consolidadas (en mi opinión, la francesa menos que la americana), el sistema de partidos tradicional esencialmente bipartidista, ha quebrado. El voto popular ha sido un voto anti-Establishment, contrario al consenso socialdemócrata de posguerra, especialmente en Europa: centro-derecha (Republicanos en EEUU y Francia) vs. centro-izquierda (Demócratas en EEUU y Socialistas en Francia).
Para que el lector entienda mejor lo que estoy insinuando: Trump y el Trumpismo han construido una coalición de intereses, una “mayoría concurrente” -en expresión clásica de John Calhoun- que coincide ideológicamente con el bloque ganador francés: el segmento Le Pen (correspondiente a la corriente que en EEUU encabeza el populista/nacionalista Stephen Bannon, con Jeff Sessions, Sebastian Gorka, Peter Navarro, etc.) y el segmento Macron (equivalente a la corriente urbanita, capitalista “yuppie” y liberal “dealmaker” representada por el matrimonio Jared Kushner/Ivanka Trump, con Gary Cohn, Steven Mnuchin, etc., a la que tampoco es ajena la biografía empresarial del propio Donald Trump).
Mucho se ha escrito y especulado sobre las tensiones internas de la coalición trumpista entre estas dos corrientes, y algunos aseguran que la segunda (equivalente a la de Macron en Francia) se ha impuesto sutilmente a la primera. Hay que recordar que en el propio Tea Party existía ya esa tensión entre los populistas-nacionalistas proteccionistas y los populistas-libertarios librecambistas. El mérito de Trump ha sido saber conjuntarlas en su propio beneficio frente al Establishment GOP.
Lo que nos lleva a constatar que en Francia el Trumpismo carece de un líder como Trump. Macron, aunque pro-UE, ofrece una imagen demasiado soft (esa mirada indefensa de niño de mamá), bisoño y tibio en los asuntos de la inmigración y en las guerras culturales. Le Pen es fuerte, pero demasiado izquierdista (estatista) en su programa económico, aunque coincide con Trump en el patriotismo/nacionalismo, el populismo anti-Establishment, anti-UE, anti-inmigración ilegal o descontrolada, y en la guerra contra el terrorismo islamista.
Por otra parte, el sistema electoral y la partitocracia en Francia impiden una fórmula de “mayoría concurrente” como la del Trumpismo en EEUU. Aunque en el caso de Macron la gran paradoja es que su candidatura se ha impuesto a la partitocracia con un líder de diseño electoralista, pero sin partido. Aquí reside el talón de Aquiles del vencedor virtual en la primera vuelta, de manera que para saber en qué termina todo este embrollo y ver si Francia puede alcanzar una cierta estabilidad al final hay que esperar hasta la “tercera vuelta”: las elecciones legislativas a la Asamblea Nacional el próximo verano. En este momento, y es previsible que hasta entonces, la única líder destacada con un partido firme y consolidado es Marine Le Pen y el Frente Nacional. ¿Está Francia abocada a corto plazo al dilema inevitable –dependiendo de la capacidad de supervivencia de los partidos convencionales (Republicano y Socialista)- de una cohabitación o a una parálisis parlamentaria?
Convendría que los europeos, comenzando por la propia clase política y mediática, abandonaran su retórica descalificadora y dejaran de denostar o acusar permanente a los rivales políticos como “fascistas”, “racistas” o “populistas”, sin precisar, aclarar y demostrar -en el contexto actual- qué valor tienen o qué significan tales términos.
El fondo de este caso -verdadero puzzle político-, jugando con las comparaciones, es que Francia, a diferencia de los EEUU, nos ofrece un ejemplo de Trumpismo de izquierdas, ya que Macron ha sido hasta ayer un cualificado político del Partido Socialista -si bien del ala más moderada de centro-izquierda-, y ya ha recibido el aval de sus anteriores camaradas para la segunda vuelta (Hollande, Valls, Hamon, etc.). Y Le Pen, como ya subrayé, defiende un programa económico netamente izquierdista (no solo anti-UE, sino fuertemente proteccionista, estatista, anti-capitalista, anti-globalización, e incluso anti-americanista excepto en la reciente fascinación personal por Trump), que tradicionalmente han defendido las izquierdas comunistas en toda Europa, lo que ha llevado a algunos analistas a encontrar similitudes con el programa de Podemos y lógicamente con propio Frente de Izquierdas de Mélenchon.
Últimamente se han publicado en España muchos libros y artículos, un poco oportunista y precipitadamente sin tener en cuenta las diferentes culturas políticas, sobre el fenómeno populista en el mundo, y en general me parecen superficiales, confusos, o engañosos, sin distinguir bien los populismos de derechas y los de izquierdas, asumiendo que todos son “transversales”. Pero sí hay diferencias importantes: unos son democráticos, liberales anti-estatistas y anti-partitocracia (Tea Party, Trumpismo…) y otros no, y entre éstos algunos son tibiamente autoritarios y otros claramente totalitarios, pero en ambos casos las inercias partitocráticas conducen a un peligroso estatismo burocrático-administrativo, muy poco liberal, tanto en el ámbito nacional como en el internacional de la Unión Europea.
En medio de tanto debate y confusión en Europa, recomiendo tres artículos clarificadores publicados en EEUU estos días: John O´Sullivan, “The French Election: A Temporary Triumph for the Status Quo” (
National Review, April 24, 2017), Pat Buchanan, “Is Macron the EU´s Last Best Hope?” (
Townhall, April 25, 2017), y Jonah Goldberg, “Is Marine Le Pen a `Far-Right´ Candidate?” (
National Review, April 26, 2017). Buchanan concluye su artículo: “¿Representa realmente Macron el futuro de Francia, o es quizás uno de los últimos hombres del pasado?”. Y Goldberg concluye el suyo: “Le Pen probablemente pierda, pero el problema seguirá existiendo más allá del 7 de Mayo”.