Presumo que estos mismos talleres gráficos de la PEN Colección también imprimían la revista Literatura, fundada y codirigida por nuestro paisano astorgano Ricardo Gullón...
Tengo en mis manos un ejemplar de la obra Meditaciones Políticas de Ángel Sánchez Rivero, con un prólogo de Benjamín Jarnés (PEN Colección, Número 3, Ediciones Literatura, Madrid, 1934, 201 páginas). En la última página leo: “Acabose de imprimir la primera edición de este libro, en Madrid, en los talleres tipográficos de Galo Sáez, calle del Mesón de los Paños, núm. 6, el día 21 de Julio de 1934.”
Presumo que estos mismos talleres gráficos de la PEN Colección también imprimían la revista Literatura, fundada y codirigida por nuestro paisano astorgano Ricardo Gullón. Ambas, colección y revista estaban regentadas por Benjamín Jarnés, y en ellas figuraban algunos miembros de la Escuela de Astorga. Por ejemplo, en este mismo ejemplar que tengo ante mí, veo que se anuncia en la citada PEN Colección (número 2), la novelita de Ricardo Gullón, Fin de semana, que sigue a la obra de Benjamín Jarnés, San Alejo (número 1), y precede al volumen de Ángel Sánchez Rivero, Meditaciones políticas (número 3).
Asimismo, en la contraportada se anuncia el sumario del número 4 (1934) de la revista Literatura, en el que, entre otros autores, aparecen Ricardo Gullón (“Crónica de los libros”), Juan Panero Torbado (“Del brazo, desnudo, de San Alejo”), y Leopoldo Panero (“La observación y la poesía”). No puedo dejar de mencionar también al amigo de los tres jóvenes astorganos y cuarenta años más tarde profesor mío en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid, José Antonio Maravall, que figura con dos artículos de su juventud -antes de dedicarse a la historia del pensamiento político- con ínfulas literarias (“Pasión y vida de José Bergamín” y “Por el lado de la poesía”).
Parece que los años 1933-36, años críticos para la Segunda República española previos a la Guerra Civil, produjeron una buena cosecha de ensayos políticos. Fue la época de los escritos de Ortega para el último tomo de El Espectador, además de los muy importantes En torno a Galileo, Esquema de las crisis, y la meditación fundamental sobre los inicios del nazismo, Un rasgo de la vida alemana. Y asimismo los magníficos de Unamuno, que fue desgranando en el periódico madrileño Ahora (por ejemplo, “El pecado del liberalismo”, “La revolución de dentro”, “Constitución y Justicia”, la serie “Cartas al amigo”, “Y después ¿qué?”, “Hombres macizos y masas humanas”, “Programa para un cursillo de filosofía social barata”, el discurso “Ciudadano de Honor de la República”, etc.), y las dramáticas notas, inéditas durante casi seis décadas, de los primeros meses de la Guerra Civil (ensayos editados y analizados, entre otros, por Elías Díaz, ed., Unamuno: Pensamiento político, Tecnos, Madrid, 1965, y Carlos Feal, ed., Miguel de Unamuno: El resentimiento trágico de la vida, Alianza editorial, Madrid, 1991).
Pero algunos ensayistas, como el caso de Sánchez Rivero y otros, están hoy casi olvidados por la opinión pública y académica. Por ejemplo, tengo también a mano un ejemplar del ensayo crítico y premonitorio de Mariano Cuber, Antisocialismo (Editorial Reus, Madrid, 1935) cuya edición original es un poco anterior (La Gutenberg, Valencia, 1933). Pienso asimismo en la dramática crónica política de Rafael Salazar Alonso, Bajo el signo de la Revolución (Librería San Martín, Madrid, 1935), aunque de ésta última obra ha habido una reedición, prologada por Jaime Mayor Oreja y con el excelente estudio preliminar de Juan Manuel Martínez Valdueza (Akrón, Astorga, 2007).
También merecen recordarse los escritos de Francisco de Cossío en el vallisoletano El Norte de Castilla (continuando la tradición de sus columnas tituladas precisamente El Espectador y Ensayos), que culminaron en su libro Hacia una nueva España: de la Revolución de Octubre a la Revolución de Julio, 1934-1936 (Editorial Castilla, Valladolid, 1936). Y aunque escritas entre 1936-1937, habría que incluir las importantes reflexiones –colección de auténticos ensayos- de Alejandro Lerroux, La pequeña historia de España, 1930-1936, especialmente los ensayos políticos magistrales que son los capítulos finales: “La primavera trágica”, “El alzamiento nacional”, “Desaparición de la legalidad” y “Epílogo” (reciente edición de la obra, con prólogo asimismo de Juan Manuel Martínez Valdueza, Akrón, Astorga, 2009).
Fueron exponentes de un género brillante, el ensayo político liberal o conservador, republicano en un sentido genuino filosófico-moral, que a partir de 1936 se eclipsará por mucho tiempo, al entrar España en una “era de atroz silencio”, como expresaría Ortega con motivo de la muerte de Unamuno.
Voy a detenerme brevemente en las obras mencionadas de Ángel Sánchez Rivero y de Mariano Cuber.
El, a mi juicio, más inteligente y experimentado político de la Segunda República, Alejandro Lerroux, en la obra antes citada ya señalaba en su “Epílogo” que “Las constituciones no crean democracias, ni las democracias crean libertades. Es al contrario: la cultura crea libertad, la libertad democracia…” (ed. 2009, página 597), y más adelante: “El comunismo, (es) donde desembocan necesariamente todos los problemas del socialismo al proclamar la dictadura del proletariado, última ratio de la lucha de clases…” (ed. 2009, página 599). Sendas citas resumen admirablemente las tesis de fondo, respectivamente, de los ensayos de Ángel Sánchez Rivero y de Mariano Cuber.
Hoy ambas tesis resultan obvias, y las ciencias sociales –en particular la ciencia política- las ha validado empíricamente, pero en la década de los años 1930s no lo eran tanto.
Sánchez Rivero pertenece a la generación intelectual de Ortega y son muy obvias sus influencias orteguianas, tanto en su pulido estilo literario como en la cuidada selección de los temas históricos y políticos.
Como Ortega, y antes Nietzsche, descubre la centralidad de la cultura: “Nietzsche es la síntesis de las dos direcciones de la cultura europea… el Renacimiento y la Reforma se unen en él” (página 16), evocando desde la perspectiva de un creyente “la aventura espiritual de Nietzsche, la más terrible que acaso haya corrido un destino humano” (página 31). La reflexión aparece en el primer ensayo de este libro (“Correo de Venecia”) y quedó inconclusa en otro extenso, pero inédito (“Goya y Nietzsche”). Otros temas que le ocuparon, con resonancias unamunianas y orteguianas, como buen heredero de las generaciones del 98 y del 14: Don Quijote, Cervantes y Velázquez; el mito del progreso; cultura clásica y cultura moderna; la moral moderna; el estilo moderno; consideraciones sobre la religión; sobre la Historia de España; sobre el catalanismo; los héroes, el “eterno cesarismo” y las “maneras cesáreas” (páginas 105 y 113). En este volumen hay ensayos sobre Julio César, Napoleón, Disraeli, e indirectamente de Mussolini. El muy importante sobre “Las nacionalidades”, y los brillantes, aunque esquemáticos, “El porvenir político de la civilización”, y “Democracia, Masa, Elite”.
La siguiente cita, en la que el autor refleja su empatía con una razón histórica y vital, creo que representa muy bien su pensamiento político: “La reconstrucción de Europa no podrá llevarse a cabo sólo con afirmar que los principios del 89 conservan su inmarcesible frescura, y tejiendo en torno de la nueva situación la tela de araña de ingeniosas insidias. En política no sirve de nada tener razón, si no se puede imponer esta razón a la realidad humana en que se pretende actuar. Y, además, tampoco tienen razón. Estos inmortales principios del 89 representan una táctica política momentánea, exigida por determinadas condiciones de la lucha política, perturbadora hoy, en que el problema de organización política viene a resultar inverso al de entonces. La afirmación enfática de los derechos del hombre como principios de raíz metafísica o metapolítica es una respuesta a la afirmación del derecho divino de los reyes. A la teología política se respondía con la metafísica política para poder combatir al adversario desde la misma altura” (páginas 176-177). Y nos hace esta perspicaz advertencia sobre lo que hoy llamamos partitocracia: “El régimen de los partidos políticos y las violencias efectuadas por las oligarquías acaban por hacer indiferente al pueblo su pretendida participación en la vida política” (página 183).
No puedo dejar de evocar aquí, por los paralelismos evidentes con el estilo temático y literario de Sánchez Rivero, la dimensión ensayista crítica de la cultura y la política de mi inolvidable amigo Ricardo Gullón, también admirador y seguidor de Ortega (véanse mis notas, “Ricardo Gullón, hispanista y americanista”, Journal of Hispanic Modernism, 2, 2011; y los artículos de Ann M. Brown, “Notas sobre Ricardo Gullón como crítico de la cultura, la sociedad y la política”, Debate Abierto, 9, Madrid, Primavera 1993; y “Ortega y la idea de la novela en Ricardo Gullón”, en La Escuela de Astorga, Javier Huerta, ed., Astorga, 1993).
Mariano Cuber es un claro, aunque modesto, precursor de la crítica contemporánea a la ideología socialista que ha tenido un brillante despliegue sobre bases histórico-empíricas, desde Max Eastman (1937, 1939,1940, 1955) hasta Friedrich Hayek (1944, 1960, 1976, 1988) y otros autores, crítica que ya resulta imposible ignorar (véase mi ensayo “El fin del socialismo”, La Crítica, Astorga-León, 2016). Sin la sofisticación académica de estos autores, pero con una erudición y conocimiento de la literatura en su tiempo sobre la materia muy meritorios, Cuber ofrece a los lectores españoles de los años 1930s una reflexión aguda y crítica, con un admirable sentido común, a propósito de la actualidad española, sobre los orígenes, desarrollo, práctica y resultados del movimiento histórico socialista, y su culminación desastrosa en la Revolución Soviética y la Comintern.
Mariano Cuber era un republicano demócrata-liberal, admirador de Joaquín Costa, al que dedica todo un capítulo (“Yo fui humilde amigo del gran hombre…”, páginas 167- 178) y de Ortega, al que menciona de pasada (páginas 86-87). Sin embargo es muy notable que, sin adoptar un tono académico o intelectualista, haga una presentación y un balance crítico del socialismo muy completos, citando a una selección de autores muy variada (algunos desconocidos hoy por el gran público) pero muy pertinentes para su exposición: Marx, Leroy-Beroulie, Bebel, Richer, Malon, Schaeffle, Ferri, Deville, Du Camp, Sighele, Lombroso, Laschi, Taine, Sorel, el matrimonio Webb, Gromlund, Hirsch, Bernstein, Lafargue, Lenin, Trotski, Kautsky, Douillete, Mouriz, los españoles Sanz Escartín, Besteiro, Largo Caballero y Pestaña, etc.
Destaco estas dos citas suyas: “La soberanía del pueblo tiene, para todo liberal demócrata, un límite: lo derechos naturales de los individuos. Para que exista democracia, ha de reconocerlos, y esto es el liberalismo” (páginas 85-86). “El socialismo es típicamente dictatorial y despótico. El republicanismo, democrático y tolerante. Éste tiene por lema de su bandera la libertad, la igualdad y la fraternidad. Aquél, a la libertad le antepone el despotismo de la masa; a la igualdad ante la ley, la igualdad en el demérito, y a la fraternidad, el odio de clases” (página 130).
Hoy que conocemos definitivamente tan ignominioso fraude, el
Gran Pucherazo de 1936 –como merecen denominarse para la Historia las elecciones del Frente Popular- las citas de Mariano Cuber parecen una premonición (¿de una pauta recurrente?) acerca de las tentaciones golpistas socialistas-comunistas en la política española, mancillando la legalidad y la legitimidad democráticas con la violencia callejera, el odio y el despotismo que, por cierto, también insinuaba y documentaba Alejandro Lerroux en sus memorias (ob. cit., ed. 2009, páginas 546-547