El pasado Domingo, 8 de enero, mientras esperaba un vuelo a Madrid en el aeropuerto de París, me enteré de la muerte del político y estadista portugués Mário Soares (líder socialista, sucesivamente ministro de asuntos exteriores, primer ministro y presidente de Portugal). Leí la noticia en El País, pero me sorprendió que ni Le Monde ni The New York Times publicaran la noticia del suceso, que se había producido el día antes.
Del diario El País quiero destacar especialmente el artículo de Raúl Morodo (hay otros dos, de Javier Martín y de Felipe González), que era sin duda su mejor amigo en España. Morodo, catedrático jubilado de Derecho Constitucional y miembro actual de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, fue embajador de España en Portugal durante los gobiernos de Felipe González y de José María Aznar. Su amistad con Mário Soares data de mediados de los años 1960s, y fue precisamente en su domicilio de Puerta de Hierro (edificio en la calle de Martín de Porres, residencia entonces también de Adolfo Suárez) donde conocí al gran político portugués a principios de los años 1970s, antes de la Revolución de los Claveles.
Soares vivía entonces exiliado en París, y a veces se encontraba en Madrid con su esposa, María Barroso, que seguía residiendo en Lisboa. En aquella ocasión les fui presentado por Raúl Morodo y su esposa Cristina Cañeque, durante una cena a la que me habían invitado, y posteriormente acompañé al matrimonio portugués al Teatro Bellas Artes para asistir a una función de la obra de Valle-Inclán Divinas Palabras, ya que María y Mário eran grandes aficionados al teatro (María fue una prestigiosa actriz, muy conocida en Portugal).
Desde 1968, siendo estudiante de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense, estuve vinculado al grupo/partido PSI/PSP de Enrique Tierno Galván y Raúl Morodo. Más tarde, como responsable de relaciones internacionales del PSP, viajé en varias ocasiones a Lisboa durante la transición política portuguesa, después de la Revolución del 25 de Abril de 1974, ya que a Tierno Galván y a Morodo les habían retirado los pasaportes.
La primera, creo recordar, fue para asistir a la última cena en Estoril de Don Juan de Borbón, pocos meses antes de la muerte de Franco en 1975. La segunda fue para participar en un Coloquio-seminario sobre socialismo organizado por el PS Portugués, también en 1975, con intelectuales internacionales (recuerdo especialmente a los franceses Pierre Hassner, Alain Touraine y Gilles Martinet). Un estudiante socialista español exiliado en Lisboa, Francisco Velázquez, me presentó a algunos dirigentes portugueses, aparte de Soares. La visita culminó en una magna manifestación popular en apoyo del PSP y de una transición democrática, contra los sectarismos de los comunistas y la extrema izquierda.
Asistí también al II Congreso del PS Portugués en 1976 (con Raúl Morodo y Pedro Bofill), junto a los líderes europeos de la Internacional Socialista (Willy Brandt, F. Mitterrand, etc.).
Durante el agitado Congreso del PSOE de 1979 en Madrid, en una comida privada con don Enrique Tierno Galván a la que yo asistía, Soares comentó que Felipe González le había sorprendido y “decepcionado” cuando presentó su renuncia a la Secretaria General. Me imagino que rectificó su opinión cuando el sevillano recuperó el liderazgo en el “Bad Godesberg español”, el Congreso extraordinario del PSOE ese mismo año.
Recuerdo en especial la visita de Mário Soares y su esposa a la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (Santander, verano de 1980): el Rector Morodo, ocupado en otros compromisos, me encargó un día que acompañara al matrimonio Soares a una comida en el restaurante El Molino, donde tuve la oportunidad y el privilegio de charlar ampliamente con los ilustres visitantes. Y recuerdo en concreto que, dado mi interés por la política de los Estados Unidos ante la Revolución portuguesa, Soares expuso lo que llamó la “bizarra teoría” del entonces Secretario de Estado Henry Kissinger: que era inevitable que Portugal cayera bajo control del comunismo, lo cual sería una especie de vacuna anticomunista para Europa occidental, especialmente los países donde estaba teniendo éxito lo que se llamaría el “eurocomunismo” (Italia, Francia y España). He comprobado que en algunos escritos suyos a principios de los noventa se refirió a la misma extraña teoría o hipótesis de Kissinger, por ejemplo en el volumen séptimo de la recopilación de sus Intervenciones: “Kissinger desenvolvia a bizarra teoría de que a conquista do poder pelos comunistas, em Portugal, seria una verdadeira vacina anticomunista para o resto de Europa” (Intervençoes/7, Lisboa, 1993, p. 210). Conservo este volumen porque, siendo Presidente de la República, tuvo la amabilidad de enviármelo firmado con una dedicatoria.
En una extensa entrevista con María Joao Avillez, explicará que su rechazo de la teoría de Kissinger tuvo un apoyo en el propio embajador norteamericano (y miembro destacado de la CIA, de la que posteriormente sería subdirector), Frank Carlucci, al que no duda en calificar “amigo” en la batalla política por liberar a Portugal de la deriva totalitaria comunista (M. J. Avillez, Mário Soares. Dictadura y Revolución, Plaza & Janes, Barcelona, 1996, pp. 481-ss.).
Posteriormente tuve otros encuentros con él en Madrid. Una ocasión fue cuando el líder portugués asistía al Congreso de la Internacional Socialista en la capital española, en el otoño de 1980. Otra, mucho después, con motivo de la ceremonia en el Paraninfo de la Universidad Complutense de Madrid para su investidura como Doctor Honoris Causa, celebrada en 1994 (resultado de una propuesta mía como director del Departamento de Ciencia Política). Aunque pertenecía a la Facultad de Derecho, encomendé a Raúl Morodo la Laudatio, lo cual originaría una pequeña protesta de algunos profesores del Departamento, como Julián Santamaría y Ramón Cotarelo.
El último encuentro tuvo lugar durante la presentación de su libro Memoria viva en el Círculo Bellas Artes de Madrid, el 26 de abril de 2004. Esta obra está prologada también por Raúl Morodo y traducida al español por Francisco Bobillo y su hijo Carlos Bobillo (nuestro querido colega y amigo Francisco Bobillo, que murió repentinamente durante las pasadas vacaciones navideñas en Canarias, justamente un día antes que Mário Soares).
Volviendo al fraternal y justo obituario de Raúl Morodo (“Rebelde demócrata y gran estadista”, El País, 8 de enero de 2017), con el que es imposible no estar de acuerdo, solo me atrevería a matizar una frase hacia el final, cuando escribe: “En sus últimos tiempos, acentuó su crítica al neoliberalismo salvaje (…) atacando la globalización sin reglas en defesa de la justicia social.” Por supuesto, criticó al neoliberalismo “salvaje” como haría con cualquier socialismo “salvaje”. Pero pienso que en Soares se daba una cierta dualidad o “gap” entre su conciencia y retórica progresistas, sin duda sinceras y honestísimas, y su acción política, inteligente, pragmática y realista. Repetía constantemente que él no era un “socialdemócrata” sino un “socialista democrático”, aunque reconocía que se había distanciado del marxismo (fue militante comunista en su juventud). Su recurrente invocación de la “justicia social” (concepto que muchos ignoran fue inventado por el sacerdote católico Antonio Rosmini-Serbati en 1848, que influirá en el socialismo fabiano-laborista a finales del siglo XIX, e impregnará toda la doctrina social de los papas -desde León XIII hasta Francisco-, y al menos retóricamente asumido por dictaduras católicas como el salazarismo y el franquismo), no le impedirá admitir la legitimidad de la propiedad privada, la libre empresa y el capitalismo, fundados en la libertad y la democracia (Memoria viva, pp. 227-228).
Soares fue un apasionado lector y, como sus amigos españoles los profesores Tierno Galván y Morodo, además de político era un pensador profundo en una época histórica en que las ideologías vulgares para consumo de las masas estaban siendo desplazadas por las ideas rigurosas y el conocimiento científico.
Nos ha legado obras fundamentales para conocer la historia reciente de Portugal, sobre la transición de la dictadura a la democracia, y la anatomía de la Revolución de los Claveles, como Portugal Bailloné-Un temoignage (Calmann-Levy, Paris, 1972), traducido al español con un prólogo de Raúl Morodo, Portugal Amordazado. Un testimonio (Dopesa, Barcelona, 1974), que en la primera edición portuguesa tendrá un subtítulo más politizado, Portugal Amordaçado. Depoimento sobre o anos do fascismo (Arcadia, Lisboa, 1974). En años posteriores calificará al salazarismo más bien como “dictadura débil”, “dictadura obsoleta, retrógrada”, etc. (Dictadura y Revolución, pp. 59-60, 272), aunque siempre sostuvo que su derrocamiento era imposible sin un golpe militar.
Asimismo, son una excelente exposición de su vida y pensamiento, aparte de la imprescindible serie Intervençoes (8 volúmenes), las dos extensas entrevistas realizadas por Dominique Pouchin (Portugal: una revolución amenazada, Monte Avila, Barcelona, 1977; y Mário Soares. Memoria viva, Biblioteca Nueva, Madrid, 2004), y extensísima por Maria Joao Avillez (Mário Soares. Dictadura y Revolución, Plaza & Janes, Barcelona, 1996).
La muerte de Mário Soares, presidente honorario de la Internacional Socialista, institución en sí misma moribunda, simbólicamente se me antoja el inicio de la etapa final de una ideología y movimiento político que han perdido su significación y relevancia históricas.