Reconozcamos que el título es provocador. Lo he tomado del tomo 27 de los Episodios Nacionales de Don Benito Pérez Galdós; es por donde van hoy mis lecturas, me ha llamado la atención, he pensado que era un buen titular y me ha despertado el hormigueo de los dedos asociado a ese vicio solitario que es el escribir. Vamos sacarle punta a esa idea.
Hace días que tenía en el magín (27 tomos de novela dieciochesca le cambian a uno hasta el diccionario; ya sólo me quedan otros 19) rebelarme ante una afirmación recientemente leída en algún rincón de la ‘prensa canallesca’, y este es el momento. Disertaba el plumífero acerca de la claramente perniciosa tendencia de la juventud de andar a vueltas con eso de los ‘smartphones’, vicio (sólo aparentemente solitario) en el que iban cayendo también los infantes de las más tiernas edades y ahí, ¡horror de horrores!, había que alzarse en armas ante ese peligro tan obvio.
¿Peligro?
Ahí es donde a este agente provocador se le sube la sangre a la cabeza, busca su mejor lanza en el astillero y, con ella en ristre, se aplica a provocar una reflexión que nos haga abordar el siglo XXI (ya toca) trocando miedos por esperanzas e inmovilismos por evoluciones.
Decía el pacato articulista que ningún joven debería tener un teléfono ‘inteligente’ antes de los catorce años y, como pronto desde los 8 ó 10, un teléfono pero sin acceso a Internet. Por supuesto, ello lo apuntalaba con argumentos ‘de Autoridad’ mencionando ‘expertos’ en esos graves asuntos. Expertos con los que, es obvio, estoy en absoluto desacuerdo.
Es como si se siguiese pensando, como en los tiempos de las guerras carlistas que narra Galdós, que el acceso sin limitaciones a todo el saber es peligroso, que la Razón tiene algo de satánica.
Mi hija mayor ya sabía escribir su nombre con poco más de dos añitos… en un teclado de ordenador, pues sus dedillos apenas manejaban el lápiz por entonces. Cuando llegó a la enseñanza reglada, se aburría soberanamente: ella ya sabía leer y, cuando llegaba a casa y le preguntábamos ‘¿Qué tal el día?’ ponía su más expresiva cara de fastidio para decir que, por segundo (o tercer) día, seguían ‘con la “m”’. Evidentemente, en aquel plan de estudios también pensaban que leer antes de tiempo podía tener funestas consecuencias para los niños, aunque sí que se empezaba con el catecismo y la Historia Sagrada, porque cuanto antes se iniciasen en ello mejor se quedaban esas enseñanzas integradas en su formación; y en eso acertaban, por supuesto.
Esa niña creció, en la adolescencia tuvo la correspondiente fase tecnófoba, pero hoy es una especialista en cibercartografía y en el desarrollo de aplicaciones cartográficas capaces de facilitar la vida a cualquiera que tenga que relacionarse con el entorno a través de la (todavía rudimentaria) inteligencia artificial. Pese a que los planes de estudio vigentes, desde la guardería a la universidad, no le prepararon en absoluto para ello.
El resto de mis hijos han seguido trayectorias igual de comprometidas con la cultura, la ciencia o, en general, con la satánica Razón.
¿De verdad hay alguien que defienda la especie de que el acceso a la información es perjudicial para el desarrollo de la mente?
Y no me vale el argumento de que hay peligros en Internet: cierto, los hay, y graves, pero también los hay en los libros, en la prensa amarilla y en la telebasura, y no por ello se defiende que La Solución es que no se aprenda a leer y, desde luego, la telebasura puebla los mejores horarios sin ningún tipo de restricción. Algún día destriparé los entresijos de la telebasura, lo prometo, mientras tanto, defendamos que mejor que eliminar la lectura es cuidar lo que se lee, y mejor que retardar el acceso a Internet, lo que hay que hacer es pastorear lo que se accede. Además, reprimir ese campo de juego puede tener, más bien tendrá con toda certeza, importante influencia negativa en el futuro, tanto en el futuro de la Sociedad, como en el futuro de cada individuo.
Para comprender mejor esto último veamos un ejemplo en los próximos párrafos de cómo funciona la mente, a la luz del aprendizaje de los idiomas.
Los bebés, es sus primeros días y meses, van escuchando sonidos que no entienden, pero su mente se va haciendo a esos sonidos. Y digo ‘haciendo’, porque en esos meses se está construyendo el cerebro, se desarrollan entonces los circuitos neuronales que interpretan cada fonema, cada grupo de sonidos del idioma, y facilitan la interpretación de esos sonidos específicos. Un castellanohablante desarrollará circuitos neuronales específicos para distinguir los sonidos que nos son peculiares como la “g” o la “rr”, mientras que un francés desarrollaría los distintos circuitos analizadores de la “e” abierta, cerrada, o sus peculiares pronunciaciones del “en”, “in” y “on”. De la misma manera, los castellanohablantes desarrollamos la musculatura específica en la lengua que nos permite pronunciar unas rudas “rr”, pero no los músculos de la garganta con los que los nórdicos pronuncian esos increíbles rugidos guturales.
Cuando un español trata de aprender francés en la edad adulta, los sonidos peculiares de ese nuevo idioma no los tiene ‘preprogramados’ en su mente (ni en sus órganos de fonación), y tiene que, irremediablemente, apelar a sus capacidades mentales generalistas para interpretar lo que oye, con escaso éxito en general, pues ya es más bien tarde para modificar su mente y que circuitos específicos de neuronas le ‘lean’ lo que oye de una manera semi-inconsciente. Esa es la clave, la crucial diferencia entre un idioma ‘materno’ y otro aprendido tarde: haber oído esos sonidos de la madre, del padre ¡o de la televisión! cuando todavía estábamos haciendo nuestra mente y, por eso, el o los idiomas que se aprenden de niño, de bebé mejor, son para siempre nuestros idiomas.
Igual pasa con la mayoría de los procesos de aprendizaje: no es lo mismo aprenderlos cuando el cerebro se está desarrollando que cuando ya está cerrado su proceso de diseño. Los niños que juegan con su teléfono y buscan tonterías inverosímiles en la Red serán los que luego entiendan eso del ‘big data’ o los procesos ‘en la nube’ sin necesidad de esfuerzos significativos.
Yo a los ocho años leía a Verne, Tarzán de los Monos era mi héroe y lo más parecido a un videojuego que tenía a mi alcance era la partidita de ajedrez que mi padre y yo nos echábamos algunas (pocas) noches. Luego tuve que reconstruir casi por completo mi mente para, a los veintimuchos años, convertirme en un profesional de la informática. Y ahora me dicen que hubiera sido para mí malísimo a esos ocho años tener acceso a Internet… ¿Seguro? ¿No habría sido, por el contrario, como echar gasolina a la hoguera? ¿Esa ventana al Todo que es Internet, no me habría, quizá, provocado que la transformación mental que tuve que recetarme en la edad adulta me hubiese resultado mucho más sencilla o, incluso innecesaria?
De vez en cuando aparecen en el olimpo de los empresarios esos tipos hiperbrillantes (Bill Gates [Microsoft], Elon Musk [Tesla, PayPal, SpaceX] o Steve Jobs [Apple], por poner algunos ejemplos) y, en todos los casos, resulta que desde muy pequeños ya estaban jugando con esos aparatitos diabólicos que algunos proponen esconderles hasta que sean adultos.
Esto no es de ahora: viene sucediendo desde que el avance de la satánica Razón es tan diabólicamente rápido que intenta cambiar el mundo en el transcurso de las vidas de la gente.
Wolfgang Amadeus Mozart componía e interpretaba desde muy muy joven… porque nadie le reprimió el acceso a un teclado y una partitura a edades a las que otros se pasan varios días meditando sobre ‘la “m”’ ¡siglos más tarde!
Que sí, que eso tiene sus peligros, sin duda, pero lo que hay que proponerse es conjurar esos peligros, no esconder la cabeza bajo el ala. Por otro lado, ¿cuántos estafadores, terroristas, criminales en serie, pedófilos o tertulianos de la telebasura tienen una Amplia Cultura? ¿Cuántos titulados universitarios con sólidos fundamentos culturales caen en la droga? Creo que la Cultura, el cultivo de La Razón en suma, es la mejor vacuna contra muchos males aunque, como las vacunas típicas, puedan provocar algo de fiebre.
En el espejo del baño que utilizaban mis hijos estuvo grabada una de mis frases preferidas, incluso la segunda de mis hijas la incluyó al final de su Tesis Doctoral, de lo cual concluyo que terminó asimilándola: “Tanto si crees que puedes hacerlo, como si crees que no puedes hacerlo, acertarás” (Henry Ford).
O, puesto en reflexivo, si crees que tus hijos no podrán hacerlo, tendrán escasísimas posibilidades de lograrlo, pero si les das la oportunidad, si les apoyas, la mayoría de las veces te sorprenderán y conseguirán cosas que no imaginabas. Y, seguramente, no imaginabas que podían hacerlo porque tú mismo/a no fuiste capaz de ello a su edad, pero a su vez eso fue, con toda probabilidad, porque no tuviste la oportunidad o, lo que sería muchísimo peor, porque activamente no te permitieron que tuvieses esa oportunidad.
No hurtemos oportunidades a nuestros niños. Los que sean educados sin limitaciones, los que tengan un acceso a la Razón que mejor peque de exceso que de defecto, esos serán los que formen la élite de la Sociedad en las siguientes décadas, como viene siendo desde que el mundo es mundo.
Félix Ballesteros Rivas
10/01/2017
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