El político y politólogo Jorge Verstrynge, colega mío aunque simpatizante de Podemos, ha manifestado en diversos debates en televisión que “un profesor” de su Facultad había anticipado, hace unos diez años, que la izquierda del futuro sería populista. Tal profesor casualmente era un servidor...
En un libro publicado en los Estados Unidos hace una década (Chris Hedges, American Fascists. The Christian Right and the War on America, Free Press, New York, 2006), aparecía extrañamente como preámbulo un texto de seis páginas, cuyo autor era Umberto Eco, titulado “Eternal Fascism: Fourteen Ways of Looking at a Blackshirt” (páginas ix-xiv).
Digo extrañamente porque las catorce tesis que postulaba el intelectual italiano no tenían nada que ver con el contenido del libro del americano. En su última visita y entrevista en España Eco precisamente afirmaba: “No está bien ofender la sensibilidad religiosa de los otros, pero no está bien matar a quien ofende la sensibilidad religiosa de los otros’’ (ABC Cultural, Madrid, 28 de Marzo de 2013). Incluso diría que sus tesis eran, implícitamente, una refutación del uso (y abuso) del concepto de Fascismo aplicado a la Derecha Cristiana en los Estados Unidos. Un caso más de la frivolidad e indecencia con que los progresistas se permiten calificar de “fascistas” o “neofascistas” a los políticos y movimientos sociales que no aceptan las premisas ideológicas de las izquierdas.
Los comunistas de la Komintern bajo Stalin y de la posterior Kominform estalinista fueron los primeros en utilizar y divulgar el término como insulto (excepto en el período 1939-41 en que estuvo vigente el pacto totalitario Hitler-Stalin): “socialfascistas”, “anarcofascistas”, “liberalfascistas” o llanamente “fascistas”, fueron calificativos repartidos convenientemente hasta el final de la Guerra Fría, metiendo en el mismo saco a Mussolini, Hitler, Trotsky, Nin, Franco, Salazar, Chang-Kai-Chek, Diem, Perón, McCarthy, Reagan, Walesa (personalmente escuché en una cena en Sevilla al marxista “liberal” polaco Adam Schaff calificar “fascista” al líder de Solidaridad), etc. Es decir, aparte de los genuinos fascistas, se aplicaba el adjetivo insultante a socialistas, comunistas, populistas, anarquistas, sindicalistas, liberales y conservadores, cuyo denominador común era el anti-estalinismo. Hoy todos los “progres” del mundo siguen recurriendo al insulto (“fascistas”, “neofascistas”, o el castizo “fachas”) para descalificar a los rivales políticos. Un ejemplo muy reciente: el joven y anacrónico estalinista español Alberto Garzón, secretario general de Ia comunista Izquierda Unida, se refería a Mariano Rajoy como “dictador” y al clima político en España hoy como “fascismo de los años 30”(Libertad Digital, 21 de Marzo de 2016).
Otro ejemplo relativamente reciente y muy sorprendente, referido a la democracia en los Estados Unidos: el prestigioso crítico literario, profesor de la universidad de Yale, y notorio idiota político, Harold Bloom calificó al Tea Party –que ha generado políticas y políticos como Sarah Palin, Michele Bachmann, Ted Cruz, Marco Rubio o Rand Paul, de fascismo americano (Vanity Fair, May 2011). Bloom es el firmante de un manifiesto en 2014, junto a otros personajes y personajillos como Desmond Tutu, Adolfo Pérez Esquivel, Kean Loach, Paul Preston, etc., a favor de un referéndum de los catalanes por la independencia en Catañuña. Por cierto, en los meses pasados he oído a algunos sabiondos periodistas españoles en debates de TVE (La Noche en 24 Horas) coincidir con Bloom en su opinión sobre el Tea Party y Donald Trump –particularmente un habitual en las tertulias, el zapateril Chema Crespo- afirmando rotundamente que el citado movimiento populista había desaparecido o era irrelevante.
Últimos ejemplos sobre el abuso del término fascismo en los Estados Unidos: el delirante demagogo afro-americano Cornel West, profesor Emeritus de la universidad de Princeton y simpatizante activo del movimiento anarco-populista anti-sistema Occupy Wall Street (imitación del español 15-M que generó, entre otras cosas, al movimiento/partido Podemos) acaba de calificar al candidato Donald Trump como “neofascista” (en el programa “Hannity” de la cadena FOX, 2 de Marzo, 2016). Sus palabras exactas fueron “Trump is a dangerous neo-fascist in the making”, al tiempo que defendía la candidatura presidencial del demócrata (socialista) Bernie Sanders, a quien los estalinistas hubieran calificado, paradójicamente como al propio Cornel West, de “socialfascista”. Cosa que hicieron en los años de la Guerra Fría con el líder del socialismo americano Norman Thomas, que por cierto también era un practicante de la teología protestante como el profesor West. Asimismo, otro actor e indigente político, George Clooney (como la mayoría de las “celebrities” de Hollywood o “titiriteros” en nuestros pagos) se permitía calificar a Donald Trump “fascista xenófobo”, añadiendo que apoyaba a Hillary Clinton, aunque –subrayaba- “adoro realmente a Bernie Sanders” (elEconomista, 7 de Marzo de 2016).
Bill O’Reilly y Bernie Goldberg (“Fascism and Donald Trump”, O’Reilly Factor, FOX, March 9, 2016) coincidían en creer una exageración comparar a Trump con el fascismo al estilo italiano, alemán o incluso español. Goldberg mencionaba que un profesor de Harvard ha comparado, de manera poco académica, a Trump con Hitler, mientras que el comportamiento de los radicales de izquierda en los campus universitarios es más parecido al de los camisas pardas nazis. Precisamente la ensayista política Ann Coulter, frecuente victima de sus “escraches”, ha apreciado más lógica en calificar a los populistas de izquierda como “left-wing fascists” (Personal Tweeter, March 12). Huey Long y Sinclair Lewis, en los años treinta, ya anticiparon de distinta forma que el verdadero fascismo en los Estados Unidos paradójicamente adoptaría la forma de “anti-fascismo” (hoy se podría generalizar tal curioso fenómeno para todas las sociedades occidentales).
Peggy Noonan ha encontrado absurdo que un derechista, capitalista liberal, como Donald Trump sea considerado “potentially fascist” (“Will the GOP Break Apart?”, WSJ, March 20, 2016, p. A13). En este mismo diario y en la misma fecha, David Luhnow, tras entrevistar a analistas como Jorge Castañeda, Carlos Alberto Montaner y Moisés Naim, elegía comparar –con escaso rigor a mi juicio- al fenómeno Trump con el “populismo” y “caudillismo” latinoamericanos de Perón y de Chávez (“Latin America Worries About Trumpism”, WSJ, March 20, p. C3).
Pat Buchanan, que sabe de lo que habla, ha calificado al Tea Party y a los seguidores de Donald Trump y de Ted Cruz como “populismo conservador” (en el programa “Hannity” de la FOX, 24 de Marzo de 2016), enfrentado al elitismo y corrupción del Establishment GOP, desde posiciones tradicionales del “excepcionalismo americano”. Se trata, por tanto, de un populismo diametralmente opuesto al izquierdista latinoamericano o europeo de España, Grecia, Italia, e incluso del Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia. Estos, independientemente de que sus orígenes sean marxistas-leninistas o nacionalistas, son básicamente estatistas y anti-capitalistas (además de exhibir un rabioso anti-americanismo).
El político y politólogo Jorge Verstrynge, colega mío aunque simpatizante de Podemos, ha manifestado en diversos debates en televisión que “un profesor” de su Facultad había anticipado, hace unos diez años, que la izquierda del futuro sería populista. Tal profesor casualmente era un servidor. Desde entonces, observando la experiencia americana del Tea Party (movimiento desarrollado desde 2009, en protesta contra el excesivo estatismo de la administración Obama, y del que modestamente fui testigo de su fundación en el distrito sexto de Minnesota, bajo el liderazgo de Michele Bachmann) he desarrollado un esquema más amplio: aparte de los populismos de izquierdas, han surgido otros populismo -en el sentido de anti-élites y anti-Establishment, anti-partitocracia y anti-estatista- de derechas, liberal-conservadores, como el Tea Party, que no han tenido una correspondencia exacta en Europa, aunque ha habido algunas aproximaciones, por ejemplo en España (inicialmente Ciudadanos y Sociedad Civil en Cataluña, y Vox en toda España…grupos de ideas como Floridablanca, etc.), el pequeño partido británico UKIP de Nigel Farage, y Alternativa para Almania (AfD) de Frauke Petry (no así, repito, el francés FN de Marine Le Pen, profundamente estatista y anti-liberal que, como me ha reconocido el propio Verstrynge, estaría más en sintonía con Podemos).
Volviendo a las catorce tesis de Umberto Eco sobre el “Ur-Fascismo” o “Fascismo Eterno”, en las que veía una estrecha concomitancia entre el populismo (generalmente de izquierdas) y el fascismo, cito como muestra las dos últimas (números 13 y 14), en que describía de una manera clara y expresiva el fenómeno que hoy tenemos ante nuestros ojos:
“13. El Ur-Fascismo se basa en un populismo selectivo, un populismo cualitativo, se podría decir. En una democracia los ciudadanos tienen derechos individuales, pero los ciudadanos en su totalidad solo tienen un impacto político desde un punto de vista cuantitativo –el que sigue las decisiones de una mayoría. Para el Ur-Fascismo, sin embargo, los individuos como tales no tienen derechos, y el Pueblo está concebido como una cualidad, una entidad monolítica expresiva de la Voluntad Común. Mientras una gran cantidad de seres humanos no pueden tener una voluntad común, el Líder pretende ser su intérprete. Habiendo perdido su poder de delegación, los ciudadanos no actúan; solo son llamados a jugar el papel del Pueblo. Así el Pueblo es solo una ficción teatral. Hay en nuestro futuro un populismo de televisión o internet en que la respuesta emocional de un selecto grupo de ciudadanos puede ser presentada y aceptada como la Voz del Pueblo.
Por este populismo cualitativo, el Ur-Fascismo tiene que ser contrario a los “podridos” gobiernos parlamentarios. Cada vez que un político expresa dudas sobre la legitimidad de un parlamento porque ya no representa la Voz del Pueblo, podemos oler Ur-Fascismo.
- El Ur-Fascismo habla un nuevo lenguaje. Newspeak fue inventado por Orwell en Nineteen Eighty-Four como la lengua oficial de lo que él llamó Ingsoc, Socialismo Inglés. Pero los elementos del Ur-Fascismo son comunes a diferentes formas de dictadura. Todos los libros de texto escolares nazis o fascistas hacen uso de un vocabulario empobrecido y de una sintaxis elemental, limitando los instrumentos para un razonamiento complejo y crítico. Pero debemos estar preparados para identificar otros tipos de Newspeak, incluso si toman la forma aparentemente inocente de un debate popular.”
Por ejemplo, un tipo de discurso “políticamente correcto” deslizándose hacia lo que el filósofo Roger Scruton, coincidiendo con el inicio de la era Obama, definió “Totalitarian Sentimentality” (
American Spectator, Dec. 2009/Jan. 2010, citado en M. Pastor, “El fascismo progresista”,
La Ilustración Liberal, 44, Madrid, 2010).