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INTRODUCCIÓN
Si se atiende a su historia, cultura y situación geográfica, China y Rusia tienen más motivos para la competición que para la colaboración. Sin embargo, los acontecimientos políticos durante el siglo XX y las pugnas geopolíticas del siglo XXI los han convertido en aliados eventuales. Aunque los contenciosos mutuos son de bastante calado, la oposición a la hegemonía de un Occidente liderado por Estados Unidos ha servido de cemento de unión entre ambos.
La Federación Rusa es un país con enormes posibilidades económicas, que no se han sabido aprovechar plenamente en las últimas décadas. También es una potencia militar desequilibrada y decadente, pero todavía masiva, y dotada del arsenal nuclear más numeroso en el mundo. China, por el contrario, es la segunda economía mundial con perspectivas de convertirse pronto en la primera. Su poder militar es mucho mayor que el ruso sobre el papel, pero todavía le falta un largo camino para aproximarse a la superpotencia norteamericana y sus fuerzas armadas carecen de la necesaria experiencia en operaciones fuera de sus fronteras. En consecuencia, Rusia tiende a emplear con mayor frecuencia e intensidad sus fuerzas militares, mientras que Beijing confía sobre todo, al menos de momento, en su influencia económica.
En su enfrentamiento con Estados Unidos, la colaboración entre ambos aparece como muy provechosa, ya que se trata de potencias en muchos aspectos complementarias, Rusia puede proporcionar a Beijing muchas de las materias primas que necesita para sostener su dinámica economía, así como la capacidad y experiencia militar que el Ejército de Liberación Popular chino todavía no tiene. China puede, por su parte, convertirse en sostén económico de una Rusia tambaleante.
Estas buenas perspectivas de colaboración no impiden, sin embargo, que Moscú tema convertirse en vasallo económico de Beijing y que los líderes chinos contemplen con preocupación la que consideran excesiva agresividad rusa en el exterior. Tampoco ocultan los múltiples contenciosos, tanto territoriales como económicos que la vecindad entre China y Rusia ha ido creando con el tiempo.
LOS ANTECEDENTES HISTÓRICOS
Tanto China como Rusia, vivieron largo tiempo amenazadas por las periódicas migraciones de tribus nómadas procedentes de los que hoy es Asia Central. La defensa contra esa amenaza fue diferente en ambos países y, mientras China adoptó una postura esencialmente defensiva, Rusia optó por la expansión, ocupando progresivamente los territorios desde los que los nómadas lanzaban sus incursiones. En el siglo XVI. Iván el Terrible inició la conquista de Siberia y en la primera mitad del siglo XVII los exploradores rusos alcanzaron el Pacífico. En ese momento comenzaron los problemas fronterizos con China, especialmente en la cuenca del río Amur, en Manchuria. El gobierno chino comenzó a expulsar colonos rusos que se asentaban en la zona, hasta que Beijing y Moscú firmaron un tratado de delimitación de fronteras.
En el siglo XIX, Rusia penetró en Asia Central, creando la alarma en Beijing ante el dominio ruso de las tradicionales rutas comerciales del Oeste. Ambos países estuvieron a punto de iniciar un conflicto armado. No obstante, la debilidad china ante las potencias occidentales y, sobre todo, Japón, llevó a firmar tratados en general desfavorables con Rusia, a cambio de su protección frente al expansionismo japonés.
El choque entre Rusia y Japón finamente se produjo en 1905 con la victoria de Tokio, el debilitamiento de la posición rusa en Extremo Oriente y el inicio de una progresiva ocupación japonesa de gran parte de China. En esas circunstancias, tanto China como Rusia sufrieron dramáticas transformaciones políticas que, en ambos casos, llevaron a sendas guerras civiles. La nueva Unión Soviética siguió ejerciendo cierta contención sobre la expansión japonesa, especialmente en Mongolia durante los años 30 del siglo XX, que culminó en la campaña de Jaljin Gol en 1939 con una victoria soviética.
El derrumbamiento de Japón en 1945 y la victoria del Partido Comunista chino en la guerra civil, en 1949, colocó a la URSS y a la nueva República Popular como aliados naturales. Dos gobiernos comunistas que se sentían amenazados por el mundo occidental, liderado por Estados Unidos. Stalin apoyó a Mao durante la guerra civil china y en la guerra de Corea, firmando además ambos países un tratado de amistad en 1950. Pese a este buen clima de relaciones, Mao nunca se sintió cómodo con el papel de liderazgo asumido por Stalin.
La crisis estalló en los años 60. Mao no vio con buenos ojos las medidas de moderación del régimen y política de coexistencia con Occidente aplicadas en la URSS tras la muerte de Stalin. Además, el conflicto fronterizo volvió a resurgir en toda su intensidad, llegando a una crisis bélica en 1969, en el río Ussuri, que se saldó con cientos de muertos. El notable enfriamiento de relaciones entre Beijing y Moscú fue oportunamente aprovechado por Estados Unidos que, en 1972, inició una política de acercamiento a China intentando fracturar todavía más lo que consideraba un bloque comunista hostil.
La muerte de Mao en 1976 llevó a un significativo cambio de rumbo en China, bajo el liderazgo de Den Xiao Ping. Las relaciones con la URSS no mejoraron, sin embargo, y el cambio de rumbo económico en China hizo que los lazos con Occidente se reforzasen. La situación cambió de nuevo en 1989, cuando la represión de las revueltas de la plaza de Tiananmen, en Beijing, enfrió las relaciones con Occidente, mientras que, prácticamente al mismo tiempo, el presidente soviético Gorbachov visitaba la capital china y restablecía unas relaciones bilaterales hasta entonces basadas en la desconfianza.
Los vaivenes de la Historia llevaron entonces a la URSS a su desaparición, dejando como heredera principal una Federación Rusa caótica y empobrecida, mientras China emprendía una imparable carrera de progreso económico que, en dos décadas, la convertirían en la segunda potencia mundial. La relación de China con la nueva Rusia no fue mala, en parte porque las sanciones occidentales a la importación de tecnología militar por parte de China obligaron a Beijing a mirar hacia Rusia como principal proveedor.
El material militar ruso no alcanzaba la sofisticación del occidental, pero permitía a China acceder a materiales tecnológicamente avanzados. El apoyo ruso fue vital para la modernización de la marina de guerra y la fuerza aérea china, con materiales como destructores Sovremenny, submarinos Kilo o aviones de combate SU-27 y SU-30.
Los contenciosos, no obstante, persistían. Uno de los más conocidos seguía haciendo referencia a la frontera en Manchuria. El problema en el siglo XXI era el incremento de la emigración china desde Manchuria a la Siberia rusa. En realidad, se trataba de movimientos limitados, de unas decenas de miles de personas al año, pero en las deshabitadas tierras siberianas incluso ese reducido número se hacía notar considerablemente. Otros contenciosos se referían a la costumbre china de hacer ingeniería inversa de los materiales militares rusos importados, copiando literalmente muchos productos.
La llegada al poder en Rusia de Vladimir Putin mantuvo esta línea de buenas relaciones, matizadas por cierta desconfianza. En 2001, ambos países firmaron un tratado de cooperación y buena vecindad. Poco antes, China aceptó formar de la Organización de Cooperación de Shanghái, diseñada en parte como una alianza militar frente a Occidente. No obstante, la actitud cada vez más asertiva de Rusia no encajaba bien con la política china de colaboración y coexistencia, consecuencia lógica de la necesidad de Beijing de mantener buenas relaciones comerciales con Estados Unidos y Europa.
Este panorama cambió en la segunda década del siglo XXI. Por un lado, en Estados Unidos comenzó a cundir la alarma por el espectacular desarrollo económico y tecnológico chino, hasta el punto de que el Presidente Obama señaló a la región de Asia Pacífico como la de mayor interés para la estrategia norteamericana. La llegada al poder de Xi JinPing en 2012 cambió también la política exterior china, haciéndola más agresiva y menos dialogante con Occidente. Estas tendencias alcanzaron un máximo durante la presidencia de Donald Trump (2016-2020) cuando las relaciones entre Beijing y Washington llegaron a una situación de enfrentamiento comercial abierto. Al mismo tiempo, la intervención rusa en Ucrania en 2014 agudizó aún más el clima de confrontación entre la Federación Rusa y los países occidentales.
Tanto Xi como Putin han puesto en cuestión el orden global promovido por Estados Unidos, basado en el liberalismo económico, la democracia como sistema político y un sistema financiero controlado por Washington y sus aliados. A su vez, Estados Unidos ha adoptado una actitud muy agresiva ante China, temeroso de que pueda arrebatarle la hegemonía global en las próximas décadas. En este contexto, la alianza entre la Federación Rusa y China frente a un Occidente percibido como hostil aparece de nuevo como una tendencia lógica, pese a la desconfianza que Beijing y Moscú siguen mostrando el uno hacia el otro.
INTERESES Y RECELOS
La invasión rusa de Ucrania, en 2022, creó una situación en la que el apoyo mutuo entre ambos países era casi inevitable. Putin cometió un error de cálculo garrafal con la operación militar contra su vecino, que colocó a la Federación Rusa bajo la amenaza de un desastre económico y geopolítico que hacía indispensable el apoyo chino. Para China, la aventura rusa en Ucrania era una muestra más de lo peligrosa y a veces hasta descabellada, que podía llegar a ser la política rusa de confrontación con Occidente. No obstante, la crisis abría la perspectiva de una Rusia debilitada que no tenía más remedio que echarse en brazos de Beijing, lo que convenía a los intereses chinos.
La estrategia de Xi se orientó a prestar a Moscú apoyo diplomático y económico, aunque de manera discreta y sin dar abiertamente el salto del apoyo militar. China se aprovechó descaradamente de las dificultades rusas, comprando gas y petróleo a bajo precio, pero proporcionando a cambio a Putin un cierto respiro ante la presión de las sanciones occidentales. Sin embargo, China difícilmente puede sustituir a Europa como mercado prioritario para Moscú, al menos en el corto plazo, ya que las empresas chinas disponen de proveedores y mercados asentados que no va a ser fácil modificar. De hecho, la insistencia rusa en acelerar los trabajos para el gaseoducto de Mongolia, que podría incrementar notablemente la capacidad de exportación de gas ruso a China, se ha encontrado con una fría respuesta de Beijing.
En definitiva, la Federación Rusa y China son aliados de circunstancias, que actualmente se ven obligados a colaborar para enfrentarse a un Occidente hostil. En este momento, Rusia no tiene más remedio que ponerse en manos de China, pero eso hiere profundamente el nacionalismo ruso. Para Beijing, Moscú es un aliado interesante pero también peligroso, y su situación actual de debilidad resulta muy conveniente. China no va a dejar caer a Rusia, porque eso significaría quedarse sola frente a Occidente y, además, una situación de caos en territorio ruso sería peligrosa para la seguridad china. No obstante, tampoco va a hacer nada por que Rusia pueda salir reforzada de la crisis.
La hipótesis más peligrosa para Occidente es que una combinación de la potencia económica china, la disponibilidad de recursos estratégicos rusa y el poder militar de ambos fuese el origen de una peligrosa coalición de países opuestos a Europa y Estados Unidos. Tal hipótesis es, sin embargo, dudosa porque la desconfianza mutua entre Beijing y Moscú abre las fisuras suficientes como para que una hábil estrategia pueda aprovecharlas. La deriva autoritaria de ambos Estados ofrece también oportunidades, ya que sus sistemas económicos, políticos y militares tienden a esclerotizarse, frente a un modelo occidental que, con todas sus dudas y complejos, es bastante más dinámico y eficiente. La eventual alianza entre China y Rusia es pues una amenaza a tener en cuenta, pero en ningún modo insuperable.
José Luis Calvo Albero
Coronel (ET)