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San Juan Diego y la Virgen de Guadalupe: ¿un milagro en acto (II)

(Foto: https://catoliscopio.com/).
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LA CRÍTICA, 2 MARZO 2023

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Conviene distinguir en el descubrimiento, conquista, colonización y evangelización de América la acción de los descubridores, colonos, encomenderos y conquistadores, de la de los misioneros que, con carácter constante, dedicaron su misión, no sólo la conversión y la instrucción de los indios, sino que, de forma constante, alzaron su voz, como escribe Francisco Martín en su Historia de la Iglesia, “para defender la vida o los derechos de las poblaciones indígenas”, (...)

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promoviendo la enseñanza de oficios, artes y letras (el español de la adaptación de la
Gramática de Nebrija) de los indios, junto con los hijos de los españoles que vivían en los distintos virreinatos americanos. Así, el año 1496, ya iniciada la evangelización de América, el papa Alejandro VI otorgó a los monarcas españoles el título de “Católicos” y, en efecto, en el codicilo de la reina Isabel, ésta, suplica a su esposo, Fernando, y a su hija, Juana, que “no consientan ni den lugar a que los individuos, vecinos y moradores de las dichas islas y tierra firme, ganadas y por ganar, reciban agravio alguno en sus personas ni bienes, mas manden que sean bien y justamente tratados y, si algún agravio han recibido, lo remedien”. De hecho, los monarcas españoles corrieron con todos los gastos que supusieron, desde la creación de catedrales hasta la de colegios y universidades en las que estudiaban conjuntamente españoles e indios, con los mismos derechos y oportunidades (la primera Universidad se fundó en Santo Domingo en 1538, la de San Marcos en Lima en 1551 y la de México también en 1551). Además, al dominico Francisco de Vitoria se le considera el creador y formulador del Derecho internacional y los Derechos humanos, que se aplicaron igualmente a los indios y que tuvieron siempre en cuenta la dignidad humana de los mismos, al punto, que los españoles no crearon colonias, sino virreinatos o nuevas provincias, en los que los indios eran súbditos como los españoles y como los españoles tuvieron los mismos derechos que los peninsulares.


Se comprende que los indios encontraran en los misioneros a sus defensores y asimismo, explica que se intentara calificar la aparición de la Virgen de Guadalupe como leyenda o incluso, que Juan Diego, Juan Bernardino, etcétera, no existieran, dado que, entre otros hechos, difíciles de explicar -tal y como se constata más adelante-, si no existió la aparición de la Virgen, está el dato del aumento del número de conversiones con la predicación y enseñanza de esos religiosos misioneros, a partir de esa aparición. Así, desde 1521, en que se produjo la definitiva conquista de Tenochtitlan por Hernán Cortés, y 1531, fecha de la aparición de la Virgen de Guadalupe, se habían convertido unos 50.000 indios. Pues bien, desde la aparición a 1538, esto es, en sólo siete años, se convirtieron casi cinco millones. De hecho, el mariólogo y profundo conocedor de las apariciones de la Virgen, el P. José Luis Urrutia S.I., en Virgen de Guadalupe, ha escrito: “Si el milagro físico más extraordinario de la Virgen de Guadalupe es la prodigiosa estampación y conservación de su imagen en el ayate azteca, no menos extraordinario y en su orden, superior, fue el milagro moral de la conversión que la siguió de los pueblos mexicanos”. He preguntado en Google, y la basílica de Guadalupe, es el recinto mariano más visitado del mundo, con entre 17 y 20 millones, y aunque para otras fuentes apenas llegan a los 13 millones de visitantes al año, lo cierto es, que, aún con esta última cifra, sólo es superado por la Basílica de San Pedro, unido a que la Virgen de Guadalupe es la Patrona de toda Iberoamérica, incluido Brasil y las Islas Filipinas, así como la Virgen más venerada del mundo.


Juan Diego era un macehualli, (el verbo macehuallo significa “trabajar para hacer méritos”). Era por tanto un hombre corriente como casi la totalidad de la población. El vestido de los macehualltin (plural de macehualli)) consistía únicamente en dos piezas: un maxtratl, esto es, una especie de taparrabos y de un ayate. El ayate se tejía, eliminando la pulpa del maguey y retorciendo luego los estambres y con esos hilos, utilizando las espinas de la planta como aguja, cosían la prenda. Antonio Valeriano detalla cómo era el ayate: “La manta en que milagrosamente se apareció la imagen de la Señora del cielo era el abrigo de Juan Diego: ayate un poco tieso y bien tejido. Porque en ese tiempo era de ayate la ropa y abrigo de todos los indios comunes, sólo los nobles, los principales y los valientes guerreros se vestían y ataviaban con la tilma, manta blanca de algodón. El ayate se hace de ixtle (en náhuatl significa “cerro o copo de maguey”) y este precioso ayate en que se apareció la siempre Virgen Nuestra Reina, es de dos piezas pegadas”. Por su parte, José Bernardo de Navia, concreta más el cosido de las dos piezas del ayate: “Que el hilo que une las dos piernas o paños por medio de una costura ruin y mal ejecutada no es de algodón, ni delgado, sino al parecer de la misma materia del ayate, y aún un poco más grueso que los más gruesos de este, como se ve en las puntadas que están en la parte interior del lienzo” (Luis de Cabrera, voz de Diccionario de Aztequismos, Ed. México)). Es preciso tener en cuenta cómo está tejido el ayate, para comprender la casi imposibilidad de fijar en él las sorprendentes características de la imagen que se encuentra en el mismo.


Como ya se dijo, la fibra orgánica de esta variedad del maguey apenas dura 20 años antes de descomponerse. El hecho sorprendente de que el ayate de Juan Diego esté durando, sin alterarse lo más mínimo, casi 500 años, y aunque se atribuyó este hecho a la imagen de la Virgen de Guadalupe, varios investigadores, entre ellos, el científico y matemático, Doctor José Ignacio Bartolache y Díaz de Posada, el 27 de diciembre de 1785, declaró a “La Gaceta de México”, que iba a fabricar varias copias idénticas del ayate de Juan Diego, con objeto de estudiar los efectos del paso del tiempo sobre ellas. El investigador se fijó sobre todo en la tela que colocó, protegida por dos cristales, el 12 de septiembre de 1789 en la capilla de El Pocito. Constató que a los seis años seis meses y catorce días, tuvo que retirarla del altar a la sacristía por el deterioro de la imagen y que pocos años después hasta la misma tela se deshilachó completamente. (Los datos se publicaron en “El Mercurio Volante”, la primera revista médica de América). El resto de las telas e imágenes corrieron todavía peor suerte, tal y como ocurrió con las distintas pruebas llevadas a cabo por los otros investigadores.


Francisco Ansón, en su libro Guadalupe. Lo que dicen sus ojos, añade que debe tenerse en cuenta, también, que durante más de un siglo el ayate y su imagen no tuvieron protección alguna, hasta que en 1647 llegó de España el primer cristal, y que Tenochtitlan, y en consecuencia la capilla donde se encontraba el ayate con su imagen, estaba rodeada de cinco lagos y lagunas salobres (Zumpango, Xaltocan, Texcoco, Xochimilco y Chalco), puesto que el agua potable la traían los aztecas a través de un acueducto, por lo que el ambiente era tan húmedo y salitroso que, en expresión india, “comía las maderas y las piedras”. Y existen otra serie de hechos que contribuyen a hacer incomprensible la duración del ayate y la imagen, como, por ejemplo, el manoseo y besuqueo constantes de la imagen hasta que se protegió, más de un siglo después, con un cristal, así como de las docenas de horas que dos religiosos se pasaron frotando crucifijos, estampas etc. sobre la misma. Sin embargo, los expertos aseguran que la imagen no presenta deterioro alguno y en el ayate no queda ninguna huella de esta frotación, ni de residuos de las nubes de insectos, ni del hollín de las sesentas candelas que ardían cerca de imagen, desprendiendo un humo negro y pegajoso, ni de los millares de velas votivas que se encendieron cerca de ella, ni tampoco restos de polvo.


Pero más incomprensible que la duración del ayate, asegura Rodrigo Franyutti, en su libro, El verdadero y extraordinario rostro de la Virgen de Guadalupe, es el de la imagen de la Virgen, dado que en un tejido tan burdo, áspero y tan poco tupido, que casi se puede ver a su través, se haya plasmado una “pintura tan magistral”, como la han calificado varios pintores, y corroboró ya en su tiempo el testimonio de fray Pedro de Oyanguren: “Que sabe y ha visto que el ayate en que así quedó, ha estado y hasta el día de hoy está la milagrosa imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, que ha reconocido y experimentado inmediatamente de más de sesenta años a esta parte, que este testigo ha frecuentado la dicha ermita, para celebrar en ella el Santo Sacrificio de la Misa, era, según las dichas tradiciones y noticias, el capote o ferreruelo de que usaba el dicho Juan Diego indio con que se cubría todo el cuerpo hasta las rodillas, traje de todos los demás Indios que ha habido y hay en esta Nueva España; el cual ha reconocido ser un tejido que los dichos naturales fabricaban, a mano en ella, que llaman ayate, que lo forman de un hilo tan burdo y basto que sacan de la planta que llaman maguey, que acabándolo de tejer queda con la misma grosedad y aspereza, que por ninguna manera es capaz para poder pintar en él ningún santo; porque es un tanto grado ralo, que más parece rejuela que lienzo; con que, sin poder, como no se puede recibir en sí el aparejo y emprimación de que para poder pintar se valen los maestros de esta arte, nunca se presumió, ni la malicia humana discurrió, que la pintura que en dicho ayate quedó fuera otra cosa que un milagro”.


El 7 de mayo de 1979 dos investigadores de la NASA, Philip S, Callahan y Jody Brandt Smith, aplicaron diversas técnicas, entre ellas la de rayos infrarrojos, para estudiar la imagen. Pues bien, en su libro, La tilma de Juan Diego, ¿Técnica o milagro?, comprobaron que debajo de la imagen no existe aparejo o preparación previa alguna del ayate, lo que hace incomprensible que se haya podido fijar la imagen en el mismo, además, no existen dibujos previos de ella, ni existen pinceladas. Lo más sorprendente es que los colores son de origen desconocido, lo que corrobora el dictamen del Premio Nobel de Química, Richard Kuhn, al que le facilitaron, con carácter anónimo, dos fibrillas de la imagen del ayate y tras un exhaustivo estudio, Richard Kuhn, certificó: “… en las dos fibras no existen colorantes vegetales, ni colorantes animales, ni colorantes minerales, ni colorantes sintéticos”. Debe añadirse algo que oí , por primera vez, al P. Loring y que al parecer confirmó una investigadora del Centro de Estudios Guadalupanos que, tras varias pruebas e investigaciones, aseguró que el cuerpo de la imagen tenía una temperatura constante de 36,6 grados y asimismo, con motivo de una sesión televisiva en la que se permitieron algunos experimentos, uno de los médicos, ginecólogo, aplicó su estetoscopio al vientre de la imagen y escuchó latidos que se repetían a 115 pulsaciones por minuto. Cabría seguir mostrando indicios difíciles de explicar, pero con la excepción de la incomprensible fijación y formación de la imagen de la Virgen, todos ellos requieren una mayor confirmación. En todo caso, merece la pena leer el citado libro de Franyutti, así como el de Philip S. Callahan y Jody Brant Smith, para conocer las casi novelescas vicisitudes que ha sufrido esta imagen y otras sorpresas que revelaron los rayos infrarrojos y que la necesaria brevedad que exige un artículo de periódico impide relatar.

Todavía más inexplicable que la conservación del tejido y la formación de la imagen, es el descubrimiento de las personas y objetos reflejados en los ojos de la misma.

El primero que descubrió un ser humano en el ojo derecho de la virgen Guadalupana fue Alfonso Marcué, que guardó silencio por órdenes de la Jerarquía. Sin embargo, resulta tan clara, a simple vista, la existencia de un busto humano, sobre todo en el ojo derecho, que el fotógrafo José Carlos Salinas Chávez lo confirmó sin duda alguna. Ello obligó a que la Jerarquía tomara cartas en el asunto y encargara a uno de los oftalmólogos más competentes de Centroamérica, el doctor Torija Lavoignet, que realizara una completa investigación. Para mayor seguridad, el gran periódico de la capital mexicana, el “Excelsior”, quiso contrastar los resultados, con objeto de proporcionar a sus lectores una información completamente veraz, por lo que pidió a Francisco de Mora otro informe.

Ambos informes coincidieron, según expone Francisco Ansón en el libro ya citado, entre otras cosas: que el reflejo de un busto humano se observa a simple vista en el ojo derecho de la imagen original Guadalupana, y que en el ojo izquierdo se percibe igualmente dicha imagen a la distancia y con la distorsión exactas correspondientes a las leyes de la física óptica; que el reflejo de ese busto se encuentra situado en la córnea y que dicho reflejo es imposible de obtener de una superficie plana y opaca, como es la de la tela examinada; que el reflejo del busto destaca sobre el iris como si se tratara de un ojo vivo; que en el busto humano el hombro y el brazo derecho sobresalen del círculo de la pupila, causando un efecto estereoscópico, exactamente igual que los ojos humanos vivos; que en dicho busto humano se observan los otros dos reflejos de ese mismo busto que corresponden a las tres imágenes de Purkinje-Samson, por lo que debe exponerse en este informe, que el polaco Purkinje y el francés Samson, cada uno investigando por su cuenta, llegaron a descubrir la ley que lleva sus nombres y que demuestra que en el ojo humano se forman tres imágenes: una en la parte anterior de la córnea, derecha y brillante, otra que se ve más profunda, en la parte anterior del cristalino, también derecha pero menos brillante, y la tercera en la cara posterior del cristalino, invertida, más pequeña y de profundidad y brillantez intermedias entre las dos primeras, y esto es lo que se descubre con toda claridad en el ojo de la imagen Guadalupana, y que la dificultad de reproducir pictóricamente estas imágenes resulta casi insuperable, por cuanto el ojo ha de tener una profundidad y grado de luminosidad casi reales, dado que la curvatura de la córnea produce una deformación de la persona, objeto, figura o foco luminoso que se refleja en ella y además, las imágenes dependen de la posición del foco luminoso, al punto que si el foco sube, la primera y segunda imágenes ascienden, pero la tercera, la invertida, desciende, y si el foco luminoso se desplaza hacia la derecha, esta imagen lo hace hacia la izquierda y viceversa; sin embargo, la imagen del busto humano sigue con exactitud matemática la ley de Purkinje-Samson.


El escritor y periodista Juan José Benítez en su muy recomendable libro, ya citado, El misterio de la Virgen de Guadalupe, reproduce la entrevista que hizo al Dr. Graue, uno de los mejores especialistas en enfermedades de ojos de América, dada su incredulidad respecto de lo que se decía y se veía en los ojos de la imagen. No obstante, para no desairar a sus amistades y colegas, estudió el ayate y al lanzar el haz de luz de su oftalmoscopio al interior del ojo, llegó a confundirlo de tal manera con un ojo vivo, que se olvidó que estaba ante una imagen de burda tela, y le dijo a la imagen: “Por favor, mire un poquito para arriba…”, puesto que la Virgen tiene los ojos ligeramente inclinados hacia abajo y hacia la derecha.


Ahora bien, el científico que pudo llevar a cabo una investigación más completa fue el Doctor en Ingeniería de Sistemas, Aste Tonsman, puesto que con la máquina computadora de que disponía, pudo dividir cada milímetro en millares de minúsculos cuadraditos y cada cuadradito aumentarlo millares de veces, lo que le permitió descubrir otras figuras humanas además de la del busto, así como objetos.


Aste Tonsman tras dos años de trabajo en sus ratos libres, publicó, en forma de libro, Los ojos de la Virgen de Guadalupe. Un estudio por computación electrónica digital, un riguroso informe con los resultados de sus estudios. Entre otras cosas, describe las figuras que existen en los ojos de la Virgen siguiendo las leyes de Purkinje-Samson. “La primera figura que se ve en el ojo izquierdo, en la parte más alejada de la nariz, es la de un indio de cuerpo entero, sentado en el suelo, en la forma que lo hacen los aztecas, con las manos juntas, mirando asombrado a otro indio que despliega su ayate. El siguiente personaje corresponde a la cara de un anciano, posiblemente fraile, que está mirando hacia abajo y una gruesa lágrima parece correr su mejilla hacia la comisura de los labios. (Su parecido con el primer obispo de México, fray Juan de Zumárraga, es extraordinario, tal y como aparece en un cuadro de Miguel Cabrera). La tercera figura, inmediatamente a la izquierda del anciano, corresponde a una persona muy joven. (Quizá la de su traductor Juan González, ya que existe testimonio escrito del propio fray Juan de Zumárraga en carta escrita al emperador Carlos V, al que informa que desconoce el náhuatl). La figura cuarta, a la izquierda del traductor y justo en frente a la del obispo y del indio sentado en el suelo, pertenece a otro indio de edad madura, tocado con el sombrero típico, y desplegando su ayate. (Tal vez, pudiera tratarse del propio Juan Diego). La quinta figura corresponde a una mujer, de ojos penetrantes, mirando lo que ocurre por encima de los hombros del posible Juan Diego. (Pero hay algo sorprendente en esta figura: se trata de una mujer de raza negra, lo que parecía inexplicable en un primer momento, esto es, la presencia de una mujer negra, en 1531, en México, pero está demostrado y documentado que Hernán Cortés llevó, en su segundo viaje, esclavos negros y que dos de ellos, María y Pedro servían en la casa de fray Juan de Zumárraga). La sexta es la del busto, un hombre, quizá un sacerdote, mesándose la barba”.


Finalmente, se reproduce una opinión que explica el título de este artículo: ¿UN MILAGRO EN ACTO? En efecto, el prólogo del libro de Aste Tonsman, Los ojos de la Virgen de Guadalupe. Un estudio por computación electrónica digital, está escrito por el propio Arzobispo Primado de México, Ernesto Card. Corripio Ahumada, que, entre otras cosas, afirma: ‘Con la sencillez y la objetividad características del auténtico científico, el doctor Aste verifica hechos y nos hace partícipes de su estupor… Aun con la tecnología actual, sería prácticamente imposible poder pintar tantas imágenes con detalles tan minuciosos, como las que han sido descubiertas en los iris de los ojos de la Virgen, en el ayate del Tepeyac. Recordemos que el diámetro de esos iris es de apenas de 7 u 8 milímetros, y hay que enfatizar, además, el material tan burdo en el que está grabada la imagen. Dada la imposibilidad de explicar por medios naturales la grabación de las imágenes encontradas, la hipótesis que presentamos a continuación trata de justificar la presencia de todos esos personajes, aceptando como un hecho sobrenatural (milagroso) la estampación en la imagen de la Virgen de Guadalupe”.


De lo expuesto se deduce que resultaría del mayor interés que se llevara a cabo una investigación científica independiente, como la realizada en la Sábana Santa de Turín por el STURP, que permitiera confirmar, rechazar o matizar éstos y otros hallazgos inexplicables en el ayate de Juan Diego y de la imagen de la Virgen de Guadalupe, para establecer si el hombre del siglo XXI se encuentra ante un milagro en acto.



Pilar Riestra

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