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San Alfonso María de Ligorio: teólogo y misionero

Convento Seminario de los Redentoristas e Iglesia del Perpetuo Socorro, Astorga (León). (Foto:  https://declausura.org/).
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Convento Seminario de los Redentoristas e Iglesia del Perpetuo Socorro, Astorga (León). (Foto: https://declausura.org/).

LA CRÍTICA, 17 AGOSTO 2022

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Alfonso María de Ligorio vivó a lo largo del siglo XVIII, el siglo del paso de la Edad Moderna a la Edad Contemporánea, iniciado con el descubrimiento de la máquina de vapor y la transformación profunda del transporte; las nuevas ideas de la Enciclopedia; la Independencia de los Estados Unidos; la Revolución francesa y el primer genocidio de nuestra época contra los cristianos de La Vendée, unidas al fin del feudalismo, el desarrollo de la Revolución industrial y el predominio absoluto de Europa, que marcó sus pautas culturales en todo el mundo. (…)

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A ello es preciso añadir, que es el siglo de la Ilustración, que enfatizó la razón humana hasta anular, casi, las creencias religiosas, la Fe; así como, la generalización del jansenismo, que exageró de tal manera las ideas de san Agustín sobre la gracia –especialmente las correspondientes a algunas de sus respuestas a Pelagio–, que infravaloró la libertad humana, de forma que los humanos nacíamos predestinados, si bien teníamos directrices para saber si estábamos salvados o condenados.

Nuestro futuro santo, nació, el 26 de septiembre de 1696, en Marianella, a pocos kilómetros de Nápoles. Sus padres, José de Liguori y Ana Cavaliero, con ascendientes españoles; Alfonso es el primogénito de una familia numerosa y de alta alcurnia, que le proporcionó una educación privilegiada en humanidades, lenguas modernas, matemáticas, arte, filosofía, música, pintura, esgrima y por supuesto en formación religiosa. Su facilidad para el estudio hizo que le dieran una dispensa de cuatro años, que le permitió doctorarse en leyes a los 16 años. Y con sólo 17 años defendió a la familia Orsini contra la de los Medici, por una cuantiosa herencia y título nobiliario. Perdió Alfonso María, porque la sentencia estaba amañada, antes, incluso de que se celebrase el juicio. Ante el engaño, Alfonso María, dejó de confiar en la justicia de los hombres y decidió ser sacerdote. En efecto, tras los correspondientes estudios, se ordenó en 21 de septiembre de 1726.

Uno de sus hagiógrafos escribe de Alfonso María: “Como buen meridional, Alfonso es rápido, ágil, emotivo. Vive en una época de crisis, cuando el bisecular virreinato español está dejando el paso a la autonomía de los Borbones napolitanos. La influencia española es todavía muy intensa y vital, aunque la sustitución de los Austrias por los Borbones abre el reino de Nápoles a la influencia cultural francesa, que trae consigo una acentuación del absolutismo, del jansenismo y de la campaña antijesuítica… A lo largo de su vida, Alfonso aparece como extraordinariamente humano. Es el hombre de la síntesis y del equilibrio. Vive abierto a todos los valores… Trabajador infatigable, hace voto de no perder un minuto de tiempo. Es cordial y sensible, como aparece en su diario íntimo y, sobre todo, en su epistolario particular. Y sin embargo, tiene un carácter enérgico, como se ve al principio de la fundación,…” (A. Hortelano Alcázar, San Alfonso María de Ligorio, GER, EDICIONES RIALP, 1971, p.656).

Con relación a la fundación que cita Hortelano, resulta inimaginable la situación de analfabetismo, ignorancia y pobreza, casi inhumanas, del campesino del Sur napolitano, en la primera mitad del siglo XVIII. Y fue en esta región donde el 9 de noviembre de 1732 nacía para la Iglesia LA CONGREGACIÓN MISIONERA DEL SANTÍSIMO REDENTOR, con grandes sacrificios y decepciones para Alfonso, puesto que le abandonaron sus primeros compañeros y posteriormente, debido a la escisión entre redentoristas napolitanos y pontificios, a causa de la intromisión del Gobierno de Nápoles, llega a ser excluido prácticamente de su Orden que ya estaba aprobada por Roma. “Las comunidades misioneras redentoristas continuadoras de Alfonso, viven y actualizan su carisma –en unión de los seglares– poniendo en el centro de sus vidas a Cristo, ofrecido al Padre como Amor Redentor, haciéndose servicio evangélico a los más pobres y dejándose evangelizar por ellos.” (La cita corresponde a la mejor biografía de San Alfonso María que he leído: Manuel Gómez Ríos, C.SSR. y José Tobin, Superior General de los redentoristas, NUEVO AÑO CRISTIANO –Director: José A. Martínez Puche– San Alfonso María de Ligorio, Edibesa, 2001, p.31). En todo caso, señalar que los redentoristas están, en la actualidad, desarrollando su insustituible labor, en los cinco continentes.

Con motivo del tercer centenario del nacimiento de San Alfonso María, San Juan Pablo II, ensalzó y recordó: “Es necesario acentuar, con San Alfonso, la centralidad de Cristo como misericordia del Padre en toda la pastoral. Los redentoristas no deben cansarse nunca de anunciar la redención abundante, es decir, el amor infinito con el que Dios se vuelve hacia la humanidad en Cristo, comenzando siempre por quienes tienen mayor necesidad… Sobre todo, es necesario permanecer fieles a las opciones del fundador por los abandonados… El mundo de los abandonados se hacía mundo de Alfonso. Ese mundo debe seguir siendo el de todo redentorista, como fruto de un continuo discernimiento… (A continuación san Juan Pablo II pide a los redentoristas que continúen con las misiones populares, utilizando todos los medios de comunicación actuales). “Es una predicación que necesita encarnarse en los desafíos concretos que la humanidad tiene que afrontar hoy y de los que depende su futuro. Sólo así podrá hacerse realidad la civilización del amor para todos deseada”. (L’Osservatore Romano, 27 de agosto de 1996).

En 1750 se consolida, también, su vocación de escritor, sobre todo en temas de Teología Moral, al punto que es Doctor de la Iglesia, precisamente en ese campo del saber y Patrono de confesores y moralistas, pero, quizá, la mayoría de sus escritos tienen el fin de formar a sus misioneros. Es preciso señalar que, además de ser uno de los grandes moralistas y formadores de la historia de la Iglesia, el gran público le conoce, sobre todo, por sus inspirados escritos sobre la Virgen, en los que destaca la misión de Mediadora que le encomendó el mismo Dios.

Fue nombrado, en 1762, obispo de Santa Águeda de Godos, cuya diócesis transformó religiosamente, con gran acierto. Enfermó y consiguió que se aceptara su dimisión en mayo de 1775 y murió, con 91 años, ya con fama de santidad, el 1 de agosto de 1787, en la comunidad redentorista de Pagani. Beatificado en 1816 y canonizado en 1839, su fiesta se celebra el 1 de agosto.

Termino con otra certera cita de uno de sus biógrafos: “Larga y fecunda vida la de este retoño de nobles napolitanos que fue abogado brillante, sacerdote, fundador, misionero, músico, poeta, obispo, un poco arquitecto, gran predicador, penitente, y todo ello en el siglo de Voltaire; fue también el teólogo de la Virgen, y en medio de los equívocos de una Iglesia jansenizada, el campeón de la misericordia de Dios y de los merecimientos universales de la muerte de Cristo… Pero cuando se habla del Ligorio se alude a su tratado de teología moral, que ha sido guía insustituible durante muchísimos años. De su inmensa labor este libro ha sido lo más visiblemente duradero: los casos de conciencia, las dudas, los escrúpulos, los debates morales dudosos allí se plantean, se discuten, se iluminan con la fe. El apoyo de los inseguros, el faro de los atormentados por luchas oscuras”. (Carlos Pujol, LA CASA DE LOS SANTOS, Ed. RIALP, 1989, p.260).

Quiero añadir, no obstante, que como escribo desde Astorga y que con motivo de la festividad de San Alfonso María de Ligorio, el sacerdote que celebraba la misa en la Catedral, hizo una alusión encomiástica a este santo y a los redentoristas de Astorga, he tenido ocasión de profundizar en la atractiva y profunda espiritualidad redentorista, así como en la espléndida labor que vienen realizando desde el siglo XIX en que llegaron a esta ciudad. Pero, para ello, debería hablar, por ejemplo, desde, la Iglesia de los redentoristas, de su misa de doce, celebrada con tal unción devoción y un canto litúrgico que eleva los corazones, pasando por la eficacísima labor de las misiones populares y su atención a los peregrinos, hasta la historia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro Patrona de los Padres Redentoristas, lo que implica escribir, cuando menos, varios artículos más.

Pilar Riestra

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