Un Estado peculiar en una región convulsa
El clero shií que secuestró una Revolución con múltiples actores a fines de los años setenta del siglo XX cambió el destino de un Estado que hasta entonces había sido prooccidental y en el que su máximo dirigente, el Shah Mohamed Reza Pahlevi, había intentado una modernización de su sociedad impuesta desde arriba, marginando en tal esfuerzo al sosudicho clero.
El Ayatollah Ruhollah Jomeini, primero, y su sucesor y Guía Supremo actual, Alí Jamenei, convirtieron a Irán en un dinámico actor persa y no árabe en la región, en enemigo visceral de Israel y de los EEUU y, con el pasar del tiempo, en faro iluminador de un Shiísmo siempre minoritario y marginal en el seno del Islam y cada vez más enfrentado a la ortodoxia suní. Con dicho régimen se dejó atrás el autoritarismo del Shah para sustituirlo por el autoritarismo, tanto o más cruento, de los Ayatollahs y de sus herramientas.
Estas incluyen la mítica del sacrificio propia del Shiísmo, afectando a actores locales como son la Guardia Revolucionaria, los Pasdarán, de hecho un cuarto ejército a añadir a los otros tres, vigilante dentro y fuera del país de un activismo religioso militante que dinamizó también y durante largos años a potentes actores como el Hizbollah libanés creado por Irán a principios de los ochenta y actor fundamental en el Oriente Medio actual. En el seno de los Pasdarán encontramos a la Brigada Al Qods, su herramienta de élite y de dinámica proyección exterior, y fuera de los Pasdarán sobresalen los Basijies, un círculo concéntrico exterior a la Guardia Revolucionaria que lleva hasta el paroxismo el ensalzamiento del régimen teocrático.
Hablar en tal escenario de moderados y de radicales, de aperturistas y de retrógados, o evocar sus periódicos procesos electorales, es surrealista, pero lo cierto es que en este sistema, que no es democrático, hay ciertas dinámicas que conviene destacar y elecciones que sin ser puramente democráticas sí merecen ser observadas y analizadas. Y ello porque todo proceso político donde se utiliza la propaganda y se ejercen la influencia y la coacción tiene su interés en país tan aislado, por sometido a sanciones varias por Occidente, y tan particular.
Las dinámicas más recientes que merecen ser evaluadas hay que explorarlas en relación tanto con los múltiples campos de batalla en los que Irán está involucrado con intensidades varias - desde Siria a Irak y Yemen - o que le afectan directamente por proximidad como es Afganistán. De todos ellos es particularmente el caso de Siria el que, al menos desde una perspectiva occidental, podría haber empezado a mostrar el desgaste del Estado iraní, por un lado, y fisuras en una sociedad que podría empezar a mostrar su hartazgo por tantas víctimas mortales y heridos y por tanto sacrificio económico acumulados en casi una década de guerra. Pero lo cierto es que el Estado iraní sigue fiel a su alianza con Siria, que tuvo su reflejo en el apoyo de Damasco durante la guerra entre Irán e Irak de los ochenta, y a su apoyo a la resistencia permanente contra Israel, y que la población parece combinar aceptación y ensalzamiento del martirio propios del Shiísmo, por un lado, y un fuerte sentimiento nacionalista y antioccidental que se arrastra desde hace décadas, y que ve a los EEUU y a Israel como causantes últimos de buena parte de sus problemas.
Militarismo religioso para seguir cerrando filas en torno al Líder Supremo
La manifestación de compromiso colectivo mostrado en las calles de Teherán y de otras grandes ciudades iraníes para homenajear al líder de la Brigada Al Qods, el General Qassem Suleimani, eliminado por los EEUU en un ataque selectivo en las cercanías del Aeropuerto de Bagdad, reflejó ese compromiso firme con el régimen, con sus herramientas y con la causa. Y la celebración pocos meses después, el pasado 21 de febrero, de unas elecciones generales sin duda amañadas desde una perspectiva occidental, para cubrir los escaños del Parlamento, el Majlis, también reflejan no solo la capacidad del poder clerical de controlar a su población sino el acomodamiento en buena medida de esta – y sobre todo de las redes clientelares presentes en el campo y en poblaciones pequeñas - a las reglas del juego.
Todo es distinto en Irán y de ahí la necesidad de no caer en falsas ilusiones que, presentes en algunos selectos círculos occidentales, quieren ver tensiones entre obstruccionistas y reformistas y debate entre aperturistas y tradicionalistas, dinámicas que según aquellos permitirían vislumbrar atisbos de democracia. Nada más lejos de la realidad en un país donde es el Consejo de Vigilancia, directamente controlado por el Líder Supremo, decide quién puede ser candidato. Estos deben además, una vez son designados para ser candidatos, firmar un compromiso de fidelidad al Gran Ayatollah, al Islam y al Shiísmo, y eso en un país con minorías varias (kurdos, azeríes, árabes) y donde incluso hay una judía tan estrambótica en su visión del judaísmo que es hostil a la existencia de Israel y por ello el régimen le da visibilidad cuando le conviene. El resto de los judíos iraníes abandonaron Irán cuando el ambiente social y político se hizo hostil para ellos.
Más de la mitad de quienes se presentaron como potenciales candidatos para ser elegidos por los votantes fueron rechazados por inapropiados por el Consejo de Vigilancia, incluyendo algunos que eran diputados del Majlis saliente y que querían aspirar a renovar su mandato. Una vez blindada la lista tocó realizar el acto, ficticio, de ejercicio democrático. Aquí intervino de nuevo Alí Jamenei, exigiendo el cierre de filas de todo iraní con su régimen invocando la figura del mártir más reciente, el General Suleimani, para demostrarle al mundo exterior que Irán no se doblega y que el martirio vigoriza.
Independientemente de que el régimen no haya podido esconder una evidencia, la de la escasa afluencia a las urnas de los potenciales votantes, ello poco importa. Lo realmente relevante es que en el nuevo Majlis han entrado los más fieles entre los fieles a muerte con el régimen, incluidos antiguos cuadros de los Pasdarán como es el caso de Baker Kalibaj. Este es considerado el padre del programa balístico iraní, un héroe nacional como en el vecino Paquistán lo fue el famoso y polémico Doctor Khan, el padre del programa nuclear paquistaní. El exitoso lanzamiento por los Pasdarán y su puesta en órbita del satélite militar “Nur I”, el 22 de abril, ha sido el reflejo orgulloso de la vigencia del régimen y de su imparable resistencia, en paralelo al hostigamiento a unidades navales estadounidense en el Golfo. Y todo ello para servir de reflejo de un régimen compacto que lidera un país sin fisuras alimentado por un islamo-nacionalismo férreamente controlado desde el Poder.