“Que sin arrebatos de divina locura no se puede llegar a la santidad, es evidente… Se explica que los santos tengan que ser locos para el mundo. Los santos -como los genios o los héroes- rompen moldes, los moldes de los que jamás se abandonan a sus cómodas casillas y por eso chocan con la realidad plana, con la vulgar ramplonería… Así, Juan Ciudad, el futuro san Juan de Dios, ha sido calificado como un “loco a lo divino”. (Faustino Martínez Goñi, AÑO CRISTIANO, Tomo l, Ed. BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS, 1959, p.528). (...)
... Juan nació el 8 de marzo de 1495 en Montemor-o-Novo, en Portugal. Sus padres fueron Andrés Ciudad y Teresa Duarte. Se desconoce el motivo por el que se marchó de su casa a los ocho años y vino a España. Desde entonces, durante unos 40 años, llevó una vida casi caótica. Fue pastor en Oropesa; se hizo profesional de la milicia, combatiendo al ejército francés de Francisco l, que había cercado Fuenterrabía y al del turco, Soleimán ll, defendiendo Viena; también ejerció como librero en Granada y antes como bracero en África…
Los años durante los que vivió nuestro santo fueron casi tan agitados como su propia vida. Nacido recién finalizada la Reconquista española y el descubrimiento de América. Vivió la coronación de Carlos I de España y desde 1519 quinto de Alemania. Sufrió en 1517 el comienzo de la revuelta luterana, así como en 1520 la excomunión de Lutero y en 1533 el cisma de Inglaterra con Enrique VIII. Conoció, en 1537, la fundación de la Compañía de Jesús, y debió de tener noticias de la fundación de la Universidad de Santo Domingo en 1538, la primera del Nuevo Mundo (conviene recordar que el New College, la actual Universidad de Harvard, la primera que fundaron los ingleses, fue en 1636).Siguió con extrema atención el importante e influyente Concilio de Trento, convocado por Paulo lll en 1545, para hacer frente a la Reforma protestante y aclarar una serie de cuestiones dogmáticas y disciplinares, pero que, debido a dos interrupciones, no finalizó hasta el año 1563. Y fue, precisamente poco después de comenzar este Concilio, el 18 de febrero de 1546, cuando falleció, a los 62 años, Martín Lutero, el indiscutido protagonista de la Reforma que escindió la cristiandad.
Ya con más de 40 años, escuchó un día la predicación de Juan de Ávila –doctor de la Iglesia y patrón del clero español- y se convirtió. Pero como salió de la iglesia pidiendo a voz en grito misericordia al Señor por sus pecados, sobre todo por los daños causados con sus borracheras, golpeándose con fuerza el pecho en señal de penitencia, cambiando sus vestidos por los harapos de un mendigo, y además regaló todos los libros de su tienda, le tomaron por loco y fue ingresado en el Hospital Real. Allí surgió su vocación.
En efecto, una vez liberado de su internamiento, al comprender que no era un enfermo, sino que se trataba solamente de manifestaciones de arrepentimiento y penitencia, y como durante el tiempo que estuvo ingresado comprobó las condiciones de dureza, difícilmente imaginables hoy día, en que vivían los enfermos mentales, fundó un hospital donde recogió a estos enfermos junto a indigentes y descarriados, y ya dedicó el resto de su vida al cuidado incondicional, del cuerpo y del alma, de estos enfermos y de todos los necesitados que se acercaban a él.
La fundación de este hospital la llevó a cabo con dos antiguos enemigos irreconciliables, Antón Martín y Pedro Velasco, pero que, conmovidos por las virtudes del futuro santo, se aunaron en lo que comenzó por llamarse Orden de los Hospitalarios y luego de los Hermanos de San Juan de Dios (según algunos autores a Juan Ciudad le llamaban Juan de Dios, porque desconocían su apellido).
Juan fue uno de los primeros que distinguió entre enfermedades y enfermos, si bien, tenían algo en común todos los que ingresaban en el hospital: sus vestidos, por llamarlos así, venían con tal cantidad de piojos, parásitos y suciedad, que en todos los casos debían hervir agua en un caldero e introducir allí aquellos harapos para que se desinfectaran. No obstante, Juan seguía con su costumbre de cambiar sus vestidos por aquellos harapos, por lo que, con el propósito de que ya no lo hiciera nunca más, el arzobispo, don Sebastián Ramírez de Juanleal, presidente de la cancillería de Granada, mandó confeccionarle un hábito religioso, que él mismo le impuso y que, naturalmente, Juan no podía darlo, ni permitir vestirlo a nadie que no fuera de la Orden.
Un hecho que muestra la manera de ser y la humildad y sencillez de Juan, ocurrió con motivo de las limosnas que Juan mendigaba para atender las necesidades de los enfermos, necesitados y descarriados. “Al arzobispo de Valladolid que le reprochaba el que albergara prostitutas en su casa, les respondió: “Su excelencia podrá comprobar que albergamos a una sola persona indigna de comer el pan de las limosnas; y esa soy yo”. (Enzo Lodi, LOS SANTOS DEL CALENDARIO ROMANO, Ed. San Pablo, 1990, p.104).
Así lo ratifica uno de sus biógrafos. “Si bien Juan nunca llegó a ordenarse de sacerdote, fue maestro de almas y se le atribuyen numerosas conversiones… Pedía limosna para sus pobres con toda naturalidad; hasta caminó a la Corte de Valladolid, pidiendo a Felipe II recursos para sus enfermos, quedando el piadoso rey y los cortesanos -quizá no tanto- admirados por la entrega ininterrumpida de aquel hombre de Dios, que era muy capaz de echar sobre sus hombros a los enfermos más repugnantes para cuidarlos en su hospital y que no dejaba de ayudar a las viudas necesitadas, a los campesinos arruinados, a las prostitutas, o a los estudiantes en apuros.” (Francisco Pérez González, Dos mil Años de Santos, Ediciones PALABRA, 2001, p.300).
Dentro de los muchos hechos extraordinarios que se le atribuyen, uno de ellos parece probado históricamente: en el incendio del Hospital Real de Granada, se adentró, una y otra vez en el fuego, hasta sacar a todos los enfermos, pero, cuando lo hubo conseguido, ante la sorpresa general, no tenía ni una sola quemadura.
Juan murió, el 8 de marzo de 1550, a los 55 años, en Granada, debido a una pulmonía que contrajo al arrojarse al río Genil y salvar a un joven que estaba a punto de ahogarse, porque, al intentar recoger leña, con motivo de la crecida del río, se había caído al agua.
Fue beatificado por el papa Urbano Vlll en 1630 y canonizado por el papa Alejandro Vlll en 1690. Es copatrón de Granada y León Xlll lo nombró santo patrón de los hospitales y de los enfermos. También se le considera así, como no podía menos de ser dada su vida anterior a su conversión, de los alcohólicos, e igualmente, de los bomberos, enfermeros y vendedores de libros.
Su festividad, como es lógico, se celebra el día 8 de marzo, y la oración colecta de su Misa, dice: “Señor, tú que infundiste en San Juan de Dios espíritu de misericordia, haz que nosotros, practicando las obras de caridad, merezcamos encontrarnos un día entre los elegidos de tu reino.” Es decir, su ejemplo es de amor de misericordia, pero con obras de servicio a los demás.
Pilar Riestra