... Por ello el presidente Calvo Sotelo decidió disolver las Cortes y convocar elecciones generales anticipadas para el 28 de octubre. Era lo que deseaba el PSOE de González/Guerra y estaban seguros de que en las terceras elecciones generales podían hacerse con el poder.
Porque ese PSOE contaba ya con la ayuda inestimable de un potentísimo grupo de medios como era PRISA, de Jesús Polanco, y de una TVE en manos de los “submarinos” colocados allí por A. Guerra. Además, el PSOE se presentaba como “el Partido de los trabajadores” enfrentado a “los ricos” y a una derechona “cavernícola, retrógrada y nostálgica del franquismo”.
Comenzó en este verano la precampaña electoral, larguísima. El lema del PSOE fue “Por el cambio”, sin dejar de recordar el famoso mito de sus “100 años de honradez” acrisolada, pero falsa. Con un paro creciente su idea-fuerza fue la de crear 800.000 puestos de trabajo en la legislatura (1982/1986). Podía ser el remedio para España. No sólo para los parados, jubilados, amas de casa, viejos marxistas y para otros españoles con profesiones liberales, numerosos intelectuales, catedráticos, maestros y gentes acomodadas que creían en ese progresismo que, por cierto, nunca crea progreso pero estimula a quienes lo quieren creer.
En esta precampaña todas las izquierdas tenían un nexo común: sacar a España de OTAN nada más habernos incorporado a la Organización trasatlántica. Para ello se organizaron multitudinarias manifestaciones en apoyo de esa “salida”. Sabiendo que mentía, F. González declaró: “Yo no soy antiOTAN y quiero dejarlo bien claro. Lo que ocurre es que estoy en contra de que España no saque nada positivo de su integración (en OTAN)”.
Por otro lado, no le gustaba nada aparecer ante la opinión pública como pragmático. Es decir, ante todo, socialista (no socialdemócrata, como ya expliqué). Y también presumía de que él iba a establecer la austeridad en las cúpulas dirigentes del país. Oiga, y millones de españoles fueron y se lo creyeron.
Llegó el 28 de octubre. “La campaña de un PSOE muy fuerte, muy agresivo y muy demagógico, favoreció que los socialistas españoles ganasen por mayoría absoluta las elecciones generales…”, escribió un Pujol no bien visto por ese PSOE… de momento, A la tercera fue la vencida. Participó cerca del 80% del censo electoral. El PSOE obtuvo 10.127.392 votos, los famosos 10 millones, y 202 escaños en el Congreso. También obtuvo mayoría absoluta en el Senado. Era el punto de partida para aquella célebre primera “pasada por la izquierda” en España después de 43 años. El poder personal y teocéntrico del felipismo comenzó aquella noche cuando F. González dijo que se iba a “ocupar el gobierno de la Nación”. Palabras muy reveladoras.
El catedrático de Ciencia política José Antonio González Casanova le llamó “el joven César de la democracia” y escribió: “… recorre nuestros pueblos y clama en tono que conmueve, que no engaña (sic) y que anima: ¡en pie, levantaos y en marcha!... Me fijé instintivamente en su mirada y hallé en sus ojos, que no mienten, la serena sombra fatalista de quien no acepta un destino nada sembrado de rosas”. Ni a José Antonio Primo de Rivera le cantaron los vates con tal entusiasmo. Y así embelesó a millones de españoles de centro, de la izquierda y de la extrema izquierda.
Nadie quería acordarse, o ni siquiera sabía en este 1982, que desde 1879 a 1979, cien años, el PSOE fue el partido revolucionario en España por excelencia. No se acordaban de que, durante esos 100 años, el PSOE había sido un partido marxista, internacionalista, revolucionario y golpista; que había intervenido en tres golpes de Estado contra la legalidad monárquica y republicana (porque aquella Segunda República no era “su República”); y que estos jóvenes del “clan de la tortilla” sevillanos vestidos de pana eran ahora los herederos de aquel PSOE del que, según ellos, estaban orgullosísimos y no renegaban ni un ápice de su negrísimo historial. Por tanto, algunos otros españoles pensaron con lógica: ¿a dónde nos conduciría este desconocido PSOE?
En aquellas elecciones UCD fracasó estruendosamente. Fue un caso insólito en Europa. Sólo obtuvo 12 diputados. Terminó desapareciendo definitivamente en marzo de 1983, cinco meses después de estas elecciones. Otro gran fracaso fue el del PCE que sólo obtuvo 4 diputados. Santiago Carrillo dimitió después como secretario general del partido, pasando a ser ahora para muchos como una especie de “gloria nacional”. Fue sustituido por un minero, Gerardo Iglesias, sin ningún carisma y sin ideas. El nuevo CDS de Suárez sólo lograba dos diputados. El mito de hombre/milagro de Suárez había desaparecido. Casi nadie creía en él. ¿A dónde fue a parar el voto del centroderecha? A Alianza Popular de Fraga, que obtuvo 106 diputados (unos cinco millones y medio de votos). Todo un éxito para quien sólo obtuvo 9 diputados tres años antes.
¿Y los nacionalseparatistas vascos y catalanes? Obtuvieron prácticamente los mismos escaños que en 1979. Con la mayoría absolutísima del PSOE se supuso que poco podían influir en el gobierno socialista que se formara. Pero fue sólo eso, una suposición. Sobre todo porque la figura de F. González, el nuevo “César de la democracia”, era casi idolatrado: “Llega al poder con una imagen pública irreprochable y difícilmente atacable, hecho admitido incluso por sus adversarios. Tal vez su falta de ambición política (?) y la innegable impresión de honestidad… y veracidad…, sean los responsables de esa imagen… Los periodistas, en su mayoría, lo miman…; los otros líderes lo respetan, el pueblo lo quiere”. Vamos, el Moisés del pueblo español, como escribió con estas frases un periodista llamado Fernando Jáuregui.
Esta especie de idolatría era verdad que se prodigaba en casi todos los medios, salvo en alguna rarísima excepción. Además, aquella especie de superman aseguraba que “nunca he ambicionado llegar a ser presidente del gobierno… No tengo ambición de poder”. De modo que, con poquísimo tiempo, González había aprendido lo peor que puede hacer un político: manipular a través del lenguaje y del mensaje y, por tanto, a mentir.
Pero aquellas elecciones promovían una normal alternancia en el poder. Que era base fundamental de la democracia. Ahora bien, íbamos a saber muy pronto las múltiples imperfecciones de esa democracia. Que se convertía en bipartidista. Por tanto, queridos amigos, quien esto escribe consideró, entonces y ahora, que aquel fantástico período de la Transición –como así lo consideran muchos- se había acabado. Si en la práctica comenzó en 1976 con la llegada de Suárez al poder, en realidad sus inicios, para mí, se remontan a diciembre de 1973, cuando fue asesinado el almirante Carrero Blanco, presidente del gobierno entonces. A partir de esa fecha el franquismo se debilitó extraordinariamente, y más con la enfermedad de Franco en el verano del 74 y su muerte en noviembre de 1975.
Por ello, a partir de 1982 comenzaba una nueva época para España llena de incertidumbre –sobre todo por la extraña organización territorial del Estado- por el salvaje terrorismo de ETA y por las políticas que en todos los campos adoptara este PSOE de González/Guerra, tan sumamente querido y hasta idolatrado por la mayoría. Con la incógnita, siempre, de la actitud sumamente negativa de los nacionalseparatismos de vascos y catalanes.
Un abrazo a todos,
Enrique Domínguez Martínez Campos
Coronel de Infantería DEM (R)