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Homenaje a Cataluña

El actual Rey de España en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona, 1992.
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El actual Rey de España en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona, 1992.

LA CRÍTICA, 12 OCTUBRE 2018

Por Manuel Pastor Martínez
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Dedicado a Juan Grau Argilaga

(...) Mi homenaje aquí a Cataluña es un homenaje a la sociedad civil catalana, mayoría de ciudadanos que habitan la región al margen de su clase política y de las turbas radicales, hoy como antaño víctima y resistente en primera línea ...

Tomo el título de la famosa obra de George Orwell (Homage to Catalonia, escrita en 1937 y publicada por Secker & Warburg, London, 1938), pero aún reconociendo sus méritos literarios y la justa crítica al estalinismo, rechazo su fondo político izquierdista –como hasta cierto punto el mismo autor haría años más tarde- en la trágica coyuntura en que fue escrita, la guerra civil española en Cataluña, y en su seno la guerra civil de las propias izquierdas. Orwell leyó después con provecho la obra del gran especialista inglés en temas catalanes E. Allison Peers, Catalonia Infelix (1937), que le llevaría a ciertas rectificaciones (véase el ensayo de Orwell, “Mirando hacia atrás a la guerra civil española” de 1942, y otros escritos, recogidos en el volumen editado por Sonia Brownell Orwell, bajo el título The Collected Essays, Journalism and Letters of George Orwell, Secker & Warburg, London, 1968).

La descripción de Cataluña como el paraíso de revolucionarios violentos y chiflados por Orwell es solo la última de una serie iniciada por distinguidos autores extranjeros, generalmente de izquierdas y generalmente con simpatía (desde Anatole France, Rémy de Gourmont, Alfred Naquet, etc., hasta Benda, Koltsov, Neruda, Guillén, Saint-Exupéry, Fisher, Spender, Dos Passos, Koestler, Aragon, Paz, Bloch, Ehrenburg, Hemingway, etc.), mostrando una curiosidad antropológica casi perversa, iniciada con la Semana Trágica de 1909, continuada con la violencia terrorista del anarco-sindicalismo y del pistolerismo en los años 1920s, finalmente la caótica Segunda República culminando en la insurrección de 1934 y en la tragedia de la Guerra Civil (1936-1939). Una historia de la Cataluña contemporánea jalonada de revueltas, violencias sociales y políticas, intentos de golpes de Estado separatistas, etc. Y una responsabilidad criminal de líderes como Ferrer Guardia, Macià, Companys y muchos otros, menores en importancia política pero no delictiva (hasta los recientes casos de Pujol, Mas, Puigdemont, Junqueras, Torra, etc.).

Baste como muestra de la percepción negativa de este tipo de liderazgo en Cataluña inmerso en el delirio separatista, las palabras que Miguel de Unamuno escribió sobre Ferrer Guardia tras la Semana Trágica, anticipando una pauta internacional recurrente de propaganda antiespañola: “Se fusiló con perfecta justicia al mamarracho de Ferrer, mezcla de tonto, loco y criminal cobarde; a aquel monomaniaco con delirios de grandeza y erostratismo, y se armó una campaña indecente de mentiras, embustes y calumnias. Todos los anarquistas y anarquizantes se juntaron; se les unieron los snobs y estuvieron durante meses repitiendo los eternos disparates respecto a la inquisitorial España, que es el país más libre del mundo (…) toda la golfería –así, como suena- toda la golfería intelectual. Y dale con la canción de que se fusiló por racionalista al anarquista Ferrer…” (Cit. por Ricardo de la Cierva, Los años mentidos, Ed. Fénix, Madrid, 1993, p. 44).

Mi homenaje aquí a Cataluña es un homenaje a la sociedad civil catalana, mayoría de ciudadanos que habitan la región al margen de su clase política y de las turbas radicales, hoy como antaño víctima y resistente en primera línea del acoso antidemocrático de los partidos separatistas y del golpismo permanente, aunque sea “posmoderno”, gradualmente desarrollado y finalmente acelerado a partir de la muerte del general Franco y el advenimiento de la democracia.

La práctica totalidad de nuestros politólogos y sociólogos (Linz, Morodo, Santamaría, Maravall, Tezanos, Montero, Cotarelo…) han certificado que la transición española culminó con éxito en una consolidación democrática. Modestamente, durante la pasada década me he permitido cuestionarlo. Particularmente me ha sorprendido y apenado la actitud de mi colega catedrático y sin embargo amigo Ramón Cotarelo, viejo socialista ácrata, después socialdemócrata, y ahora en la frontera de la senectud convertido al separatismo utópico (como un Sancho Panza fascinado ante la república-ínsula de Barataria), con un estilo hippie-sinalagmático un tanto trasnochado, apoyando directamente la “república catalana” e indirectamente a los golpistas de la CUP y de ERC.

Precisamente el problema regional, de deslealtad e inestabilidad de una organización territorial “asimétrica” del Estado (en concreto de las autonomías en las Vascongadas y en Cataluña), constituye a mi juicio el problema principal –aunque no el único- para alcanzar la Consolidación democrática.

Mi admiración por los extraordinarios méritos socio-económicos y culturales (incluso mi admiración por algunos de sus líderes políticos, como Francesc Cambó y el último Josep Tarradellas) de Cataluña en la historia de la España contemporánea, en absoluto se ve empañada por mi percepción crítica de la sub-cultura política predominantemente antidemocrática, antiliberal y anticonstitucional del separatismo y sus aliados izquierdistas.

Creo que se ha producido en la Cataluña de los siglos XX-XXI lo que el sociólogo Daniel Bell definió como una “disjunction of realms” en el sistema social, en el sentido de que un progreso cualitativo y cuantificable en los ámbitos económico y cultural no ha tenido correspondencia en el ámbito político. Creo que Cataluña no ha sabido adaptarse a las pautas occidentales modernas de la democracia liberal y constitucional, por una excesiva y agobiante hegemonía de las izquierdas y del nacionalismo, y que durante la transición histórica desde el autoritarismo franquista a la democracia (todavía no consolidada por diferentes causas), junto al terrorismo vasco, el golpismo catalán ha sido la expresión máxima de la quiebra del Imperio de la Ley y del desprecio al Estado de Derecho en la Europa occidental desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

Mi hipótesis pesimista de que la democracia en España tiene la consolidación pendiente se basa en distintos criterios que caracterizan una cultura política todavía no democrática. Un criterio general sociológico es el enorme peso de la partitocracia y la corrupción, que ha anegado la vida política nacional. Y un criterio jurídico esencial es la inexistencia de una constitución normativa, según la definición que diera Karl Loewenstein, que de manera particular se ha intensificado con el terrorismo vasco en años pasados y con el golpismo catalán en años recientes.

Como he dicho repetidamente, la única esperanza de que la democracia española se normalice, antes de que explote la violencia civil sin control (que ni los españoles en general ni los catalanes en particular mayoritariamente desean) es, como advirtió Carl Schmitt en un famoso ensayo cuando la Alemania de Weimar estaba ya al borde del precipicio, confiar en nuestro Jefe del Estado, el Rey, y en nuestro Poder Judicial, como los últimos y firmes defensores de la Constitución y de la Nación.

Manuel Pastor Martínez

Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid

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