No fabrique más torres sobre arena,
si no es que ya ...
nos quiere hacer torres los torreznos
(Luis de Góngora)
Lo que podemos denominar campo historiográfico español se haya dividido en diversas redes y escuelas que compiten entre sí. En éstas existe una clara división del trabajo, en la que ciertos miembros ejercen el rol del “escudero”, es decir, el encargado de defender el honor del grupo en el que se haya inserto. En el nódulo Tuñón de Lara/Viñas/Preston, este rol ha correspondido al historiador y politólogo Alberto Reig Tapia. Siempre fiel a este papel secundario, la producción historiográfica del señor Reig Tapia es parva y de escasa calidad. Más que un auténtico historiador, parece un mero polemista: una especie de Pío Moa de izquierdas. El contenido de dicha producción es reflejo de ese tipo de mentalidad que el célebre teólogo y mártir del nazismo Dietrich Bonhoeffer denominó “la necedad”, consistente en la negación de “los hechos que contradicen su prejuicio”. “Así, y a diferencia del hombre malo, el necio se siente satisfecho de sí mismo, e incluso puede llegar a ser peligroso cuando, levemente irritado, pase al ataque”. “No intentaremos jamás -decía Bonhoeffer- convencer al necio mediante razonamiento; tal procedimiento es absurdo y peligroso”. En el fondo, el “necio” es como un sujeto que ha perdido el contacto con la realidad y hasta con su propio mundo interior, para someterse a la autoridad externa, la de la red en la que se encuentra cómodamente inserto, “con los tópicos y las consignas que lo dominan”. El contenido de su obra ha respondido siempre a esa defensa de los prejuicios de grupo. Nunca ha sido una obra proyectiva y creadora, sino reactiva y unilateral. Ha girado sobre una serie de temas recurrentes: el carácter de la represión nacionalista durante la guerra civil, la figura del general Franco, los mitos del franquismo y la obra de Pío Moa. En rigor, los libros de Reig Tapia más que obras de investigación histórica, son ensayos polémicos y monotemáticos dedicados a la crítica de la historiografía “franquista” y/o de “derechas”. A ese respecto, destaca su parasitismo, ya que Reig Tapia apenas ha investigado en fuentes primarias y secundarias. Su método es acumular trabajos ajenos cuyas tesis le sirven para blindar y desarrollar sus prejuicios. Así, suele argumentar en sus ensayos: “Como ha demostrado inapelablemente Ángel Viñas”, “de documentación primaria inequívoca”. “Moreno Gómez demuestra terminantemente”. Lo suyo no es la investigación o la argumentación racional, sino el convencionalismo y el recurso al argumento de autoridad.
No resulta extraño que en su producción destaque un contenido militante, maniqueo y, sobre todo, una ausencia total de empatía hacia su objeto de estudio. Su primer libro, Ideología e historia: sobre la represión franquista y la guerra civil, es, ante todo, una crítica de la historiografía franquista representada por Ricardo de la Cierva y Ramón Salas Larrázabal. Esta obra tiene más de testimonio personal que de investigación genuinamente histórica o politológica. El elemento visceral predomina sobre el racional. Por un lado, criticaba el carácter ideológico de la historiografía “neopositivista” de Cierva y Salas como encubridora de los crímenes del franquismo. . Y, como era de esperar, establecía diferencias cualitativas entre las características de la represión nacional y la republicana. Mientras la primera había sido planificada y ejecutada desde arriba, la segunda fue espontánea, fruto de la quiebra del Estado, y obra de malhechores. Los partidos republicanos y de izquierda nada tuvieron que ver en el desarrollo de las persecuciones y matanzas. Objeto preferido de sus diatribas era Ricardo de la Cierva, su bête noire a lo largo de un cuarto de siglo, y al que calificaba de “orate”. Al mismo tiempo, Reig Tapia sostenía, por ejemplo, que el asesinato de Calvo Sotelo se debió a la “casualidad”, ya que sus autores habían buscado con anterioridad a Antonio Goicoechea y José María Gil Robles, para vengar la muerte del teniente Castillo. ¡Que falsedad de fondo!. ¿Hubiera cambiado algo si los asesinados hubieran sido Goicoechea o Gil Robles?. Lo terrible era que en la España de la época se recurría al asesinato de los representantes de la oposición política. En cualquier caso, Reig Tapia defiende que la violencia frentepopulista era consecuencia de la secular explotación de las masas obreras por parte de las clases dominantes.
Violencia y terror. Estudios sobre la Guerra Civil fue, en gran medida, una continuación de Ideología e historia. Se trataba de una gavilla de artículos publicados en revistas y libros colectivos, dedicados al estudio de la justificación ideológica al alzamiento, la organización de las milicias derechistas, la defensa y la represión en el Madrid republicano, el tema del bombardeo de Guernica y la figura de Manuel Azaña. En sus páginas, existe ya una reivindicación del concepto de “memoria histórica”, propia, según él, de un “pueblo maduro y democrático”. Reiteraba las diferencias cualitativas, a nivel político, histórico y moral, entre ambas represiones durante la guerra civil. Y es que, a su entender, “no es igual el asesinato de su patrón por un obrero o un campesino políticamente ideologizado, socialmente marginado, económicamente explotado y culturalmente analfabeto (“marxismo de alpargata”) que el asesinato de ese obrero o campesino por su patrón, por un señorito estudiante de Falange de camisa azul, las católicas JAP de camisa parda o carlistas de boina roja, misa y comunión diaria, capaces de invocar a Jesucristo antes de mancharse las manos de sangre”. Y es que, para Reig Tapia, el anticomunismo era “la principal bandera ideológica que esgrimen las clases poseedoras en su pretensión de reconducir la política del Estado en beneficio exclusivo de sus intereses”, “una respuesta irracional, una actitud instintiva de defensa ante el permanente fantasma de la revolución social”. En ese sentido, la Iglesia católica cayó durante la guerra civil en “un torpe maniqueísmo al delimitar el campo de batalla entre e , o ”, “un maniqueísmo propio del pensamiento mítico precientífico y de toda concepción dogmática del mundo”. A juicio de Reig Tapia no hubo “bolchevización” del PSOE; tan sólo “declaraciones voluntaristas y dogmáticas de algunos líderes”. La represión republicana corrió a cargo de “bandas de desalmados” que aprovecharon la “quiebra del Estado” “para asesinar, matar, consumar venganzas personales o deudas por el expeditivo sistema de liquidar al acreedor”. Socialistas, anarquistas, comunistas y republicanos se esforzaron, sin embargo, a “poner coto a los desmanes”. La defensa del Madrid republicano es descrita por Reig Tapia en términos épicos: “Por todo ello, sus defensores, ciudadanos del mundo decididos a no convertirse en súbditos, se apresuraron a defender la ciudad con el entusiasmo y el fervor que trasmiten los versos inmortales que Antonio Machado dejara escritos el 7 de noviembre de 1936”. A su entender, las responsabilidades de la matanza de Paracuellos del Jarama eran “difíciles de establecer”, aunque, naturalmente, se inclina por la autoría de los asesores soviéticos. En cambio, a Franco, arquetipo de la maldad, nunca le interesó “en absoluto limitar el destrozo físico y moral de España y de los españoles, sino asegurarse las bases políticas, económicas y sociales de su dominación”. Por supuesto, Franco es el responsable directo del bombardeo de Guernica. Por cierto, que Reig Tapia estima que el bombardeo de la población vasca fue “el primer bombardeo aéreo masivo de la historia llevado a cabo sobre la población civil”. Lo cual es históricamente falso, porque los primeros bombardeos masivos sobre población civil fueron obra de los británicos contra los afganos en Jalalabad y Kabul; y luego en Irak, en la provincia de Samawah.
En 1999, Reig Tapia publicó
Memoria de la guerra civil. Los mitos de la tribu, un nuevo ensayo en cuyas páginas se enfrentó de nuevo con una serie de temas que se habían convertido en una especie de obsesión grafómana: la memoria de la guerra, la matanza de Badajoz, el asedio del Alcázar de Toledo y del Madrid republicano
, etc. Siete años después, Reig Tapia renovó el contenido de su obra con el título de
La Cruzada de 1936. Mito y memoria. Ni que decir tiene que, a su entender, la narración del sitio del Alcázar de Toledo no es más que un fraude. Califica de “genocidio” la matanza de Badajoz: 1200 muertos a manos de legionarios, regulares y falangistas. Reig Tapia vuelve, sin embargo, a la épica cuando hace referencia al Madrid de la guerra civil, “la primera victoria contra el fascismo”. Repite que los partidos de izquierda se “esforzaron cuanto pudieron en denunciar e impedir las represalias”. Y se siente nuevamente extasiado por la gesta: “Madrid resistía. Toda su población
[1] se constituyó en pueblo en armas; en armas materiales y espirituales, pues la batalla de Madrid produjo una auténtica explosión de poesía popular (…) Nunca jamás en la historia se había producido semejante fusión entre la ciudad, sus habitantes y su destino”. Las matanzas de Paracuellos del Jarama y Torrejón de Ardoz no fueron, según él, obra de “soldados ni de verdaderos milicianos del pueblo, no por hombres valerosos con miedo a morir pero dispuestos a morir para poder vivir, sino por los llamados ”. Reig Tapia señala que “el momento de las matanzas masivas coincide con un momento angustioso para Madrid en el cual el consejero Carrillo estaba literalmente desbordado”. Y no cree que los tribunales populares estuviesen basados en el “terror”. Siempre previsible, Reig Tapia consideraba, en ambos libros, que “la memoria de la guerra civil es la memoria de la lucha de la democracia contra el fascismo”. De ahí que esa memoria “no acaba ni acabará nunca”.
Igualmente, el señor Reig Tapia se ha enfrentado a la figura arquetípica, quizá edípica para él, del general Franco, otras de sus bêtes noires. Nuestro autor ha dedicado dos libros a su figura, Franco “Caudillo”: mito y realidad, publicad; y Franco. El César superlativo, editada diez años después. No se trata de biografías, sino, como de costumbre en Reig Tapia, de ensayos divulgativos de interpretación y demonización del personaje. A mi modo de ver, se trata de dos de los libros más mediocres dedicados a la figura de Franco, si exceptuamos, claro está, la biografía pretendidamente psicoanalítica de la esposa de Paul Preston, Gabrielle Asdfhord Hodges, Franco. Retrato psicológico de un dictador. Naturalmente, su valoración de la figura de Franco era muy negativa. No fue un líder carismático; su caudillaje fue “por completo hijo de las circunstancias”. Tampoco un buen estratega; lo dice Juan Benet, el novelista. Era frío y cruel; y no especialmente religioso, aunque se valió del catolicismo para legitimar su poder. Reitera sus opiniones sobre la represión nacional en la guerra civil: “planificada”, “preventiva “indiscriminada y arbitraria”. Por supuesto, Franco pretendió entrar en la Segunda Guerra Mundial, pero a Hitler no le interesó. Y su régimen fue “totalitario”. En Franco. El César superlativo, Reig Tapia carga aún más las tintas, y, sin aportar nada nuevo, recurre ya al insulto personal: “megalómano”, “patas cortas”, “gran matarife”, “genocida”, “mezquino”, “fatuo”, etc, etc. ¿Sirven para algo estos ensayitos demonológicos?. Creo que sí, pero no para conocer mejor la trayectoria vital de Francisco Franco, sino para interpretar la personalidad de su autor y su mediocridad como historiador.
Con posterioridad, Reig Tapia dedicó nada menos que dos libros al análisis de la producción del polemista Pío Moa, Anti-Moa y Revisionismo y política. El discípulo de Tuñón de Lara interpretaba al gallego como un heredero de Ricardo de la Cierva, un “neofranquista”, un “revisionista orgánico”. Y acuñó el discutible concepto de “historietografía” para describir la obra de Moa. “Historietografía” era equivalente al arte de escribir “cuentos chinos” o “tártaros” y variopintas historietas “franquistas” sin fundamento empírico. Las obras de Reig Tapia resultaron un rotundo fracaso, porque, en el fondo, dieron una importancia inusitada e inmerecida a un partisano de la historia; y porque incluso contribuyeron a poner aún más en cuestión su solvencia como historiador. Nada serio, vamos. Como todo lo suyo, un mal chiste, sin gracia y completamente intranscendente. Tal es la “aportación” de don Alberto Reig Tapia al estudio de la historia contemporánea española. No es gran cosa, la verdad; pero él se cree muy importante. Con tan paupérrimo bagaje, pretende otorgar patentes de talento. Si es así, creo que se equivoca totalmente. Incapaz de escribir una obra innovadora y coherente, Reig Tapia ha optado por el camino más fácil de la polémica y de la crítica. Lo demuestra el contenido de su última obra.
Ahora publica Reig Tapia, en la editorial Siglo XXI, La crítica de la crítica. Inconsecuentes, insustanciales, impotentes, prepotentes y equidistantes. En su nuevo libelo, Reig Tapia las emprende con sus nuevos enemigos. Los busca; los necesita; y, si es necesario, se los inventa. Muerto Ricardo de la Cierva y más bien postergado Pío Moa, ataca a sus nuevas bestias negras: Stanley Payne, yo mismo, Jorge Martínez Reverte, Julius Ruíz, Fernando del Rey Reguillo y otros. Reig Tapia afirma no haber escrito este nuevo libelo con “odio” e “ira” “si acaso con indignación”. Según él, se trata de “la defensa y reivindicación de la honorabilidad de algunos de nuestros mejores especialistas”. Léase de nuevo Manuel Tuñón de Lara, su padre espiritual, y sus amigos del alma Paul Preston y Ángel Viñas. Creo ser, aunque no es para mí un honor, la persona más insultada en el texto. Para Reig Tapìa, soy, por mis críticas a Tuñón de Lara, Preston y Viñas, un “boquirroto de libro”, “crítico sabelotodo”, “el nuevo superhéroe, el caza rojos de guardia de la derecha eterna, noble y pura, el only the lomely, un “falso liberal”, que “simplemente aburre”, que ejerce “una crítica impotente”, “el nuevo Pepito Grillo”, “malas tripas”, que “a su provecta edad ansía llegar a catedrático pensando que el hábito hace al monje”, “acumulando méritos”, “mamporrero de lujo de la extrema derecha más asilvestrada”, “orate”, “basura historietográfica”, “enciclopédica ignorancia”, “envidioso”, “resentido”, “propio de locos”, “mal informado e indigno”, “frustrado”, “presunto historiador”, “majadero”, “cabezón”, “badulaque”, “mangurrián”, “gaznápiro”, “retorcido”, “maldad insidiosa”, “mastuerzo”, “caracipote”, “pichatriste”, “descerebrado”, “mastín de pacotilla”, “zafiedad humana”, “tiernísimo chiguagua”, “bocazas”, “un frustrado al que no lee ni su padre”, “cara de estreñido o de lechuguino”, “pigmeo ensorbecido”, “atrabiliario”, “lumbrera”, “inefable” “un avatar, un mutante o un homo sapiens en recesión”, “tóxico”. Hace referencia a mi “vulgar existencia”. Cree que padezco “problemas mentales” y que merezco “un buen rejonazo” y “tratamiento psiquiátrico”, porque estoy “mal de la chaveta”. Como ya he dicho, no estoy sólo, sino en buena compañía. Así, Reig Tapia acusa a Stanley G. Payne de “daltonismo ideológico” y de “estrabismo político”. Su última biografía de Franco es “fundamentalmente inútil”, “una obra fútil más”. Considera “escandaloso” presentar a Franco como “el último regeneracionista”. Se pregunta, además, si a Franco “le acogotaban las mujeres de cuerpo entero”, porque era “chiquitito, muy poquita cosa”. A Jorge Martínez Reverte le advierte igualmente, por sus críticas a Preston y a Viñas, de “que se ande con cuidado”. Ataca su “frivolidad lamentable”, su “calenturienta imaginación”, su “soberbia intelectual y desagradable petulancia”, su “miseria moral”, su “prepotencia”; es un “frustrado”. Incluso llega a preguntarle si se “avergüenza acaso de su padre”. Y vuelve a la carga: “amateur”, “una metodología atolondrada”, “obcecado”, etc, etc. A Fernando del Rey Reguillo le critica por su “farragosa prosa envuelta en la típica retórica académica capaz de decir una cosa y la contraria”; es un “moralista”, “liberal equidistante”, “rancio”, “erudito a la violeta” que dice “majaderías”, “cursi” e “ignorante”. La obra del hispanista escocés Julius Ruíz sobre la matanza de Paracuellos del Jarama es, según Reig Tapia, equivocada y “falta de sutileza analítica”. Y, como era de esperar, señala: “Ruíz blanquea la represión franquista e ignora información documental básica de la misma Causa General que dice manejar. Por lo visto, se limitó a mirar sólo lo que le interesa, y para este viaje no eran necesarias tales alforjas”. Todo lo cual no le impide afirmar: “Nosotros no insultamos” (p. 312).
Pasaré por alto, aunque no es fácil, la plétora de insultos que me dedica el señor Reig Tapia en las páginas de su libelo. Creo que con ellos su autor se derrota enteramente solo. Me parece absolutamente patético que un pretendido historiador/politólogo recurra a semejante jerga a la hora de defender sus posiciones. Ni que decir tiene que me parece un signo de debilidad moral e intelectual. Cada cual es hijo de sus obras y de sus palabras. No obstante, me llama la atención del supuesto conocimiento que el señor Reig Tapia tiene de mi vida privada. ¿Cómo sabe que mi existencia es “vulgar”, “gris”, “banal” y “ridícula”? ¿Tiene espías y delatores que me vigilan? ¿Acaso practica el voyeurismo? Lo ignoro; ni lo sé ni me importa. Pero ya es significativo que este señor tenga que recurrir a tales procedimientos insidiosos a la hora de descalificarme como historiador e incluso como persona. Menos aún entraré en sus disquisiciones sobre mi físico. No sabía que fuese experto en belleza masculina.
Y es que todo el libelo está escrito con nerviosismo y precipitación; y su contenido no brilla precisamente por su exactitud ni por su modestia. En el fondo, refleja una especie de catarsis. Pasemos por alto los aspectos más turbios de su alegato; y vayamos derechamente a sus contenidos menos viscerales e insultantes, que, la verdad sea dicha, no son muchos. La crítica de este libelo resulta muy penosa, porque sus fundamentos no son racionales, sino emocionales. Como polemista irredento, Reig Tapia se limita a aislar un dato o un aspecto de mi discurso y de los otros objetos de sus críticas sin respetar su punto de vista ni la coherencia de sus planteamientos. Se atribuye así una autoridad sobre sus interlocutores considerando su texto a priori sin apelación y contentándose con instruir un proceso en su contra. Basta con dominar el arte de recortar las citas de su contexto para hacerle decir casi cualquier cosa. Nada nuevo. Es el típico estilo de los tuñoniamos. En su alegato, Reig Tapia defiende a su padre intelectual, Manuel Tuñón de Lara, como un hombre de debate, nada dogmático. Sinceramente, no nos creemos. Dado el carácter, el contenido e incluso el estilo de la obra del señor Reig Tapia, más bien parece como si el catedrático de Pau hubiese creado, cuán doctor Frankenstein, una especie de monstruo capaz tan sólo de insultar y de manipular.
En su denuncia a mis críticas a Tuñón de Lara, Viñas y Preston, el señor Reig Tapia se basa en una banal hermenéutica de la sospecha. No es, desde luego, Freud, ni Nietzsche ni Marx; tampoco Paul Ricoeur. Su hermenéutica es de andar por casa, elemental, casi de mesa camilla, absolutamente vulgar y carente de fundamento. Según él, mis críticas tendrían por base la envidia y el resentimiento. ¿Envidia de quién? ¿De Preston y Viñas? Dos historiadores a los que considero equivocados y cuya forma de hacer historia me es completamente ajena, ¡vamos ya!. ¿De Reig Tapia, historiador obsesionado por el fantasma del general Franco? Ni se entera. No; mis críticas a este sector de la historiografía provienen, ante todo, de mi experiencia universitaria. En aquellos momentos, dominaban las aulas y los claustros los discípulos y acólitos de Tuñón de Lara. Su influencia fue, en mi opinión, letal para el porvenir de nuestra historiografía. No pocos de aquellos profesores se ocupaban de hacer política en las aulas. Todavía recuerdo la campaña de una profesora de historia de la historiografía a favor de la candidatura de Francisco Bustelo para rector de la Complutense de Madrid. Otros consideraban “científica” la doctrina de Lenin sobre el imperialismo. Los autores más citados por ellos eran Marta Harnecker, Nicos Poulantzas, Louis Althusser, Ernest Mandel, Tuñón de Lara, Pierre Vilar, André Gunder Frank, Samir Amin, etc. Ninguna mención a marxistas inteligentes como Edward Palmer Thompson o Perry Anderson, o a politólogos como Raymond Aron, Carl Schmitt, Hermann Heller, Max Weber, o Hanna Arendt; historiadores como Renzo de Felice, George L. Mosse, Françoist Furet o René Rémond. En el caso español, nadie hacía referencia a Luis Díez del Corral, Joaquín Romero Maura, o José Varela Ortega. Además, muchos de estos profesores y catedráticos se jactaban, como si fuera lo más natural del mundo, de haber influido en la concesión de plazas y de cátedras a los que eran de “su cuerda”. Los conceptos más empleados eran “lucha de clases”, “formación social”, “revolución burguesa”, “bloque de poder”, “movimiento obrero”, “estructura”, “superestructura”, etc, etc.
Por fortuna, autores como Joaquín Romero Maura, José Varela Ortega –que no dudaba en acusar a Tuñón de Lara de “deformar el pasado como herramienta de futuro”-, Juan Pablo Fusi, José Álvarez Junto , Mercedes Cabrera y otros contribuyeron con su obra a destruir el hórrido edificio historiográfico creado por el catedrático de Pau y sus acólitos.
Con respecto a ciertos aspectos de la vida de Tuñón de Lara el señor Reig Tapia no parece muy bien informado. Fue Jorge Semprún en su libro Autobiografía de Federico Sánchez quien señaló la conexión de Tuñón de Lara con “los Servicios Especiales” soviéticos (pp. 125-126), algo de lo que no se desdijo en la última edición de ese libro, publicada en francés en 2013 (pp. 160.161). Por otra parte, el señor Reig Tapia se escandaliza de que denomine a su amigo Ángel Viñas “chien de grade” y “paleohistoriador”. Sin embargo, nada hay de extraño ni de extravagante en dichos calificativos. Cualquier que lea a Viñas puede llegar fácilmente a esa conclusión. Y es que si algo caracteriza a la producción historiográfica de este señor es la ausencia total de fair play, sobre todo cuando acusa a los que no son de sus opiniones de padecer el síndrome de ansiedad. Lo de paleohistoriador es igualmente evidente para mí, ya que Viñas escribe como si nada hubiese pasado desde Ranke.
Pero, en fin, dejamos ya a Reig Tapia. Historiador mediocre, pensador inexistente, individuo de triste destino. Este es el hombre.
[1] Suponemos que no hará referencia a los diez mil asesinados en Madrid, ni a las víctimas de Paracuellos de Jarama y Torrejón de Ardoz. Y es que hay unanimidades que matan.