Este ensayo, escrito en 2013 y con pequeñas interpolaciones posteriores (por tanto sin datos o bibliografía más recientes), es una pequeña y modesta aproximación a una temática de gran calado en el área de los Estudios Culturales, y se propone simplemente ilustrar una de las múltiples ramificaciones de las relaciones internacionales en su dimensión histórica inter-cultural. En este caso desde la perspectiva particular, personal y subjetiva, de un leonés (astorgano)..
La Edad de los Descubrimientos
Los términos Norte-América y norte-americano son obviamente geográficos, y aluden al continente que hoy ocupan los Estados Unidos de América, Canadá, Méjico e islas y archipiélagos adyacentes (Puerto Rico, Cuba, Santo Domingo, Haití, etc.). Para muchos norteamericanos, incluidos algunos portorriqueños, Puerto Rico, pese a su status especial como “Estado Libre Asociado”, pertenece a los Estados Unidos. En este ensayo nos limitaremos a los Estados Unidos (incluido Puerto Rico) y Méjico, al registrar y valorar la presencia de leoneses, es decir, nativos del viejo Reino de León (según el tradicional Nomenclator del Conde de Floridablanca), en la historia y la cultura norteamericanas.
El primer nombre que se asignó a gran parte de estos territorios, inmediatamente después del descubrimiento y del nombre genérico de América, fue Virreinato de Nueva España, que hasta 1821 (independencia de Méjico), incluía al Norte del río Grande las “provincias interiores” occidentales (California, Arizona) y orientales (Nuevo Méjico y Tejas). Las Floridas (Oriental y Occidental) y Las Luisianas (Norte y Sur: los territorios al Oeste del río Mississippi, desde Minnesota hasta La Luisiana actuales) pertenecerían a la Capitanía General de Cuba.
El nombre de León aparece en la historia norteamericana desde los primeros años del siglo XVI con el propio nombre del colonizador y gobernador de Puerto Rico, Juan Ponce de León, descubridor de La Florida en 1513, el primer territorio rigurosamente perteneciente hoy a los Estados Unidos continentales, un siglo antes del primer establecimiento colonial anglosajón. Asimismo su nombre, Ponce (de León) es el nombre de una de las ciudades históricas más importantes de la isla de Puerto Rico. Por otro lado, el nombre de León también se perpetuará en la historia de Méjico, tras el descubrimiento y la conquista, con el nombre de uno de sus grandes estados centrales y de la capital del mismo (como ocurrirá con la toponimia de otras naciones hispanoamericanas, Nicaragua por ejemplo, donde también se fundará una ciudad de León, en la que pasará su infancia y morirá el más grande poeta de la Hispanidad, Rubén Darío). Finalmente, señalaré que en el sur del pequeño estado de Iowa, donde es tradición que se celebre el primer caucus para la selección de candidatos a la presidencia de los Estados Unidos, hay un pequeño pueblo de granjeros que se llama también León, probablemente un legado hispano de cuando estos territorios de los Sioux pertenecían a la Luisiana española, durante el reinado de Carlos III.
Los historiadores no están seguros del lugar de nacimiento de Juan Ponce de León, pero la mayoría coincide en situarlo en la Tierra de Campos del antiguo Reino de León. Así, uno de sus biógrafos más importantes indica, con interrogantes, el pueblo Santervás de Campos, entre los años 1460 y 1470, y la posible paternidad –probablemente ilegítima- del conde Juan Ponce de León (Ballesteros, 1987: 17, 154). En 1509 Diego Colón le envía desde Cuba a la isla de San Juan (Puerto Rico), donde será capitán por orden real y fundará el primer establecimiento colonial, Caparra. En 1513 encabeza la primera expedición (si prescindimos de un supuesto “viaje olvidado” hacia 1500, según los historiadores Quine y Weber) y el descubrimiento de La Florida. En 1521, después de una estancia en España, volverá de nuevo a pisar el territorio continental norteamericano, pero al ser fatalmente herido por los nativos, regresa a La Habana, donde muere.
De la misma tierra leonesa (utilizo aquí el Nomenclator del Conde de Floridablanca que estuvo vigente hasta las Cortes de Cádiz, según el cual el viejo Reino de León incluía las provincias: León, Zamora, Salamanca, Valladolid y Palencia), concretamente de Castroverde de Campos, también procedía uno de los principales capitanes de Hernán Cortés en la conquista de Méjico en 1519, Diego de Ordaz, ya investigado por Florentino Pérez Embid (“Diego de Ordaz, compañero de Cortés”, AEA, Sevilla, 1950), y que había participado en la conquista de Cuba junto a su hermano Pedro de Ordaz (Hugh Thomas, Conquest. Montezuma, Cortés, and the Fall of Old Mexico, Simon & Schuster, New York, 1993: 145). Asimismo leonés, de Salamanca, será el gran rival político de Cortés en Nueva España a partir de 1535, el virrey Don Antonio de Mendoza, que impulsará las expediciones de exploradores y conquistadores hacia el Norte, en los territorios que hoy conocemos como New Mexico, California, Arizona, Texas, Oklahoma , Kansas y probablemente Arkansas (Fray Marcos de Niza y el negro Esteban, Vázquez de Coronado, Melchor Díaz, Pedro de Tovar, García López de Cárdenas, Hernando de Alvarado, Hernando de Alarcón, Juan García Cabrillo, etc.). En honor del leonés virrey Mendoza el piloto Ferrer, que sustituyó a Cabrillo al morir éste en la navegación de cabotaje, denominará Mendocino a un importante cabo (y hoy también una bella ciudad costera y una región vinícola con tal denominación de origen) en el punto más occidental del continente hacia el Pacífico, en el norte de California.
El ilustre historiador británico antes mencionado ofrece en su erudita obra referencias al origen leonés y presuntamente “castellano” de otros conquistadores: Diego Velázquez, Juan Velázquez de León, Juan de Cuéllar, Juan de Grijalva, Baltasar Bermúdez, Juan de Salamanca, Bernal Díaz del Castillo, Cristóbal de Morante, Cristóbal de Olea, Francisco de Lugo, Francisco de Saucedo, Pánfilo de Narváez, Fray Bartolomé de Olmedo, Francisco de Montejo, Juan de Salamanca, Bernardino de Santa Clara, Julián de Alderete, Diego de Soto, Andrés de Duero, Cristóbal Flores, Antonio de Villafaña, Antonio de Quiñones… (Thomas: 151), lo cual corrige o matiza la creencia generalizada de que la mayoría de los conquistadores eran oriundos de Extremadura o Andalucía. Como veremos, pese al rigor de sus investigaciones, a Hugh Thomas se le escapan los nombres de otros ilustres conquistadores leoneses.
La primera obra escrita en y sobre las tierras de lo que hoy conocemos como los Estados Unidos de América es el relato del viaje a pié que hizo Alvar Núñez Cabeza de Vaca con sus acompañantes, desde La Florida y Tejas hasta Méjico, entre 1528 y 1536, y cuya primera edición aparece precisamente en el Reino de León: La relación que dio Alvar Nuñez Cabeza de Vaca de lo acaescido en las Indias en la armada donde iva por gobernador Pánfilo de Narváez, desde el año de veinte y siete hasta el año de treinta y seis que volvió a Sevilla con tres de su compañía (La Relación, más tarde también titulada Naufragios ), Imprenta de Agustín de Paz y Juan Picardo, Zamora, 1542. De esta edición original solo se conservan tres copias conocidas: una en Inglaterra (British Library), y dos en los Estados Unidos (John Carter Brown Library y New York Public Library). Pero con anterioridad a esta edición zamorana, en 1536, se había presentado a las autoridades españolas en Méjico un Informe de la expedición, un sumario de treinta páginas, firmado por Cabeza de Vaca y dos leoneses que le acompañaban, Alonso del Castillo Maldonado y Andrés Dorantes de Carranza, que fue remitido más tarde a la Audiencia de Santo Domingo. El original se ha perdido, pero una copia del mismo de 1539 fue incorporada a la primera gran obra historiográfica sobre América, la del astur-leonés Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia General y Natural de las Indias, Islas y Tierra Firme del Mar Océano.
El autor de una edición en inglés para la University of New Mexico Press, el norteamericano Cyclone Covey, sugiere que la diferencia de estilo entre el Informe y La Relación, hace suponer que el primero fue redactado probablemente por el leonés (de Salamanca) Alonso del Castillo Maldonado, un hidalgo de más refinada cultura en el grupo expedicionario. Asimismo, el mismo autor señala la presencia de al menos otros tres leoneses en la aventura, que desgraciadamente perecieron: los primos de Andrés Dorantes, Diego Dorantes y Pedro de Valdivieso, y Francisco de León (Covey, 1983: 11, 16, 65, 139-141). Aventura en la que también participaron otros cuyo origen desconocemos, de apellidos o apodos Estrada, Tostado, Chaves, Gutiérrez, Asturiano, Benítez,…y el famoso Esteban (“Estebanico”), un joven negro del Norte de África, el primero de su raza en pisar América. Fueron los primeros europeos (y africano) en viajar por el interior de Florida, Texas, New Mexico, Arizona y Norte de Méjico, los primeros en observar y describir las tribus indias en plena Edad de Piedra, presenciar las manadas de bisontes americanos (búfalos), y de cruzar el río Mississippi.
Hoy sabemos que el primero en descubrir el Mississippi fue Alonso Álvarez de Pineda en la temprana fecha de 1519, cuando navegaba en cabotaje por el Golfo de Méjico y vio desde el barco la desembocadura del que denominó “Río del Espíritu Santo”. La expedición de Cabeza de Vaca, Castillo, Dorantes y Estebanico cruzó el “Gran Río” (como lo llaman en La Relación y el Informe) diez años más tarde, en 1529. El descubridor “oficial”, Hernando de Soto, lo cruzará también en 1542, acompañado probablemente de varios leoneses, y conociendo por los indios que el nombre original del río era Mississippi (“El padre de todas las aguas”).
De todos los descubridores, exploradores y conquistadores oriundos del Reino de León, el que ha suscitado más interés por los historiadores, aparte de Ponce de León (Fernández de Oviedo, 1535; López de Gomara, 1551; El Inca Garcilaso, 1591; Herrera, 1601; Williams, 1837; Smith, 1851 y 1871; Shea, 1886; Lowery, 1901; Pérez, 1929; Brau, 1930; Douglas, 1947; Murga, 1959; Ballesteros, 1960 y 1987; Fernández-Armesto, 2006; Peck , 2008; Wilkinson, 2008; etc.) es sin duda Francisco Vázquez de Coronado (Castañeda, 1540; Castañeda & Cutter, 1990; Díaz del Castillo, 1569; Simpson, 1869; Winship, 1894, 1896, 1904,1933 y 1990; Hodge, 1895, 1926 y 1937; Bolton, 1916, 1921 y 1949; Sauer, 1932; Thomas, 1935; Jones, 1937; Hammond & Goad, 1938; Hammond & Rey, 1920 y 1940; Hammond, 1940; Bishop, 1941; Campbell, 1958; Syme, 1965; Day, 1967 y 1981; Chávez, 1968; Udall, 1984 y 1987; Stein, 1992; Flint, 1997; Seymour, 2008; etc.). Natural de Salamanca (1510), llega a Nueva España en 1535, y en 1536 fue nombrado gobernador de Nueva Galicia, bajo su amigo y paisano también de Salamanca, el virrey Mendoza, y apoyó la expedición de Fray Marcos de Niza y Estebanico a las míticas siete ciudades de oro de Cíbola, a las que el propio Coronado buscó en vano durante su expedición entre 1540 y 1542 a Nuevo Méjico, Arizona y otros territorios del Sur de los actuales Estados Unidos, como indicamos antes, con sus lugartenientes Alvarado, Díaz, Tovar, y López de Cárdenas. Tras regresar en 1542 por la misma ruta a Nueva España, continuó de gobernador de Nueva Galicia hasta su muerte en la ciudad de Méjico en 1544.
Ostentan hoy el nombre de Coronado una isla entre la California del Norte y la del Sur, unida por un espectacular puente a San Diego, además de varias escuelas, avenidas, hoteles, urbanizaciones, centros comerciales, y centenares de negocios en el Sur de los Estados Unidos y el Norte de Méjico.
Entre los muchos cronistas históricos de Indias hay que destacar a un famoso leonés, Fray Bernardino de Sahagún, autor de la enciclopédica Historia general de las cosas de Nueva España, escrita entre 1547 y 1577, de la que hay una magnífica edición estándar norteamericana, The Florentine Codex: The General History of the Things of New Spain (Edited and Translated by Arthur J. O. Anderson and Charles E. Dibble, 12 books, University of Utah Press, Saly Lake City, Utah, 1950-ss).
Vinculados a León, al menos por sus nombres, en la historia de Texas están Tomás de León, que en 1686 fue comandante de tres barcos enviados por el gobernador Cabrera en San Agustín (Florida); Alonso de León, que en 1689 lideró la expedición que salió de Guadalajara (Méjico) hacia Texas, en la que participó el padre Massanet, fundador de la primera misión en esta región del Sur, Caldera; asimismo Martín de León, que en 1824 funda la ciudad de Victoria en el mismo territorio de Texas.
Aparte de la etapa histórica y épica del descubrimiento, conquista, exploración y colonización de América, la emigración leonesa tiene un representante simbólico en los Estados Unidos aún más veterano: desde 1919 reside en la Biblioteca Morgan de New York City el Códice del Beato de San Miguel de la Escalada (del siglo X).
A propósito de descubrimientos, no podemos olvidar el que a finales del siglo XVIII, en plena guerra por la independencia de los Estados Unidos, hicieron dos ilustres norteamericanos que visitaron accidentalmente el viejo Reino de León: John Adams y su hijo John Quincy Adams, más tarde, respectivamente, segundo y sexto presidentes federales de aquélla nueva nación. Ambos desembarcaron en El Ferrol, procedentes de Boston, y viajando por diligencia desde Galicia, atravesaron durante siete jornadas el Reino de León (con paradas breves o para pernoctar en Villafranca del Bierzo, Ponferrada, Bembibre, Astorga -la parada más larga, tres días y dos noches- , Hospital del Órbigo, León, Mansilla de las Mulas, Sahagún de Campos y Paredes de Nava) entre el 31 de Diciembre de 1779 y el 7 de Enero de 1780. Continuaron su viaje a través de Burgos y Bilbao hasta llegar a la frontera francesa de San Juan de Luz, desde donde se dirigieron a París. John Adams ha dejado testimonio y notas interesantes de este singular “descubrimiento” de León y sus gentes en un Diario, en una Autobiografía, y en su correspondencia privada, publicados en la colección de sus obras completas (L. H. Butterfield, Ed., The Adams Papers, Harvard University, Cambridge, MA, 1961, especialmente volúmenes 2 y 4). Nunca más, hasta la fecha, se ha dado la circunstancia de que presidentes o futuros presidentes de los Estados Unidos visitaran las tierras leonesas.
La Edad Contemporánea
Sabemos poco de una comunidad leonesa que emigró muy pronto a América en los primeros siglos de la Edad Moderna. Me refiero a los sefarditas, es decir, los judíos españoles y en este caso leoneses (la comunidad judía hispano-portuguesa que gozó durante la Edad Media de la protección de los reyes de León y sus sucesores, los de Portugal), que tras su expulsión de España en 1492, recalaron primero en Portugal y más tarde en Brasil y en las islas del Caribe. Lo cierto es que muchas de estas familias “transterradas” a partir del siglo XVII y XVIII se ubican en las colonias británicas de Norte América, tanto en el Norte como en el Sur, y allí fundan las primeras sinagogas del judaísmo norteamericano, con nombres tan elocuentes, por ejemplo, como la sinagoga de Toro (1658) en New England, cuyo nombre sugiere -es una conjetura- el origen leonés de la comunidad sefardita que la fundó (siendo el mecenas Judah Touro, junto a otros comerciantes prósperos como Aaron López y Jacob Rodríguez Rivera). Durante la Guerra de Independencia destaca también otro sefardita, el rabino Gershom Mendes Seixas (cuyos apellidos sugieren el muy probable origen leonés-portugués), que asistiría, como destacado “patriota americano” a la ceremonia de inauguración del presidente George Washington (v. Norman H. Finkelstein, The Other 1492. Jewish Settlement in the New World, New York, 1989, pp. 86-88). La emigración continuará a lo largo de todo el siglo XIX, y solo después de la Guerra Civil americana y de la Franco-Prusiana europea, comienza la segunda oleada de emigrantes judíos a Estados Unidos, los askenazis de Europa central y oriental, que al final (en especial tras los “progroms” en la Rusia imperial y el Holocausto ejecutado por la Alemania nazi y sus colaboradores europeos) superarán numéricamente a los sefarditas, constituyendo la minoría judía hoy dominante política y culturalmente en aquélla “nación de naciones”, como la definió Walt Whitman.
Hay, por ejemplo, un apellido suficientemente elocuente que encontramos en la sociedad norteamericana desde la segunda mitad del siglo XIX, entre la comunidad sefardita: De León. Así, en una destacada familia de South Carolina durante los años de la Guerra Civil, Mardici De León, médico de gran prestigio, y sus hijos Thomas Cooper De León, escritor, David Camden De León, también médico y Cirujano General de la Confederación, y Edwin De León, agente de inteligencia en Europa que dirigió la campaña de propaganda en favor de la misma Confederación.
De toda la familia el más destacado política e intelectualmente es Thomas Cooper De León (1839-1914). Nacido en Columbia, S. C., hijo de Mardici De León y de Rebeca López-Núñez, se graduó en Georgetown College (hoy Georgetown University, en Washington, D. C.) y desde 1858 hasta 1861 fue funcionario de Topografía en la capital federal. Cuando se produce la rebelión de los Estados del Sur, Thomas Cooper será nombrado Capitán del Ejército Confederal y Secretario privado del Presidente Jefferson Davis (sospechamos que como coordinador presidencial de los servicios de inteligencia y contra-inteligencia, lo que explicaría también el rol asignado a su hermano Edwin en Europa). De todas formas, la fama de Thomas Cooper se debe a otro motivo, como hombre de letras, considerado por algunos especialistas como el más importante escritor del Sur en aquéllos críticos años, es autor de varias novelas y obras de teatro, pero sobre todo de libros de ensayos: Creole and Puritan (1889), Four Years in Rebel Capitals (1890), Our Creole Carnivals (1890), The Rending of the Solid South (1895), East, West, and South (1896), etc.
Otro sefardita no menos ilustre es su coetáneo Daniel De León (1852-1914), nacido en Curasâo, en el archipiélago de las Indias Occidentales, hijo de Salomón De León y Sara Jesurun, que en 1874 emigra a los Estados Unidos, estableciéndose en la comunidad hispánica New York City, y trabajando como profesor en Westchester College a la vez que asiste a la Columbia University Law School. Graduado por la misma en 1878 se translada a Brownsville, Texas, y en 1882 se casa con Sara Lobo, de una rica familia sefardita de Venezuela, con la que tendrá cuatro hijos, antes de la muerte repentina de su esposa en 1887. Desde 1883 había regresado a New York City como profesor (Lector) de Diplomacia Hispanoamericana en Columbia University. Daniel De León está considerado como el primer publicista marxista en los Estados Unidos, autor de múltiples folletos, artículos y libros de divulgación del socialismo científico. Asimismo fue fundador (en 1890) y líder del SLP (Socialist Labour Party), una corriente marxista, minoritaria (en conflicto con Samuel Gompers en el seno del sindicato AFL), y que competiría con la corriente mayoritaria reformista del ASP (American Socialist Party) en torno a 1900. Su sectarismo le llevaría a asociarse con los anarco-sindicalistas del IWW entre 1905 y 1908, de donde sería finalmente expulsado.
Otro famoso sefardita, de origen hispano (y parte de la familia también oriunda leonesa) es Judah P. Benjamin (1811-1884), nacido en la isla caribeña de Saint Thomas, hijo del sefardita británico Phillip Benjamin y de la serfardita hispano-portuguesa Rebeca Méndez, que emigraron y residieron en las Carolinas americanas.
Judah llegará a ser senador de Louisiana entre 1853 y 1861, rechazando un puesto en la Corte Suprema ofrecido por dos presidentes (M. Fillmore del Partido Whig en 1852, y F. Pierce del Partido Demócrata – éste un antepasado por línea materna de George W. Bush- en 1854). Durante la Guerra Civil formará parte del gabinete de la Confederación, primero como Secretario de Justicia (Attorney General) en 1861, y después como Secretario de Estado, entre 1861-1865. Considerado “the Brains of the Confederacy” (el cerebro de la Confederación), también se rumoreó que a través de su aparato de inteligencia, basado en Montreal (Canadá), fue asimismo el cerebro de la conspiración para secuestrar y (esto menos claro) asesinar al presidente Lincoln.
Finalmente, dentro de este apartado de sefarditas de origen leonés, convendría mencionar a uno de los más influyentes en la política contemporánea de los Estados Unidos y mundial: Bernard Baruch (1870-1965), líder millonario de
Wall Street, financiero y filántropo, uno de los consejeros más importantes de siete presidentes norteamericanos, desde Woodrow Wilson hasta Dwight Eisenhower, y especialmente durante las cuatro administraciones de Franklin D. Roosevelt. Harry Truman le nombró representante norteamericano en la Comisión Internacional de Energía Atómica (1946), y en tal posición llegaría a ser uno de los estrategas occidentales de la Guerra Fría. Como él mismo relata en su autobiografía (
My Own Story, Henry Holt and Company, New York, 2 vols., 1957), su familia paterna, los Baruch, procedían de la región alemana de Posen, pero sus orígenes remotos eran una familia rabínica hispano-portuguesa. La familia materna, de más solera en las antiguas colonias británicas de New England, procedía de Isaac Rodríguez Márquez, un sefardita cuya familia era originaria del antiguo Reino de León, que se estableció en la ciudad de New York poco antes de 1700, como propietario de una próspera compañía naviera con negocios en tres continentes. Tras la Independencia, los Baruch y los Rodríguez se habían residenciado en el Sur, donde en 1867 contraerán matrimonio los padres de Bernard, Simon Baruch e Isabelle Wolfe (Rodríguez), hija de un rico esclavista y “aristócrata” de South Carolina antes de la Guerra Civil (su madre siempre sostuvo que la familia descendía directamente del Rey David, lo que haría a Bernard Baruch descendiente nada menos que de… ¡Jesús de Nazaret!). En Camden, S.C., los Baruch eran, junto a los De León, las dos familias judías más importantes. “Los De León -recuerda Bernard Baruch- en particular eran un clan numeroso y distinguido que proporcionó a la Confederación un Cirujano General y un agente diplomático en Francia. Al viejo General De León no le conocí, fue uno de los oficiales confederales que rechazaron las condiciones de la rendición y huyó a México, regresando años más tarde por invitación del Presidente Grant…” (Curiosamente, el autor no menciona al más distinguido de los De León, Thomas Cooper). Ambas familias tenían un gran prestigio en el Sur por los médicos (Dr. Mardici De León, Dr. David De León, y Dr. Simon Baruch), y el padre de Bernard, concretamente, sería uno de los pioneros en la medicina física y de rehabilitación, llegando a fundar el
Institute of Physical Medicine and Rehabilitation, en el Bellevue Hospital, de fama internacional.