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El difícil camino del acceso de España a la Alianza Atlántica

El encargado de Negocios de la Embajada de España, Alonso Álvarez de Toledo, entregó el documento de adhesión el 30 de mayo de 1982 al «número dos» del Departamento de Estado. (ABC - EFE)
El encargado de Negocios de la Embajada de España, Alonso Álvarez de Toledo, entregó el documento de adhesión el 30 de mayo de 1982 al «número dos» del Departamento de Estado. (ABC - EFE)

La Crítica, 23 Enero 2017

Por Jorge Ortega Martín
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No existe a día de hoy un claro consenso sobre las ventajas e inconvenientes que la participación de España en la Alianza Atlántica tiene para nuestro país, nuestra seguridad, nuestra defensa o nuestras Fuerzas Armadas. Y una de las razones de ello se apoya en el profundo desconocimiento que el español medio (e incluso en niveles de alta decisión política) tiene sobre la OTAN. Las generaciones más jóvenes carecen de la información histórica sobre los vaivenes que se vivieron para alcanzar el acceso a la Organización. Éste es hoy mi único objetivo, rememorar aquellos vaivenes. El pueblo que no conoce su historia…

El diplomático Inocencio Arias, con su aguda pluma, define el acceso español a la Alianza Atlántica como “uno de los sucesos más esquizoides de la transición española y, sin ninguna duda, el acontecimiento de política exterior que más ha dividido a nuestra sociedad desde la llegada de la democracia”. Lo cierto es que a la OTAN se accedió, sin debate público, sin consenso, con un gran desconocimiento de la Organización y de lo que, en materia de seguridad y defensa, representaba pertenecer a ella y, desde luego, primando, como casi siempre, los intereses partidistas sobre los puramente nacionales.

Tan temprano como en 1955, de forma confidencial, el gobierno del general Franco planteó a Estados Unidos el deseo de adhesión a la Alianza, a la que, en todo caso, ya se encontraba vinculada de alguna forma a través de los Pactos hispano-norteamericanos. La frontal oposición de países aliados, como Noruega, Holanda o Dinamarca, cortó de raíz la posibilidad de una solicitud.

Aunque los principales dirigentes socialistas en el exilio (Prieto, Llopis, Araquistaín,…) se habían mostrado en diversas ocasiones pro-atlantistas, la voluntad del PSOE en el interior, representada por su Secretario General Felipe González era claramente negativa, como se pudo comprobar en la visita a Moscú del dirigente socialista en el que dejó absolutamente clara su voluntad de neutralidad y de impedir la ampliación de los pactos militares de uno y otro signo.

Tampoco el Presidfente Suárez mostró una definida voluntad de acceso. Fue muy característico el abrazo con Arafat durante la participación de España en la Conferencia de Países No Alineados de Cuba. El jugueteo con una España neutralista duró prácticamente todo su mandato. Ciertamente, las circunstancias políticas obligaban a centrar la atención en los asuntos internos más que en mirar hacia el exterior.

Cuando, en 1981, el Presidente Calvo Sotelo pidió en las Cortes la autorización para solicitar el ingreso en la Alianza (con una casi plena garantía de que no seríamos rechazados), la ambigua postura del Partido Socialista se reflejaba en el lema con el que encabezó su postura: “OTAN, DE ENTRADA NO”.

He hablado antes del desconocimiento existente sobre la estructura, fines y medios de la Organización, pero ello no incluía tan sólo al español de a pie, sino a la casi totalidad de la clase política que había de debatir y decidir en tan importante materia. Por no alargar el relato, el Congreso aprobó la solicitud con 185 votos a favor y 146 en contra y la declaración del Sr. González de que, si accedíamos por una decisión del Parlamento, saldríamos por otra del nuevo Parlamento y ratificada en referéndum. El 30 de mayo de 1982 España adquiría la condición de miembro de pleno derecho.

Como un breve apunte, creo de interés señalar que los ejércitos no mediatizaron en ningún momento la decisión. Incluso puede comprobarse que durante el tiempo que duró el debate político, ni un solo artículo de las revistas militares de Tierra, Mar o Aire, trató de las ventajas o inconvenientes de la pertenencia a la OTAN.

Alcanzado el poder por el PSOE, en 1982 se congelan las negociaciones que se habían iniciado para el acceso a la Estructura Militar Integrada. En 1984, el Presidente presenta su Decálogo que incluye, entre otros aspectos relacionados con seguridad, el SI a la OTAN, pero el NO al acceso a dicha Estructura, así como la celebración de un referéndum que se va a retrasar hasta 1986, y que marca la cúspide de los desatinos relacionados con este tema. El Partido Socialista apoya el SI y realiza una masiva campaña en televisión con ese motivo, Alianza Popular solicita la abstención y Felipe González, unos años más tarde, reconoce paladinamente que aquél había sido su mayor error político: “obligar a mis votantes a arreglar un error mío”.

El 12 de marzo de 1986 se celebra el referéndum que, con una participación del 59,42% del censo, aprueba la continuidad en la OTAN con un 52,3% del SI, frente a un 39,84 del NO.

La imposibilidad de acceso a la Estructura Militar Integrada obliga a imaginar una forma de colaboración de nuestros ejércitos con la OTAN, lo que acaba plasmándose en el llamado Modelo Español que consistió en debatir y alcanzar la firma de seis Acuerdos de Coordinación que tenían para España todos los inconvenientes (participación de nuestros soldados en operaciones OTAN) y ninguna de las ventajas (no acceso a las decisiones militares relacionadas con dichas operaciones).

Aunque en 1992 estuvieron firmados los Acuerdos, el desarrollo de los mismos, para llegar a los Planes Operativos, nunca vieron la luz, y en esa “… teresiana manera de estar sin estar”, como la definió Javier Rupérez, se llegó a 1996 en que la llegada al poder del Presidente Aznar permitió presentar en el Congreso, el acceso a la referida Estructura Militar Integrada, algo que ya los socialistas tenían absolutamente admitido como indispensable. De esta forma, la aprobación contó con 293 votos a favor, 23 en contra y 4 abstenciones.

La distribución de cuarteles generales en la inmediata reorganización de las estructuras de Mando y Fuerza de la Alianza presentaba dificultades, porque nuestra nación exigía un cuartel general en España, que todo el territorio nacional dependiera de él (incluyendo Canarias) y que no existiera en dicho territorio ningún otro mando atlántico, lo que hacía referencia a la existencia de un mando británico en Gibraltar (GIBMED). Todo ello se consiguió, tras larguísimos tira y afloja. En el caso de Canarias, se recurrió a la estratagema de rodear Canarias de una burbuja de 65 millas alrededor de las islas, quedando el interior de la burbuja dependiente del mando español.

De forma muy breve, ésta es la pequeña historia del acceso de España a esa Alianza que, sin disparar un solo tiro, derrotó a la potencia que había estado en la causa fundamental de su nacimiento: el avance del comunismo soviético en la década de los cuarenta del siglo pasado, especialmente en el Este y Centro de Europa.

Jorge Ortega Martín

General de División (R) Doctor en Historia

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