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El último libro de Sigmund Freud

El último libro de Sigmund Freud

La Crítica, Enero 2017

Por Manuel Pastor Martínez
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Dedicado a Carlos Moya Valgañón

El último libro de Sigmund Freud, poco conocido y que no está incluido en ninguna edición de sus Obras Completas, se publicó póstumamente en los Estados Unidos, en 1967, y fue escrito en colaboración con el diplomático estadounidense William C. Bullitt, embajador en la Unión Soviética y en Francia en los años treinta (y entre otras cosas, primer negociador americano con los bolcheviques en 1919, responsable del rescate de Freud de los nazis en 1938, y del primer reconocimiento diplomático del gobierno de Franco en 1939).

Los datos del libro son los siguientes:

Thomas Woodrow Wilson, Twenty-eight President of The United States. A Psychological Study, By Sigmund Freud and William C. Bullitt. Houghton Mifflin Company, Boston - The Riverside Press, Cambridge, 1967, xxii + 307 pp. (Foreword by William C. Bullitt, Introduction by Sigmund Freud). Library of Congress Catalog Card Number 65-19312.

He leído en alguna parte que este libro se publicó en Europa en los años 1930s, lo cual es imposible, ya que como relata Bullitt en el prólogo, terminaron el texto entre 1938 y 1939, en Londres. En el mismo 1939 moriría Freud. Además Bullitt comenta que acordaron que fuera en una editorial de los Estados Unidos y posponer la publicación hasta después de la muerte de la segunda esposa de Wilson, Edith Bolling Galt, que no ocurrirá hasta Diciembre de 1961. El libro finalmente vería la luz en Boston en 1967, poco después de la muerte del propio embajador Bullitt.

Casualidades de la vida, he tenido la suerte de encontrar dos ejemplares del mismo, primeras ediciones, en librerías de libros viejos y usados. Los que han vivido en los Estados Unidos saben que en tales establecimientos es posible comprar primeras ediciones por precios increíblemente baratos, nada comparable con los precios que tienen en España. El primer ejemplar lo encontré durante mi año sabático en San Diego (California), en la primavera de 1995, y se lo regalé a mi estimado amigo el catedrático de Sociología Carlos Moya Valgañón, que también disfrutaba un sabático en el mismo campus californiano de UCSD. El segundo ejemplar lo acabo de encontrar durante las recientes Navidades de 2016 en Saint Cloud (Minnesota). Es probable por tanto que deba tal suerte, en sendos casos, a la mediación de los santos Diego y Cloud.

La obra, como reza el título, es una biografía psicológica del vigésimo octavo presidente norteamericano, Thomas Woodrow Wilson (1856-1924), elegido en 1912 y reelegido en 1916, es decir inquilino de la Casa Blanca durante el período 1913-1921.

Wilson fue el primer presidente demócrata del siglo XX, en cierto modo el re-fundador del Partido Demócrata que -con la notable excepción de los dos mandatos de Grover Cleveland- virtualmente había desaparecido tras la Guerra Civil. Por tanto es el líder de un partido nuevo, distinto al histórico fundado por Thomas Jefferson (al que Wilson, pese a ser ambos virginianos, tenía una no disimulada aversión), que influirá decisivamente en la mentalidad internacionalista, centralizadora, estatista y “social” de los presidentes Franklin D. Roosevelt, Lyndon B. Johnson, y Barack H. Obama, transformadores de la tradicional ideología demócrata en social-demócrata.

Leí el libro de Freud y Bullitt en 1995 y lo he vuelto a leer con más atención en 2016. Aunque entre una y otra fecha he leído también la excelente biografía del historiador de la Universidad de Wisconsin, John Milton Cooper, Jr., Woodrow Wilson. A Biography (Knopf, New York, 2009), la relectura de la biografía psicológica de Wilson con metodología freudiana me ha proporcionado algunas claves nuevas para entender no solo a Wilson y al Partido Demócrata americano de los siglos XX y XXI, sino también a todas las izquierdas (y algunas derechas) progresistas contemporáneas.

Cuando se publicó esta obra tuvo críticas feroces por parte de algunos famosos autores como el psicoanalista alemán Erik Erikson y el historiador británico A. J. P. Taylor, y ahora entiendo por qué. Entonces todavía no existían las expresiones “Politically Correct” y “Politically Incorrect” (relativas al concepto de Political Correctness, P.C.), pero es evidente que en los años sesenta un libro que psicoanalizaba críticamente al presidente demócrata, liberal progresista, Woodrow Wilson (inspirador de la Liga de Naciones, del New Deal y la administración Franklin D. Roosvelt, y de la Organización de las Naciones Unidas), no era percibido políticamente correcto.

Prescindiendo de la jerga psicoanalítica (teorías sobre el subconsciente y la líbido, narcisismo, bisexualidad, complejo de Edipo, actividad/pasividad, Super-Ego, represión/sublimación, etc.), que los autores presentan en los primeros capítulos y que describen al personaje como un caso de precario balance entre los abismos de la neurosis y la psicosis (p. 65), parece evidente que Wilson era una persona psíquicamente enferma, con al menos catorce episodios de “breakdown”, médicamente documentados, entre 1874 y 1919 (p. 80). El último, en Septiembre de 1919, le incapacitó para seguir ejerciendo la presidencia durante los dieciocho meses finales de su segundo mandato, periodo en que –algo sin precedentes- ejerció tal función, de hecho, la Primera Dama Mrs. Edith Galt-Wilson (pp. 292-293).

A partir de aquí el retrato que nos ofrecen Freud y Bullitt de Wilson es el de un intelectual arrogante, iluminado, casi un fanático religioso (“anointed”, “true believer”), que como todos los intelectuales progresistas –casi todos los marxistas y en particular algunos liberal-progresistas americanos- creen tener el privilegio epistemológico, la teoría “científica” y el “know-how” elitista que justifica su ambición política personal.

Un narcisista Super-Ego es la base de una arrogante superioridad ideológica (disfrazada de “ciencia” en el caso del ateísmo marxista, o de “moral” en el caso de la religiosidad presbiteriana de Wilson). Es fácil inferir que, en cualquier caso, tal actitud tiene un potencial político totalitario si se dan las circunstancias adecuadas y se reúnen los instrumentos organizativos necesarios.

Como politólogo me ha interesado más la segunda mitad del libro (a partir del capítulo XIII, pp. 142-ss.), en que se analiza la meteórica carrera política de Wilson, como gobernador de New Jersey y presidente de los Estados Unidos, y su maquiavélico apoyo en las corrientes populistas-progresistas del Partido Demócrata contra la élite partitocrática del Establishment.

Pero no era esto lo original del político Wilson (exactamente del profesor/intelectual político Wilson, arquetipo nuevo en la política americana). Teddy Roosevelt ya había hecho algo similar frente al Establishment GOP. Pero a diferencia del político republicano, populista-conservador, nacionalista y realista compulsivo, Wilson es un idealista retórico e internacionalista teórico (ignorante de las naciones, de su geografía e historia), que prefiere las palabras a los hechos. Su más famosa obra, Congressional Government (1885), la había escrito basándose en lecturas, discursos y conceptos abstractos, nunca visitó realmente el Congreso, aunque entonces vivía en Baltimore, muy cerca de Washington DC, como nos recuerdan los autores (igualmente Marx y Lenin nunca visitaron una fábrica de obreros), y citan una frase suya muy significativa: “Perhaps it is better to love men in the mass than to love them individually” (p. 145). Algo muy característico de los ideólogos progresistas y su fascinación retórica por las “Masas”, la “Humanidad” y los “Derechos Humanos” en abstracto. Freud sentenciará: “Facts ceased to exist for him if they conflicted with his unconscious desires” (p.121).

Hay que subrayar que Wilson practicará un estilo político autoritario en sintonía con el estatismo que propugna en su otra obra famosa, The State (1898), esbozando un concepto innovador que previamente había desarrollado en un ensayo sobre Ciencia Política y la Administración (“A Study of Administration”, 1888): el concepto de Estado Administrativo que difumina el principio tradicional liberal del “Rule of Law” en la dirección del Estado Policía, Estado de Derecho y finalmente Estado Social de Derecho o “Welfare State”. Su programa durante el primer mandato presidencial (1912-1915) fue prácticamente el programa de la novela-ensayo de política estatista/autoritaria de su íntimo amigo y consejero aúlico, el Coronel Edward M. House, Philip Dru: Administrator (1912) (p. 152).

Lo interesante para mí de la obra de Freud y Bullitt es el retrato psicológico de arrogancia narcisista y finalmente psicótica que hacen del líder demócrata en su momento de máximo poder. El delirio del presidente Wilson alcanza su climax con la entrada de los Estados Unidos en la Gran Guerra y las negociaciones del Tratado de Versalles, 1917-1919.

Wilson siempre había sido una persona intensamente religiosa, cristiano de la Iglesia Presbiteriana, rayando el fanatismo. Hijo de un clérigo presbiteriano, su primera esposa también era hija de un clérigo presbiteriano, y él mismo estuvo pensando seguir la misma profesión. Dos veces al día leía la Biblia y la oración/meditación le ocupaban largas horas. Siendo presidente de Princeton University impuso a los estudiantes la obligatoriedad de la asistencia diaria a los servicios religiosos. La principal razón de su rechazo de Jefferson fue que no era cristiano, ya que se declaró deísta.

Cuando estalló la Gran Guerra su avanzada enfermedad mental le llevó a desarrollar una delirante convicción mística que le hizo sentir que era el elegido de Dios para ser el Árbitro del Mundo, el Príncipe de la Paz, la encarnación de Jesucristo.

Freud insiste en el giro psicótico que Wilson experimenta en este trance: “A large portion of his passivity to his father was flowing into his unconscious identification with Christ and the finding outlet through loving men in the mass (…) In the early days of 1915 his identifiation of himself with Christ as sufficiently powerful to counterbalance his belligerent inclinations” (pp. 160-161). “His identification with Christ again made him abhor the idea of going to war and speak again as if he had never intended go to war. He coud make war only for peace (…) Later, when he brought America into the war, he proved that his confidence in his oratorical powers had not been misplaced. He did make America drunk with the spirit of self-sacrifice” (pp. 170-171).

En 1919, durante las negociaciones del Tratado de Versalles, insiste Freud: “He had returned to France as the Son of God going forth to battle for the Lord, his God, who in his unonscious was also himself. He still believed that God had chosen him to give the world a just and lasting peace, and hoped that by making safety antedate the peace he had made it posible for himself to lift the negotiations to the plae of the Sermono n the Mount.” (p. 231). Y en Septiembre del mismo 1919: “He had to reassure himself that he was the Saviour. His passivity to his father and his Super-Ego would no let him rest, and his knowledge of what he done in Paris was no easy to keep repressed. On September 3, 1919, he took the train in Washington for the West, and one may be sure that in his unconscious when he boarded the train he was mounting an ass to ride into Jerusalem” (p. 284).

El modelo y perfil psicológico-político narcisista de Wilson ha tenido recientemente, a mi juicio, dos herederos genuinos en Estados Unidos: Barack Obama y Hillary Clinton. Jonah Goldberg vinculó a los tres con agudeza e ironía en su obra Liberal Fascism (New York, 2007/2009). Aunque todavía carecemos de sendos estudios psicoanalíticos o psicológicos del último presidente demócrata (¡qué no haría Freud con la biografía real de Obama y su autobiografía Dreams from my Father!) y de su Secretaria de Estado-candidata presidencial, el arquetipo intelectual-político ya lo había previsto y descrito el gran Thomas Sowell en su obra The Vision of the Anointed (New York, 1995). El climax de impostura (deception/self-decepcion) en este caso se alcanza entre el desastre de Bengasi (Libia) en 2012 y la pasada campaña presidencial con el escándalo de los e-mails en 2016. El colofón de fin de año lo vimos en la vergonzosa actuación de la ONU. Es aquí muy oportuno el análisis político de otro reputado psiquiatra, Charles Krauthammer, “Obama´s Late Hit on Israel” (National Review, Dec. 29, 2016).

No deja de ser irónico que la presidencia de Wilson se definiera históricamente por una voluntad utópica y la frustración del internacionalismo de la Liga de Naciones (rechazada por el Congreso de los Estados Unidos, que la percibía como una organización contraria a la Civilización Europea-Occidental), y la presidencia de Obama haya concluido con una no menos utópica visión de una especie de “Alianza de Civilizaciones” (aquí, la aportación celtibérica del buenismo pueril-zapateril), instrumentada políticamente, y paradójicamente destructiva de la Organización de las Naciones Unidas. El episodio final de la abstención (si no manipulación, como parece evidente) del gobierno estadounidense en la resolución condenatoria de Israel en el Consejo de Seguridad de la ONU es el triste final de la diplomacia obamita, cuyo balance definitivo ha sido el patético intento de apaciguar a los radicalismos y terrorismos islamistas, invocando fuerzas siniestras en el subconsciente (una vez más Freud lo explicaría muy bien) del anti-semitismo y del anti-sionismo que el último presidente demócrata ha asimilado de sus “maestros pensadores”: Malcolm X, Frank Marshall Davis, Edward Said, Jeremiah Wright…

Quizás sea el momento en que el nuevo Congreso de los Estados Unidos se plantee tomar la decisión que tomó con éxito en 1919 frente al Presidente Wilson y su Liga de Naciones, y que sin embargo no fue capaz de tomar durante la Guerra Fría, cuando algunos anti-comunistas propugnaban: “Estados Unidos fuera de la ONU, y la ONU fuera de los Estados Unidos”.

Manuel Pastor Martínez

Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid

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