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Un fascismo americano

(Foto: https://elordenmundial.com/).
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LA CRÍTICA, 13 DICIEMBRE 2023

Por Manuel Pastor Martínez
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Podríamos remontarnos muy atrás en la historia siniestra del Partido Demócrata –por ejemplo, a los años dorados del KKK después de la Guerra Civil– para identificar los orígenes de un fascismo americano. Pero vamos a fijarnos en la sutil observación del populista Huey Long, demócrata crítico de F. D. Roosevelt, que en los años 1930s, poco antes de morir asesinado, vaticinó que el fascismo del futuro en EE. UU. aparecería disfrazado como “antifascismo”. (...)

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La génesis del Antifa americano viene a coincidir con la eclosión del movimiento de protesta popular contra el Establishment, primero en la forma del Tea Party, y seguidamente con el trumpista MAGA (Make America Great Again). El idiota político pese a su prestigio intelectual, Harold Bloom, declaró en 2010 que el Tea Party era la expresión de un fascismo americano. Desde entonces hasta el día de hoy creo que casi todos los políticos e intelectuales del amplio espectro ideológico progresista-izquierdista se han retratado concluyendo que Donald Trump es un fascista o un nazi.


Como judío y profesor en la Universidad de Yale Bloom debería haber sido más riguroso. Por ejemplo, podría haber consultado a su colega español en el mismo campus, gran experto mundial en fascismo, Juan J. Linz. Asimismo, todos los memos americanos que le imitan con el asunto Trump (la categoría de memos españoles es más extensa en nuestro país por la laxitud de los insultos “fascista” y “franquista”) deberían conocer mínimamente las definiciones establecidas por el otro gran experto –afortunadamente todavía vivo– en estos temas, mi maestro el profesor en la Universidad de Wisconsin Stanley G. Payne.


Las características peculiares socioculturales de los EE. UU. ha propiciado un tipo de fascismo sincrético, en paralelo a las formas paradigmáticas o genéricas convencionales (siempre, debe recordarse, formas ubicadas en la izquierda, con un estatismo y socialismo renegados o travestistas del marxismo, pero igualmente anticapitalistas). Por ejemplo, se han gestado fenómenos singulares de un fascismo afroamericano –fuertemente racista– en torno a las Panteras Negras o la NOI y sus escisiones (Nación del Islam, con icónicas figuras como Malcolm X y Mohamed Alí), que vienen actualizados con el reciente movimiento BLM (Black Lives Matter) (v. M. Pastor Martínez: “¿Un fascismo americano?”, La Crítica, 2016).


El nacionalismo islamista de NOI tiene su correlato más pertinente en el “Islamofascismo” (Véase: R. Scruton, “Islamofascism”,TWSJ, 2006; M. Pastor: “A propósito del término Islamofascismo”, La Ilustración Liberal, Madrid, 2007; D. Horowitz: “Islamofascism and the War Against the Jews”, DHFC, 2015), de organizaciones radicales y antisemitas como CAIR (Council on American-Islamic Relations) y múltiples grupos propalestinos como los que recientemente han inundado las calles de algunas ciudades y campus universitarios americanos en apoyo de Hamás tras el ataque criminal a Israel el 7 de Octubre de 2023. Asimismo, cabe incluir aquí a las escuadristas islamistas antisionistas infiltradas en el Partido Demócrata y en el Congreso: Ilhan Omar, Rashida Tlaib, etc. (The Squad: sus colegas Alexandria Ocasio-Cortez, Ayanna Pressley, Cori Bush, Greg Casar, Summer Lee; sus simpatizantes y sus mentores islamistas o socialistas: Keith Ellison, Bernie Sanders, Tom Pérez, etc.).


Parece que el término “Islamofascismo” fue pergeñado en 1978-79 por el marxista Maxime Rodinson en el contexto de la Revolución Islámica de Jomeini en Irán, y es el Estado teocrático de los Ayatolas quien sigue hoy promoviendo y manejando la nueva tríada terrorista-fascista HHH (Hamás-Hezbolá-Hutis) anti-Israel y anti-EE. UU.


Hermann Rauschning en su seminal obra de 1938 sobre el brutal fascismo alemán, lo caracterizó como una “revolución del nihilismo”, fenómeno que hemos presenciado también recientemente en EE. UU. con Antifa y BLM, tras “la caída de Minneapolis” y el tsunami de destrucción –más de una treintena de muertes y millones de dólares en pérdidas materiales– durante los casi quinientos motines en diferentes ciudades de violencia contra la policía y la ciudadanía.


Todo ello consentido ciegamente por el Partido Demócrata en su prolongado “Verano del Amor”, y el trasfondo siniestro de los manejos del “Estado Profundo” que culminó en la caótica protesta ante el Capitolio en Washington DC del 6 de Enero de 2021 (todavía no se han hecho públicas miles de horas grabadas de los incidentes, pero sabemos el nombre de algunos “agentes provocadores” y de la única víctima mortal: Ashli Babbit, trumpista, veterana militar, que protestaba desarmada, y fue asesinada por un policía del Capitolio).


A todo ello hay que sumar ahora el ingrediente del antisemitismo/judeofobia, que estaba en estado latente y ha explotado, contaminando todo el ambiente desde la guerra de Israel contra los terroristas de Hamás en Gaza.


Si eran pocos –como en el dicho popular–, parió la abuela. La ONU y algunas universidades de élite (Harvard, MIT, Universidad de Pennsylvania…) se han significado –una vez más– en su anuencia “contextualizada” con el antisemitismo y el antisionismo.


¡Cómo ha cambiado y degenerado el ambiente (“el contexto” dirían las tres “rectoras” de las universidades mencionadas), concretamente en Harvard entre la presidencia en los años 1990s de Neil Rudenstine (judío) y la actual de Claudine Gay (afroamericana)!


No me resisto a mencionar una vivencia personal. Siendo director del Real Colegio Complutense en Harvard durante 1998-2000, y en años siguientes, intenté dirigir también dos tesis doctorales en la UCM (que serían malogradas por la incomodidad con la investigación de los propios doctorandos) sobre el antisemitismo en las izquierdas y el fascismo, asimismo ideología izquierdista, asunto que interesó al entonces presidente Rudenstine y a otros profesores de Harvard. Conviene subrayarlo y repetirlo: el fascismo originalmente fue y es un tipo de socialismo.


Resulta desolador el testimonio de Claudine Gay y las otras “rectoras” (Liz Magill de la Universidad de Pennsylvania –ya forzada a dimitir– y Sally Kornbluth de MIT) ante la comisión urgente del Congreso. Asimismo, resultan intolerables las insinuaciones y críticas hacia Israel del secretario general de la ONU, el socialista portugués António Guterres.



Manuel Pastor Martínez


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Manuel Pastor Martínez

Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid

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